Copenhague. ¿Por qué Copenhague?
La curiosa paradoja de la vida – a veces bonita, otras veces
no tanto- es la de ver en los demás todo aquello que te falta a ti en ese
momento, y viceversa. No entiendo muy bien el motivo por el cual Copenhague ha
sido el destino favorito de mucha gente estos meses, no sé por qué han decidido
marcharse allí y tampoco sé si yo algún día podré ir. Nunca me había
planteado ir a ese lugar, no estaba en la lista de mis lugares favoritos a los
que ir en esta vida, y ni siquiera sé si ahora lo está. Lo que sí sé es que, de
una manera u otra, he ido viendo Copenhague a través de las distintas personas que
lo han visitado y han decidido compartir sus fotografías.
No sé nada acerca de Copenhague, nada más allá de que es la
capital de Dinamarca. No sé cuáles son sus costumbres ni sus platos típicos; no
sé si tiene sitios famosos, torres altas, calles anchas, estrechas, rincones
para perderse… Tampoco sé si hace calor, frío, si llueve en verano o si los
rayos del sol lucen en invierno.
De Copenhague conozco la canción, la que invita a “dejarse llevar porque suena demasiado bien”
y también “jugar al azar” porque “nunca sabes dónde puedes terminar o empezar”,
incluso con el “valor para marcharse
y el miedo a llegar”.
De Copenhague conozco La Sirenita de lejos, y la réplica que
está en Madrid, más de cerca; pero no conozco su soledad en lo alto de la
piedra durante 103 años ni lo que ve más allá de la Bahía del Puerto de
Copenhague. Tampoco sé acerca de su tristeza, de su frío o de su valentía al
renunciar a su inmortalidad por amor, ni de su miedo ante todos los ataques que
ha recibido a pesar de no hacer nada, a pesar de permanecer sentada, pensativa
y contemplada los 365 días del año, sin quejarse de su 1.25 metros de altura y
175 kilogramos de peso.
La paradoja de la vida es cierta: millones de personas han
salido este verano a conocer mundo, lugares maravillosos, increíbles, como
quizá lo sea Copenhague; otros, en cambio, no hemos tenido la oportunidad de
salir de las mismas calles de siempre. Pero La Sirenita lleva allí 103 años
contemplando lo mismo: el mismo sol, la misma lluvia, el mismo día, la misma
noche y las mismas miradas, y no se ha quejado en todo este tiempo. ¿O, quizá,
es que no siempre es igual? Aunque todo siempre parezca lo mismo, aunque creas
que sea una rutina, que todo se repite, la verdad es que el sol no luce siempre
igual ni todas las noches se oscurecen de la misma forma. Los rayos del sol no
tienen siempre la misma intensidad ni iluminan por igual, y tampoco la lluvia
tiene siempre la misma fuerza. Y, por supuesto, las miradas jamás serán las
mismas.
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