jueves, 31 de diciembre de 2020

Sinopsis del 2020

Este año, he sentido la necesidad de alejarme más que nunca de la gente, de apreciar el silencio, las calles vacías y poner la música más alta. De descubrir historias y ver la vida a través de los ojos de otras personas. De no hacer caso a los demás y de escucharme a mí misma. De perderme en momentos y encontrarme en muchos otros. De buscar refugio en las canciones, de sentir hogar en el confinamiento a Ben Howard, Eddie Vedder y unos cuantos más.

También me he preguntado que quién quiere ocultarse de lo desconocido y que quién quiere guardarse, si no existe enemigo. He comprendido que el fuego lo guardo yo. Y que, a veces, necesitas esta guerra para estar en paz. Y que lloverán más. Prepárate para las mareas

Me construí un palacio de cristal con pedazos de prisas y ausencias. Y comprendí que, rodeado de lobos, uno aprende a ser lo que la manada espera de él. Que algunas bases no resisten, y que un día me iré, me iré de verdad.

He sentido lo maravilloso que es capturar y contemplar atardeceres, ponerles banda sonora y esperar a que el cielo vaya cambiando de color. A verlo desde abajo, y también desde los sitios más altos.

He comprobado que mi vida cabe en unas cuantas cajas y que el caos a veces es orden, y viceversa. Que los extremos a veces son necesarios; y los contrastes, también. Que ver más allá te enseña, y que siempre hay alguien más dispuesto a hacerlo.

Que no había nada que quisiera ver ni hacer porque, fuera donde fuese, no estaría yendo a ninguna parte: tan solo estaría huyendo de otra.

Que mi color favorito depende del día, pero que hoy es el marrón. Porque el marrón significa calor, y no me imagino un color más bonito. Y que, la parte más fácil es pensar, arder y escuchar, pero la más difícil es que la mejor versión de mí es la que es imposible.

He aprendido que hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que contempla mi filosofía, aunque también puede ser en el cielo y el infierno. Y me he preguntado que, si no es a los monstruos, ¿a qué le tengo miedo? También he pensado en aquellas cosas que, aunque se quieren, dan miedo tener. Esas que están ahí, esperando que alargues el brazo y las cojas, pero sientes tanto miedo de perderlas luego que nunca llegas a hacerlo. Y he llegado a la conclusión de que he decido hacerlo de todas formas.

Que hay mil maneras de llegar a alguna parte, pero que no todos los caminos son el correcto.  Que, a veces, lo mejor no está por llegar. Que está pasando.

 




domingo, 8 de noviembre de 2020

CRÍTICA | 'Sol de medianoche': y la granada estalló

Esperado, no, esperadísimo por todos los fans –y no tan fans- de la saga Crepúsculo. Stephenie Meyer lo ha vuelto a hacer: Sol de medianoche se ha convertido en un auténtico bombazo, y no solo de ventas, sino de sentimientos. Ha sabido exprimir todos y cada uno de los sentimientos de Edward Cullen en casi 800 páginas, 29 capítulos y un epílogo. Sencillamente maravilloso.

Han pasado 12 años desde la última novela, Amanecer, pero todo este tiempo de espera no estaba previsto. De hecho, la intención de Meyer fue publicar Sol de medianoche justamente después de Amanecer y cerrar la saga a través de los ojos de Edward, pero el proyecto se paralizó después de que se publicara ilegalmente en internet un borrador parcial de la historia, lo que llevó a la autora a archivarlo indefinidamente. Pero lo rescató, y debemos dar gracias infinitas por ello.

Sol de medianoche no descubre nada nuevo, o sí. Realmente, es una repetición de Crepúsculo, lo que hace que se pueda leer sin necesidad de haber leído la primera parte de la saga. También la película es un fiel reflejo de la historia, no pasa por alto casi ningún detalle de lo descrito en el libro. Entonces, ¿qué tiene de nuevo? La visión de Edward Cullen. Eso lo convierte en una historia absolutamente deliciosa y adictiva. No son pocas las críticas que aseguran que se trata de un libro más complejo, que entraña una mayor fuerza narrativa, “más explícito y convincente en cuanto al drama interno de Edward” y por ende, “menos inocente”. Y, en efecto, lo es. Los sentimientos, sensaciones, visiones y emociones de Edward son una auténtica bomba de relojería, una granada a punto de estallar, y no te permiten despegarte ni un segundo de la historia. Aunque Edward no lo narra con ninguna intención, el lector se siente involucrado, sientes que tú formas parte de todo su mundo y que no puedes hacer otra cosa que sentir y comprender todo aquello. La historia de amor adolescente de instituto deja de tener importancia, y quedarse solamente en eso es un verdadero error. No olvidemos que, aunque estén en un instituto y aparenten tener 17 años, Edward tiene tres cuartos de siglo a sus espaldas y un pasado trágico, lo que aporta una mayor madurez a la trama y un gran sentido común. Al contrario que en el resto de novelas, Bella no es importante. Lo es para Edward y también para la historia en sí, pero la potencia de la trama recae en el verdadero protagonista, que se va desgranando poco a poco como la granada que aparece ilustrada en la portada del libro.

Edward no tiene reparos en mostrar abiertamente su mente y sus intenciones: desea con todas sus fuerzas matar a Bella. El olor de su sangre es superior a él y estar a menos de un centímetro de ella es el peor de los castigos.

«Bella Swan se sentó en la silla a mi lado con movimientos rígidos y torpes- el miedo, sin duda-, y el olor de su sangre brotó en una inevitable nube a mi alrededor. (…) Me incliné hacia atrás para apartarme de ella por pura repugnancia, asqueado ante aquel monstruo que ansiaba liquidarla. ¿Por qué había tenido que venir aquí esta chica? ¿Por qué había tenido que existir? ¿Por qué había tenido que estropear ese pequeño remanso de paz que tenía yo en aquella existencia mía sin vida? ¿Por qué había tenido que nacer siquiera aquel ser humano tan exasperante? Sería mi ruina. (…) El problema era el olor. Ese aroma de su sangre, tan tentador que resultaba espantoso. Ojalá hubiera alguna forma de resistirlo…».


No obstante, tendría otro problema más al que hacer frente: su poder para leer las mentes de los demás no funcionaba con Bella. Toda su seguridad inmortal se desvanecía cuando la tenía delante y era incapaz de prever sus movimientos, de saber qué pasaba por su cabeza. Pero el destino de Edward era estar con Bella, y el de ella, estar con Edward. Ambos eran la salvación del otro. La redención, el perdón por los crímenes, el salvavidas a una vida inmortal absolutamente aterradora y destruida, la protección, los sentimientos, el calor… El calor que consigue brotar en un trozo de hielo.

Los sentimientos de ambos son desgarradores, aunque puros. Buscan conocerse, saber lo máximo posible el uno del otro e investigar sobre el amor, algo que los dos desconocen, puesto que nunca lo han sentido. Aunque la conexión que se establece es más que palpable y única, las intenciones no van a más. De hecho, lo más “excitante” que ocurre entre Bella y Edward es un beso (y alguno más, vale), un roce, una caricia… y nada más. Pero el beso, ese primer beso en el claro del bosque, esa sensación, es absolutamente indescriptible, aunque Meyer consigue hacerlo a la perfección. Es imposible pasarlo de largo, y es imprescindible detenerse en ello, y sentir el estallido.

«Me percaté de lo próximos que estaban nuestros rostros. Sus labios, más cerca de lo que habían estado nunca de los míos. Ya no sonreían, entreabiertos. Inspiró por la nariz, con los párpados medio cerrados. Se estiró para aproximarse más, como si deseara percibir más de mi olor, con el mentón ladeado un centímetro, el cuello hacia delante, la yugular a la vista. Y reaccioné. El veneno me inundó la boca, la mano que tenía libre se movió por propia voluntad para atraparla, se me abrió la mandíbula de golpe cuando ella se inclinó a mi encuentro. Me abalancé para apartarme de Bella. (…) Si yo fuera algo mejor, si de algún modo pudiera ser más fuerte, aquel instante podría haber sido nuestro primer beso, en lugar de un brutal coqueteo con la muerte.

 (...)

– Quédate muy quieta- le advertí a Bella. Se le cortó la respiración.

Lentamente, me incliné para acercarme sin dejar de observar la expresión de su rostro en busca de cualquier signo que me indicara que ella no deseaba esto. No encontré ninguno. Finalmente, hundí la cabeza y la giré para apoyar la mejilla en la base del cuello de Bella. A través de aquella piel suya tan frágil, la vida que le corría cálida por las venas irradiaba de forma rítmica un calor que penetraba en la fría piedra de mi cuerpo. Era un latido que saltaba bajo mi tacto. Mantuve la respiración constante como una máquina, dentro y fuera, controlada. Esperé y fui valorando cada minúsculo suceso que tenía lugar dentro de mi cuerpo. Tal vez permanecí así más tiempo del necesario, pero era un lugar muy agradable donde quedarse.

Cuando sentí la seguridad de que allí no me aguardaba ninguna trampa, avancé. Me fui reajustando con precaución, a base de movimientos lentos y constantes, con el fin de que nada la sorprendiese ni la asustase. Se estremeció en el momento en que mis manos descendieron de su mandíbula hasta el extremo de sus hombros, y por un instante perdí el meticuloso control de la respiración. Me recuperé y me calmé de nuevo, y entonces desplacé la cabeza de tal forma que mi oído se situara directamente sobre su corazón. El sonido, que antes ya me resultaba fuerte, ahora parecía rodearme en estéreo. Bajo mis pies, la tierra ya no se me antojaba tan firme, como si sufriera leves sacudidas al son de sus latidos. (…) Ojalá me pudiese quedar así para siempre, inmerso en el sonido de su corazón y al calor de su piel. (…) Por primera vez, al inhalar el ardor de su fragancia, me permití imaginármelo. En lugar de bloquear mis pensamientos, de cerrarles el paso y obligarlos a regresar a las profundidades fuera de mi mente consciente, les di permiso para moverse sin restricciones.

(…) Vértigo. Esa era la única palabra que se me ocurría para describir el subidón que estaba experimentando. No era una palabra en la que soliera pensar en relación conmigo mismo. Todos los pensamientos que tenía en la cabeza deseaban salir a borbotones entre mis labios, y quería escuchar todos los pensamientos que había en la suya. Eso, al menos, no era nada nuevo. Todo lo demás sí lo era. Nuevo. Todo había cambiado».

 

Que no existan escenas con mayor nivel o grado de excitación que esa (aunque lo es también sí misma), no es casualidad. La autora nunca ha mantenido en secreto su religión y se ha declarado abiertamente mormona. En alguna de sus entrevistas, como la que le concedió a Nicola Bardola para su libro El fenómeno Crepúsculo (altamente recomendable para los fans de la saga o si, simplemente, te interesa saber más sobre la autora los personajes, las localizaciones, la música...), declaró que “su fe es muy importante para ella y que intenta vivir según sus preceptos, aunque no es un buen ejemplo de mormona”. Aun así quiso puntualizar que nunca introducía referencias religiosas en sus historias y que, en caso de que apareciese alguna, sería de forma inconsciente. Quizás, que no ocurra nada más entre ambos protagonista, aparte de un beso tremendamente sentido por los dos, tenga algo que ver con la religión de Meyer, ya que los Mormones tienen muy arraigada la llamada Ley de Castidad en su doctrina y preceptos, lo que no les permite mantener relaciones sexuales antes del matrimonio. Esto ocurre de igual modo en la saga, puesto que la primera noche de pasión entre Edward y Bella tiene lugar en la noche de bodas, en Amanecer.

En Sol de medianoche, Edward comenta en algunas ocasiones que, a pesar de ser inmortal, sigue manteniendo sus instintos humanos, aunque muy ocultos y que, por tanto, no deja de “ser un hombre” cuando tiene a Bella delante. Esta revelación surge durante una conversación con Bella en el cuarto de la joven mientras ambos se hacen diversas preguntas sobre sus correspondientes vidas para conocerse mejor:

-      

- Tus instintos humanos…-me preguntó con ritmo pausado-. Bueno, ¿me encuentras atractiva en ese sentido? 

Aquello me arrancó una carcajada. ¿Acaso había algún sentido en el que no la deseara? En mente, en cuerpo y en alma… y en cuerpo no menos que ninguna de las otras dos. Le acaricié el pelo sobre el cuello.

-       Tal vez no sea humano, pero soy un hombre

 

Todas las portadas de la saga tienen un significado, y esta no iba a ser menos. En Crepúsculo encontramos una manzana entre dos manos, que representa el fruto prohibido según el Génesis. Es decir, el amor prohibido entre una humana y un vampiro. 



En la película, a Bella Swan se le cae una manzana en la cafetería del instituto cuando Edward Cullen se acerca a ella, fruta que acaba recogiendo el chico al vuelo con el pie y que entrega a Bella, lo que simboliza el comienzo de la relación entre ambos, el “caer en el pecado” a pesar de las consecuencias. Meyer utiliza una cita del Génesis al comienzo de la novela de Crepúsculo


Él revela honduras y secretos.

conoce lo que ocultan las tinieblas,

y la luz mora junto a Él.

Daniel 2:22

 

Clip de Crepúsculo que hace referencia a la escena 


Aunque la autora confesó que no sabía cuál era el significado real de la portada de Luna Nueva, un tulipán con manchas rojas de sangre sobre un fondo negro, su equipo de ilustración desveló que el tulipán perdía uno de los pétalos, lo que simbolizaba a Bella perdiendo una gota de sangre. 


Este hecho hace referencia a la escena en la que la joven visita la casa de los Cullen por su cumpleaños y despierta los instintos de Jasper al hacerse un corte en el dedo con el envoltorio del regalo de Esme y Carlisle. Este momento es el que hace darse cuenta a Edward del gran peligro al que está exponiendo a Bella.


Fotogramas de Crepúsculo / elaboración propia


Según avanzan las novelas, así lo hace la intensidad. Y no solo de la historia, sino también en la evolución de los personajes. En Eclipse, se plantea en más de una ocasión la “necesidad” de Bella por ser vampiro, a pesar de la negativa de Edward, quien no quiere que su amor se convierta en inmortal. Jacob cobra una mayor importancia en la trama, haciendo incluso dudar a Bella de sus sentimientos por Edward, rogando a la joven que deseche la idea de convertirse en vampiro para seguir siendo humana. La portada de Eclipse presenta una cinta roja casi rasgada sobre un fondo negro, lo que simboliza la indecisión de Bella entre convertirse en vampiro o seguir siendo humana.




Esta evolución también es palpable en Amanecer, concretamente en su portada. En la misma, aparece la figura de la reina sobre un tablero de ajedrez en primer plano, y un peón al final, prácticamente en la sombra. Bella comenzó siendo el peón más débil, la más frágil en un mundo de vampiros inmortales e invencibles, y de hombres lobo rápidos y astutos, pero acabó convirtiéndose en un vampiro poderoso. Es el crecimiento de Bella, su renacer, su descubrimiento, su muestra de poder. No todos los vampiros desarrollan habilidades especiales. De hecho, en la familia Cullen, solo lo poseen tres: Edward, Alice y Jasper. Pero en Bella florece la capacidad de protección, que utiliza durante la batalla final entre los Cullen y los Vulturi.


Pero, sin duda, Sol de medianoche se lleva el premio a la mejor portada. En ella, aparece una granada abierta sobre un fondo negro. De nuevo, una fruta, al igual que la manzana del inicio. Meyer, a través de la visión de Edward, explica el porqué de la granada y su relación con la historia, y lo hace narrando el mito de Perséfone, quien fue raptada por su tío Hades (hermano de su padre, Zeus), quien se había enamorado de ella. La joven permaneció en el inframundo y, aunque su padre estuvo al corriente de la situación y rogó a Hades que devolviera a la tierra a su hija, Perséfone no pudo volver, puesto que había comido el grano de una granada. Comer cualquier fruto del inframundo implicaba quedarse allí para siempre.




Edward hace referencia en varias ocasiones a este mito. Él es la granada, el malvado fruto que haría que Bella se quedase encadenado a él para siempre.

De repente, mientras ella comía, se me vino una extraña comparación a la cabeza. Vi a Perséfone con la granada en la mano, descendiendo al inframundo. ¿Ese era yo? ¿Era el mismísimo Hades, que codiciaba la primavera y la robó, condenándola a la noche eterna?

La granada es también protagonista cuando Edward percibe por primera vez el intenso y embriagador olor de Bella:

“Distraída, se echó a un lado aquellos cabellos densos en el preciso instante en que yo me había permitido respirar otra vez. Una ola especialmente concentrada de su fragancia me impactó contra el fondo de la garganta. Fue como el primer día: como el estallido de aquella granada. El dolor de la ardiente sequedad me provocó un mareo. De nuevo tuve que agarrarme a la mesa para mantenerme en la silla. Esta vez tuve un poco más de control, ligeramente. Al menos no rompí nada. El monstruo rugía dentro de mí, pero no disfrutó con mi dolor. Estaba muy bien atado. Por ahora. Dejé de respirar por completo y me incliné para apartarme de la chica tanto como pude. No, no me podía permitir que me fascinara. Cuanto más interesante la encontrara. Más probable sería que la matase”.

 

En definitiva, la historia no solo nos aporta la maravillosa y sentida visión de Edward Cullen, sino que también nos descubre nuevos pasajes que se obvian tanto en Crepúsculo como en la película como, por ejemplo, qué hace él mientras desaparece unos días y el sitio al que va, dejando a Bella desconcertada. También todo el viaje que realizan para rescatar a Bella de la trampa mortal tendida por James o aspectos desconocidos de la vida de Edward. Un cóctel delicioso de sentimientos y melancolía en el húmedo y lluvioso Forks, acompañado siempre por literatura y música. No faltan las lecturas de Bella, como Sentido y sensibilidad de Jane Austen, o las referencias a Linkin Park y su disco Hybrid Theory, cuya canción, With you, es una de las favoritas de Bella. O las ya ampliamente conocidas Claro de luna de Debussy, o la Nana que Edward compone para Bella.

Sentidos contrapuestos, mezcla de lo clásico y lo moderno, distintas épocas, recuerdos momentos. Lo mortal y lo inmortal. Lo tentador y lo prohibido. Lo que se cuenta y lo que se esconde. Meyer ha conseguido que, hasta los pensamientos más oscuros de Edward, sean una luz para los lectores. Que el dolor se sienta y abrase. Que, cuando mejor se conoce a alguien, es sus peores momentos.

Casi 800 páginas de retrospección, de búsqueda interior, de análisis, de dejarse llevar… 800 páginas que se hacen excesivamente cortas.

Y para los fans, buenas noticias. Según diversas informaciones, Meyer tiene intención de publicar dos libros más, continuando así la saga desde la perspectiva del vampiro.

 

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jueves, 15 de octubre de 2020

Yesenin: sobre la vida y la tragedia

 ¿A quién debo llamar? ¿Quién compartirá conmigo la felicidad desdichada de estar vivo?

Sergúei Aleksándrovich Yesenin (1895-1925) nació para la poesía, y murió con ella. Creció en la aldea rusa de Konstantinovo, donde escuchaba a los poetas errantes, que le servían de inspiración para crear sus propias composiciones. Poemas que cantaba a los peregrinos que esperaban el tren en la estación, a los que conmovía de tal forma que no solo se ganaba unas monedas, sino también las lágrimas de aquellos que le escuchaban.

"Serguéi Yesenin, más que un hombre, es un órgano que ha creado la naturaleza exclusivamente para la poesía”, llegó a decir el también escritor ruso Máximo Gorki.


Serguéi Yesenin

 

Hijo de campesinos, supo que su lugar no estaba allí, aunque el campo, las tierras y la aldea siempre formarían parte de sus poemas. Sus padres, en cambio, habían planeado un futuro distinto para él quizá como maestro, pero acabó a abandonando los estudios. A ellos les dedicó parte del poema Confesión de un golfo:

¡Pobres, pobres campesinos!

Seguramente están viejos y feos

Y siguen temiendo a Dios y a los espíritus del pantano.

¡Si sólo pudieran comprender

Que su hijo

Es el mejor poeta de Rusia!

¿Acaso sus corazones no temían por él

Cuando se mojaba los pies en los charcos del otoño?

Ahora anda de sombrero de copa

Y con zapatos de charol.

 

En efecto, se había convertido en uno de los mejores poetas de Rusia. Tras la Revolución de 1917, Yesenin creó, junto con Anatoly Marienhof, Vadim Shershenevich y Aleksandr Borisovich, la corriente del Imaginismo Ruso. Si bien nadie ha sabido cuáles eran realmente las características de esta escuela creada por cuatro jóvenes poetas, algunos estudiosos se aventuraron a decir que los imaginistas rusos creaban una poesía basada en secuencias de imágenes impactantes y poco comunes, haciendo gran uso de la metáfora encadenada en los mismos.

Yesenin, Marienhof y Borisovich

Pero la falta de unidad entre los mismos acabó por romper la escuela. Los cuatro tenían puntos de vista y rasgos creativos muy diferentes, y tampoco existía una similitud entre los grupos sociales y culturales a los que dirigían sus poemas. Mientras que los versos de Marienhof y Shershenevich estaban cargados de vacío, pesimismo y decadencia, haciendo uso de experiencias personales profundas como consecuencia de la Revolución, Yesenin, que simpatizaba con los socialistas revolucionarios de izquierdas y había recibido con entusiasmo la Revolución de Octubre de 1917, se había convertido en un representante de los campesinos rurales acomodados, que habían sido desprovistos de sus tierras y habían pasado a trabajar de forma forzada para el gobierno soviético. Sus poemas contenían continuas referencias a las tierras, a su país y a su aldea.

Muchos amores pasaron por la vida del poeta, quien poseía un gran atractivo  físico, de pelo rubio y ojos azules. Entre ellos, la bailarina estadounidense Isadora Duncan, con quien protagonizó un idílico romance que terminó en matrimonio. Sin embargo, un año después, Yesenin acabaría divorciándose y regresando a Rusia natal después de haber estado viviendo en Estados Unidos y en diversos países de Europa occidental. En esos momentos, el poeta ruso ya tenía serios problemas de adicción al alcohol. Después de algunos romances más con diversas mujeres, en 1924 acabó casándose de nuevo con Sofía Andréyevna Tolstáya, nieta del también escritor ruso León Tolstói, matrimonio que duró apenas unos meses. Poco tiempo después, tuvo un hijo con la poeta y traductora rusa Nadezhda Volpin.


Isadora Duncan y Yesenin

Yesenin era joven, pero sentía la vida pesada, y su adicción al alcohol tampoco fue de gran ayuda. Su amigo, Vladímir Cherniavski, recordó la última conversación con el poeta:

Cuando traté de convencerlo de que no bebiera tanto y de que se preocupase por sí mismo, se puso muy nervioso y de repente me soltó: 'Cómo es posible que no lo entiendas, no puedo evitarlo... Si no bebiera, ¿cómo podría sobrevivir a todo esto?’

El 24 de diciembre de 1925, Serguéi Yesenin llegó a San Petersburgo en un tren nocturno procedente de Moscú. Probablemente ebrio, intentó escribir un poema, el último de su vida, dedicado a su gran amigo Marienhof, aunque algunos estudiosos de la vida de Yesenin aseguran que ambos poetas tuvieron una relación amorosa. Ante la falta de tinta en la habitación del hotel, Yesenin escribió el poema con su propia sangre. Algunos biógrafos del escritor insinuaron que intentó suicidarse cortándose las venas pero, al no conseguirlo, utilizó su sangre para escribir los versos. Esa misma tarde, recibió la visita de un amigo, el también poeta Wolf Erlich, a quien hizo entrega de la nota doblada, a la vez que le dijo: “Para ti. Pero no lo leas enseguida”

Tras la visita de Erlich, Yesenin, que había cumplido los 30 años en octubre, se ahorcó con la correa de una maleta, que enganchó a los tubos de la calefacción o a la ventana de la habitación del hotel. Su cuerpo fue encontrado a la mañana siguiente por  Yelisaveta Ustinova, esposa de un periodista ruso, con quienes Yesenin había compartido algunas cenas, y por su amigo Erlich, que había estado la noche anterior visitándole.  Las fotografías muestran el cuerpo de Yesein vestido con una camisa blanca, unos pantalones grises de vestir y unos zapatos negros de charol, tal y como había descrito en la parte del poema Confesión de un golfo.

No había ninguna nota de despedida, tan solo el poema escrito con su sangre que le había entregado la noche anterior a Erlich, en el que se podía leer:  

 

Hasta pronto amigo mío, hasta pronto,

te llevo, querido, en el corazón.

 

Esta separación predestinada

promete un encuentro en otro lugar.

Hasta pronto, amigo, no sientas lástima,

sin dar la mano me voy, sin palabras.

 

En la vida, morir no es nada nuevo

ni es nada nuevo vivir, por supuesto.

 

Según sus biógrafos, el poeta atravesaba un profundo estado de depresión, lo que le habría llevado a querer acabar con su vida. No obstante, y al igual que ocurrió con algunos escritores como Albert Camus, cuya muerte se produjo en extrañas circunstancias y nunca se esclarecieron las causas reales del accidente, algunos historiadores sugieren que la muerte de Yesenin no fue un suicidio, sino que fue un ajuste de cuentas por parte de la policía secreta del gobierno soviético de Stalin. Esta versión del suicidio-asesinato aparece en la novela Yesenin, del escritor ruso Vitali Bezrúkov.

Tras su muerte, el poeta y dramaturgo revolucionario ruso, Vladimir Mayakovski escribió un poema dedicado a Yesenin, titulado A Sergúei Yesenin, donde modificó los dos versos finales del poema real de Yesenin por:

"en esta vida morir no es difícil,

construir la vida es más difícil”

 

Durante una conferencia, Mayakovski exaltó la idea de “glorificar la vida”, un aprendizaje que habían extraído de la Revolución. Sin embargo, en 1930, Mayakovski se acabó suicidando.

Al final, vivir sí que era lo difícil. 


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miércoles, 7 de octubre de 2020

Allan Poe: de las curiosidades y la muerte

Por todos es conocida la trágica infancia de Poe. Perdió a sus progenitores con apenas 3 años, dos actores que se ganaban la vida actuando en pequeños escenarios. Las malas críticas que recibían por parte del público pudieron con David Poe, quien se convirtió en un adicto al alcohol, y acabó abandonando a su familia. No mucha mejor suerte tuvo Elizabeth Arnold, que murió de tuberculosis tres años después de haber dado a luz a la pequeña de sus tres hijos, Rosalie. Los tres hermanos se vieron obligados a separarse en distintas casas de acogida. Mientras que el mayor de los tres se quedó al cuidado de sus abuelos maternos, Edgar y Rosalie acabaron en manos de dos familias adineradas. Aunque nunca le adoptaron oficialmente, Poe pasó su infancia en casa de los Allan, utilizando así el apellido del marido, John Allan, con quien no mantenía una buena relación. A partir de la muerte de este, en 1834, comenzó el declive del escritor. Las depresiones, el alcohol, la necesidad profunda de amor y afecto, los delirios y las muertes le acompañarían hasta el final de sus días.

La vida de Poe estuvo llena de misterio, al igual que sus escritos. Pasó sus días sumido en el terror, en lo oscuro, en las adicciones, en la muerte, en el dolor, en el abandono… y todo ello lo plasmaba en sus novelas, relatos y poemas. Al igual que su amigo Baudelaire, estuvo cerca de entrar en el grupo de los Poetas Malditos, aunque sin ser francés.

Su infancia no fue fácil, y el resto de su vida no iba a ser menos. Algunos la definen como “una vida de oscuridad” y, sin duda, estuvo llena de curiosidades. Hoy, aprovechando que se cumplen 171 años de su muerte, vamos a recordar algunas de ellas.

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Amor

A los 14 años, se enamoró de la madre un compañero, a la que decidió dedicarle el poema A Helen: (…) En mares desesperados que durante mucho tiempo vagan, tu pelo de jacinto, tu rostro clásico, tus aires de náyade me han traído a casa. A la gloria que fue Grecia y la grandeza que fue Roma (…).

Con 27 años, se casó con su prima Virginia Eliza Clemm, que en ese momento tenía 13 años. La diferencia entre ambos era más que notoria, pero la madre de Virginia había aprobado el matrimonio, puesto que Edgar era muy querido en la familia y confiaban en su carácter protector para la pequeña. Muchos biógrafos han asegurado que, a pesar de que existía amor real, no sobrepasaba de lo fraternal. Sin embargo, el amor no duró todo lo deseado, y la vida de Virginia se apagó con 24 años a causa de la tuberculosis, lo que supuso una pérdida y un dolor irreparable para Poe. Tras la muerte de la joven, él mismo intentó suicidarse, aunque no lo consiguió.

"No nos queda sino morir juntos. Ahora ya de nada sirve razonar conmigo; no puedo más, tengo que morir. Desde que publiqué Eureka, no tengo deseos de seguir con vida. No puedo terminar nada más. Por el amor de Virginia era dulce la vida, pero hemos de morir juntos". 

Esas fueron las palabras que dedicó a su tía María Clemm, madre de Virginia. El intento de suicidio también fue su primer cara a cara con la muerte, aunque no el último, al igual que con el amor. Después de Virginia, vendrían muchas mujeres más.


Virginia y Poe /duna.cl


Coincidencias

Las coincidencias en su vida tampoco dejaron de suceder. Hans Christian Andersen se basó en su historia real de amor no correspondido para crear La Sirenita. Con Allan Poe, sucedió al revés: los acontecimientos que narró acabaron ocurriendo en la realidad. Poe escribió Las aventuras de Arthur Gordon Pyme, que primero se publicaron por entregas en el Southern Literary Messenger en 1837. Un año después, se recopilaron en un libro titulado Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket. En el mismo se narra la historia de Arthur Gordon Pyme, un joven que se embarca como polizón para cumplir su sueño de vivir historias en alta mar, con la mala fortuna de que se origina un motín a bordo, que se salda con la vida de la mayoría de la tripulación. Tras pasar grandes penurias, acabaron quedando tan solo cuatro supervivientes, entre ellos Arthur, y un joven llamado Richard Parker. La falta de alimentos y las casi nulas esperanzas de un posible rescate llevaron a los mismos a tomar una decisión extrema: uno de ellos debía morir para alimentar al resto. Después de echarlo a suertes, el azar decidió que era Richard Parker quien debía morir, y así lo hicieron. Tras acabar con su vida, bebieron su sangre y trocearon su cuerpo, repartiéndose los trozos entre los tres y desechando al mar aquello que no encontraban útil para convertirse en comida, como la cabeza, los pies y las manos. Al ser rescatados días después, ninguno de ellos contó nada de lo que había sucedido.

Sin embargo, en 1884, 35 años después de la muerte de Allan Poe, la historia se hizo realidad. La embarcación La Mignonette, que partió desde Southampton rumbo a Australia, sufrió las consecuencias de una violenta tempestad, que había arrasado con el navío. La tripulación, compuesta por 4 personas, se vio obligada a refugiarse en la pequeña embarcación auxiliar de emergencia. Tras 19 días navegando sin rumbo, sin agua potable y sin apenas víveres, la decisión de la novela de Poe se materializó: el capitán propuso que uno de ellos tenía que sacrificarse para salvar a los demás, y que tendrían que echarlo a suertes. La idea escandalizó a los otros dos, que se negaron en rotundo a cometer tal crimen. El cuarto tripulante, un joven grumete, no estuvo presente en la conversación, y desconocía las intenciones de sus compañeros. En este caso, el azar también intervino, pero no de la misma forma. No lo echaron a suertes, y entre los tres decidieron que el cuarto era el que debía morir. Y así lo hicieron. El capitán lo ejecutó sin que el mismo supiera que ese era su destino. De igual modo que en la historia, bebieron su sangre y racionaron su cuerpo. Se llamaba Richard Parker. Cuatro días después, fueron rescatados por un buque alemán y, al contrario que en el relato de Poe, estos confesaron todo lo que había sucedido.

Una vez en tierra, los tres supervivientes fueron juzgados por el crimen cometido en cuanto a su participación en el mismo. No obstante, la pena de muerte a la que fueron condenados se conmutó por una pena de prisión de 6 meses, puesto que el Rey ejerció el Derecho de Gracia al estimar que el delito se había cometido por supervivencia, y no por homicidio.

La obra de Poe es muy extensa y variada, entre poemas, novelas y relatos pero, sin duda, sus cuentos de terror formaron una parte muy importante de su creación y de su éxito. Los mismos suelen encontrarse recopilados bajo el título de El Gato Negro y otros relatos, siendo el El Gato Negro uno de los más conocidos y escalofriantes. A pesar de la descripción que hace del gato, al que presenta como un ser maldito y culpable de las desgracias y del comportamiento asesino del protagonista, Poe tuvo un gato negro en su vida. La historia que había escrito, en cierto modo, también era real. Decidió adoptar una gata negra para que hiciera compañía a su esposa Virginia, ya gravemente enferma de tuberculosis, quien decidió que el felino se iba a llamar Caterina. Si bien Poe y el gato no tenían ningún vínculo especial, el animal sí que lo estableció con Virginia, a quien cuidaba y acompañaba durante todos los días hasta su muerte. Algunos dicen que el gato desapareció sin más dos años después de la muerte de la joven, y que Poe no le volvió a ver. Otros, en cambio, aseguran que la relación entre ambos se volvió más estrecha y que la gata sufría depresión cada vez que se separaba de su dueño, llegando a morir también cuando Poe lo hizo.

Portada del libro / imagen propia

Muerte

El misterio también rodea su muerte. El mismo año de su fallecimiento se había comprometido con Sarah Elmira Royster, una vecina y amiga de la infancia y cuya relación no había sido posible en el pasado por culpa del padre de la chica. Aunque ambos se habían prometido, el padre de Sarah, al no estar de acuerdo con la relación, interceptó todas las cartas que Poe le enviaba a la chica. Sarah, creyendo que ya no era amada y que Poe había roto la relación, acabó sumida en una profunda melancolía.

“Edgar era un muchacho muy guapo, no muy hablador. De conversación agradable, pero de comportamiento más bien triste. Nunca hablaba de sus padres. Estaba muy ligado a la señora Allan, así como ella a él. Era entusiasta, impulsivo, y no toleraba la menor grosería verbal”, llegó a decir Sarah de él.

Muchos años después, se volvieron a reencontrar. La casualidad hizo que ambos hubieran perdido a sus respectivas parejas. Sarah se había casado con un adinerado comerciante con quien tuvo cinco hijos, pero su matrimonio no era feliz. Poe había hecho lo propio con Virginia, a quien acabaría perdiendo años más tarde. Sin embargo, aunque ambos estaban dispuestos a darse una nueva oportunidad, el destino seguía sin estar de acuerdo. Los hijos de Sarah veían el matrimonio con Poe como una amenaza y no estaban dispuestos a repartir la suculenta herencia de su padre con el poeta.

En ese momento, Poe ya era un completo adicto al alcohol, algo que Sarah no soportaba. Para responder afirmativamente a su petición de matrimonio, Sarah había puesto una condición: que Poe se alejara de sus adicciones. No le importaba perder parte de la herencia de su marido, solamente le preocupaba el carácter inestable y difícil de Poe a causa de la bebida. Pero Poe no se lo iba a poner tan fácil, sus adicciones no se lo permitían. El 27 de septiembre de 1849, se encontró el cuerpo de Poe en la calle, sucio, abandonado, delirando y vestido con una ropa que no le pertenecía. Tras este acontecimiento, fue internado en el hospital de Baltimore. El 7 de octubre falleció misteriosamente. Sarah declaró en una ocasión que la noche anterior a la aparición de Poe, el escritor se aquejaba de fuertes dolores estomacales, y le había llegado confesado que tenía el presentimiento de que no volverían a verse.

Pero no solo el momento de su muerte estuvo llena de misterio. Una vez fallecido el escritor, Sarah negó haberse comprometido o casado con él, y rechazó ofrecer entrevistas. El biógrafo de Poe, John Evangelist Walsh, declaró que los hermanos de Sarah fueron los culpables de la muerte del escritor por miedo a perder la herencia de su hermana.

Sarah Ryster falleció el 11 de febrero de 1888 y, un día después, el diario Richmond Whig publicó un obituario, que algunos catalogan de misterioso, en el que se referían a Sarah como el primer y el último amor de Poe.


“A la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita a una copa”- E. Allan Poe

 

Tumba de E.A.Poe en Baltimore / lapiedradesisifo.com


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sábado, 19 de septiembre de 2020

Antes del Conde Drácula, existió la Condesa Mircalla


Corría el año 1871 cuando Carmilla vio la luz. Pero no la del sol directamente, sino que lo hizo a través de su creador, el escritor irlandés Joseph Thomas Sheridan Le Fanu. 

El Romanticismo había entrado de lleno en Europa, originándose en Alemania y Reino Unido. Este nuevo movimiento suponía romper con el pensamiento ilustrado, hacer añicos lo predecible, lo escrito en las enciclopedias, y convertir el arte en vocación. El sentimiento de libertad, la necesidad de expresar opiniones, la belleza subjetiva frente a la clásica, la exaltación del individualismo, las vidas atormentadas e incomprendidas de los artistas, la inspiración, los sueños, los mitos, la oscuridad, la lluvia, las leyendas, las pasiones, los miedos, la evocación del pasado, los recuerdos, los fantasmas… Todo lo envolvía con un aura especial. 

Sheridan Le Fanu nació en Dublín, en 1817, en medio de esa nueva tormenta que estaba a punto de arrasar con todo lo conocido hasta el momento. Desde pequeño, comenzó a mostrar unas grandes aptitudes literarias, que compartía con todos menos con su padre, un pastor de la Iglesia protestante de Irlanda excesivamente estricto con los intereses de sus hijos. Hasta su muerte en 1873, Sheridan dedicó su vida a escribir novelas, ensayos y cuentos cortos de diversos géneros, pero destacó en la literatura gótica y de terror, algo que se trasladó a su vida real, ya que su mujer, Susanna Bennet, quien sufría ataques neuróticos y de ansiedad, murió en circunstancias misteriosas. 

Goethe había presentado en Fausto un trato con el diablo, intercambiando el alma del protagonista por un conocimiento ilimitado y por placeres totalmente mundanos, algo que también haría Oscar Wilde años después a través de Dorian Grey, quien acaba vendiendo su alma nuevamente al diablo a cambio de una belleza eterna. Goethe también se había atrevido, unos años antes, a mostrar el suicidio por amor mediante el joven Werther; y Allan Poe lo haría con los asesinatos, el abandono, la oscuridad y el peso y poder de la conciencia sobre uno mismo. Pero nadie había incluido a los vampiros dentro de la literatura, excepto Sheridan Le Fanu, y mucho menos representado por una mujer. 

Si bien es cierto que las leyendas sobre los vampiros existen desde el principio de los tiempos, no fue hasta el siglo XVII cuando se incluyó este término en una novela. El historiador esloveno Johann Weichard von Valvasor recogió en su libro El Honor del Ducado de Craim la leyenda sobre Jure Grando, un campesino habitante de la isla croata de Istria, que se convirtió en el primer vampiro europeo documentado. Siglos después, nada más se sabe de su historia, de su tumba o de sus posibles restos, aunque los lugareños aseguran que los vecinos de aquella época acabaron no solo con el cuerpo de Grando, sino también con su tumba por miedo a que volviera a atemorizarlos. Además, afirman que muchas de las lápidas del cementerio quedaron sin nombres, e informaciones apuntan a que “un imponente sepulcro anónimo resistió todos los intentos de ser fotografiado o filmado por una reportera” y que, “entre todos los archivos, sólo estos bloqueaban continuamente el ordenador en un curioso fallo técnico”. 

Un siglo después, Sheridan Le Fanu se aventuró a escribir una novela sobre vampiros con una mujer como protagonista. Su obra Carmilla, aunque no es excesivamente conocida para los no amantes del romanticismo gótico o de terror, fue la precursora de Drácula, de Bram Stoker, convirtiéndose así en una las primeras en romantizar el mito del vampiro. Antes del conde Drácula, existió la condesa Mircalla. 



Portada del libro / imagen propia
                                       


El autor va desgranando la historia utilizando un inquietante narrador en segunda persona, haciendo partícipe al lector de los acontecimientos, requiriendo su atención y visión de los hechos. La joven Laura, que en ese momento tenía 19 años, es la encargada de trasladarnos hasta el estado austríaco de Estiria, lugar en el que sucedió todo lo que se relata. Huérfana de madre, Laura vivía con su progenitor, un exsoldado del ejército, en un solitario castillo ubicado a las afueras de Estiria, rodeado por un amplísimo bosque y a siete millas del pueblo habitado más cercano. Junto con ellos, se encontraba el resto del servicio, y dos doncellas que se encargaban del cuidado y atención de Laura. 

Cierta noche, cuando Laura contaba con la edad de 6 años y se encontraba sola en la oscuridad de su cuarto, se produjo uno de los primeros incidentes que su memoria le alcanzó a recodar:
 
“(…) Cierta noche, me desperté y, mirando la habitación desde la cama, no vi a la doncella encargada del cuidado del cuarto, ni tampoco a mi niñera. No me asusté, porque era una de esas felices criaturas a las que, deliberadamente, se mantiene en la ignorancia de las historias de fantasmas, y los cuentos fantásticos, y todos esos conocimientos que hacen que nos tapemos la cabeza cuando la puerta cruje súbitamente o el aleteo de una vela a punto de extinguirse hace bailar sobre la pared, cerca de nosotros, la sombra de una de los pilares de la cama. Me sentí molesta y ofendida al encontrarme desatendida (…). Entonces, ante mi sorpresa, vi un rostro solemne, pero hermoso, mirándome al lado de la cama. Era el rostro de una joven dama arrodillada que tenía las manos bajo la colcha. La miré con una especie de asombro complacido. Me acarició con sus manos, y se tendió a mi lado en la cama, y me atrajo hacia sí, sonriendo; me sentí de inmediato deliciosamente reconfortada, y volví a quedarme dormida. Me desperté con una sensación como de si dos agujas se me hundieran profundamente en el pecho simultáneamente, y grité muy fuerte. La dama retrocedió, con sus ojos fijos en mí, y luego se deslizó al suelo, y, según creí, se escondió debajo de la cama”.

Los años habían transcurrido, y Laura no había podido borrar de su memoria aquel acontecimiento. Sin embargo, se sentía sola en el inmenso castillo, con quien no establecía más contacto que con sus doncellas. La casualidad hizo que una noche de luna llena ocurriera un hecho inusual: un carruaje de caballos con ocupantes en su interior había tenido un accidente en las inmediaciones del castillo. Una de ellas, Carmilla, una muchacha de edad similar a Laura, había salido peor parada que el resto de los acompañantes. Tras un rato de conversación con la madre de la joven, quien aseguraba emprender un viaje de vida o muerte, el padre de Laura invitó a Carmilla a instalarse en el castillo hasta que estuviera recuperada del percance y su madre pudiera venir a recogerla al regresar de su travesía. 

La joven huésped se instaló en el castillo casi de inmediato, y estableció una estrecha relación con Laura, Sin embargo, hubo algo que impactó a Laura desde el primer momento que tuvo contacto con ella: 

“Había velas junto al lecho. Ella estaba incorporada; su bonita figura delgada estaba envuelta en un suave camisón de seda, bordado con flores, y forrado con un grueso estofado de seda, que su madre le había arrojado a los pies mientras yacía en el suelo. ¿Qué fue lo que, al llegar junto al lecho, y habiendo apenas iniciado mi breve saludo, me enmudeció en un instante, y me hizo retroceder uno o dos pasos ante ella? Vi el mismo rostro que me había visitado aquella noche en mi infancia, que se mantenía fijo en mi memoria y sobre que tantos años había cavilado con horror tan a menudo, cuando nadie sospechaba lo que estaba pensando”. 

La relación entre ambas continuó siendo muy próxima, quizá en exceso, pero seguían existiendo cosas que le extrañaban a Laura. Decía de Carmilla que “su estatura era un poco superior a la media. Era delgada, y magníficamente grácil, solo que sus movimientos eran pausados. Su tez era dulce y radiante; sus facciones, pequeñas y hermosamente formadas; su pelo era absolutamente maravilloso”. Sin embargo, “(…) había, según mi impresión, una frialdad impropia de sus pocos años en su sonriente negativa, melancólica y persistente, a concederme ni el menor rayo de luz. (…) no me dijo ni el apellido de su familia, ni cuáles eran sus emblemas, ni el nombre de sus dominios, ni siquiera el país en que vivían”. 

Sin embargo, Carmilla sabía absolutamente todo sobre Laura, y sentía un profundo deseo hacia ella, que solía manifestar con frecuencia: “Solía rodearme el cuello con sus lindos brazos, atraerme hacia ella y, mejilla contra mejilla, murmurar con sus labios junto a mi oído: «querida mía, tu corazoncito está herido; no me creas cruel porque obedezca a la ley irresistible de mi fuerza y mi debilidad; si tu querido corazón está herido, mi corazón turbulento sangra junto al tuyo. En el éxtasis de mi enorme humillación, vivo en tu cálida vida, y tú morirás…; morirás, morirás dulcemente… en mi vida. Yo no puedo evitarlo. Así como yo me acerco a ti, tú, a tu vez, te acercarás a otros, y conocerás el éxtasis de esa crueldad que, sin embargo, es amor; de modo que, durante un tiempo, no trates de saber nada más de mí y lo mío; confía en mí con todo tu espíritu amoroso». 

El resto de la historia forma parte de la leyenda, y tendrás que adentrarte en sus hojas para saber quién era Carmilla, quién era Laura y qué por qué el destino había decidido unir sus caminos de esa manera. A pesar de ser la precursora de muchas novelas sobre vampiros, Carmilla posee unos elementos distintos al resto de historias incluidas en este subgénero. 

Algunos se refieren a la historia como “un amor lésbico vampírico en el siglo XIX” o definen a la protagonista como “la vampira lesbiana que inspiró a Bram Stoker para crear a Drácula”.

«A veces, después de una hora de apatía, mi extraña y hermosa compañera me tomaba la mano y la retenía apretándomela cariñosamente, mirándome al rostro con ojos lánguidos y ardientes, y respirando tan aprisa que su vestido subía y bajaba con la tumultuosa respiración. Era como el ardor de un enamorado; me turbaba; era una cosa y, sin embargo, irresistible; y, con mirada ansiosa, me atraía hacia sí, y sus cálidos labios recorrían en besos mis mejillas; y susurraba, casi sollozando: «eres mía, será mía, y tú y yo seremos una para siempre» ».

Ciertamente, y bajo mi criterio, la historia no trata de amor. Sin duda se trata del mito romántico del vampiro, como también lo es Drácula, Entrevista con el Vampiro, Lestat, Crepúsculo, y un sinfín de novelas inspiradas en el mito vampírico. Pero, al contrario que algunas de las anteriormente mencionadas, Carmilla no es romántica en el sentido amoroso, a pesar de la cantidad de fragmentos con ciertos toques sugerentes que se pueden extraer de la historia. O, al menos, no es una historia de amor recíproca ni vista así por ambas partes. Si los vampiros están muertos, ¿cómo son capaces de amar y de sentir? 

Carmilla fue la primera mujer vampiro en la ficción, pero las leyendas siempre han ido un paso por delante. En México, concretamente en el pequeño estado de Tlxacala, existe una creencia popular sobre la existencia de unas criaturas llamadas Tlaltepuchis, una especie de nahuales (similar a un brujo o ser sobrenatural) que tiene la capacidad de tomar forma animal y cometer actos terroríficos, especialmente cuanto más frío y lluvioso sea el clima”. Se dice que las Tlahuelpuchis son “mujeres comunes a la vista de todos, a quienes los dioses les han concedido un don que algunas usan de manera maliciosa, y quienes se alimentan de sangre humana, preferentemente de niños pequeños o recién nacidos, a quienes acechan en forma de animal. Una vez dormidos los bebés, las Tlahuelpuchis se convierten en mujeres, chupan al infante y salen presurosas de la casa. Cuando los padres de la criatura se despiertan, se dan cuenta de que el pequeño presenta moratones en el pecho, la espalda y el cuello”. Cuando se descubría que una mujer era Tlahuelpuchis, se la sometía a un juicio popular en la comunidad, y se la ejecutaba sin más trámite. La leyenda se extiende hasta nuestros días, ya que se dice que la última ejecución de una Tlahuelpuchis tuvo lugar hace 47 años, en 1973.


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martes, 4 de agosto de 2020

H. C. Andersen: cuando tu vida se convierte en un cuento

A pesar de nacer en una familia humilde, Hans Christian Andersen (1805-1875) se convirtió en uno de los mejores y más importantes escritores de cuentos del siglo XIX. Hijo de una lavandera y de un zapatero, su vida estuvo marcada por la pobreza, la muerte de su padre, el bullying, unos sueños frustrados y unos grandes fracasos amorosos.

Apasionado lector de Shakespeare, tuvo que dejar la escuela a los 11 años por el repentino fallecimiento de su padre, teniendo que mendigar y llegando incluso a vivir debajo de un puente. Con 14 años, creyó descubrir que su verdadera vocación estaba relacionada con la música y la interpretación, y abandonó su Odense natal dispuesto a cumplir su sueño en Copenhague. Pero no lo consiguió. Allí recibió burlas de todo tipo, pero consiguió entablar amistad con músicos y poetas que, confiando en su singular capacidad artística, accedieron a financiarle sus estudios. Como su sueño de la música y la interpretación se había roto, optó por decantarse por la literatura. Y acertó de lleno.



Comenzó publicando el poema El niño moribundo, y continuó escribiendo, entre otros, novelas, relatos de viaje y obras de teatro. Pero su fama llegó con los cuentos, que se hicieron mundialmente conocidos: La Sirenita, La Reina de las Nieves, El patito feo, El traje del emperador, La vendedora de fósforos… y así hasta cerca de 178 títulos que invitaban a soñar, pero también a reflexionar, pues muchos de ellos escondían un oscuro y profundo mensaje detrás relacionado con la vida de su autor.

Algunos de sus cuentos se transformaron en película de la mano de Disney pero, tanto la historia en sí como el final, fueron edulcorados y adaptados a un público infantil. Ciertos estudiosos de sus obras llegaron a la conclusión de que sus escritos eran profundamente oscuros y melancólicos, y que ese tinte lúgubre que recubre las historias se debe a su infancia llena de carencias, que aparece continuamente reflejada en las mismas. Dedicó a su madre el cuento de La vendedora de fósforos, que cuenta la historia de una pequeña niña pobre y semihuérfana que se ve obligada a vender cerillas bajo la espesa y fría nieve de la víspera de año nuevo, rodeada de gente que ultima sus compras navideñas y escaparates a rebosar. La pequeña, muerta de frío, enciende cerillas para entrar en calor, mientras se imagina una casa con chimenea, comida, luces de navidad y amor. La niña, al agotarse las cerillas, ruega a su abuela fallecida que no la deje morir de frío y que la lleve consigo al cielo. Deseo que se acaba cumpliendo.

Para escribir El patito feo se inspiró también en su propia historia y relató el bullying y la discriminación que sufrió en su infancia por ser pobre. No obstante, a lo largo de su vida, también tuvo que lidiar con insultos y discriminaciones por ser disléxico, así como con la imagen de fracasado que tenían de él el resto de escritores por solo escribir cuentos y no haber conseguido ser novelista o dramaturgo. En La Reina de las nieves, historia que la que se inspiró Disney para hacer Frozen, Andersen se refiere a la reina como una mujer fría y sin corazón.

Pero los fracasos amorosos serían otro gran pilar de su vida. Aunque nunca se declaró abiertamente homosexual por temor a su entorno, fue conocida su relación con el bailarín de ballet danés Harald Scharff, cuya historia de amor, corta pero intensa, llegó a marcar profundamente al escritor. Más tarde, vendría su amor no correspondido con el aristócrata Edvard Collin, cuyo amor fallido le llevaría a escribir La Sirenita. Aunque Disney convirtió el cuento en una historia de amor con final feliz, la realidad de Andersen era bien distinta. En la historia, “Ariel” y “Eric” no se enamoran, ni terminan juntos ni se casan. Ella acaba profundamente enamorada del príncipe tras salvarle de un naufragio, llegando incluso a pactar con una bruja su dulce voz a cambio de un par de piernas que le permitiesen ir al baile y conocerle. Pero allí descubre que el príncipe está comprometido, por lo que vuelve al mar rota de dolor. La versión original, que Andersen acabó cambiando, cuenta que sus hermanas le ofrecen la posibilidad de salvarse del pacto con la bruja a cambio de apuñar al príncipe mientras duerme, algo que la Sirenita rechaza hacer, por lo que se acaba convirtiendo en espuma de mar al no haber conseguido el amor de un humano. La versión final de Andersen dice que la Sirenita asistió a la boda del príncipe y su prometida, y que incluso los despidió en la playa cuando ambos se embarcaron en una hermosa nave. Y, desde ese momento, “en las noches de luna llena, la sirenita enamorada vuelve a salir a la superficie a espiar el paso de los barcos. Desfilan muchas naves, pero en ninguna viaja el príncipe a quien un día salvó la vida y por quien languidece de amor”.



Su historia de amor con Collin nunca llegó a producirse y Andersen escribió ese final tan oscuro en un momento de absoluta angustia e ira al enterarse de que Collin iba a casarse. No obstante, muchos estudiosos llegaron a la conclusión de que el escritor podría haber sido bisexual, puesto que también fue rechazado en numerosas ocasiones por las mujeres de las que se acababa enamorando. Su última historia de amor conocida fue con Riborg Voigt, una joven prometida que llegó a enamorarse de él. Pero Andersen decidió no continuar, y quiso dar por finalizada una historia que, probablemente, jamás tuvo un inicio, más allá de las cartas. A pesar de ello, cuando murió, encontraron una carta de ella atada al cuello, y unos poemas con flores escondidos en uno de los cajones de Voigt.

El 4 de agosto de 1875, a los 70 años, Hans Christian Andersen era encontrado muerto después de las lesiones producidas por unas caídas de las que nunca se recuperó. El último deseo del autor fue ser enterrado en Copenhague en un terreno del cementerio compartido con Edvard Collin y su esposa, Henriette, con el fin de compartir la cercanía que no habían podido disfrutar en vida pero, poco tiempo después, los restos de Collin fueron trasladados al panteón familiar.

Andersen era como su Sirenita. Se quedó en soledad esperando en la roca a que su amado apareciese entre todos los barcos que llegaban a puerto. Pero nunca llegaba.

 

"Ser útil para el mundo es la única forma de ser feliz"- H.C. Andersen


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