miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hay que aprender a poner límites

Imagen propia
Siempre existen límites, aunque cada persona tiene uno diferente. Cada cual decide hasta dónde aguantar, hasta dónde avanzar y hasta dónde es suficiente. Es asombrosa esa capacidad que tienen los humanos para seguir en determinados momentos en los que no es bueno ni necesario hacerlo, simplemente por el hecho de complicarse un poquito más la vida de lo normal.

Alguien me dijo una vez que lo más sencillo era siempre lo más bonito, que complicarse no llevaba a ningún sitio; bueno, sí, a un laberinto sin salida o a un camino con millones de salidas pero sin ninguna clara, sin saber cuál elegir. Muchas veces pensamos que alguien nos va a decir cuál es el camino correcto, o que va a aparecer por arte de magia un cartel luminoso que nos va a indicar el lugar exacto, las cosas que vamos a tener que hacer y también en qué nos vamos a equivocar, pero no es cierto. Nadie va a dejar miguitas de pan para nosotros, ni nos van a dar la mano para cruzar la calle, ni siquiera se van a asegurar por nosotros de que el semáforo está correcto y no viene ningún coche a toda velocidad.

La decisión es nuestra y siempre lo será, aunque suene muy épico. Los límites son siempre necesarios. Cuando nos hablan de límites, los solemos rechazar de inmediato. Creemos que ellos nos quitan nuestra ansiada e imprescindible libertad, pero no siempre es así. A veces son los propios límites los que nos la dan. Cuando algo nos cohíbe, nos frena, nos impide seguir, en ese momento debemos poner un límite y frenar todo eso nosotros. Solo de esa forma conseguiremos la libertad que nos merecemos. Nos viene siempre a la cabeza la típica frase de que “el límite es el cielo”, pero no nos damos cuenta de que vivimos en la tierra, y que aquí y solo aquí tenemos esa capacidad de decisión para vivir de la mejor manera posible, de esa que también nos merecemos. El cielo ahí arriba, lejos, increíblemente lejos de nosotros, y quizá allí no se necesiten límites, pero aquí sí. Tenemos que aprender a frenar de vez en cuando, se pensar en nosotros. No se trata de ponernos límites a nosotros mismos, si tampoco de ponérselos a los demás, sino de poner límites a las acciones que nos perjudiquen, nuestras o de los otros, aquellas que nos impidan ser felices, que nos impidan seguir y ser libres. A veces tan solo hay que poner ese límite, esa pared invisible, y dejar que todo caiga a un abismo. No es bueno que todo siempre cruce y aparezca en nuestro camino.

Yo ya he puesto mis límites. ¿Tú te atreves?


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