miércoles, 1 de abril de 2020

La pandemia que acabó con la vida de tres hermanas


La epidemia de tuberculosis en Europa fue tan letal que se dice que ha sido y sigue siendo una de las principales causas de muerte a lo largo de la historia de la humanidad. Se suele señalar el siglo XVII como el comienzo, pero continuó durante 200 años hasta la actualidad. Conocida, entre otros nombres, como Gran Plaga Blanca, la muerte por esta enfermedad era inevitable.

En el siglo XIX, la tuberculosis se consideró una enfermedad “romántica”, refieiéndose a ella incluso como "la enfermedad elegante". Las mujeres consumían grandes cantidades de vinagre y agua con el objetivo padecer anemias hemolíticas, que destruyeran los glóbulos rojos de la sangre y volvieran la piel blanca y pálida. También se mitificó a la tuberculosis y se dijo de ella que provocaba altos picos de imaginación y agudizaba la creatividad, sobre todo en las últimas fases de la enfermedad y cuando más próxima estaba la muerte. Muchos escritores murieron  a causa de la plaga blanca, como Chéjov, Kafka o Bécquer, y compositores como Chopin. Y también acabó con la vida de tres hermanas, tres promesas de la literatura inglesa que, aunque vivieron poco tiempo, dejaron una huella imborrable en la historia.


Charlotte Brontë (1816-1855), Emily Brontë (1818-1848) y Anne Brontë (1820-1849)  no eran de su época. Aunque habían nacido a principios del siglo XIX, ni su mentalidad ni su comportamiento se correspondían con lo establecido en ese momento. Eran inteligentes, cultas, educadas, rebeldes, inconformistas y un modelo de mujer nada convencional a lo esperado. Aunque tuvieron que hacer frente a una vida de desgracias, incluidas las suyas propias.


Hermanas Brontë


Emily Bronté
Hijas de Patrick Brontë, un reverendo anglicano intelectual pero modesto, tenían otros tres hermanos más. Siendo ellas pequeñas, su madre falleció de tuberculosis, y poco tiempo después también lo hicieron las otras dos hermanas mayores a causa de la misma enfermedad, por lo que el padre se tuvo que hacer cargo de ellas tres y de la gran promesa de la familia, el pequeño Branwell. Los cuatro niños crecieron libres, leyendo y escribiendo durante todas las horas del día. Se dejaban llevar por los poemas de Walter Scott y Lord Byron, escritores nada convencionales para esa época, y mucho menos para muchachas de su edad. Sin duda, era una familia atípica para la época victoriana, ya que las mujeres se casaban muy jóvenes y se dedicaban al hogar y al cuidado de los hijos, muy pocas escribían, leían o trabajaban en otros oficios, y muchas menos eran las que estudiaban. Se dice que las tres hermanas no eran muy agraciadas físicamente y tampoco contaban con una gran dote que ofrecer a sus futuros maridos, ya que solamente vivían del poco dinero que recibía su padre como párroco de la iglesia. Ante la escasez económica y las pocas posibilidades de poder estudiar fuera, las hermanas Brontë se dedicaron a la enseñanza, trabajando como profesoras en diversos internados e institutrices de los hijos de familias adineradas. Pero solamente dos de ellas, Charlotte y Anne, ya que Emily tenía una salud más delicada que le impedía alejarse de casa, además de tener un carácter más sensible y solitario que sus hermanas.

Branwell Bronté
Sin duda, los ojos estaban puestos en la aparente gran promesa de la familia, el único hijo varón. Branwell, al igual que sus hermanas, era inteligente, buen estudiante y tenía talento para la música, la pintura y la poesía. Sin embargo, según iba pasando el tiempo, la esperanza también se  iba agotando, ya que la vida del muchacho comenzó a fracasar, lo que le llevó a refugiarse en el alcohol y en la drogas. Se volvió un consumidor frecuente de opio y comenzó a tener conductas violentas con sus hermanas, por lo que Charlotte tuvo que descartar la idea de montar una escuela en casa.


Charlotte y Anne no se sentían valoradas como institutrices, ya que eran consideradas de clase inferior entre las familias ricas para las que trabajaban. Emily, en cambio, había preferido quedarse en casa cuidando de su padre, y ocupando su tiempo con lo que mejor sabía hacer: tocar el piano, escribir poesía y estudiar idiomas.

Ante toda esta situación caótica, las tres hermanas decidieron publicar todos los escritos que tenían, no solo para cumplir su sueño de convertirse en escritoras, sino también ante la necesidad económica que estaban padeciendo. En 1846, y bajo los pseudónimos masculinos de Currer, Ellis y Acton Bell, publicaron una selección de poemas. Aunque en un primer momento tuvo buena crítica, solamente consiguieron vender un ejemplar. Sin cesar en su intento de adentrarse en el mundo literario, Charlotte animó a sus hermanas a probar suerte con la novela, un género mucho más atractivo, tanto intelectual como económicamente.



Agnes Grey (Anne Bronté)
Durante el año 1846, las tres hermanas permanecieron encerradas en el hogar familiar, donde dedicaban todas las tardes a escribir en secreto. En el pequeño comedor de la vivienda se fraguaron tres de las historias más importantes de la literatura: Jane Eyre, de Charlotte Brontë; Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; y Agnes Grey, de Anne Brontë. Siempre utilizando los pseudónimos de los supuestos hermanos Bell, publicaron sus novelas. Relatos plagados de elementos autobiográficos, amores frustrados, experiencias, miedos, sueños y deseos, que recibieron duras críticas por los sectores más conservadores de la literatura, al hablarse de la mujer como un ser activo y no pasivo, como la sociedad hacía creer, surgiendo incluso ideas políticas y de feminismo. 




Las críticas recibidas pudieron con Emily, que decidió no volver a publicar, pero no con las otras dos hermanas, que encontraron en ese tiempo el momento ideal para cumplir sus sueños. Charlotte publicó Shirley, y Anne se aventuró como La inquilina de Wildfell Hall, en la que relataba la vida de una mujer que conseguía superar los límites impuestos por la sociedad.

La desdicha volvería a la familia Brontë y esta vez para quedarse por mucho tiempo. Uno años después, Branwell moriría con 31 años a causa de su adicción al alcohol y a las drogas. Este hecho afectó en gran medida a Emily, que había dedicado parte su vida a velar por hermano, y que se encontraba debilitada por una tuberculosis que no pudo soportar, falleciendo meses después con 30 años. 

Cumbres borrascosas (Emily Bronté)

Pero la tragedia continuaba en la familia, ya que solo 5 meses después, Anne también 
moriría con 28 años a causa de la tuberculosis, la enfermedad que ya había acabado con cuatro miembros de su familia. Charlotte se quedó sola, pero la vida intentó recompensarle por tanto dolor y sufrimiento, aunque solo en parte. Siguió escribiendo, llegando a publicar hasta cuatro novelas más, y reveló la verdadera identidad de los ficticios hermanos Bell en honor a ella y a sus hermanas. Con 37 años, se casó con el ayudante de la iglesia de su padre, a pesar de la oposición de éste, pero unos meses después, en marzo de 1855, Charlotte también moriría a consecuencia de las complicaciones de un embarazo, aunque también se comenta todo se agravó porque estaba enferma de tuberculosis, al igual que sus hermanas.


Charlotte Bronté
Aunque su padre, Patrick Brontë, vivió seis años más después de la muerte de Charlotte, la familia acabó extinguiéndose por completo a su muerte, ya que no quedaba con vida ninguno de sus miembros. Pero las hermanas Brontë ya se habían convertido en un mito de la literatura inglesa para el resto de los siglos, no solo por sus novelas, sino por su historia, su pasión, sus deseos, sus sueños, sus malogradas vidas y sus trágicas y tempranas muertes.





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