sábado, 29 de octubre de 2022

Elin Cullhed, autora de 'Euforia', una novela sobre Sylvia Plath: «He aprendido a quererla»


Con ese pensamiento y esa declaración se ha quedado Elin Cullhed, la autora de Euforia, una novela sobre Sylvia Plath que presentó el miércoles 26 de octubre en la librería Amapolas en octubre (librería que cogió prestado su nombre, precisamente del título de un poema de Plath) acompañada por la traductora de la novela, Ainize Salaberri, aprovechando la celebración del 90º cumpleaños de la escritora norteamericana.

Una novela que comienza con una lista de 7 razones para no morir escrita por una ficticia –aunque, en cierta parte, real –, Sylvia Plath. Una artista poderosa, con temperamento, a la que ha costado sacar de las sombras, del drama y de la imagen de poeta suicida. Una mujer que puso de su parte para aferrarse a la vida, que era capaz de disfrutar y de reír, que había visto cumplido su sueño de ser madre.


Elin Cullhed en la presentación de Euforia


Ya nos avisan desde el principio: «Euforia es una ficción sobre Sylvia Plath que no debería leerse como una biografía. Los episodios y personajes del libro, aunque coincidan con la realidad, se han convertido en ficción y fantasía literaria en el contexto de la novela. Por lo tanto, Sylvia Plath también se ha transformado en esta obra en un personaje de ficción». 

Esta historia no nos descubre nada nuevo, eso es cierto, pero devuelve la voz a la Plath de su último año de vida, el peor. El año de su segundo parto, de su abandono, del frío invierno inglés, de su divorcio, de su papel de madre en solitario, de sus problemas económicos; de la inminente publicación de su primera y única novela, la que iba a desenmascarar a su entorno, que se vería representado en sus personajes. Una campana de cristal que mostraría la verdadera cara de su madre, sus pensamientos y sentimientos hacia Ted Hughes; sus intentos de suicidio, sus problemas psicológicos, sus planes de vida alejada de parejas, matrimonios e hijos. Una Esther Greenwood más libre que su creadora. Un cristal que separaría la realidad de la ficción, pero solo a medias.


Libros de Sylvia Plath en Amapolas en octubre


No nos descubre nada nuevo, pero reivindica, una vez más, la desigualdad. El marido poeta y exitoso; la mujer madre y cuidadora. El marido que viaja a Londres y se desenvuelve en la sociedad literaria del momento, que escribe y lee poemas para la BBC; la mujer que piensa en qué comida hacerle a sus hijos teniendo 39º de fiebre. El marido que encuentra sustituta a su mujer, a la que ya no ve atractiva tras dar a luz a su segundo hijo. El marido deseado por otras. El marido maltratador. El padre ausente. La oscuridad.

¿Fue Ted Hughes la verdadera oscuridad de Sylvia Plath? ¿Por qué ella ignoró todas las señales? ¿Por qué continuó con él a pesar de describir en sus cartas y diarios a un Ted absolutamente terrible? Durante su adolescencia y juventud, Sylvia había tenido varios novios, pero ninguno de ellos cumplía con los requisitos. Todos eran débiles, inferiores. Sylvia quería la perfección, la excelencia, el poder, la protección y la seguridad. Ted Hughes cumplía todo aquello. Era físicamente más grande que ella, era guapo, era inteligente y era poeta. Pero también era destructivo, desafiante, vehemente, superior y acusatorio. Un personaje secundario en la novela que fue el principal en la vida y en el declive de Sylvia.

Un declive que comenzó ese último año, cuando tuvo que hacer frente a un post-parto, a un bebé recién nacido, a una hija de dos años, a un marido infiel, a una casa en el campo de una ciudad y en un país que no le pertenecían, a una crisis económica, a la búsqueda de un piso, a una mudanza, a una absoluta soledad, a una gripe y a uno de los inviernos más fríos. Un año de euforia, los meses de mayor producción literaria, el año de finalización de La campana de cristal, que vería la luz en enero de ese año bajo un pseudónimo.


'Euforia' de Elin Cullhed


La maternidad siempre fue muy importante para Sylvia Plath y vio cumplido su deseo con el nacimiento de Frieda y de Nicholas. Un deseo que cumplía, asimismo, una doble función. Por una parte, había cubierto su necesidad de ser madre; y por otra, había cumplido con lo que la sociedad (y su madre) esperaban de ella. Ya era esposa y madre. Había sido capaz de formar una familia feliz, de comprar una casa en el campo, de plantar flores, de cuidar del jardín, de hornear pan, pasteles y asados; de hacer comidas familiares y de recibir visitas. Había conseguido crear a su alrededor, nuevamente, otra campana de cristal que la aislaba por completo del mundo, como esa casa de campo a las afueras, alejada de la civilización, que se convirtió en su peor pesadilla. Un cristal tan duro y tan opaco que ni siquiera permitía traspasar la felicidad, que consumía sus fuerzas y su energía. Un cristal que acumulaba y dejaba sin oxígeno, como si tapase la llama de una vela, y que acabó estallando, finalmente, ese fatídico 11 de febrero.

«Ted era historia, había sido barrido como un trozo de alga en una zona de la playa. Arrastrado hacia el océano. Yo era el océano. Yo era las olas. A él se le había olvidado. Yo era el futuro. Lo llevaba en el pecho. Yo era el tiempo, era la vida misma, era la madre primordial, era la que cuidaba a los niños».

Esta historia no nos descubre nada nuevo, pero nos ayuda a comprender mejor a Sylvia Plath, nos permite escuchar su voz, nos permite sentirnos identificadas, como le sucedió a Elin Cullhead; nos permite acompañarla en el momento en el que más hubiese necesitado ese abrazo y esa compañía. Nos ayuda a completar los huecos de ese último año que Ted Hughes se encargó de borrar al hacer desaparecer las cartas y los diarios de esos últimos meses, como si nunca hubieran existido. Como si Sylvia Plath hubiese estado ausente, como si esos días eternos, fríos y solitarios estuviesen congelados en el tiempo. Como si nadie hubiese sido testigo del silencio y el dolor de una chica de 30 años. Como si el estallido del cristal no hubiese resonado a kilómetros de allí.

Esta historia no nos descubre nada nuevo, pero nos enseña a comprender y a querer (aún más) a Sylvia Plath.

«Así es como empiezan a quererte profundamente: pensando en la abundancia, sin obsesionarse con las injusticias pasadas, tomando vitaminas y manteniéndote sana, durmiendo mientras los niños duermen. Así es como te aman profundamente: esperando tu momento, escribiendo tus poemas, siguiendo tus rutinas, intentando dar con la forma de quererte».

Brindamos por ti, Sylvia. Te tenemos muy presente. 



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