domingo, 8 de noviembre de 2020

CRÍTICA | 'Sol de medianoche': y la granada estalló

Esperado, no, esperadísimo por todos los fans –y no tan fans- de la saga Crepúsculo. Stephenie Meyer lo ha vuelto a hacer: Sol de medianoche se ha convertido en un auténtico bombazo, y no solo de ventas, sino de sentimientos. Ha sabido exprimir todos y cada uno de los sentimientos de Edward Cullen en casi 800 páginas, 29 capítulos y un epílogo. Sencillamente maravilloso.

Han pasado 12 años desde la última novela, Amanecer, pero todo este tiempo de espera no estaba previsto. De hecho, la intención de Meyer fue publicar Sol de medianoche justamente después de Amanecer y cerrar la saga a través de los ojos de Edward, pero el proyecto se paralizó después de que se publicara ilegalmente en internet un borrador parcial de la historia, lo que llevó a la autora a archivarlo indefinidamente. Pero lo rescató, y debemos dar gracias infinitas por ello.

Sol de medianoche no descubre nada nuevo, o sí. Realmente, es una repetición de Crepúsculo, lo que hace que se pueda leer sin necesidad de haber leído la primera parte de la saga. También la película es un fiel reflejo de la historia, no pasa por alto casi ningún detalle de lo descrito en el libro. Entonces, ¿qué tiene de nuevo? La visión de Edward Cullen. Eso lo convierte en una historia absolutamente deliciosa y adictiva. No son pocas las críticas que aseguran que se trata de un libro más complejo, que entraña una mayor fuerza narrativa, “más explícito y convincente en cuanto al drama interno de Edward” y por ende, “menos inocente”. Y, en efecto, lo es. Los sentimientos, sensaciones, visiones y emociones de Edward son una auténtica bomba de relojería, una granada a punto de estallar, y no te permiten despegarte ni un segundo de la historia. Aunque Edward no lo narra con ninguna intención, el lector se siente involucrado, sientes que tú formas parte de todo su mundo y que no puedes hacer otra cosa que sentir y comprender todo aquello. La historia de amor adolescente de instituto deja de tener importancia, y quedarse solamente en eso es un verdadero error. No olvidemos que, aunque estén en un instituto y aparenten tener 17 años, Edward tiene tres cuartos de siglo a sus espaldas y un pasado trágico, lo que aporta una mayor madurez a la trama y un gran sentido común. Al contrario que en el resto de novelas, Bella no es importante. Lo es para Edward y también para la historia en sí, pero la potencia de la trama recae en el verdadero protagonista, que se va desgranando poco a poco como la granada que aparece ilustrada en la portada del libro.

Edward no tiene reparos en mostrar abiertamente su mente y sus intenciones: desea con todas sus fuerzas matar a Bella. El olor de su sangre es superior a él y estar a menos de un centímetro de ella es el peor de los castigos.

«Bella Swan se sentó en la silla a mi lado con movimientos rígidos y torpes- el miedo, sin duda-, y el olor de su sangre brotó en una inevitable nube a mi alrededor. (…) Me incliné hacia atrás para apartarme de ella por pura repugnancia, asqueado ante aquel monstruo que ansiaba liquidarla. ¿Por qué había tenido que venir aquí esta chica? ¿Por qué había tenido que existir? ¿Por qué había tenido que estropear ese pequeño remanso de paz que tenía yo en aquella existencia mía sin vida? ¿Por qué había tenido que nacer siquiera aquel ser humano tan exasperante? Sería mi ruina. (…) El problema era el olor. Ese aroma de su sangre, tan tentador que resultaba espantoso. Ojalá hubiera alguna forma de resistirlo…».


No obstante, tendría otro problema más al que hacer frente: su poder para leer las mentes de los demás no funcionaba con Bella. Toda su seguridad inmortal se desvanecía cuando la tenía delante y era incapaz de prever sus movimientos, de saber qué pasaba por su cabeza. Pero el destino de Edward era estar con Bella, y el de ella, estar con Edward. Ambos eran la salvación del otro. La redención, el perdón por los crímenes, el salvavidas a una vida inmortal absolutamente aterradora y destruida, la protección, los sentimientos, el calor… El calor que consigue brotar en un trozo de hielo.

Los sentimientos de ambos son desgarradores, aunque puros. Buscan conocerse, saber lo máximo posible el uno del otro e investigar sobre el amor, algo que los dos desconocen, puesto que nunca lo han sentido. Aunque la conexión que se establece es más que palpable y única, las intenciones no van a más. De hecho, lo más “excitante” que ocurre entre Bella y Edward es un beso (y alguno más, vale), un roce, una caricia… y nada más. Pero el beso, ese primer beso en el claro del bosque, esa sensación, es absolutamente indescriptible, aunque Meyer consigue hacerlo a la perfección. Es imposible pasarlo de largo, y es imprescindible detenerse en ello, y sentir el estallido.

«Me percaté de lo próximos que estaban nuestros rostros. Sus labios, más cerca de lo que habían estado nunca de los míos. Ya no sonreían, entreabiertos. Inspiró por la nariz, con los párpados medio cerrados. Se estiró para aproximarse más, como si deseara percibir más de mi olor, con el mentón ladeado un centímetro, el cuello hacia delante, la yugular a la vista. Y reaccioné. El veneno me inundó la boca, la mano que tenía libre se movió por propia voluntad para atraparla, se me abrió la mandíbula de golpe cuando ella se inclinó a mi encuentro. Me abalancé para apartarme de Bella. (…) Si yo fuera algo mejor, si de algún modo pudiera ser más fuerte, aquel instante podría haber sido nuestro primer beso, en lugar de un brutal coqueteo con la muerte.

 (...)

– Quédate muy quieta- le advertí a Bella. Se le cortó la respiración.

Lentamente, me incliné para acercarme sin dejar de observar la expresión de su rostro en busca de cualquier signo que me indicara que ella no deseaba esto. No encontré ninguno. Finalmente, hundí la cabeza y la giré para apoyar la mejilla en la base del cuello de Bella. A través de aquella piel suya tan frágil, la vida que le corría cálida por las venas irradiaba de forma rítmica un calor que penetraba en la fría piedra de mi cuerpo. Era un latido que saltaba bajo mi tacto. Mantuve la respiración constante como una máquina, dentro y fuera, controlada. Esperé y fui valorando cada minúsculo suceso que tenía lugar dentro de mi cuerpo. Tal vez permanecí así más tiempo del necesario, pero era un lugar muy agradable donde quedarse.

Cuando sentí la seguridad de que allí no me aguardaba ninguna trampa, avancé. Me fui reajustando con precaución, a base de movimientos lentos y constantes, con el fin de que nada la sorprendiese ni la asustase. Se estremeció en el momento en que mis manos descendieron de su mandíbula hasta el extremo de sus hombros, y por un instante perdí el meticuloso control de la respiración. Me recuperé y me calmé de nuevo, y entonces desplacé la cabeza de tal forma que mi oído se situara directamente sobre su corazón. El sonido, que antes ya me resultaba fuerte, ahora parecía rodearme en estéreo. Bajo mis pies, la tierra ya no se me antojaba tan firme, como si sufriera leves sacudidas al son de sus latidos. (…) Ojalá me pudiese quedar así para siempre, inmerso en el sonido de su corazón y al calor de su piel. (…) Por primera vez, al inhalar el ardor de su fragancia, me permití imaginármelo. En lugar de bloquear mis pensamientos, de cerrarles el paso y obligarlos a regresar a las profundidades fuera de mi mente consciente, les di permiso para moverse sin restricciones.

(…) Vértigo. Esa era la única palabra que se me ocurría para describir el subidón que estaba experimentando. No era una palabra en la que soliera pensar en relación conmigo mismo. Todos los pensamientos que tenía en la cabeza deseaban salir a borbotones entre mis labios, y quería escuchar todos los pensamientos que había en la suya. Eso, al menos, no era nada nuevo. Todo lo demás sí lo era. Nuevo. Todo había cambiado».

 

Que no existan escenas con mayor nivel o grado de excitación que esa (aunque lo es también sí misma), no es casualidad. La autora nunca ha mantenido en secreto su religión y se ha declarado abiertamente mormona. En alguna de sus entrevistas, como la que le concedió a Nicola Bardola para su libro El fenómeno Crepúsculo (altamente recomendable para los fans de la saga o si, simplemente, te interesa saber más sobre la autora los personajes, las localizaciones, la música...), declaró que “su fe es muy importante para ella y que intenta vivir según sus preceptos, aunque no es un buen ejemplo de mormona”. Aun así quiso puntualizar que nunca introducía referencias religiosas en sus historias y que, en caso de que apareciese alguna, sería de forma inconsciente. Quizás, que no ocurra nada más entre ambos protagonista, aparte de un beso tremendamente sentido por los dos, tenga algo que ver con la religión de Meyer, ya que los Mormones tienen muy arraigada la llamada Ley de Castidad en su doctrina y preceptos, lo que no les permite mantener relaciones sexuales antes del matrimonio. Esto ocurre de igual modo en la saga, puesto que la primera noche de pasión entre Edward y Bella tiene lugar en la noche de bodas, en Amanecer.

En Sol de medianoche, Edward comenta en algunas ocasiones que, a pesar de ser inmortal, sigue manteniendo sus instintos humanos, aunque muy ocultos y que, por tanto, no deja de “ser un hombre” cuando tiene a Bella delante. Esta revelación surge durante una conversación con Bella en el cuarto de la joven mientras ambos se hacen diversas preguntas sobre sus correspondientes vidas para conocerse mejor:

-      

- Tus instintos humanos…-me preguntó con ritmo pausado-. Bueno, ¿me encuentras atractiva en ese sentido? 

Aquello me arrancó una carcajada. ¿Acaso había algún sentido en el que no la deseara? En mente, en cuerpo y en alma… y en cuerpo no menos que ninguna de las otras dos. Le acaricié el pelo sobre el cuello.

-       Tal vez no sea humano, pero soy un hombre

 

Todas las portadas de la saga tienen un significado, y esta no iba a ser menos. En Crepúsculo encontramos una manzana entre dos manos, que representa el fruto prohibido según el Génesis. Es decir, el amor prohibido entre una humana y un vampiro. 



En la película, a Bella Swan se le cae una manzana en la cafetería del instituto cuando Edward Cullen se acerca a ella, fruta que acaba recogiendo el chico al vuelo con el pie y que entrega a Bella, lo que simboliza el comienzo de la relación entre ambos, el “caer en el pecado” a pesar de las consecuencias. Meyer utiliza una cita del Génesis al comienzo de la novela de Crepúsculo


Él revela honduras y secretos.

conoce lo que ocultan las tinieblas,

y la luz mora junto a Él.

Daniel 2:22

 

Clip de Crepúsculo que hace referencia a la escena 


Aunque la autora confesó que no sabía cuál era el significado real de la portada de Luna Nueva, un tulipán con manchas rojas de sangre sobre un fondo negro, su equipo de ilustración desveló que el tulipán perdía uno de los pétalos, lo que simbolizaba a Bella perdiendo una gota de sangre. 


Este hecho hace referencia a la escena en la que la joven visita la casa de los Cullen por su cumpleaños y despierta los instintos de Jasper al hacerse un corte en el dedo con el envoltorio del regalo de Esme y Carlisle. Este momento es el que hace darse cuenta a Edward del gran peligro al que está exponiendo a Bella.


Fotogramas de Crepúsculo / elaboración propia


Según avanzan las novelas, así lo hace la intensidad. Y no solo de la historia, sino también en la evolución de los personajes. En Eclipse, se plantea en más de una ocasión la “necesidad” de Bella por ser vampiro, a pesar de la negativa de Edward, quien no quiere que su amor se convierta en inmortal. Jacob cobra una mayor importancia en la trama, haciendo incluso dudar a Bella de sus sentimientos por Edward, rogando a la joven que deseche la idea de convertirse en vampiro para seguir siendo humana. La portada de Eclipse presenta una cinta roja casi rasgada sobre un fondo negro, lo que simboliza la indecisión de Bella entre convertirse en vampiro o seguir siendo humana.




Esta evolución también es palpable en Amanecer, concretamente en su portada. En la misma, aparece la figura de la reina sobre un tablero de ajedrez en primer plano, y un peón al final, prácticamente en la sombra. Bella comenzó siendo el peón más débil, la más frágil en un mundo de vampiros inmortales e invencibles, y de hombres lobo rápidos y astutos, pero acabó convirtiéndose en un vampiro poderoso. Es el crecimiento de Bella, su renacer, su descubrimiento, su muestra de poder. No todos los vampiros desarrollan habilidades especiales. De hecho, en la familia Cullen, solo lo poseen tres: Edward, Alice y Jasper. Pero en Bella florece la capacidad de protección, que utiliza durante la batalla final entre los Cullen y los Vulturi.


Pero, sin duda, Sol de medianoche se lleva el premio a la mejor portada. En ella, aparece una granada abierta sobre un fondo negro. De nuevo, una fruta, al igual que la manzana del inicio. Meyer, a través de la visión de Edward, explica el porqué de la granada y su relación con la historia, y lo hace narrando el mito de Perséfone, quien fue raptada por su tío Hades (hermano de su padre, Zeus), quien se había enamorado de ella. La joven permaneció en el inframundo y, aunque su padre estuvo al corriente de la situación y rogó a Hades que devolviera a la tierra a su hija, Perséfone no pudo volver, puesto que había comido el grano de una granada. Comer cualquier fruto del inframundo implicaba quedarse allí para siempre.




Edward hace referencia en varias ocasiones a este mito. Él es la granada, el malvado fruto que haría que Bella se quedase encadenado a él para siempre.

De repente, mientras ella comía, se me vino una extraña comparación a la cabeza. Vi a Perséfone con la granada en la mano, descendiendo al inframundo. ¿Ese era yo? ¿Era el mismísimo Hades, que codiciaba la primavera y la robó, condenándola a la noche eterna?

La granada es también protagonista cuando Edward percibe por primera vez el intenso y embriagador olor de Bella:

“Distraída, se echó a un lado aquellos cabellos densos en el preciso instante en que yo me había permitido respirar otra vez. Una ola especialmente concentrada de su fragancia me impactó contra el fondo de la garganta. Fue como el primer día: como el estallido de aquella granada. El dolor de la ardiente sequedad me provocó un mareo. De nuevo tuve que agarrarme a la mesa para mantenerme en la silla. Esta vez tuve un poco más de control, ligeramente. Al menos no rompí nada. El monstruo rugía dentro de mí, pero no disfrutó con mi dolor. Estaba muy bien atado. Por ahora. Dejé de respirar por completo y me incliné para apartarme de la chica tanto como pude. No, no me podía permitir que me fascinara. Cuanto más interesante la encontrara. Más probable sería que la matase”.

 

En definitiva, la historia no solo nos aporta la maravillosa y sentida visión de Edward Cullen, sino que también nos descubre nuevos pasajes que se obvian tanto en Crepúsculo como en la película como, por ejemplo, qué hace él mientras desaparece unos días y el sitio al que va, dejando a Bella desconcertada. También todo el viaje que realizan para rescatar a Bella de la trampa mortal tendida por James o aspectos desconocidos de la vida de Edward. Un cóctel delicioso de sentimientos y melancolía en el húmedo y lluvioso Forks, acompañado siempre por literatura y música. No faltan las lecturas de Bella, como Sentido y sensibilidad de Jane Austen, o las referencias a Linkin Park y su disco Hybrid Theory, cuya canción, With you, es una de las favoritas de Bella. O las ya ampliamente conocidas Claro de luna de Debussy, o la Nana que Edward compone para Bella.

Sentidos contrapuestos, mezcla de lo clásico y lo moderno, distintas épocas, recuerdos momentos. Lo mortal y lo inmortal. Lo tentador y lo prohibido. Lo que se cuenta y lo que se esconde. Meyer ha conseguido que, hasta los pensamientos más oscuros de Edward, sean una luz para los lectores. Que el dolor se sienta y abrase. Que, cuando mejor se conoce a alguien, es sus peores momentos.

Casi 800 páginas de retrospección, de búsqueda interior, de análisis, de dejarse llevar… 800 páginas que se hacen excesivamente cortas.

Y para los fans, buenas noticias. Según diversas informaciones, Meyer tiene intención de publicar dos libros más, continuando así la saga desde la perspectiva del vampiro.

 

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