sábado, 29 de octubre de 2022

Elin Cullhed, autora de 'Euforia', una novela sobre Sylvia Plath: «He aprendido a quererla»


Con ese pensamiento y esa declaración se ha quedado Elin Cullhed, la autora de Euforia, una novela sobre Sylvia Plath que presentó el miércoles 26 de octubre en la librería Amapolas en octubre (librería que cogió prestado su nombre, precisamente del título de un poema de Plath) acompañada por la traductora de la novela, Ainize Salaberri, aprovechando la celebración del 90º cumpleaños de la escritora norteamericana.

Una novela que comienza con una lista de 7 razones para no morir escrita por una ficticia –aunque, en cierta parte, real –, Sylvia Plath. Una artista poderosa, con temperamento, a la que ha costado sacar de las sombras, del drama y de la imagen de poeta suicida. Una mujer que puso de su parte para aferrarse a la vida, que era capaz de disfrutar y de reír, que había visto cumplido su sueño de ser madre.


Elin Cullhed en la presentación de Euforia


Ya nos avisan desde el principio: «Euforia es una ficción sobre Sylvia Plath que no debería leerse como una biografía. Los episodios y personajes del libro, aunque coincidan con la realidad, se han convertido en ficción y fantasía literaria en el contexto de la novela. Por lo tanto, Sylvia Plath también se ha transformado en esta obra en un personaje de ficción». 

Esta historia no nos descubre nada nuevo, eso es cierto, pero devuelve la voz a la Plath de su último año de vida, el peor. El año de su segundo parto, de su abandono, del frío invierno inglés, de su divorcio, de su papel de madre en solitario, de sus problemas económicos; de la inminente publicación de su primera y única novela, la que iba a desenmascarar a su entorno, que se vería representado en sus personajes. Una campana de cristal que mostraría la verdadera cara de su madre, sus pensamientos y sentimientos hacia Ted Hughes; sus intentos de suicidio, sus problemas psicológicos, sus planes de vida alejada de parejas, matrimonios e hijos. Una Esther Greenwood más libre que su creadora. Un cristal que separaría la realidad de la ficción, pero solo a medias.


Libros de Sylvia Plath en Amapolas en octubre


No nos descubre nada nuevo, pero reivindica, una vez más, la desigualdad. El marido poeta y exitoso; la mujer madre y cuidadora. El marido que viaja a Londres y se desenvuelve en la sociedad literaria del momento, que escribe y lee poemas para la BBC; la mujer que piensa en qué comida hacerle a sus hijos teniendo 39º de fiebre. El marido que encuentra sustituta a su mujer, a la que ya no ve atractiva tras dar a luz a su segundo hijo. El marido deseado por otras. El marido maltratador. El padre ausente. La oscuridad.

¿Fue Ted Hughes la verdadera oscuridad de Sylvia Plath? ¿Por qué ella ignoró todas las señales? ¿Por qué continuó con él a pesar de describir en sus cartas y diarios a un Ted absolutamente terrible? Durante su adolescencia y juventud, Sylvia había tenido varios novios, pero ninguno de ellos cumplía con los requisitos. Todos eran débiles, inferiores. Sylvia quería la perfección, la excelencia, el poder, la protección y la seguridad. Ted Hughes cumplía todo aquello. Era físicamente más grande que ella, era guapo, era inteligente y era poeta. Pero también era destructivo, desafiante, vehemente, superior y acusatorio. Un personaje secundario en la novela que fue el principal en la vida y en el declive de Sylvia.

Un declive que comenzó ese último año, cuando tuvo que hacer frente a un post-parto, a un bebé recién nacido, a una hija de dos años, a un marido infiel, a una casa en el campo de una ciudad y en un país que no le pertenecían, a una crisis económica, a la búsqueda de un piso, a una mudanza, a una absoluta soledad, a una gripe y a uno de los inviernos más fríos. Un año de euforia, los meses de mayor producción literaria, el año de finalización de La campana de cristal, que vería la luz en enero de ese año bajo un pseudónimo.


'Euforia' de Elin Cullhed


La maternidad siempre fue muy importante para Sylvia Plath y vio cumplido su deseo con el nacimiento de Frieda y de Nicholas. Un deseo que cumplía, asimismo, una doble función. Por una parte, había cubierto su necesidad de ser madre; y por otra, había cumplido con lo que la sociedad (y su madre) esperaban de ella. Ya era esposa y madre. Había sido capaz de formar una familia feliz, de comprar una casa en el campo, de plantar flores, de cuidar del jardín, de hornear pan, pasteles y asados; de hacer comidas familiares y de recibir visitas. Había conseguido crear a su alrededor, nuevamente, otra campana de cristal que la aislaba por completo del mundo, como esa casa de campo a las afueras, alejada de la civilización, que se convirtió en su peor pesadilla. Un cristal tan duro y tan opaco que ni siquiera permitía traspasar la felicidad, que consumía sus fuerzas y su energía. Un cristal que acumulaba y dejaba sin oxígeno, como si tapase la llama de una vela, y que acabó estallando, finalmente, ese fatídico 11 de febrero.

«Ted era historia, había sido barrido como un trozo de alga en una zona de la playa. Arrastrado hacia el océano. Yo era el océano. Yo era las olas. A él se le había olvidado. Yo era el futuro. Lo llevaba en el pecho. Yo era el tiempo, era la vida misma, era la madre primordial, era la que cuidaba a los niños».

Esta historia no nos descubre nada nuevo, pero nos ayuda a comprender mejor a Sylvia Plath, nos permite escuchar su voz, nos permite sentirnos identificadas, como le sucedió a Elin Cullhead; nos permite acompañarla en el momento en el que más hubiese necesitado ese abrazo y esa compañía. Nos ayuda a completar los huecos de ese último año que Ted Hughes se encargó de borrar al hacer desaparecer las cartas y los diarios de esos últimos meses, como si nunca hubieran existido. Como si Sylvia Plath hubiese estado ausente, como si esos días eternos, fríos y solitarios estuviesen congelados en el tiempo. Como si nadie hubiese sido testigo del silencio y el dolor de una chica de 30 años. Como si el estallido del cristal no hubiese resonado a kilómetros de allí.

Esta historia no nos descubre nada nuevo, pero nos enseña a comprender y a querer (aún más) a Sylvia Plath.

«Así es como empiezan a quererte profundamente: pensando en la abundancia, sin obsesionarse con las injusticias pasadas, tomando vitaminas y manteniéndote sana, durmiendo mientras los niños duermen. Así es como te aman profundamente: esperando tu momento, escribiendo tus poemas, siguiendo tus rutinas, intentando dar con la forma de quererte».

Brindamos por ti, Sylvia. Te tenemos muy presente. 



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viernes, 19 de agosto de 2022

'La vigilante del Louvre': del origen del mundo al descubrimiento de una nueva protagonista


Tenía muchas ganas de leer La vigilante del Louvre de Lara Siscar. El Louvre, París, arte… Me dejé llevar por el título y la historia sin leer reseñas, sinopsis, críticas ni comentarios y, aunque no he conectado al 100% con la historia ni con las protagonistas, me ha gustado volver un ratito al Louvre a través de sus páginas. Y también investigar y descubrir nuevos acontecimientos en relación al cuadro sobre el que gira esta historia.





Contado a través de tres voces femeninas –Diana, Claudette e Isabelle–, la novela entrecruza sus vidas a través de un mismo cuadro: El origen del mundo, de Gustave Coubert, un polémico retrato realista que abandona su museo de origen para exponerse temporalmente en el Louvre. Pero no solo les une la fascinación por el mismo cuadro, sino la insatisfacción de sus vidas y algunos secretos familiares que, sin saberlo, conectan a las tres.

Diana es vigilante de sala en el Louvre, donde conoce por casualidad el cuadro. Insatisfecha con su vida y consigo misma, se encuentra atrapada en un matrimonio en el que no hay amor –ni nunca lo hubo por parte de ninguno de los dos–, y un niño no deseado también por ninguno de los dos.




Diana, una de las tres protagonistas



Claudette es violonchelista y está realizando una tesis sobre arte en relación al mismo cuadro. A pesar de tener una vida de lujo y ensueño, no está realmente enamorada de su marido, por lo que recurre a su amante en diversas ocasiones sin saber las consecuencias que pueden traerle tales actos.


Claudette, una de las tres protagonistas



Isabelle siempre quiso dedicarse al arte, y comenzó posando desnuda para algunos pintores, un trabajo deshonroso y que apenas le daba para sobrevivir, por lo que recurrió a la prostitución. Primero, en un piso de “señoritas”; después, en las oscuras y peligrosas calles de las Tullerías.


Isabelle, una de las tres protagonistas


A modo de valoración personal, creo que era un buen punto de partida para hacer una historia más extensa, más profunda, más completa. Me ha faltado justamente eso: profundidad, intensidad y belleza. Me ha resultado demasiado superficial en el sentido de no ahondar en la historia, en no apelar a los sentimientos. Todo rápido, de pasada, con un lenguaje demasiado convencional. Pero me ha servido para investigar y ahondar en en cuadro, y en las nuevas y esperadas revelaciones que han surgido en torno a él y a su protagonista.

Aunque la autora señala que algunas partes son ficticias, como el diario fechado en 1866 que a veces lee Isabelle, hay que aclarar algunas cosas, que dan la vuelta completamente a la historia. El origen del mundo se configura como uno de los cuadros más controvertidos de la historia del arte por lo explícito de lo que en él se retrata. Pero una de las grandes incógnitas que rodea al mismo es quién fue la modelo que se prestó a posar de ese modo para Coubert en 1866. El nombre que se había barajado desde ese momento era el de Joanna Hiffernan, -conocida como La dama de blanco- una joven irlandesa casada que actuaba como modelo para diversos pintores, y que era amante de uno de los aprendices de Coubert, además de del propio artista. 

Joanna Hiffernan, la dama de blanco / Royal Acdemy de Londres


Este libro fue escrito en 2015, y la autora incluye parte de un diario ficticio supuestamente escrito por la propia Joanna, además de aludir a ella en varias ocasiones mediante el diminutivo con el que se la conocía –Jo–, y situarla como la tatarabuela de Isabelle. En 2018, después de muchas investigaciones, se descubrió que Joanna Hiffernan no era la modelo real, ya que su piel blanca y su cabello pelirrojo no coincidían con los rasgos que aparecen dibujados en el cuadro.

Ha sido el historiador y biógrafo de Alejandro Dumas, Claude Shopp, quien ha puesto el foco en una nueva mujer, Constance Quéniaux, como la verdadera protagonista del cuadro, una joven de familia pobre, hija de una madre soltera y analfabeta, y de padre no reconocido, que se formó como bailarina desde los 14 años, integrándose en el cuerpo de bailarinas de la Ópera. Aunque esa profesión le duró poco, ya que, según diversa documentación de la época, Constance también ejercía la prostitución y se rodeaba de “protectores”, hombres pudientes que requerían de sus servicios a cambio de una buena cantidad de dinero y de protección social.



Constance Quéniaux, en una de sus pocas fotografías, hecha por Félix Nadar



Así conoció al diplomático egipcio Khalil Bey, uno de los hombres que requirieron de sus servicios y quien encargó a Coubert el famoso cuadro. Bey y Quéniaux tuvieron una relación más allá de “cliente”-meretriz, y así fue como Alejandro Dumas descubrió que Constance era la protagonista del polémico retrato. Shopp descubrió a esta joven por una alusión directa que Dumas hizo de ella en una de las cartas que mandó a una de sus amistades, en la que daba a entender que la chica, además de bailarina y modelo de retratos, era meretriz ocasional.

Recurrir a prostitutas durante el siglo XIX y principios del siglo XX era lo habitual. Los pintores requerían de modelos que posaran desnudas para sus retratos a cambio de una pequeñísima cantidad de dinero –y la mayoría de las veces, favores sexuales y diversos servicios similares–, y las únicas mujeres que se prestaban a ello solían ser prostitutas o jóvenes pobres y sin recursos. Así es como ellas acababan integrándose en el mundo del arte y en el selecto mundo de los pintores bohemios, accediendo después otro estilo de vida. Esto se ve muy bien reflejado en la novela Una tienda en París de Máximo Huerta, de la que hice reseña en mi instagram (@floresyunlibroenblanco)

Ese fue el caso de Quéniaux, quien acabó perteneciendo a la alta sociedad parisina y durante sus últimos años de vida se convirtió en una reconocida filántropa que se preocupó por los niños huérfanos. A su muerte, hallaron en su casa numerosos bienes de gran valor, como muebles del siglo XVIII y un cuadro de Coubert.

Este controvertido retrato no ha pasado desapercibido desde que vio la luz por primera vez. Muchos han sido sus propietarios, el último de ellos el psiquiatra Jacques Lacan, quien mantuvo el cuadro tapado con una sábana por pudor. Por ese mismo pudor y vergüenza, estuvo muchos años oculto en diversos almacenes, alejado de la vista de los más curiosos, ocultando las partes mas íntimas de una mujer, hasta ahora, desconocida.

A la muerte de Lacan, el cuadro pasó al Estado francés en concepto de donación correspondiente a los derechos testamentarios del psicoanalista, y se encuentra expuesto desde 1995 en el Museo d’Orsay de París. 



El origen del mundo de Coubert expuesto en el Museo d'Orsay


Si leíste esta novela cuando se publicó, te tocará hacer un cambio de nombre. Si lo lees ahora, ten en cuenta esta nueva información. Si vas al museo, ahora mirarás el cuadro con otros ojos y pondrás cara a su verdadera protagonista. Un regalo para el arte, y quizá no tanto para la privacidad e intimidad de la joven. Una suerte que no esté viva para verlo, supongo. Posiblemente, lo agradecería.

Si estás interesado/a en descubrir más sobre este cuadro y su protagonista, a modo de bibliografía señalar:

El origen del mundo. Historia de un cuadro de Gustave Coubert, escrito por Thierry Savatier (Ttrea, Arte, 2014)

L’origine du monde, vie du modèle (Phébus, 2018), escrito por Claude Shopp, donde se centra en su nuevo descubrimiento: la verdadera identidad de la protagonista del cuadro.

jueves, 21 de julio de 2022

'Buscando Mercy Street': Linda Gray o cómo sobrevivir a su madre, Anne Sexton


'Buscando Mercy Street', el reencuentro de Linda Gray con su madre, Anne Sexton


Este es, sin duda, uno de los libros más duros y difíciles que he leído en mi vida. A pesar de ello, me ha encantado adentrarme en la vida de Linda Gray Sexton, en su infancia, su adolescencia, en sus recuerdos, en todos sus momentos buenos y malos.

La hija de Anne Sexton, a través del título de uno de los poemas de su madre -45 Mercy Street-, hace un repaso de toda su vida, una vida marcada por la enfermedad mental de su madre, la poeta Anne Sexton; también por el alcohol, los numerosos intentos de suicidio, la agresividad de su padre, el abandono por parte del resto de su familia y sus posteriores depresiones propias. No fue fácil tener una madre como Sexton en ninguno de los sentidos, y así lo recuerda Linda, quien, ya desde muy pequeña, tuvo que hacer frente al abandono y a la soledad, sufriendo los malos tratos de su tío y el desprecio de su tía durante los largos meses que su madre permanecía internada en algún hospital por sus ataques o sus intentos de suicidio y ella debía quedarse al cuidado de ellos.

Querida Linda:

Estoy en mitad de un vuelo a San Luis para dar un recital. Estoy leyendo una historia del New Yorker que me ha hecho pensar en mi madre y, sola como estoy en el asiento, le he susurrado: «lo sé, madre, lo sé». (¡He encontrado un bolígrafo!) y he pensado en ti –algún día estarás volando sola a algún sitio, cuando quizás ya esté muerta, y desearás hablarme-.

Y quiero contestarte. Linda, a lo mejor no es en un vuelo, a lo mejor es en nuestra cocina, por la tarde, tomando un té, cuando tengas cuarenta años. Cuando sea, quiero volver a decirte que:

1. Te quiero

2. Nunca me dejaste tirada

3. Lo sé. Yo estuve una vez ahí. Yo, también, tuve cuarenta años y una madre muerta a la que aún necesitaba.



Carta de Anne Sexton a su hija
Esa carta la encontró Linda tan solo unos meses después de que su madre se hubiese quitado la vida, dentro de una caja de metal donde guardaba sus objetos personales desde que tenía doce años. Estas líneas, que abren el primer capítulo titulado La carta, junto con pequeñas partes de poemas de Anne Sexton que aparecen en cada capítulo, nos acompañan a la largo de la historia.

La publicación de este libro, así como el de las memorias de Anne Sexton -que corrió a cargo de Diane Middlebrook-, supuso que salieran a la luz multitud de “secretos” en torno a la figura de la poeta, que no gustaron en absoluto al resto de la familia, que incluso llegó a amenazar a Linda Gray si eso acababa publicado.

«La publicación de la biografía de mi madre, escrita por Diane Middlebrook, provocó reacciones extremas en varios frentes, y Buscando Mercy Street también generó admiradores y críticos del estilo. (…) Estaban aquellos que protestaron alegando que había usurpado la vida de mi madre para utilizarla en mi beneficio, y estaban aquellos que aplaudían la honestidad con la que había escrito el libro. Estaban los que cuestionaban su veracidad y los que crearon el rumor de que eran unas “memorias falsas”, un concepto que estaba siendo cada vez más aceptado en el campo psiquiátrico aquella época. (…) De mi familia también llegaron más, aunque diferentes, preguntas. Principalmente, se preguntaban cómo podía recordar nuestra vida juntas de una forma tan distinta a como la recordaban ellos. Lo expliqué de la siguiente manera: escribir unas memorias sobre ti y sobre tu familia es como entrar en una habitación en la que está todo el mundo pero hacerlo por una puerta diferente a la suya; siempre es la misma habitación pero el ángulo desde el que miras es distinto al que el resto percibe, pese a que la habitación contenga los mismos objetos, cuadros, cortinas y sillas. Mismas vidas, perspectivas diferentes.

Algunos miembros de mi familia, sin embargo, parecían implacables. Mis primos y la hermana mediana de mi madre me llamaron furiosos a casa criticándome por haber revelado tanto sobre nuestros asuntos privados familiares. Cuando se publicó la biografía también mandaron una airada carta al New York Times. No les consoló lo más mínimo que hubiese callado mucha información más sobre esa parte de la familia, al no tener relación alguna con el motivo principal de 'Buscando Mercy Street'. Al contrario, continuaron con una sarta de vituperios que yo intentaba ignorar por muy difícil que resultase. Aún hoy es el día que no nos hablamos».

Nadie sabía, por ejemplo, que Anne Sexton había intentado abusar sexualmente de su propia hija, quizá repitiendo un patrón que ella misma había sufrido en su infancia por parte de su padre. Tampoco fue del agrado de muchos la publicación de las cintas de las terapias que Sexton realizaba con su terapeuta, o las cartas que se enviaba con sus amantes, entre ellos, uno de sus psiquiatras. Linda, como albacea de la obra de su madre, consideró en todo momento que las cartas, las cintas y otra documentación en relación a su progenitora debían ver la luz, pues mostraban a la auténtica Anne Sexton. Una Sexton que se tomaba varias copas antes de sus recitales de poesía; una Sexton que estaba al borde de la muerte cada día; una Sexton brillante en la poesía, ganadora de un Pulitzer, y cuya casa estaba a rebosar de pastillas que intentaban acallar esas voces que le decían que acabase con su vida y con la de sus hijas. Una Sexton que desatendía por completo sus obligaciones como madre, que no hacía la comida, que se pasaba horas frente a una máquina de escribir para componer sus mejores poemas; una Sexton que se acurrucaba con Linda rogándole que ella, que en esos momentos tenía nueve años, fuese la madre verdadera y ella fuese la hija de 33 años. Una Sexton que bebía hasta la extenuación. Una Sexton que se masturbaba frente a su hija. Una Sexton que pegaba a Linda, a quien, en algún momento de su terapia, confesó odiar y desear matar. Una Sexton que acusó a Sylvia Plath- quien era su amiga y se había suicidado en 1963-, de haberse apropiado de una muerte que no le pertenecía, y de haberle quitado el protagonismo que ella misma merecía. Una Anne Sexton ausente, incapaz de cuidar y cuidarse, que puso fin a su vida ingiriendo pastillas y alcohol, e inhalando durante horas el monóxido de carbono que salía del motor de su Cougar rojo. Una Anne Sexton que vivió buscando el 45 de Mercy Street, un lugar que solo residía en su cabeza.

«El 4 de octubre de 1974, mi madre no escribió ninguna nota ni hizo ninguna llamada de teléfono. No buscó ayuda ni que la rescataran, y eligió un método mucho más certero que sus viejos rituales con los somníferos. Mientras el delicado sol de otoño se derramaba por el tejado, mi madre bajó la puerta del garaje, se montó en su coche y encendió el motor, no como un grito de socorro, sino como un punto y final. Para acabar con el dolor se quitó la vida. Mi madre murió de depresión: intratable, incesante. ¿Por qué cuando hacemos referencia a la depresión pensamos en ella como un estado caracterizado, principalmente, por el atontamiento y la moral baja en vez de como un estado de intenso sufrimiento? Al final, mi madre sabía que ni toda la terapia del mundo podía salvarla. (…) Quería morir, un deseo que nacía de la desesperación, no de la ira. En un momento dado, escribir la había aupado por encima de sí misma. Haciendo uso de las palabras había escapado de su dolor, ofreciéndoselo a otros. Era capaz de expandirse, de imaginar a Anne en otras vidas, en otros cuerpos, otro sexo, otras situaciones, dibujando similitudes entre ella misma y sus lectores, entre ella misma y otros sujetos.

(…) ¿Con qué frecuencia se ha especulado que la locura crea arte? Si mi madre estuviese viva hoy en día, sacudiría la cabeza en total desacuerdo y recordaría a todos los interrogadores que cuando estás hundida en el dolor y la confusión, no eres capaz de crear nada. Simplemente, trabajas muy duro para sobrevivir».


La poeta Anne Sexton en el verano de 1974


¿Cómo sobrevivir a esa infancia, marcada por la soledad, el abandono y el maltrato? ¿Cómo sobrevivir a esa adolescencia, con la muerte rondando a cada minuto y con la imagen de la madre loca y depresiva? ¿Cómo sobrevivir a la juventud tras su posterior suicidio? ¿Cómo abrirse camino en la literatura siendo hija de Anne Sexton? ¿Cómo vivir con el fantasma de una madre suicida? ¿Cómo convivir con los recuerdos? ¿Cómo ir a terapia, tener depresión y tomar pastillas con el miedo constante de acabar como ella? ¿Cómo sacar a Anne Sexton de lo más profundo de tu alma? ¿Cómo perdonar y querer a una madre que no había sabido serlo?

«Amé a mi madre cuando estaba viva; la amo aún, a pesar de la ira, a pesar de su enfermedad mental y las cosas que esta le obligaba a hacer. Nunca quise que pareciese un monstruo a los ojos de nadie. Era cariñosa y amable, pero también estaba enferma y era destructiva. Intentó ser una buena madre pero, y esta es la verdad, no lo fue. Mi madre era humana, simplemente, y estaba sujeta a todo tipo de debilidades y problemas. Hay quien solo desea recordarla bajo cierta luz, una especie de leyenda. No desean escuchar que Anne Sexton hizo algo que no fuese perfecto, o algo inútil, o algo más que un simple e inevitable resultado de la sociedad en la que se abrió camino. Al enriquecer la realidad de la mujer que fue, la biografía quizás había destruido su muy limitada imagen como mujer que había sido víctima de su enfermedad mental, víctima de un marido agresivo, víctima de la sociedad que la había oprimido como mujer pidiéndole que fuese solamente un ama de casa y una madre».

 

Anne Sexton y su hija pequeña Joy


Linda Gray, al igual que su madre, hizo de la escritura su terapia. Quiso entender cada una de las situaciones por las que había atravesado a lo largo de su vida, comprender a su madre incluso en los momentos más incomprensibles. Quiso ser una madre real y de verdad, estar con sus hijos y cuidar de ellos como Anne Sexton no lo había hecho con ella y con su hermana Joy. Aun así, el fantasma de Sexton ha seguido sobrevolando desde su muerte en 1974, y también acompañando a Linda durante todo este tiempo, en el que ha pasado por muchas de las situaciones por las que pasó Anne: soledad, depresión, pastillas, voces, pensamientos suicidas… Pero con un final diferente. Linda sobrepasó los 45 años con los que su madre se quitó la vida, formó una familia, alejó todos los fantasmas y se reconcilió con Anne. Al menos, en cierta parte.

«En 'Buscando a Mercy Street' había escrito sobre perdonarle a mi madre su vida y la clase de madre que había sido para mí, pero aún no había llegado al punto de enfrentarme y perdonar su brutal y repentina muerte. No entendía, entonces, que necesitaba más aceptación y perdón para continuar con mi vida y que, a pesar de que el libro lidiaba con mucho de eso, no contaba, finalmente, toda la historia entre mi madre y yo. En 1993, mientras aún estaba escribiendo este libro, tenía cuarenta años y estaba en una encrucijada en mi vida. Cuando llegó ese momento en mi vida que coincidía con el aniversario de la muerte de mi madre (el día en el que cumplí 45 años), me sentí tan deprimida y suicida como se había sentido ella. Casi no sobrevivo, pese a mis valientes afirmaciones previas sobre cómo tenía mi propia depresión bajo control. En 2001, cuatro años después de mi último intento de suicidio, empecé a escribir acerca de mis experiencias con este terrible legado. En mis sesiones psiquiátricas -y en mi ordenador, ya que había empezado un nuevo libro-, examinaba constantemente la muerte de mi madre y mi deseo de morir, de la misma forma que había examinado su vida y mi relación para con ella en estas memorias. ¿Qué significaba realmente para mí su suicidio a los cuarenta y cinco años como mujer de cuarenta y cinco años que yo era?».

Enfrentarse a la poesía de Anne Sexton es complicado, pero también es revelador. La poesía confesional-o confesionalismo- en la que también trabajaron otras escritoras como Sylvia Plath, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, y la propia Sexton, llena de detalles sobre la vida privada de cada una de ellas, la sexualidad y las enfermedades mentales nos acerca a una realidad. Dolorosa, eso sí, pero real. A unos versos alejados de la fantasía, cargados de tristeza, melancolía y recuerdos. Y, en muchos casos, cercanos a la muerte, aquella que se ve como una salvación y no como un temor. 'Buscando Mercy Street' es imprescindible para entender no solo la poesía de Anne Sexton, sino a la propia Anne Sexton, a Linda Gray y a la vida en todo su contexto. 

Poema de Anne Sexton dedicado a Sylvia Plath tras su suicidio en 1963


Durante estos años, Linda ha escrito numerosas novelas, y como albacea de su madre ha editado un volumen de cartas,-Anne Sexton. Un autorretrato en cartas-, ha dado el consentimiento para la publicación de la biografía de Anne Sexton, y sigue comprendiendo, poco a poco, a su madre, a quien intenta introducir en cada una de sus novelas.


Linda Gray Sexton, escritora e hija y albacea de Anne Sexton



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miércoles, 25 de mayo de 2022

'Selene y los cuatro elementos': diosas, mujeres, explotación sexual y Pizarnik como salvación



Selene y los cuatro elementos - Lucía Etxebarria / imagen propia


–Quizá le resultará rara esta pregunta, pero… ¿alguna de esas mujeres albergaba algún rencor hacia Selene? –le preguntó Sol a Gaia.
–¿Me está sugiriendo si alguna podía querer que Selene despareciera?

–Mujer, no era exactamente eso lo que intentaba…

–Sí. Todas –interrumpió Gaia tajante y seca

–¿Qué quiere decir con «todas»? –preguntó Estrella

–Que cualquier mujer que haya tenido una relación, de cualquier tipo, con Selene, querría verla muerta en algún momento, y se lo digo por experiencia.

 

Selene de Himmel, la joven, guapa, influencer y escritora de poesía en Instagram ha desaparecido. A pesar de que no era la primera vez que huía sin dar explicaciones, en esta ocasión todo parecía diferente. Selene había escrito una novela que estaba a punto de publicarse y en la que, a través de otros personajes, narraba los episodios más duros de su infancia y adolescencia, una relacionada con la trata de mujeres, la explotación, la extorsión y la prostitución de menores mediante la sumisión química en la Argentina de finales de los 80 y principios de los 90. Una historia real cuyos personajes seguían atormentándola en el presente, unos que seguían su rastro en sus redes sociales, -en las que contaba con miles de seguidores que apoyaban su poesía-, y que intentarían por todos los medios que esa novela no viese la luz.
Selene y su colgante de media luna



Pero no solo ellos querrían que Selene despareciese. A su alrededor, -y a pesar de ser la antagonista al Sol-, orbitaban diversas mujeres como pequeños planetas, representando a los cuatro elementos: el aire, la tierra, el fuego y el agua. Todas ellas se sentían atraídas por la luz de Selene, pero también por su oscuridad, como la luna misma que aparecía en su nombre y que siempre llevaba colgada al cuello a modo de protección. Cuatro elementos, cuatro mujeres cuya relación con Selene tenía también sus claroscuros.


«Yo cargaba una mochila de sombras

y la olvidé a la vera del camino.

Voy a tomar una bifurcación.

Voy a tomar la senda hacia las diosas».

 

El último vídeo que Selene había subido a su cuenta de Instagram era un vídeo en directo en el que hablaba a cámara y recitaba parte de ese poema. Pero ¿quiénes eran las mujeres en la vida de Selene? ¿Qué elementos influían? ¿Qué escondían? ¿Quién querría deshacerse de ella? ¿Quiénes eran las diosas a las que se llegaba por esa senda?


Gaia de Celis, su mujer. Su “mujer oficial”, puesto que Selene era mujeriega y le gustaban muchas mujeres, sobre todo las casadas con hombres importantes. La Tierra, la que no dejaba que Selene se saliese de su órbita, la que mantenía la atracción entre ambas. Como la diosa Vesta, la representación del hogar, de la protección y la prosperidad; el lugar al que volver siempre en busca de cobijo. Como Mawu, la diosa africana, la Madre Tierra; la que, montada en un elefante, crea, nutre y sostiene. La que es principio de todas las cosas, la que da luz y amor; la que protege y sana.

Gaia, la Tierra

Mar Canales, actriz y una de sus conquistas, quien estaba representando una obra de teatro que Selene había escrito y a quien había prestado una cantidad importante de dinero por un motivo que Mar desconocía. Atraída profundamente por Selene, como todas las demás, como las olas a la orilla, que desean llegan y romper allí, impulsadas por el aire. Con sus ojos azules, su melena esponjosa como la espuma y con sus dos caras: con la tranquilidad que proporciona el agua cuando fluye, y con el temor que provoca cuando está embravecida, cuando amenaza tormenta y choca ferozmente con las rocas. Con sus corales escondidos en el fondo del mar, sus nereidas, sus peces de colores y sus arrecifes, pero también con sus profundidades, sus tiburones y sus barcos hundidos. Como Sulis, la diosa celta de las aguas termales, de las profecías, de las curas y las sanaciones, la creadora de vida; pero también de las maldiciones y del Inframundo, al cual se creía que se podía acceder a través de una de sus grietas u ojos. También como Yemanya (o Iemanja), la divinidad africana del agua y de los peces, la protectora de los navegantes. Venerada también en diversos lugares de América, como en la ciudad argentina de Quilmes, donde sus habitantes, vestidos de blanco, acceden al río de La Plata, donde dejan ofrendas y deseos. Flores, perfumes y monedas que depositan en pequeñas barcas que construyen y lanzan al agua. Mar, como el agua nueva que se recicla y proporciona nuevas oportunidades.

Mar, Sulis y Yamanga, las diosas del Agua



Haizea Eizaguirre, la última y actual pareja de Selene. Fragante, bella, delicada como una pluma en el viento, y dueña de uno de los mejores restaurantes de Madrid: El Cielo. También, la encargada de lanzar al estrellato a Selene, a quien había conseguido convertir en la poeta de moda en redes sociales y había multiplicado por cien mil sus seguidores en Instagram, tal y como había hecho mucho antes con su exmarido. Haizea, el viento, el aire, la que aporta una pequeña brisa fresca en los momentos más calurosos, pero también la que es capaz de crear un vendaval. La que atrapa cual tornado, la que aviva el fuego, las mareas y la propia Tierra. Como Aine, la reina de las hadas en la mitología irlandesa y la diosa del aire en la mitología celta. Diosa del amor, de la suerte y la magia, pero también de la inteligencia y el poder. Se cuenta que la misma se vengó del Rey de Irlanda, quien intentó abusar de ella. Cargando con una enorme furia, Aine le mordió la oreja, mutilando al Rey, marcándolo de por vida. En la tradición celta, solo una persona perfecta podía llegar a ser el Gran Rey de Irlanda. Sin una oreja, ya no podría reinar, ya era imperfecto. Según la prensa, Haizea, en pleno juicio por su divorcio millonario, había pedido a su escolta que le diera una paliza a su exmarido, un prestigioso chef con estrellas Michelin a quien ella misma también había llevado a la fama.

Según la mitología, Aine tenía dos hermanas, Fenne y Grainne, con las que salía a cabalgar las noches de luna llena. La atracción por la luna y por la luz que aporta en las noches oscuras. La atracción por Selene.

Haizea y Aine, la diosa del Viento



Fulvia Serafino, la editora de Selene. También, y posiblemente, una de sus amantes, una de esas mujeres incapaces de resistirse al magnetismo de Selene. Joven, atractiva, con una atrayente melena rojo fuego, haciendo honor a su nombre, a pesar de mostrar una actitud fría, reservada y profesional. El fuego, que aviva, que da calor, que protege en los días más fríos, que derrite hasta lo más indestructible, que atrae, cuyas llamas hipnotizan. Llamas que invitan a tocar, a quemarse, que encienden, que avivan la llama interior, que dan energía. Pero también la destrucción, el fuego voraz que es incapaz de ser controlado, que reduce todo a cenizas, y que deja a su paso la más absoluta desolación. La llama que empieza con una chispa, como la ambición que siente Fulvia, quien anima a Selene a publicar la novela sobre su pasado, y que se acaba convirtiendo en incendio. El peligro del fuego. Como su homónima Fulvia Bambalia, nacida en el año 77 a.C, hija del senador Marco Fulvio y la mujer que movía los hilos en la antigua Roma, quien se casó en tres ocasiones con políticos influyentes, siendo el último de ellos Marco Antonio, lo que le valió, entre otras cosas, ser la primera mujer no mitológica en aparecer retratada en las monedas romanas.

Como Brigit, la diosa celta de la primavera, de la vida, del fuego, de las artes, de la música y la poesía. Representada con una túnica de luz solar y el pelo rojo fuego, conectada tanto al sol y al fuego, como a la luz y al calor que ambos aportan. Diosa venerada en la época de primavera y verano, cuando el sol está más presente, cuando las plantas comienzan a florecer y cuando los días tienen más horas de luz. Cuando comienza la vida y las cosechas están en su máximo esplendor. Pero Brigit no solo estaba relacionada con la vida, sino también con la muerte; las dos caras del fuego. Durante una batalla que enfrentó a dos pueblos, Brigit perdió a su padre y a su hijo, puesto que ambos lucharon en aquel combate. Según la tradición, cuando vio a su hijo morir, corrió al campo de batalla, lo abrazó y lloró tan fuerte que su llanto pudo oirse a kilómetros de distancia. Por ello también se relaciona a Brigit con la maternidad y la protección. En la novela, Fulvia también es madre y lucha por su hijo. 

Fulvia, Brigit y Pele, diosas del Fuego

Sol Aglaya, detective privada que Gaia contrata para localizar a Selene. Acostumbrada a trabajos sencillos, como a perseguir a maridos infieles cuyas mujeres han contratado sus servicios, se ve envuelta en el acertijo más difícil de resolver: encontrar a Selene. Como Diana, diosa de la caza, que apunta con sus flechas a su objetivo, y que también tiene encomendada la protección de la naturaleza y la Luna. 

Los cuatro elementos que orbitan a su alrededor llaman poderosamente la atención de Sol, pues pronto se da cuenta de que todas esconden algo. También ella, cuyo pasado empieza a recordar nuevamente, un pasado marcado por un duro acontecimiento ocurrido en su adolescencia. Como Amaterasu, la diosa del Sol, quien se escondió en una cueva y el mundo se vio sumido en la más absoluta oscuridad hasta que otros dioses llevaron a cabo una ceremonia para recuperar la luz solar. Como su pasado, escondido en lo más profundo. Como su inteligencia y presentimiento, capaces de aportar luz al caso de Selene, con quien comparte mucho más de lo cree.

Ambas, como la Doncella Mariposa o Butterfly Maiden,-la diosa de la primavera y de la naturaleza, venerada por una tribu de indios americanos llamada Hopi-, representan la transformación, el cambio, la transición a una nueva vida. El sol y la luna, hermanos en la mitología a través de Helio y Selene, imprescindibles uno en la vida del otro. Turnándose para dar luz, para guiar. El comienzo y el final del día, del mes, el cambio a través de las fases de la luna, su relación con las cosechas y las mareas.

Sol y la Doncella Mariposa, la transformación


Todas relacionadas entre sí, todas se complementan y todas existen gracias a las otras. Todas tejen una red gracias a y alrededor de Selene. Cada una cumple su función, su destino. La Tierra atrae y protege, vigila y sufre, soporta lo propio y lo de los demás. Aguanta su peso y el daño que los demás producen. El Sol ilumina, a sí mismo y al resto, aporta luz y calor. Convive con el resto de los elementos, da luz a la luna, que ilumina la oscura noche. El Aire renueva, aporta aire fresco, aviva el fuego y el agua, rompe la calma, y causa vendavales e incendios. El Agua aporta relajación y serenidad, frescor en los días calurosos, pero también corrientes y tsunamis si el viento la impulsa. De igual modo, es capaz de apagar cualquier incendio. Es el principal enemigo del fuego, su contrincante en la batalla por la destrucción. Todos los elementos se necesitan mutuamente para convivir, para emerger y para sobrevivir, pero a la vez saben que, cualquiera de ellos, sería capaz de acabar con el otro. Pero todos se atraen, y Sol lo nota.

Esta novela, igual que Sol y Selene, esconde mucho más. Algo que no es ficción, sino realidad. Una realidad a veces invisible, pero no porque lo sea realmente, sino porque no interesa que salga a la luz. La explotación de la mujer a través de la prostitución, la trata, la violación de menores, la sumisión química, el porno, el abuso sexual, el acoso sexual y por razón de sexo, el poder, la dominación del hombre sobre la mujer, la violencia de género…

En este camino de diosas, en el sendero que Selene había trazado en el poema, está Sedna, con quien también podríamos establecer un paralelismo con la historia. En la mitología Inuit, Sedna es un espíritu marino que vive en las profundidades marinas. Creadora de todos los seres marinos y hostil con los humanos, esconde una dura historia. Cuando Edna era una niña, perdió a su madre y se crio con su padre en una isla lejana. Cuando creció, se convirtió en una hermosa mujer, y todos los hombres del pueblo quisieron su mano, pero ella despreció a todos ellos. Un día, llegó un barco a la isla, cuyo capitán, joven y apuesto, la sedujo y la convenció para que huyeran juntos. La joven aceptó, y abandonó a su padre sin despedirse de él. Tiempo después, la joven Sedna descubrió que su apuesto hombre era, en realidad, un brujo que podía cambiar su forma humana y convertirse en un cuervo. Sedna, arrepentida y asustada, quiso huir, pero el brujo la retuvo. Su padre, incluso lejos de allí, pudo oír los gritos de su hija, y cogió su kayak para ir en su busca. Sedna, al ver que su padre había llegado a rescatarla, bajó al kayak. El cuervo, al comprobar que su presa intentaba huir, desencadenó una tormenta, donde el mar, enfurecido, obligó al padre a entregarle a la joven. En caso contrario, morirían los dos. El hombre, creyendo que era la voluntad divina del mar, accedió y arrojó a su hija por la borda. La chica, a pesar de hundirse, consiguió aferrarse a la pequeña embarcación, haciendo que ambos se tambaleasen. Su padre cogió un hacha y cortó los dedos de su hija para que la soltara. Los mismos, al caer, se convirtieron en peces, y de las heridas causadas salieron diversos animales marinos. El mar comenzó a calmar su furia, y Sedna se hundió en el fondo, donde reside como protectora del mar.

En la historia, una de las niñas es captada con el beneplácito de su familia, como recuerda ya de mayor:


- Yo vivía en un pueblo chiquito, pobre, en la loma del orto, y veía a un hombre que me miraba mucho, que me seguía. Entonces, un día, el hombre le habló a mi mamá, le dije que querían invitarme a una fiuesta en Buenos Aires, que le pagarían. Le enseñó los papeles para que confiara en él, que no era un desconocido, era un tipo del barrio. No sé cómo mi mamá confió, pero fue así. Mi mamá me decía muerta de miedo: «No sé a lo que vas, pero la necesidad es tan grande. Espero que sea algo de bien porque necesitamos la plata». Entonces me llevaron a un departamento, me vistieron, me maquillaron y me peinaron, y después me subieron a un auto con chofer. Me dieron algo de tomar y no me acuerdo de nada más. A la mañana siguiente, yo estaba en casa y a mi mamá le dieron mil dólares. Más tarde supe que pagaron por mi virginidad y que la plata se la quedaron ellos, a mi mamá le dieron solo una parte. Después de eso me siguieron invitando a más fiestas.


- ¿Tu madre sabía lo que pasaba?


- Yo sí que sabía a lo que iba y lo que iba a pasar, pero quería la plata. Y también tenía miedo. Conocían a toda mi familia, y me decían que, si no hacía lo que ellos me decían, los matarían. Creo que mi mamá también lo sabía, pero no preguntaba.


En parte, el mito de Sedna se había hecho realidad. Su madre, por miedo y necesidad, había arrojado a su hija a las profundidades, a lo oscuro, sabiendo que, en el caso del mito, la joven moriría y que, en este, sería víctima de trata. El temible cuervo, en un principio transformado en un apuesto capitán, también había traspasado el mito, y estaba (y está) presente en la novela.

En Argentina, país en el que transcurre gran parte de esta historia, desaparecen unas 1000 mujeres cada año, la gran mayoría adolescentes, y una inmensa parte de ellas acaban en redes de trata, que se encargan de distribuir la “mercancía” por Europa. Chicas jóvenes, menores de edad y muchas de ellas apenas niñas, que acaban en prostíbulos, que son explotadas sexualmente y machacadas tanto física como psicológicamente. Obligadas a drogarse, a vivir bajo amenaza, a saldar la deuda que han contraído con sus explotadores, a luchar por sobrevivir, incluso a costa de traicionar a compañeras; a ser absolutamente dependientes de ellos y rechazar la idea de escapar, sobre todo por el miedo a ser incapaces de valerse por sí mismas una vez fuera. A no tener futuro más allá de ese lugar. A esperar a ser sustituidas por las nuevas, por las más jóvenes y las más guapas, por la “carne fresca y nueva” que demandan los clientes.

El 80% de la trata mundial se realiza con fines de explotación sexual y, de ese porcentaje, más del 90% de las víctimas son mujeres y niñas. España es el país que más prostitución consume en Europa, y el tercero del mundo. En 2021, según el Balance de Criminalidad, se denunciaron al día seis violaciones, una cada cuatro horas, llegando a registrarse hasta 400.000 actos de violencia sexual, donde un 25% de los mismos fueron contra menores. En lo que va de año, las violaciones en grupo han aumentado respecto a años anteriores, y solo en este mes de mayo, se han denunciado seis violaciones grupales en un periodo de 15 días, algunas de ellas a menores de edad.

Una de cada tres violaciones en España se produce bajo sumisión química. De las 994 agresiones sexuales que analizó el Instituto Nacional de Toxicología en 2021, el resultado fue positivo en el 72% de los casos. Asimismo, la sumisión química está detrás de un 33% de las agresiones sexuales de los últimos cinco años. En dosis altas, este componente químico que se echa en la bebida y que se puede conseguir fácilmente por internet por unos 15€, es capaz de producir pérdida del conocimiento y amnesia, no dejando rastro en posteriores análisis toxicológicos.

España es uno de los países que más consume pornografía a través de internet. Este consumo se vio incrementado en más de un 60% durante la pandemia, convirtiéndose así en una de las industrias más rentables, que no deja de facturar ni un minuto. En estas webs, «se encuentran vídeos que pueden ser una clara prueba de un delito de agresión sexual. Se aprecia como tendencia de mercado creciente la violencia a todos los niveles: desde la creación y difusión de vídeos cuyo contenido versa sobre – en teoría, supuestos- abusos y agresiones sexuales (situaciones en las que la mujer está inconsciente, ebria, o en una evidente situación de inferioridad respecto del hombre, como puede ser por una clara diferencia de edad) hasta contenido más explícitamente violento aún -si cabe- como aquellos en los que se aprecia que la mujer que aparece en los vídeos está siendo víctima de humillaciones, insultos e incluso golpes», según declara la empresa de ciberseguridad y peritaje informático Quantika.

El número de menores que acceden a este tipo de contenidos también se ha visto incrementado. A esto se añade el auge de OnlyFans, la plataforma de la prostitución del siglo XXI, a través de la cual muchos proxenetas escogen a sus víctimas. Antes, y como se puede leer en la novela, captaban a las niñas por la calle o mediante las familias. Ahora se fijan en las niñas por redes sociales, y también por esta plataforma.

Pero todo esto son datos. Cifras, porcentajes, miles, millones, ceros que se añaden, dígitos que sirven para conseguir titulares impactantes. Cientos, y miles y millones de niñas, de jóvenes y de mujeres están siendo explotadas en clubes o pisos mientras lees esto. Otras tantas, serán secuestradas o vendidas por sus familias. Otras, drogadas en bares y discotecas, y posteriormente violadas por desconocidos o, incluso, por amigos cercanos. Algunas lo denunciarán al momento, o al día siguiente, o dentro de un mes. Otras no se atreverán a contarlo por miedo o vergüenza. Y muchas otras ni siquiera llegarán a casa; y es posible que jamás encuentren sus cuerpos. Algunas vendidas, cambiando de club y de país. Otras, asesinadas.

No olvidemos que detrás de una cifra siempre hay un caso, y detrás de ese caso, siempre hay una persona. Y también lo que dice Lucía Etxebarria al final del libro:

«Puede que exista un mínimo de porcentaje de mujeres que intercambian sexo por dinero de forma libre y habitual. Pero, en lo que yo he visto, en lo que me cuentan las mediadoras de APRAMP (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida) y, según las cifras de la propia policía, más del 80%, quizá el 90%, de las chicas en clubes o pisos son víctimas de trata».

Y todos los mitos y todas las diosas en las que me he inspirado para escribir este post son muy bonitos, pero esta la realidad. La dura, la verdadera y la que cuenta. La realidad que sufren (y sufrimos) muchas mujeres en todo el mundo. Y que, como en el caso de Selene, no interesa que salga a la luz. Como una novela escondida, censurada, camuflada por la imagen de la exitosa poeta e influencer de moda. Como si no existiese nada más.

«Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y corazón guerrero»
Soy mujer - Alejandra Pizarnik





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jueves, 31 de marzo de 2022

¿Qué escondió Sylvia Plath en 'La caja de los deseos'?

Esta es, quizás, una de las obras más desconocidas de Sylvia Plath. Cierto es que no se configura como una obra en sí misma, sino como un recopilatorio de cuentos, ensayos y fragmentos de sus diarios que ella misma escribió. Porque sí, Plath, además de ser una magnífica poeta, también fue una maravillosa escritora de prosa, más allá de La campana de cristal. Plath describía como nadie los momentos que la rodeaban: desde situaciones cotidianas y preocupaciones humanas, a cosas, aparentemente, menos importantes, como a sus vecinos y sus hogares, o las fiestas a las que acudían.

El título de esta antología narrativa se extrae de uno de los relatos que figuran en su interior, La caja de los deseos escrito en 1956. En el mismo, Plath aborda el suicidio a través de su protagonista, Agnes, una mujer con una aparente buena vida y un matrimonio feliz que es incapaz de soñar; en contraposición a su marido, Harold, quien tiene unos sueños tan vívidos que, a veces, está más en ellos que en la propia realidad. Agnes recuerda su infancia como una época feliz, como una caja de los deseos que tenía música. Unos años en los que sí era capaz de soñar. Ahora, casi solo lo conseguían las pastillas.


'La caja de los deseos'- Sylvia Plath / imagen propia



Esa representación de Agnes y Harold tampoco era azar o casualidad. Plath sabía muy bien qué escribía y por qué lo hacía, y en ese relato, bajo unos inocentes y desconocidos Agnes y Harold, se escondían realmente Sylvia Plath y Ted Hughes. Ella era Agnes. Era esa mujer infeliz e incapaz de soñar. Este relato es especialmente revelador, puesto que Plath menciona uno de los sueños de Harold antes de conocer a Agnes:

«En una ocasión, en una época deprimente y con mal horóscopo en la vida de Harold, antes de conocer a Agnes, Harold soñó que un zorro rojo corría por su cocina, gravemente quemado, la piel carbonizada y negra, sangrando por varias heridas. Más tarde, confesó Harold, en un momento más propicio, poco después de casarse con Agnes, el zorro rojo volvió a aparecer, milagrosamente curado, con la piel floreciente, para regalar a Harold un bote de tinta indeleble negra marca Quink. A Harold le gustaban especialmente los sueños de zorros; eran muy recurrentes».

Hughes había soñado con un zorro en llamas. Fue cuando Sylvia y él se conocieron, en el momento en el que él decidió que estudiar Literatura estaba acabando con su creatividad. Entonces, en el sueño, apareció ese zorro en llamas, una metáfora de sus instintos poéticos crudos e inexpertos. El animal entraba en su habitación y dejaba una huella de fuego en el ensayo que tenía sin terminar encima del escritorio. Antes de separarse de Plath, escribió Dificultades de un novio, una obra basada en un sueño en el que un joven atropella a una liebre, la vende a un carnicero y con el dinero que le dan, compra rosas rojas para su amante.

Tal fue la importancia del zorro en la vida de Hughes que, entre sus poemas, se encuentra El zorro que piensa (o El pensamiento zorro) (The Thought-Fox): 

Imagino el bosque de este momento a medianoche:
algo más vive
junto a la soledad del reloj
y de esta página en blanco donde mis dedos se mueven.
Por la ventana no veo estrella alguna:
algo más cercano
aunque más profundo en la negrura
se interna en la soledad:
fría, delicada como la nieve oscura,
la nariz de un zorro toca una rama, una hoja;
dos ojos siguen un movimiento, que ahora
y otra vez ahora, y ahora, y ahora
deja nítidas huellas sobre la nieve
entre los árboles, y con cautela una sombra
lisiada se demora junto al tronco y en la cavidad
de un cuerpo que osa acercarse
hasta los claros, un ojo,
un verdor se extiende, se profundiza,
brillante, concentrado,
inmerso en sus propios asuntos
hasta que, con un súbito, agudo y cálido hedor de zorro,
entra en el oscuro vacío de la cabeza.
La ventana aún sin estrellas; el tictac del reloj,
la página está impresa.


El zorro también aparecería dibujado en la primera edición de los poemas seleccionados que Ted Hughes escribió en 1962 y que dedicó a Sylvia. Este ejemplar fue subastado el año pasado por la hija de ambos, Frieda Hughes, junto con una colección de diversos objetos que pertenecieron a sus padres. Este ejemplar, en concreto, fue vendido por £ 5.250 (5.831 euros)


Primera edición de 'Poemas seleccionados' escrito por Ted Hughes 



En esta colección, también encontramos un relato curioso, Entre los abejorros, que Plath escribió a principio de los años cincuenta. Por todos es sabida la mala relación de Sylvia con su padre, a quien incluso dedicó el duro poema Papi, donde, entre reproches y rencores, comparaba a su progenitor con un nazi. Otto Plath fue biólogo, entomólogo, académico y profesor universitario especializado en las abejas y sus comportamientos. Es por ello que el título de este relato tampoco fue escogido al azar por su autora. En el mismo, Plath se refugia bajo el alter ego de la pequeña Alice Denway, mientras que su hermano conserva el mismo nombre que en la realidad, Warren. Lo curioso de este relato es que la visión de Alice es completamente distinta de la de la Sylvia real, al igual que la maravillosa relación que la pequeña mantiene con su padre en el relato. Plath escribió, quizá, la relación idílica que siempre quiso tener con su padre, donde ella era la hija preferida; a quien su padre, al volver de la gran ciudad de dar clase, le traía pequeños regalos; a quien cogía en brazos, con quien pasaba la mayor parte del tiempo y con quien jugaba en la playa. La hija mayor, la que estaba creciendo frente a sus ojos, en contraposición a su hermano Warren, que aún era casi un bebé que se manchaba al comer y quien dependía de su madre a diario.

Plath, a través de la pequeña Alice, relata cómo, prácticamente de un día para otro, su padre enferma. Cómo viene un médico y le pincha algo que ella desconoce. Cómo su madre le dice: “Pórtate bien, Alice. El médico ha venido a ayudar a papá”, y luego un: “Mejor no mires”, mientras la aguja penetra en el brazo del hombre. Cómo, después de varios días sin salir de esa habitación en penumbra y que olía raro, Alice entra y contempla la “cara demacrada de su padre, del color amarillo de la cera de las abejas”. Y cómo ese pequeño hilo de respiración y el sonido débil del pulso de su corazón alejaban, sin saberlo, a su padre de ella para siempre.

«Esa fue la última vez que Alice Denway vio a su padre. Entonces no sabía que en todo lo que le quedaba de vido no habría nada que anduviese con ella, como él, orgulloso y arrogante entre los abejorros», finaliza Plath el relato.

Otto Plath enfermó cuando Sylvia tenía apenas 3 años, y poco después del nacimiento de su segundo hijo, Warren. Estaba convencido de sufrir un cáncer de pulmón, pero se negó a recibir tratamiento médico. Cinco años después, una infección en el pie reveló que en realidad sufría diabetes avanzada y, aunque le amputaron la pierna, falleció poco tiempo después. Su muerte afectó en gran medida a la escritora. Jamás le perdonó que la hubiera abandonado y le acusó de que su muerte hubiera repercutido en su estado mental, convirtiéndola en el fantasma de “una infame suicida”, como así escribió en el poema Electra en la senda de las azaleas:


El día de tu muerte me sumí en la tierra, 
en el ocurso refugio donde las abejas, 
a rayas oro y negras, aguantan el temporal
como piedras hieráticas y el terreno es firme. 

(...)

Los pétreos actores, en sus puestos, se toman un respiro. 
Traje mi amor como ofrenda y entonces moriste. 
Fue la gangrena lo que te devoró hasta los huesos, 
dijo mi madre. Moriste como cualquier otro hombre. 
¿Cómo podría yo madurar en tal estado mental?
Soy el fantasma de una infame suicida, 
y mi propia navaja azul aún se me oxida en la garganta.
Oh, perdona a aquella que acude buscando perdón 
a tu puerta, padre, tu perra, tu hija, tu amiga. 
Fue mi amor el que nos empujó a ambos a la muerte. 


Pero, sin duda, uno de los relatos más reales fue el que escribió antes de morir, Blitz de nieve. Se trata de un ensayo que Plath escribió en 1963, justo el año de su muerte, y en el que relata el duro invierno en Londres. A pesar de haber vivido cinco años en Inglaterra, esa fue la primera vez que vio nevar allí. Ya separada de Hughes y con dos niños pequeños, Plath vivió durante esos meses en un apartamento que en su día perteneció al también escritor W.B.Yeats, y que era tan antiguo que no tenía calefacción central. Londres, una ciudad poco habituada a las grandes nevadas, no supo cómo gestionar aquel temporal, algo que indignó profundamente a Plath, que, como buena americana, había vivido numerosas nevadas a lo largo de sus 30 años de vida. En Londres no tenían máquinas quitanieves, las calles estaban cubiertas de nieve y de hielo, las tuberías estaban completamente congeladas, no había agua ni calefacción de ningún tipo, las tiendas se habían quedado sin stock de velas y lámparas de aceite, la inmobiliaria que había alquilado el apartamento de Plath no se hacía cargo de los daños que la nevada estaba ocasionando, y la escritora tenía que hacer frente, además, a la gripe que padecían sus dos hijos.

Los cortes de luz y de agua eran frecuentes, también el frío y el abandono que sentía tanto por fuera como por dentro. Hughes había rehecho su vida con otra mujer (en realidad, la había rehecho desde hacía tiempo), y Sylvia tenía que hacer frente a eso, sumado al cuidado de los pequeños, la casa a medio montar por la reciente mudanza, el poco dinero que tenía y la depresión que sufría desde hacía tiempo. A todo ello se añadió la espectacular nevada que lo cubrió todo los primeros meses de 1963, -algo que no se había visto desde 1947-, y que tan bien contó ella en este ensayo.

«Se notaba que no quería pensar en la posibilidad de un Blitz de nieve anual. Ponerse ropa de abrigo, montones de té y valentía. Parecía que la respuesta era esa. Al fin y al cabo, al margen de la guerra y el mal tiempo, ¿qué engendra semejante camaradería en una ciudad grande y fría? Mientras tanto, las cañerías siguen en el exterior. ¿Dónde si no? ¿Y qué pasa si hay otro Blitz de nieve? ¿Y otro más? Mis hijos crecerán resueltos, independientes y duros, peleando en las colas para conseguirme velas en mi febril vejez. Mintras hago té sin agua- en el futuro debería haber de eso, por lo menos- en un quemador de gas en el rincón. Si no que el gas también está kaput».

Plath hablaba de un futuro y del gas, casi a modo de premonición; un futuro que estaba próximo a enterrarse también bajo la nieve. Y ese gas que acabaría con todo la mañana del 11 de febrero de 1963.

Ted Hughes, sombra alargada de Plath desde el principio hasta el final, fue el encargado de la selección de los cuentos, ensayos y fragmentos que aquí aparecen, que fueron publicados entre 1977 y 1979, cuando Sylvia llevaba más de diez años muerta. También se encargó, cómo no, de escribir el epílogo, del que me voy a abstener de opinar, no sin antes destacar que me parece un auténtico despropósito cada palabra que en él figura. La parte “cariñosa” y orgullosa de su mujer (exmujer, en ese momento) alabando su cuentos y su poesía chocan profundamente con la imagen que da de Sylvia, lo que él considera “impublicable”, lo que casi confiesa haber destruido o la vena innecesaria de crítico literario que destroza la obra que tiene delante.

Ted se convirtió en su albacea literario. Ted eligió lo que se publicaba en esta colección; Ted eligió lo que no; Ted hizo desaparecer lo que no le interesaba que viese la luz; Ted juzgó la obra de Sylvia, su valía y su calidad una vez muerta; Ted se atrevió a describir a la que había sido su mujer durante seis años, aunque me atrevo a decir que la conocía bastante poco; Ted eligió el epitafio que figura en la tumba de Plath. Ted lo eligió todo. Y mientras, Sylvia, se moría de frío en el Londres de 1963.

«En Irlanda espero recobrar, quizá, el espíritu y en Londres, en otoño, el cerebro; y puede que, en el cielo, recupere mi corazón»- Sylvia Plath (9 de octubre, 1962)


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