sábado, 26 de diciembre de 2015

Inevitablemente

Tenía todo lo que quería y quería todo lo que tenía, pero quizá era el momento de pedir más, de volverse más exigente, de dejar de esperar, de jugar corriendo el grandísimo riesgo de perder todo. Igual también era el momento de mirar por mí, solamente por mí y dejar de engañarte con promesas que nunca cumpliré por ti. Te había entregado poco, y probablemente era el momento de entregarte menos, aunque lo merecieras.
Imagen propia

Lo perfecto no siempre funciona. Tú no eras perfecto, ambos lo sabemos, pero con el tiempo todo se empieza a ver perfecto; la ciencia tendrá algo que explicar de esto, si no lo ha hecho ya. Pero sin querer lo hicimos perfecto, y nos perdimos en la más absoluta perfección, corriendo el riesgo de salir inevitable y perfectamente heridos. Yo no sé cuál es la inmensidad de tu herida, pero creo que la mía es mucho mayor, mucho más incurable si se abre una y otra vez, si no la dejas de tocar, si evitas que se cierre. No sé lo que tú quieres y jamás lo comprenderé, porque es cierto que tu silencio me mata de vez en cuando, cuando no sabes qué decir y recurres simplemente a lo bonito, a lo fugaz, a lo ya inventado, al estar a ratos y no siempre.

Igual era el momento de sacar tus verdaderas intenciones, de descubrir tu verdad, aun corriendo el riesgo de romperme a mí misma. Te tenía a ti y a tu felicidad en lo más alto de mis prioridades, cuidando cada día que se mantuviera ahí, que no cayera ni un instante ni se rompiera por nada del mundo. Sin embargo, yo jamás te pedí nada, ni lo haré. Dejé el pegamento demasiado lejos, confiando en no usarlo contigo, creyendo que tú también me tenías en lo más alto evitando que me cayera; pero no, no era así. No me he caído yo, me has roto tú, y el daño es inmenso.


Pero ahora voy a ser egoísta yo, voy a mirar por mí y por mi felicidad, voy a hacer lo que me dé la gana en todo momento, sin pensar en lo que puedas sentir. Voy a dejar mi luz conmigo, no la voy a compartir con alguien que no la merece, y no voy a dejar que se apague por nada del mundo.  Porque es mía, porque merezco brillar sin una sombra que la pueda apagar en cualquier momento. 


Todos los derechos reservados ©

sábado, 31 de octubre de 2015

Perdóname por no decir te quiero

Créeme que lo siento. Quizá no se deba pedir perdón por eso, pero me parecía un buen título; tampoco sé si se lo pondría a un libro, o a un poema, pero probablemente sí que encajaría en un capítulo nuestro; sí, uno que hablara de nosotros y en el que yo te pidiera perdón, perdón por no decir ”te quiero”.

No decirlo no significa siempre no sentirlo, así como decirlo desde casi el primer momento tampoco es sentirlo, ni mucho menos. Querer es un aprendizaje, no es un sentimiento. El “te quiero” confunde a la gente,  lleva por caminos por los que nunca habían ido, incluso llegan a hacer cosas que jamás hubieran imaginado. Y, sin embargo, aquí estamos, con un montoncito de “te quieros” a nuestro lado, todos de gente distinta, personas que han pasado por nuestra vida y nos han dejado un “te quiero” de regalo. ¿Y qué pasa con ese montoncito?

Yo no quiero un montoncito de tequieros, no quiero algo que se pueda coleccionar, no quiero algo que sea capaz de decir todo el mundo, no quiero palabras mal usadas. Pedirte que jamás me dijeras “te quiero” sería una estupidez, sería perder tu esencia, sería romperte ese sentimiento. Por eso, dilo, dilo todas las veces que quieras, grítalo si te apetece, haz tuya esa palabra, escríbelo siempre en un papel cuando yo no esté, cuando quieras verme y no esté a tu lado, quédate con ello, pero permíteme que yo no lo haga.


Según un estudio realizado por la Sociedad Española de Neurología, al menos un 10% de la población mundial ha perdido la capacidad de amar. Es decir, que en este mundo en el que aparentemente hay de todo, existen personas que no pueden amar, tienen un tra
storno neurológico que le impide sentir cualquier sentimiento. ¿Te imaginas no sentir nada? Ni miedo, ni dolor, ni tristeza, ni amor. Ser incapaz de querer, ser incapaz de odiar, ser incapaz de sentir tristeza al perder. Una vida entera sin sentir absolutamente nada. Esas personas no pueden, pero hay otras en el mundo que no quieren, que eligen ser así, que eligen no sentir ese amor temporalmente. Yo no sé dónde me encuentro, no sé si he decidido no sentirlo o no querer sentirlo, aunque no me pueda comparar con aquellas que neuronalmente no pueden. Pero solo sé una cosa: cuando lo diga, créeme que lo diré en serio. Mientras tanto, perdóname por no hacerlo.

jueves, 1 de octubre de 2015

La importancia de las diferentes perspectivas

Imagen propia
Qué curiosa manía esa que tenemos las personas de relacionar la perspectiva con el verbo “mirar”: miramos algo desde otra perspectiva, y parece que esa perspectiva lo cambie todo. Nada es igual que al principio, ni siquiera parecido; todo ha cambiado. Y Perspectiva tiene la culpa, para bien o para mal. Digamos que en este caso concreto lo hizo bien.

También es curioso el momento en el que decides enfocar todo desde ese ángulo, de otra manera distinta, y todo cambia; todo cambió contigo. Todo parecía indicar que Perspectiva estaba de mi lado, que quería hacerlo bien también por los dos. Puede parecer estúpido en algunos momentos, o incluso increíblemente bonito, pero desde ese punto parecías perfecto. Perspectiva me hizo verte perfecto, aunque ni en tus mejores sueños creyeras algo así. Me hizo ver tu personalidad de otra forma, me enseñó a apreciar tu sonrisa, a fijarme en que estabas sentado ahí por una razón muy concreta, a que venías siempre por un motivo: simplemente tenía que fijarme y descubrir el porqué, mirar más allá, mirar desde ella, su perspectiva.

Y miré, por supuesto que lo hice. Y he aprendido cosas maravillosas, he comprobado que desde lo alto todo se puede ver más bonito si estás a mi lado, que todo tiene su belleza, que hasta del peor momento se puede sacar algo bueno, que es bonito aprenderlo todo independientemente del lado por el que se haga. Mi visión cambió radicalmente en cuanto a ti, y agradezco a Perspectiva que hiciera posible algo así.

Muchas veces, Perspectiva permanece sentada a la espera de que alguien lo suficientemente valiente sea capaz de mirar tras ella, alguien con la mirada abierta, con ganas de aprender, de ver más allá, de querer descubrir todo lo que está delante y a simple vista no se ve. Solo ella es capaz de hacerte ver lo bueno y lo malo de lo que tienes al lado, pero también de descubrirte cosas que jamás imaginarías. Con el tiempo agradecerás a Perspectiva todo lo que ha hecho, y mientras ella seguirá en silencio, sentada, casi sin hacerse notar, esperando que otra persona sea capaz de mirar más allá.


Y tú has sido mi mejor perspectiva. 


Todos los derechos reservados ©

martes, 22 de septiembre de 2015

Desde mi castillo

Me pasé de imaginación, lo reconozco. Me pasé de interpretaciones absurdas, me pasé de magia. Me pasé al perder el sentido en varias ocasiones, aun siendo plenamente consciente.

Imagen propia
Retrocedí y avancé al mismo tiempo en el que caía pero, por suerte, me sujetaba; en el que bajé a lo profundo de lo más alto. Apagué la música cuando el volumen era tan alto que no se escuchaba nada, cuando retumbaba el silencio.

Corrí lo más rápido que pude estando parada, y me escondí delante de ti por si no me veías, por si el escondite era demasiado difícil de encontrar. Me mojé con la lluvia que caía mientras hacía un sol radiante que casi abrasaba, que podía quemar las hojas de mi alrededor. Y te aseguro que nunca había sentido tanto frío y calor a la vez.

Me miré a un espejo sin reflejo, a una pared brillante, y me vi tan bonita como jamás me había visto. Recuerdo que miré al cielo, un precioso techo sin ninguna nube, todo blanco y liso. Y notaba todos y cada uno de los abrazos que nunca me habías dado, mientras pasaban las horas en un reloj que no se movía, que permanecía quieto, pero que escuchaba atentamente el viento que entraba por las ventanas cerradas y que revolvía todo lo que había en la mesa vacía. Seguía caminando mientras se oía de lejos las notas de la música puesta en aquella habitación insonorizada, mientras resbalaba aquella poesía falta de versos y estrofas. Noté que los cristales del camino rozaban mis pies desprotegidos por los fuertes zapatos, que incluso sangraba a pesar de que mis pies estuvieran limpios y guardados; pero los cristales sonaban en un camino de agua seca, donde no me mojé en absoluto. Y, de repente, explotó todo sin hacer ruido, como estaba acostumbrado a suceder. Y desde ahí arriba lo vi claro. 


Y te prometo que nunca me había sentido tan feliz. 


Todos los derechos reservados ©

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hay que aprender a poner límites

Imagen propia
Siempre existen límites, aunque cada persona tiene uno diferente. Cada cual decide hasta dónde aguantar, hasta dónde avanzar y hasta dónde es suficiente. Es asombrosa esa capacidad que tienen los humanos para seguir en determinados momentos en los que no es bueno ni necesario hacerlo, simplemente por el hecho de complicarse un poquito más la vida de lo normal.

Alguien me dijo una vez que lo más sencillo era siempre lo más bonito, que complicarse no llevaba a ningún sitio; bueno, sí, a un laberinto sin salida o a un camino con millones de salidas pero sin ninguna clara, sin saber cuál elegir. Muchas veces pensamos que alguien nos va a decir cuál es el camino correcto, o que va a aparecer por arte de magia un cartel luminoso que nos va a indicar el lugar exacto, las cosas que vamos a tener que hacer y también en qué nos vamos a equivocar, pero no es cierto. Nadie va a dejar miguitas de pan para nosotros, ni nos van a dar la mano para cruzar la calle, ni siquiera se van a asegurar por nosotros de que el semáforo está correcto y no viene ningún coche a toda velocidad.

La decisión es nuestra y siempre lo será, aunque suene muy épico. Los límites son siempre necesarios. Cuando nos hablan de límites, los solemos rechazar de inmediato. Creemos que ellos nos quitan nuestra ansiada e imprescindible libertad, pero no siempre es así. A veces son los propios límites los que nos la dan. Cuando algo nos cohíbe, nos frena, nos impide seguir, en ese momento debemos poner un límite y frenar todo eso nosotros. Solo de esa forma conseguiremos la libertad que nos merecemos. Nos viene siempre a la cabeza la típica frase de que “el límite es el cielo”, pero no nos damos cuenta de que vivimos en la tierra, y que aquí y solo aquí tenemos esa capacidad de decisión para vivir de la mejor manera posible, de esa que también nos merecemos. El cielo ahí arriba, lejos, increíblemente lejos de nosotros, y quizá allí no se necesiten límites, pero aquí sí. Tenemos que aprender a frenar de vez en cuando, se pensar en nosotros. No se trata de ponernos límites a nosotros mismos, si tampoco de ponérselos a los demás, sino de poner límites a las acciones que nos perjudiquen, nuestras o de los otros, aquellas que nos impidan ser felices, que nos impidan seguir y ser libres. A veces tan solo hay que poner ese límite, esa pared invisible, y dejar que todo caiga a un abismo. No es bueno que todo siempre cruce y aparezca en nuestro camino.

Yo ya he puesto mis límites. ¿Tú te atreves?


Todos los derechos reservados ©

domingo, 30 de agosto de 2015

¿Y si realmente somos ese destino del que tanto hablan?

Imagen propia
¿Y si eres tú? Sí, ¿y si tú eres mi destino? Habrás oído hablar de ello mil veces, imagino. Aquello de que todo está escrito y de que estamos predestinados a algo o a alguien, de las mil historias que circulan por ahí acerca de que todos estamos conectados por algo que no vemos pero, que con el tiempo, sentimos. Eso de que no hay que buscar, de que viene solo a ti y permanece contigo si realmente es la persona adecuada, si es tu verdadero destino.


¿Y si tú lo eres? ¿Y si todo lo que ha pasado antes en nuestras vidas, tanto lo bueno como lo malo, todas las vueltas y todos los giros que hemos dado, tenían que darse para que ahora tú y yo estemos aquí en este preciso instante? ¿Y si nosotros teníamos que suceder? ¿Y si estamos escritos y dibujados?

Quizá antes, cuando estabas igual de cerca, cuando me mirabas con los mismos ojos y me hablabas de la misma forma, no nos veíamos como destino y, sin embargo, ahora sí, ahora existe esa pequeña gran posibilidad. ¿Qué ha ocurrido de diferente?


Probablemente tenías que ser tú, tenías que estar tú en esos momentos y, si realmente es así, si esto funciona como dicen, tendrás que seguir tú en mi camino, dándome luz con tu estrella, haciendo de vez en cuando de destino para evitar que me pierda, y para evitar perdernos. Porque siempre que se va a cualquier sitio, se encuentra algo; y aunque yo no me haya movido, tú me has encontrado, y yo también a ti, “yo te encontré y me hiciste tan grande”.


¿Y si realmente somos ese destino del que tanto hablan?


Todos los derechos reservados ©

domingo, 12 de julio de 2015

A ti, que todavía estás llegando...

Podría escribir mil cosas de ti, describirte con adjetivos, numerar tus infinitas cualidades, valorarte por tus actos, recordarte por tus palabras… Pero creo que prefiero no hacerlo. A fin de cuentas, todavía estás llegando.

Dicen que las prisas no son buenas, que todo lleva su tiempo y que el mundo no se creó en dos días; tampoco espero crearte a ti en dos días. Por eso prefiero que sigas el camino a tu ritmo, haciendo todas las paradas que te sean necesarias, disfrutando de todas las cosas de tu alrededor, aprendiendo minuto a minuto sin perderte nada. Sé que tu naturaleza curiosa te hará querer descubrir todo lo que hay a tu paso, que querrás saber hasta el secreto más oculto, aunque no lo haya. Que tu carácter soñador y optimista te hará avanzar hasta el final del camino sin rendirte, y yo confío en eso.

Podría haber empezado con una descripción sobre ti, pero yo no creo en los ideales de nada. Simplemente me quedo con tu mirada, sincera y protectora; me quedo con todos los segundos a tu lado, y con todo el reloj, para poder contemplar, uno a uno, todos los que nos quedan. Me quedo con esa sencillez, esa que te hace único, y con esas ganas de comerte el mundo, que entre los dos nos acabamos el plato. Me quedo con tus canciones, esas a las que les pones tú la letra; con tu fuerza ante la vida y con esa sonrisa que ilumina hasta los días más nublados. Pero también me quedo conmigo, con esa sonrisa que me provocan tus palabras, con esa libertad que me concedes siempre, con esas ganas de ser mejor persona, con esas nuevas ganas que me das de querer. Me quedo con todo eso y más, y confío en que no se te olvide por el camino, aunque sea muy largo y quieras abandonar.


A ti, que todavía estás llegando, que haces los días más bonitos “aunque ni siquiera existas y no sepas cuánto vales”.  

domingo, 17 de mayo de 2015

“Del amor como asignatura” a “amar tu caos, pero lejos”

Imagen propia
Esos días en los que necesitas leer algo inspirador, escuchar una canción que te transporte a un lugar exacto o encontrarte con algo que ansías y, sin darte cuenta, aparece. Eso mismo me ocurrió esta semana; justo leí algo que necesitaba, algo que cambió mi forma de ver el resto del día y que, quizá, lo siga haciendo por mucho más tiempo, pues esto se va a quedar conmigo y a mi lado.
Siempre que abres un libro, un periódico, una revista o una carta nunca sabes lo que te puedes encontrar dentro, he ahí uno de los misterios más maravillosos de las letras. Pues en ese misterio estaba yo, hasta que abrí el periódico por una de las páginas y he ahí mi sorpresa cuando vi una entrevista a Albert Espinosa. Leer cada respuesta suya era como sentirte él por un momento, como si tú fueras el entrevistado y tuvieras que responder, pero no las mismas respuestas, no las suyas; las suyas son simplemente geniales.

Hablar del caos como amor o del amor como un caos, de perderse, de la vida, de la muerte, de no tener miedo a nada, de cambiar… Quizá no sabemos aprovechar la vida, o puede que no nos hayan enseñado cómo. Tampoco a amar. ¿Te imaginas una asignatura entera sobre el amor? Pero el amor en todas sus formas y colores, un amor más allá de un simple “te quiero”, una asignatura que no tuviera examen, que ni siquiera hubiera que estudiar, solo aprender, aprender y sentir. Albert Espinosa así lo cree, “Amor, sexo, muerte y música deberían ser la columna vertebral de la educación” y creo que no puedo estar más de acuerdo.

El caos. ¿Qué es el caos? En realidad, todo lo es. Nos pasamos media vida intentando averiguarlo, nos ocurre en todas las ocasiones en las que no sabemos qué hacer y nos sentimos desbordados. ¿Quién no ha pensado alguna vez en escapar? Sí, en escapar muy lejos, ir a un lugar nuevo, lejos de todo lo demás, de la gente, de los ruidos. Albert Espinosa, tras saber que tenía un 3% de posibilidades de sobrevivir a su enfermedad, lo hizo. Se fue “a una isla a morir para aprender a vivir”. Los viajes enseñan muchas cosas, cosas que incluso desconocías de ti mismo, muchas veces una nueva forma de pensar o de mirar, un cambio de perspectiva. Cada persona tiene un caos diferente y no siempre es necesario que los demás lo entiendan. “Si no entiendo a alguien digo: amo tu caos, pero lejos”. Deberíamos hacer lo mismo que Albert Espinosa. No todo en esta vida es necesario de explicar y entender.

El miedo. Tenemos miedo a todo, y es normal. Quizá también debería existir una asignatura sobre el miedo, sobre cómo aprender a controlarlo o a saber sentirlo; sentir miedo de vez en cuando es bueno. En esa isla, Albert descubrió que “los miedos son dudas no resueltas” y una vez resultas esas dudas, el miedo desaparece.

No es necesario alejarse por completo de absolutamente todo, pues cuanto más nos alejamos, más necesitamos compañía. Parece una contradicción, porque justamente nos alejamos para estar solos, pero no. Está bien hacerlo de vez en cuando, salir por una calle, poner nuestra canción favorita a volumen máximo, irnos un par de días a cualquier sitio que elijamos o estar con una sola persona con la que nos sintamos bien al 100%. Esas son bonitas formas de perderse, que no alejarse. “No hay que tener miedo a apartar, la vida es rotar. Hay amores y amistades infinitas, pero también finitas”. Nada más que añadir.

Perderse no es malo, perder a gente que no quiere estar en tu vida, tampoco. Lo verdaderamente malo es no saber encontrarse a uno mismo. Por eso: pierde, aparta, aléjate el tiempo que necesites, vive la vida como quieras, pero siempre sabiendo dónde estás y quién eres. Es fácil encontrarse una vez perdido, pero es difícil volver a ser como al principio. 


Todos los derechos reservados ©

sábado, 9 de mayo de 2015

Somos lo que lloramos

¿Cuántas veces hemos oído eso de “somos lo que comemos”? Infinidad de veces. Y es cierto, somos lo que comemos, pero también somos lo que sentimos, lo que aprendemos, lo que reímos, lo que hacemos, lo que recordamos y, por supuesto, lo que lloramos.
Nadie se ha atrevido a dar una definición exacta de qué es llorar, aparte de la puramente biológica. Podemos llorar de alegría, eso que dicen que es muy frecuente y que definen como la verdadera felicidad. Pues bien, al llorar de alegría, nos estamos definiendo, somos felices en ese momento. ¿Y por tristeza? Igual. Una simple lágrima nos puede mostrar al mundo tal y como somos. Y sí, muchas veces ese mundo está equivocado al pensar que llorar es malo. Puede que suene muy pomposo aquello de “llorar libera el alma” o “lloramos porque hemos sido fuertes demasiado tiempo”, pero en cierta medida es verdad. No sé si libera el alma, porque realmente no sé qué es el alma, ni dónde está ni cómo se usa, ni siquiera sé si tenemos; tampoco sé a qué se refieren cuando dicen que una persona es fuerte o no. ¿Qué define la fortaleza? Quizá sean cuestiones que nadie se ha parado a pensar, o que han pensado demasiado y nadie ha llegado a una conclusión exacta. Puede que también sean conceptos relativos, eso de que a cada persona le parece una cosa debido a sus experiencias en la vida. Tal vez el alma también sea un concepto relativo.

Salgámonos por un momento de lo literario y vayamos a lo demostrable, a eso que llaman “científico”. Pues bien, diversos estudios, así como la rama de la Psicología han descubierto que llorar es beneficioso para la salud, pues tiene un efecto de calmante natural. Hasta ahí, todo normal. Pero han ido a más y aseguran que “es crucial que desde la infancia se eduque a los niños para que expresen sus sentimientos, sus emociones y lloren”. ¿Dónde está toda esa gente que asegura que llorar es malo? Llorar no es sinónimo de tristeza, ni una persona que llora tiene depresión ni es extremadamente sensible, al igual que una persona que ríe en todo momento no es más feliz que los demás. No impidas a nadie llorar, déjala ser libre; simplemente, quédate a su lado y contempla cómo es realmente, pues somos lo que lloramos.


Y ahora, dejemos lo “científico” de lado y vayamos a lo literario. Porque cuando se sentó a mi lado y comenzó a llorar, lo pensé. Puede sonar muy pretencioso, pero vi a la persona más bonita del mundo mientras sus lágrimas bañaban sus próximas ganas de reír. Y fue increíble, Y nunca lo olvidaré.  

domingo, 26 de abril de 2015

¿Amor por elección o amor por necesidad?

Una vez leí por ahí que “la mejor manera de ser feliz con alguien es aprender a ser feliz solo; así, la compañía es una cuestión de elección y no de necesidad”, y me pareció tan cierto que la aplico como si fuera una especie de filosofía de vida. Las profesiones, las amistades, las viviendas, las ciudades, las comidas, las tiendas, la religión, la ropa y los amores son elecciones que cada persona hace de acuerdo a su forma de vida, a sus creencias, a sus gustos y a su visión de presente y/o futuro; el amor también. Desde bien pequeños hemos estado influenciados con historias, películas, familiares… acerca de la postura frente al amor. Hemos aprendido o nos han enseñado que es algo imprescindible en nuestra vida, que no estaremos completos hasta que no encontremos a esa “mitad” que anda por el mundo buscando a alguien como nosotros para que le complementemos, cuando realmente nada de eso es cierto. Cada uno de nosotros hemos nacido enteros, por tanto, la otra persona también lo estará. No se trata de encontrar tu otra mitad, sino de encontrar a alguien tan entero como tú. Y ni siquiera es algo imprescindible.

La vida es maravillosa cuando no se complica, y las personas lo hacemos por puro placer. Es tan sencillo como que, cuando alguien necesita estar constantemente en pareja, es porque realmente no es capaz de ser feliz solo, y eso es grave. No eligen la compañía por elección y ni siquiera ya por necesidad, sino por una obligación impuesta por ellos mismos. No puedes quedarte con la primera persona que se cruce en tu camino simplemente por no estar solo, ni buscar rápidamente a otra cuando hayas terminado una relación, pues de esa forma solo conseguirás demostrar que no eres capaz de ser feliz solo y que tampoco las has olvidado.

Haz de tu vida una completa libertad, también cuando dejes entrar a otra persona. No es necesario compartir tus ideas, tus momentos, tus pensamientos y tus sueños siempre con alguien más. Aprende a hacerlos tuyos, solo de esa forma podrás verdaderamente compartirlos. No es cuestión de imitar a los que te rodean, todos ellos que parecen felices a ojos de los demás, pues dicen que cuanto más encierras a un animal, más ganas tiene de escapar. Quizá algunas cosas están hechas para no ser cumplidas, simplemente no se tienen que dar, y eso no es bueno ni malo, pues solo tú tienes ese poder de elección.


Todo en la vida son elecciones, no hagas de lo más mínimo una necesidad. Alégrate cuando te elijan, pero también cuando no lo hagan, pues así solo sabrás que esa persona busca a alguien completo, y no a una simple mitad.


Todos los derechos reservados ©

viernes, 17 de abril de 2015

Solo se trataba de salirse del camino

Has visto amor en inocentes miradas,
Puerto de Valencia/ imagen propia
incluso en aquellas que piensas
que no dicen nada.

Pero en algún instante has mirado al cielo,
y lo has pensado:
¿Qué hubiera pasado si no hubiera abandonado?

Si hubiera seguido a su lado,
si las mañanas se hubieran iluminado
tan solo con escuchar su voz.

Si hubiera invertido mi tiempo en el suyo,
si no hubiera esperado a ese "mañana",
si hubiera cambiado su mundo en tan solo un segundo.

Pensamos y soñamos con cruzarnos,
sabiendo que, quizá, no sea lo correcto;
que la primavera se fue y no nos esperó,
que el verano nos encontró y nos separó.

Que las flores no duran para siempre,
ni los besos eternamente;
que el amor es un juego de niños
donde más de uno hace trampas y acaba ganando,
que los buenos siempre pierden.

Y es entonces cuando se rompen los pasos,
los tiempos y los guiones;
cuando no quieres más aire que el tuyo,
cuando miras de frente y encuentras el sentido.

Y al final te da cuentas:
no importaba el destino.
Tan solo se trataba de salirse del camino.


Todos los derechos reservados ©

sábado, 11 de abril de 2015

Cuando no sabes qué camino escoger...

Oceanografic de Valencia / imagen propia 
Cuando creemos saber las respuestas, nos cambian las preguntas, y cuando creemos saber qué camino escoger, nos paramos de repente. ¿Por qué? ¿Es que acaso no estábamos plenamente seguros de que ese era el que queríamos? Cuántas veces no ha pasado eso… Ante una persona, un trabajo, un compromiso, una carrera, o una simple tontería. Es como en las típicas películas americanas, cuando hay mil carteles que llevan a direcciones opuestas y el protagonista se queda perplejo sin saber hacia dónde ir, mirando atentamente las direcciones pero sin saber qué escoger.

Nosotros funcionamos de igual manera. Estamos plenamente seguros de ir de frente que, curiosamente, al igual que la derecha y arriba, siempre son los más elegidos. ¿Qué le ocurre a la izquierda para no ser escogida ante una bifurcación? ¿Y por qué las escaleras hacia abajo siempre nos dan mal rollo? ¿Por qué preferimos ir de frente a dar la vuelta? Quizá porque lo relacionamos con estados de ánimo, películas, etc. Subir significa llegar siempre a un lugar más alto, con mayor libertad, un sitio desde el que se puede contemplar todo; bajar, en cambio, significa caer, llegar a un lugar profundo, sin salida, del que puede costar salir y ver la luz. La derecha y la izquierda supongo que se deberá a la costumbre de cada persona.

Lo que no sabemos es lo que pasa por nuestra cabeza en el momento justo en el que cambiamos de idea, de camino. ¿Influyen los sentimientos y las emociones? Quizá influimos nosotros mismos en nosotros mismos. Sí, puede parecer complicado al principio, pero somos nosotros los únicos que decidimos cambiar de camino, lo demás son solo factores externos, y solo nosotros aceptamos que infieran o no. Haz la prueba: en una situación cualquiera, ponte en una calle que tenga dos bifurcaciones y que las conozcas muy bien, o eso creas. En un primer momento vas a tener muy claro por cual vas a ir pero, inexplicablemente, vas a cambiar de idea y vas a coger el otro. ¿Por qué? Porque por tu cabeza va a aparecer la curiosidad de saber qué hay en la otra, aunque la conozcas perfectamente.

Eso mismo ocurre en miles de situaciones más, y cómo no, en el amor. ¿Qué camino coger? Izquierda: Olvidar. Derecha: Seguir un poquito más. Tienes muy claro que vas a coger el de la izquierda, pero el de la derecha ronda mucho por tu cabeza. Y al final, coges el de la derecha.

Cojas el camino que cojas, camina los kilómetros que quieras caminar, pero siempre seguro de tu elección. Disfruta del paisaje, respira el aire, deja que el sol bañe tu piel, mójate con el agua y haz amigos si te los encuentras, pero siempre tranquilo y seguro, pues tu decisión es la correcta. Y si no, siempre puedes retroceder. Al igual que bajar, no siempre es algo negativo.

Y cuando no sepas qué camino elegir, solo respira y cierra los ojos, realmente tienes claro cuál es el que quieres seguir y por cuál no volverías a pasar. O, simplemente, salte del camino establecido.


Todos los derechos reservados ©

domingo, 5 de abril de 2015

Nos cansamos de aprender a olvidar

Alguien me dijo alguna vez que lo mejor que tiene el ser humano son sus conocimientos, algo que le hace progresar, elegir, rechazar, querer, odiar, ir de un lado a otro, ser libre… en fin, vivir. Es cierto, saber mucho sobre algo nos hace saber más sobre el mundo, sobre lo que nos rodea día a día, pero no siempre nos hace libres del todo. Aprender nos hace ser esclavos de ello. ¡Qué paradoja! Pero es realmente así, somos esclavos de todo lo que sucede, necesariamente tenemos que saber sobre todo y sobre todos, y nos sentimos tremendamente pequeños ante algo que desconocemos. Podríamos decir que aprender es tener seguridad, y no saber nada nos hace ser inseguros. Por tanto, y llegando a la conclusión final, aprender es bueno.

Pero, ¿es siempre bueno? A veces nos cansamos de aprender sobre diversas materias, nos cansamos de aprender a querer, y también de aprender a olvidar. Esos dos últimos términos tan opuestos realmente son muy parecidos. Si nos cansamos de aprender a querer es porque en algún momento anterior no ha tocado aprender a olvidar, e inevitablemente, si nos hemos cansado de querer después nos tocará volver a aprender a olvidar. Y así nos pasamos la vida, quizá sin pararnos a pensar en ello.
¿Y cómo se aprende a querer? Veintiún siglos después y nadie ha dado una respuesta fiable y certera. El amor es un conocimiento más y como tal lo aprendemos, igual que aprendemos a leer con cinco años, a obedecer a nuestros padres cuando nos dicen que miremos antes de cruzar, cuando nos enseñan la tabla de multiplicar, etc. Todo eso, aunque creamos lo contrario y no nos acordemos por el tiempo que ha pasado, lo hemos ido aprendiendo, no hemos nacido con ello. Por tanto, también aprendemos a querer. Probablemente es algo que esté determinado biológicamente, que seamos seres que poseemos la cualidad del amor en sus distintas vertientes, pero también somos nosotros mismos los que lo vamos aprendiendo a lo largo de la vida, y como tal conocimiento aprendido podemos rechazarlo o elegirlo. Algo utópico es creer que todas las personas queremos de la misma forma y con la misma intensidad.


¿Y a olvidar? Exactamente igual. Es otro conocimiento aprendido más. Venimos haciendo eso desde pequeños aun sin darnos cuenta. Nos olvidamos de los juguetes de los reyes pasados, de los amigos que se han ido a vivir a otra ciudad, de los compañeros de colegio que quedaron en cursos atrás, del tema 2 de Ciencias Naturales tras el examen, de ponernos el abrigo en el recreo aun cuando mamá nos lo ha dicho cien veces por la mañana antes de salir de casa. ¿Alguien se acordó de todo eso en el momento que ocurrió? ¿Nos acordamos ahora del tema 2 de Ciencias Naturales? ¿Y de la teoría del examen de hace 2 meses? Nadie se ha quejado de su amigo que se fue a vivir fuera, ni de los juguetes del año anterior; simplemente quedaron olvidados. ¿Por qué dicen que es difícil olvidar?

No nos quejamos de aprender ni de olvidar, simplemente es que estamos cansados. Nos cansamos de estudiar el tema 1, el 2 y el 3 de Ciencias Naturales, nos cansamos de que nos digan siempre que nos pongamos el abrigo cuando solo tenemos ganas de sentir el viento o los rayos de sol, nos cansamos de que nos regalen miles de juguetes que ni siquiera hemos pedido y que justo el que realmente nos hubiera hecho felices no estuviera entre los paquetes, nos cansamos de que aquella persona que tanto nos quería se fuera, y la siguiente que vino también. Nos cansamos de pensar que, después de esto, tocará aprender o volver a olvidar.


Todos los derechos reservados ©

domingo, 22 de marzo de 2015

Respirar tus calles


Pasear entre tus calles, tan llenas de gente,
tan llenas de brillo como tú, tan resplandecientes.
Respirar el mismo aire que tú hace tiempo,
fijar la vista en tu cielo y su color.

Volver a sentir cada ola, cada granito de arena,
cada rayo de sol,
que viene y va, y se desvanece;
como que quiere quedarse, pero desaparece.

Tocar tus rincones, tus paredes,
las esquinas donde, no hace mucho,
reías con la misma intensidad que lloras ahora por estar lejos;
y lo siento como si estuvieras delante.

Siento que se para el tiempo,
que no ha corrido desde entonces,
que se puede volver atrás,
que esas mismas calles por donde piso ahora,
siguen siendo nuestras.

lunes, 9 de marzo de 2015

Siempre tuyo, de ti, por ti y para mí

¿Recuerdas esta época? Este casi inicio de primavera, el sol y nosotros tan cerca aunque no lo supieras. Sigo echando de menos cuando venías por detrás y me dabas esos pequeños sustos, esas risas tan altas y tan fuertes, y tan tuyas; tus cosquillas, tu brillo cuando te daba el sol y estabas cerca, todo tan claro, tan incontrolable. Sonaba a comienzo, estábamos más cerca de eso que del final, aunque ni siquiera creyeras posible el inicio. 

Tus prisas por ir más despacio, o tu lentitud por ir más deprisa, tus intentos de algo, simplemente por estar cerca; tus palabras tan tranquilizadoras, aunque a veces ponían de los nervios. Mis ganas de verte y las tuyas, las de los dos. Porque nunca pensé que lo mismo que nos unió nos pudiera separar así, de esta forma: nunca pensé que fueras tú quien lo uniera y lo separara a partes iguales. Porque nunca pensé que me fuera a costar tanto despedirme, que te iba a querer de esa manera.

Te debo cada palabra, cada frase, cada rima, y si te pones, hasta cada lágrima. Todo seguirá siendo siempre tuyo, de ti, por ti y para mí. Y aunque los pasillos separen, las puertas se cierren fuerte, las escaleras se dividan en dos y el camino desde un punto hasta el otro lo haga sola y sin tus pequeños sustos, seguirá siendo tuyo. Seguirás siendo tú aunque no lo creas. Quizá esperabas más. No creas que no lo he pensado muchas veces, puesto que siempre se espera más, pero a veces lo corto y lo intenso cuenta más. Al menos, ya que no te quedaste con mucho más, quédate con esto. Es para ti.


Porque marcaste un antes y un después. Y, quizá, un poquito de ti siga siempre ahí.


Todos los derechos reservados ©

viernes, 27 de febrero de 2015

Con el rojo de mis labios...














Paseamos sobre aceras, sobre vías, sobre caminos y direcciones;
perseguimos sueños, personas, objetivos, y nos imponemos presiones.
Dominamos un mundo que no es tuyo,
Imagen propia
ni mío,
pero del que nos cuesta separarnos,
igual que del abrigo cuando tenemos frío.

Vemos pasar la vida en diapositivas,
buscando el botón de pausa,
el de retroceder una más, o todas,
el de volver al principio o al final,
y cansa.

¿Qué quieres que te diga, si hasta las sonrisas
engañan?
Que de caricias se derriten y hasta los espejos
se empañan.
Que los trenes no esperan, pitan y avanzan,
que cambiar el tiempo consiste en levantarse de
la cama,
de pintar el cielo con el rojo de mis labios,
y hasta tu cuello si me dejas,
y compruebas su eficacia cuando la pasión nunca
se sacia.
Que con el rojo de mis labios te dibujaré corazones,
que ni los versos de Shakespeare te provocarán más sensaciones
que la de mis besos sobre tus guiones.

Y es entonces cuando le pongo principios a tus finales,
atrévete, yo sigo tus pasos,
así que, no tengas tengas miedo,
¿vale?


Todos los derechos reservados ©

viernes, 20 de febrero de 2015

Se te ve la ambición en los ojos

Se te ve la ambición en los ojos. Como cuando un lobo está al lado de su presa, esperando ansioso el momento en el que acabe exhausta de correr y aproveche para comérsela. Lo mismo te ocurre a ti cuando estás enfrente. Es inevitable no mirarte a los ojos y ver tus intenciones, que se van resbalando sin que te des cuenta. Eres como ese lobo; esperas paciente el momento de atacar cuidadosamente, en silencio, pero con todo el peligro del mundo. Te acercas, observas el terreno al detalle, y esperas. Ni siquiera se te nota el miedo. Te quedas ahí, de pie, quieto, pensando a gran velocidad cuál va a ser tu próximo movimiento, tanteando las circunstancias, jugando con las palabras, disimulando y acercándote más. Fingiendo una dulce sonrisa tan incierta como que el cielo tiene límite, pero por dentro tan frío que tu corazón se ha convertido en un iceberg.


Te vuelves a acercar, otra vez la ambición se refleja en tus ojos, y doy un paso atrás. Creo parecerme a esa oveja asustada que es consciente de la realidad y su destino, que de un momento a otro va a ser comida por el lobo. Dices que eres así, que en verdad no te conozco, que tengo una idea equivocada de ti, pero que tú lo sabes todo, o casi todo; que no es suficiente esa habitación repleta de sillas y mesas, que quieres salir, que quieres que vaya contigo, de tarde o de noche, pero que vaya. Ahí no pude ver tus ojos, pero podría asegurar que estaban incendiados, que las llamas ocupaban el 100% de tu iris, que tiene una tonalidad más clara de como me la imaginaba. Aunque ni siquiera seas del signo fuego, a veces quemas, o intentas quemar, y quemarme.


Ambición, qué bonita palabra. Equiparable para mí a la libertad, una razón de poesía, de versos, de párrafos, pero en tus ojos queda verdaderamente extraña. Ese deseo ardiente de poseer. Tengo razón entonces cuando aseguro ver fuego en ti y en tu mirada, es ese deseo ardiente de poder, de amor, de obtener casi cualquier cosa a casi cualquier precio. Y, posiblemente, ahí entre yo, en “casi cualquier cosa”, pero no a casi cualquier precio. Eso no. Eso nunca. Sigues sigiloso como el buen lobo que eres, pero la oveja se ha dado cuenta. La oveja se ha vuelto ignífuga, y ni siquiera tu ambición va a poder con ella.


Todos los derechos reservados ©

sábado, 24 de enero de 2015

La Generación del Vacío

Dicen que somos la generación del “vacío”. Tenemos miedo a ese vacío, a quedarnos solos, a no tener novio/a mientras todos nuestros amigos sí lo tienen, a que nadie nos quiera o no saber querer a nadie,  a tener una discusión tan fuerte con alguien de nuestro alrededor que acabe con esa amistad y que sea imposible arreglarlo, ese miedo a fracasar, ese miedo a no sentirnos valorados, a hacer cosas por los demás y que no se den cuenta, miedo a no sonreír en las fotos y que piensen que nuestra vida es una mierda, miedo a que sepan de nosotros más de la cuenta y luego lo utilicen en nuestra contra, miedo a no confiar o a confiar demasiado. Tenemos miedo a no ser mejores, a no superar límites, a caer. A caer a ese vacío. Tenemos miedo al miedo.

Somos la generación de un vacío que intentamos llenar con lo que sea, cuando sea y como sea. Necesitamos a nuestro alrededor a miles de personas que nos demuestren su amor, su cariño y su comprensión, novios/as, uno tras otro. Si no funciona con este, por probabilidad tiene que funcionar con el siguiente, porque sí, porque lo necesito. ¿Realmente se necesita? El amor es una cuestión de elección y no de necesidad. Ahí está uno de los errores. El vacío con eso no  se llena. ¿Qué más? Si me siento genial conmigo mismo y muestro a los demás lo increíblemente fantástico que soy y todo lo que tengo, ¿me voy a sentir mejor y más lleno? Error. Para sentirse bien con uno mismo no hace falta mostrar, aparentar ni creerse el mejor. Sentirse bien con uno mismo es una de las claves para llenar un vacío.

Somos la generación de los poemas tristes y reflexivos, de los textos de auto-ayuda, de la llamada “Acción Poética” y de los versos en las aceras de Madrid, de las canciones de rap de amor, de los cantautores emocionales, de Pablo Alborán, de Dani Martín, Adele, Amaia Montero etc. Aquellas que te pones cuando más triste estás. Somos la generación melancólica por excelencia. Hablamos de que el amor está en el aire, de la distancia como dolor máximo, de las citas en Starbucks, de las fotos absurdas, de los “te echo de menos” cuando no has visto a esa persona en unas horas y pareciera toda la vida, de los veranos que no son auténticos veranos si no vas a la playa con esa persona y te haces mil fotos de besos, caricias y postureo para inundar todo tu Instagram de “me gustas”. Pero, sin embargo, hay vacío en todo ello. Y tenemos que aprender a llenarlo. Quizá la próxima generación, con un poco de suerte, será la generación del” lleno a rebosar”.

No digo que generaciones anteriores no hayan sentido ese vacío, pero han sabido guardarlo muy bien. Esta es la “Generación del Vacío expuesto en escaparates”.


Todos los derechos reservados ©

viernes, 9 de enero de 2015

Miradas

Dicen que mirar detenidamente a algo o alguien es increíble, y es cierto. En un momento se pueden aprender mil cosas y se pueden sentir otras tantas. Ayer, como cada día después de clase, cogí el metro para volver a casa. Bajando las escaleras hacia el andén me encontré de frente con la típica pareja de súper enamorados a los que les cuesta la vida despedirse, aunque lleven juntos todo el día y se vayan a ver mañana otra vez. Besos y mil besos después, se separaron. Cada uno iba por un camino distinto, y volverían a estar el uno frente al otro pero en andenes distintos y en direcciones opuestas.
Me fijé especialmente en las últimas miradas que se echaron. Ya estaban separados y cada uno por su camino, pero aún se daban la vuelta para comprobar que el otro iba bien por su lado. Él ya se había girado para bajar por las escaleras, pero ella volvió a mirar.

Era una mirada tan tierna que mostraba perfectamente el amor que sentía por el chico que se acababa de ir. Incluso se podía leer el pensamiento de esa chica simplemente en sus ojos, era como una especie de: “No te vayas, que ya te echo de menos”. Se había ido una parte de su vida, o su vida entera; una parte de su corazón, o su corazón entero. Una leve sonrisa y giró la cabeza para continuar hacia su destino. Me quedé realmente fascinada con eso. Para mi sorpresa, justo antes de bajar por las escaleras, el chico giró la cabeza como buscando a la chica que se acababa de ir, quizá fue un acto involuntario, pero lo hizo. No me fijé en si ambas miradas se encontraron de nuevo, pero fue una verdadera conexión. Probablemente en la mirada de aquel chico también se podía leer a la perfección lo que significaba esa chica, una especie de: “¡Cuantísimo la quiero! ¿Cómo es posible estar tan enamorado? Ya quiero que sea mañana para poder estar otra vez con ella, ¡malditos andenes contrarios!” Me pareció tan sumamente bonita aquella escena que en mi cabeza pensé que eso podría tratarse de un corto al que llamaría “miradas”, pero como a mí no se me da bien dirigir, al menos lo podría escribir, o describir, y podría quedar una preciosa historia de conexión visual.


Es verdad que con eso de mirar se pueden aprender cosas, muchas cosas. Cuando estés perdido, mira dentro; cuando sepas el camino, mira de frente; cuando no sepas qué hacer, solo mira. A lo mejor encuentras la respuesta a eso que buscas. Y si no, siempre te quedará escribirlo. Solo mira.

Y qué mejor que acabar con unas palabras del gran Paulo Coelho: “Podemos tener todos los medios de comunicación, pero nada, absolutamente nada, sustituye la mirada del ser humano”.

Todos los derechos reservados ©

viernes, 2 de enero de 2015

Destino selectivo

"Destino selectivo". Me parece un buen concepto. Es de esas cosas que se te ocurren por la noche mientras estás en la cama mirando al techo pensativo, recordando tiempos pasados, buenas anécdotas, finales alternativos, nuevas historias, etc. En fin, esos momentos tan típicos de por la noche. Y aparece el destino. Esa palabra que está presente en todos los momentos de la vida, y que, quizá, deberíamos dejar de lado en tantos otros.


Me dio por pensar en un "destino selectivo". El destino es el que elige por nosotros, o eso piensa la mayoría (equivocados). Pero el destino también se puede salir de su camino (porque el destino, que nunca se equivoca, tiene que tener un buen camino lleno de señales para siempre hacer lo correcto, ¿no?) y puede hacer otras cosas. Puedes pensar y estar casi seguro de que una persona no es tu destino, pero, pasado el tiempo, puede que ese pensamiento cambie cuando vuelva a aparecer en tu vida; o sin irse, ver miles de millones de señales que te sigan llevando a ella aunque pienses que no.

Luego está esa típica reflexión, la cual no tiene respuesta y te sigue llevando a más preguntas. ¿Te imaginas que tú eres el destino de una persona pero esa persona no es tu destino? Eso es el destino selectivo del que hablo. El destino no es únicamente que ambas personas estén "predestinadas"; también se puede dar esa "selectividad". Sería realmente curioso ser el destino de alguien, ¿nunca lo has pensado? ¿Se nota? ¿Se siente? ¿Te pasa algo fuera de común cuando conoces a alguien y piensas que es tu destino? [Aquí iría la respuesta de alguien que verdaderamente haya encontrado a su querido destino]. ¿Y cómo sería al contrario? Saber que esa persona no lo es. Da miedo pensarlo. A lo mejor, muchos de nosotros nos encontramos en ese "destino selectivo".

Somos el destino de alguien que no lo es para nosotros. ¿Qué se hace en esos casos? Yo me pararía a pensar: si es lo que realmente quiero en mi vida, es lo que me hace feliz, es mi luz, ¿para qué quiero destino? Quizá ese tren con dirección "Destino" pueda esperar.

Todos los derechos reservados ©
/