jueves, 17 de marzo de 2022

Olwyn Hughes: la sombra alargada de Sylvia Plath

La sombra del ciprés es alargada, como el libro de Delibes, solo que en este caso no era un ciprés, sino que tenía nombre propio: Olwyn Hughes. Un apellido conocido, ¿no? Efectivamente, era la hermana de Ted Hughes. Esta mujer de casi carita angelical (nótese la ironía) era quien manejaba absolutamente todo lo concerniente a su hermano, y era quien movía los hilos en su relación con Sylvia Plath, su posterior divorcio e, incluso, en lo relativo a la producción literaria de Ted. Era la que recibía las cartas, la que aceptaba entrevistas según el objeto de las mismas, la que supervisaba lo que se publicaba en lo relativo a la historia de amor de su hermano con Sylvia Plath, y la que daba el permiso necesario para ello, siempre y cuando se salvaguardase la imagen de Ted. Cuando su hermano comenzó a tener una fama notoria con la publicación de sus poemas, se convirtió en su agente literario y, según dicen, era implacable a la hora de firmar contratos. Velaba en todo momento por unas condiciones justas a la hora de publicar las obras y no permitió que nadie le diese a su hermano menos dinero del que el valor de sus poemas merecía. Pero este aparente amor fraternal, probablemente, escondía otra cosa. Olwyn estaba absolutamente fascinada por su hermano, y odiaba profundamente a Sylvia Plath, aquella joven y risueña americana que había conseguido enamorar a su hermano y casarse con él en un tiempo récord. Sylvia tampoco soportaba a Olwyn, y en las escasas veces que coincidieron en reuniones familiares, la tensión era tan grande que podía cortarse con un cuchillo. En una de esas celebraciones familiares, y según cuentan, ambas tuvieron una disputa tan feroz que nunca más volvieron a verse. Para Olwyn, la única mujer de los tres hermanos, Ted lo era todo. Era el espejo en el que mirarse, y así era también para él, como aparece en una fotografía que ambos se hicieron en su juventud. 

Ted Hughes y su hermana, Olwyn Hughes


Tal era la devoción que sentía por él que incluso buscó parejas que tuvieran similitud física con su hermano. Ninguna relación acabó bien, puesto que ninguno de esos hombres eran Ted. Cuando Sylvia murió, esa adoración hacia él fue en aumento. Rápidamente, se trasladó a la casa familiar para ayudarle con los niños, dejando de ser la tía para ser la figura materna de los menores. Sylvia ya no estaba, y era un alivio. En cuanto a los dos niños, Olwyn tuvo clara su preferencia. Prefería a Nicholas, el pequeño, puesto que era la viva imagen de Ted. En cambio, la relación con Frieda, la mayor, no fue igual, puesto que era una especie de doble de su madre. Al dolor ante la pérdida de su hermano Ted en 1998, se sumó en 2009 el suicido de su sobrino Nicholas. Frieda reconocería tiempo después que, cuando ambas realizaron el viaje hasta Alaska (donde vivía Nicholas) para arreglar los papeles del entierro, su tía se dio cuenta de que la depresión ante la pérdida de dos personas importantes (primero, de su hermano; y después, de su sobrino) era real. Ella, que había echado siempre veneno a los pequeños sobre Sylvia Plath y su supuesta depresión. 


Los hermanos Hughes: Gerard, Olwyn y Ted


Hasta su muerte en 2016, Olwyn siguió supervisando todo aquello que se publicaba sobre Ted y sobre el matrimonio Hughes-Plath, obligando en muchos casos a cambiar declaraciones, partes de libros, impidiendo la publicación de los mismos y negándose a dar su aprobación a determinados escritores. Una de las biografías más conocidas sobre el matrimonio es la de
La mujer en silencio - imagen propia
Anne Stevenson, Bitter Fame: A life of Sylvia Plath, que contó con la absoluta aprobación de Olwyn, ya que, prácticamente, la escribió ella, aunque estuviese firmada por Stevenson. Ella fue la encargada de crear la peor visión posible de Sylvia, y así lo narró Janet Malcolm, que nunca contó con la ayuda y aprobación de Olwyn para publicar La mujer en silencio



Malcolm estuvo en contacto con Olwyn mediante correspondencia y llegó a entrevistarla en alguna ocasión con motivo de la publicación de su obra, puesto que también necesitaba su permiso para incluir determinados fragmentos de las cartas del matrimonio o de los poemas de Plath. Ambas mujeres no tuvieron buena relación, y las reuniones y comidas fueron tensas. Olwyn no estaba por la labor de autorizar la publicación del libro de Malcolm así como así, y le pidió en numerosas ocasiones que eliminase ciertos pasajes a cambio de facilitarle la documentación que precisaba. Malcolm se negó y recogió en su libro diversos testimonios de biógrafos, amigos y conocidos de Sylvia para elaborar un auténtico manifiesto contra la censura, la dificultad de escribir y publicar una biografía certera sobre Plath, y las distintas opiniones que tenían acerca de la escritora tanto sus defensores como sus detractores (que, lógicamente, eran seguidores de Ted): 


«En una obra que no sea de ficción, casi nunca sabemos de verdad lo que pasó. El ideal de la información sin mediaciones habitualmente sólo lo consigue la ficción, donde el escritor informa fehacientemente de lo que se le pasa por la imaginación».

La animadversión por Plath era más que latente y, según cuenta Malcolm en el libro, Olwyn hablaba con desprecio de ella. Recuerda que una de esas comidas coincidió con el aniversario de la muerte de Plath, y le pidió amablemente a Olwyn si podía acompañarla hasta la casa de Primrose Hill donde la poeta había pasado sus últimos días y donde había ocurrido el fatal desenlace con el fin de extraer una descripción certera del lugar y realizar un minuto de silencio en honor a Sylvia. Al principio, Olwyn se negó, alegando que evitaba pasar por allí, y que llevaba muchos años sin acercarse. Pasados unos minutos y de mala gana, Olwyn aceptó únicamente a indicarle el camino a Malcolm, pero no a acompañarla hasta allí. 


Los últimos días de Sylvia Plath - imagen propia 
Sobre esta especie de "censura" a la que Olwyn sometía todos los escritos que llegaban a sus oídos y manos, también habló Jillian Becker, escritora y amiga de Plath, y con quien pasó prácticamente sus últimos días de vida. En su libro Los últimos días de Sylvia Plath, Becker relata diversos aspectos desconocidos sobre la escritora, y esos últimos fines de semana que pasó con ella y con los niños, a quien no dudó en acoger en su casa dado el estado físico y emocional en el que se encontraba la escritora. Dedica también un capítulo al funeral y posterior entierro de Plath, sin pasar por alto diversos acontecimientos que ocurrieron y que únicamente supieron los que estuvieron presentes, como una de las conversaciones que Malcolm tuvo con Hughes, después del entierro de Sylvia, donde también estaba su marido, Gerry: 


 

Gerry compró una botella de whisky. Él y Hughes bebían en silencio. Así que sirvieron el té y cada uno tuvo su ración de pastel de carne. Hughes estalló de forma violenta aunque en voz tan baja como si solo hablara para Gerry y para mí pese a no mirarnos a ninguno de los dos.

- Todo el mundo la detestaba -dijo
- Yo no -dije
- Tenía que ser ella o yo -dijo, frase que repetiría varias veces en el curso de aquella tarde, como si quisiera grabárnosla en la memoria. Ninguno de los dos le respondió. 
- Hizo de mí un profesional -se lamentó en un determinado momento, cuando su ira se atenuó y se resolvió en amargura. 

Ese "todo el mundo la detestaba" volvió a tener su aparición en 1988. cuando Malcolm se reunió con Olwyn Hughes, quien a su vez iba a presentarle a Anne Stevenson, la biógrafa de Plath semiautorizada por Hughes (la autora de Bitter Fame: A life of Sylvia Plath): 

Cuando, en presencia de Olwyn, conté a Stevenson lo que me había dicho Hughes en el funeral de Sylvia- que «todo el mundo la detestaba»-, Olwyn me llamó la atención y me hizo callar. La lealtad a su hermano la había convertido en severa censora. 

- ¡No irá a hacerlo constar! -disparó a Stevenson. 

Finalmente, nada de lo que yo conté en relación con el funeral apareció en el texto aprobado por Olwyn de Bitter Fame, el libro de Stevenson. Constaba en él, sin embargo, el testimonio póstumo de Dido Merwin, según el cual había que echar la culpa a Sylvia de la infidelidad de Hughes y de la ruptura de su matrimonio. 


Olwyn Hughes, -"la mujer que empalmaba cigarrillos", como así la describen- falleció el 6 de enero de 2016 a causa de un cáncer. Casi hasta el fin de sus días (porque una demencia no se lo permitió) fue agente literario de su hermano y albacea de Sylvia Plath. Tampoco tuvo buena relación con la segunda esposa de Ted, Carol Hughes, pero acabó cediendo ante ella, pues iba a ser la nueva encargada de mantener el legado del poeta después de su muerte. Su sobrina Frieda fue quien la cuidó hasta el final, pues además de su enfermedad, también tenía demencia.


Ted y Carol Hughes, segundo mujer del poeta

A día de hoy, es prácticamente imposible saber la historia real de Sylvia Plath, así como leer alguna de sus obras completas. Todas las escritas por Sylvia han sido censuradas en su mayoría por Ted y Olwyn Hughes, pues faltan poemas, cartas, diarios, dibujos y relatos que ellos se encargaron de que desaparecieran. También es muy difícil encontrar una sola obra de la poeta que no contenga un prólogo, un preámbulo, una introducción o unas notas de Ted Hughes, o un agradecimiento al mismo, como escribió Aurelia Plath (madre de Sylvia) en Cartas a mi madre. 

Las biografías sobre la escritora y su matrimonio con Ted están alteradas ya que, si no pasaban el filtro de Olwyn, las mismas no veían la luz. Poco podemos esperar de una persona que, en el entierro de su mujer, expresó sin miramientos y sin ningún tipo de arrepentimiento que "todo el mundo la detestaba". Poco podemos esperar también de una biografía supervisada y prácticamente escrita por Olwyn Hughes veinte años después del suicido de Sylvia en la que, directamente, se culpaba a la escritora de la infidelidad de Ted y de la ruptura de su matrimonio. Es importante recordar que, hace no mucho tiempo, vieron la luz unas cartas que Sylvia escribió a su psiquiatra donde, entre otras muchas cosas, reconocía que Ted Hughes la había maltratado física, verbal y psicológicamente, y que, debido a todo eso, había sufrido un aborto entre Frieda y Nicholas. Todo eso, lógicamente, no interesaba que saliese a luz, pero ha salido. Y se lo debemos a Sylvia.  


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