¿Qué
le ocurre al ser humano, que solo se da cuenta de las cosas cuando suceden? Estos
días son diferentes para cada uno. Unos intentan mejorar su vida, aprenden cosas nuevas
y retoman las olvidadas; otros, en cambio, siguen su día a día como siempre,
haciendo lo mismo, sin notar muchas alteraciones. Pero, sin duda, son días para
reflexionar. Todos, en algún momento del día y durante unos segundos, nos
paramos a pensar. ¿Qué consecuencias traerá todo esto? ¿Cuándo acabará? ¿Qué
ocurrirá cuando todo termine? ¿Volveremos a ser los mismos?
En estos
días, y más que nunca, estoy viendo cómo la gente se “preocupa” por los demás.
Llamadas a diario, videollamadas, dibujos, vídeos, mensajes positivos… Gente
que el resto del año no se acuerda de ti. Y me parece lo más loable del mundo,
puesto que cada uno es libre de hacer lo que cree conveniente. Pero, ¿por qué
ahora?
También
leí hace poco que mucha gente está recibiendo llamadas y mensajes de sus
exparejas, preocupados, con la única intención de saber si la otra persona está
bien. Pero, ¿por qué ahora?
En
estos días, y más que nunca, estoy viendo cómo se fuerza a la gente a llamar a
los demás, a sentirse preocupados por otras vidas que no son las suyas, por
crear mensajes de ánimo y superación sin tener ganas, por coger el teléfono y
escuchar los quejidos de los demás por estar encerrados en casa. Por tener que
mostrar apoyo. Pero, ¿por qué ahora?
Imagen propia |
¿Por
qué ahora nos sentimos o nos hacen sentirnos obligados a enviar mensajes para
saber cómo están otros, a llamar para dar el pésame a quienes han perdido a
algún familiar o a aquellos que tienen a alguien ingresado? ¿Por qué tenemos
que salir a aplaudir a la ventana, a colgar dibujos en los balcones, a poner
música a los vecinos y a sentirnos animados? ¿Por qué, ahora más que nunca, nos
tenemos que acodar siempre de los demás cuando pasan cosas que se escapan de
nuestro alcance?
Está
bien preocuparse, hacer cosas por los demás, sacar una sonrisa con una llamada
o un mensaje, mantener una conversación hasta las tantas de la madrugada con
una persona que te importa, preguntar qué tal de vez en cuando, pero todo ello
no debe ser impuesto. Tenemos que ser conscientes de que cada uno vive su
propio juego, que la realidad no es siempre la misma y que hay gente que no
quiere ni recibir llamadas ni tampoco realizarlas. Y eso no les convierte ni en
mejores ni en peores personas. No podemos dejar de nosotros mismos, y ahora más
que nunca.
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