El
23 de julio de 2011, el mundo de la canción tenía otra mala noticia que darnos:
Amy Winehouse había sido encontrada muerta en su apartamento de Londres a la
edad de 27 años. Nadie se sorprendió con
su muerte, al contrario que con Chester Bennington. En cierto modo, todo el
mundo lo esperaba.
Amy
había dejado de ser Amy desde hacía mucho tiempo, y su profesión había pasado a
un segundo plano. Ya no interesaban sus canciones, sus discos o sus conciertos,
solamente se buscaba la imagen fácil: llenar portadas hablando de sus
adicciones, buscar la foto oportuna, las caídas, o las críticas e insultos por
sus actuaciones en las que iba hasta arriba de alcohol. Se había creado un
espectáculo a su alrededor, algo que, lejos de beneficiarla, no hacía más que
empeorar su situación.
Dicen de Amy que
tenía la mirada triste y que cargaba con un sufrimiento que no le pertenecía
para ser tan joven. Ese
dolor era palpable a ojos de todos, y hacía que pareciera una persona pequeña y
extremadamente frágil. Y así se sentía, en cierto modo. Su padre abandonó la
casa familiar cuando ella tenía 9 años, después de años teniendo una relación
paralela con otra mujer. Escribió What is about men? pensando en su padre, y recordándose a
sí misma que ella nunca pasaría por lo mismo que su madre.
Pero
Amy siempre había buscado esa figura paterna que le había faltado. Lo hizo con
sus parejas que, curiosamente, todas guardaban un gran parecido físico con su
progenitor; y, posteriormente, también con su guardaespaldas, Andrew Morris,
quien vivía con ella y se encargaba de cuidarla. Fue la primera persona en
encontrarla sin vida en su cama. Quizá ese fue el único amor verdadero que
conoció, a pesar de ser una relación estrictamente profesional. A su padre no
le interesaba lo más mínimo su hija, solo quería formar parte de su fama y
aprovecharse de ella. Grabó documentales, escribió libros y concedió entrevistas
hablando de Amy. Sus exparejas hicieron lo mismo por dinero. Contaron sus
intimidades, vendieron fotografías íntimas, concedieron entrevistas contando
asuntos privados de la relación, y sacaron negocio con imágenes incluso después
de su muerte. En efecto y muy a su pesar, Amy había pasado por lo mismo que su
madre.
Amy
no era adicta desde su infancia o adolescencia, al contrario de Chester, pero
sí que era bulímica desde los 15 años.
El origen de una bulimia nerviosa suele estar detrás de una profunda ansiedad y
depresión, que desencadena los atracones de comida para paliar los efectos de
las mismas. Después llegan los remordimientos, que se suelen mitigar con el
consumo de grandes cantidades de alcohol y otras sustancias. Desde su
adolescencia, nadie se había parado a analizar el problema de base que sufría. Ella
nunca lo escondió, solo que nadie quiso verlo.: “Desde que tenía 16 años, he sentido una nube negra sobre mí. Desde
entonces, tomo pastillas para la depresión”. Simplemente, se daba la imagen
de que Amy era adicta al alcohol y a las drogas.
Tanto
la bulimia como el consumo de sustancias se vieron incrementados conforme
avanzaba su popularidad y, a pesar de que estuvo en diversas clínicas y realizó
varios programas de desintoxicación, siempre acabó recayendo. ¿Por qué? Porque
su mundo no estaba bien, y ni sus exparejas ni su familia ayudaban. Tampoco lo
hacía su manager. Amy era un producto,
un negocio a explotar hasta reventar, y lo iban a hacer hasta el final y con
todas las consecuencias.
Jamás
tendría que haber realizado su última gira, incluso se había negado pero, por paradójico
que suene, ella no era dueña de su
éxito. Su equipo sabía la situación en la que se encontraba pero, al fin y
al cabo, era lo que vendía. La gente esperaba ver el espectáculo más allá del
concierto, ver a la Amy en decadencia,
en sus peores momentos. La Amy portada de revista, la Amy protagonista de una
crítica. Y, efectivamente, obtuvieron lo que deseaban. En el concierto de
Serbia apareció una Amy borracha, desorientada, con la mirada perdida, incapaz
de tenerse en pie, y olvidando por completo la letra de sus propias canciones. Nadie, absolutamente nadie, impidió que
aquello ocurriera. Nadie se preocupó por su salud ni por su integridad
física y psíquica. Llenar un concierto y acaparar todos los medios al día
siguiente era más importante que ella misma. Amy era un producto fácilmente
maleable en las manos indicadas.
Todo
el mundo conocía su situación y, al igual que con el concierto, nadie se había
atrevido a pararlo. En cambio, habían sacado negocio a su costa con libros y
documentales. Si todo estaba grabado,
¿por qué nadie había hecho nada? Su padre jamás se había preocupado por ella,
pero llamó a un montón de cámaras para grabar un documental sin el permiso de
su hija, interrumpiendo las vacaciones de Amy y, de paso, vulnerando su
intimidad y privacidad. Conocía de la situación de su hija, pero jamás se
preocupó por ingresarla en una clínica. Sabía que Amy estaba sumida en una
profunda depresión, porque en su infancia ya se pasaba el día llorando el suelo.
Sus managers tampoco lo hicieron, no detuvieron ninguna gira y no les supuso
ningún remordimiento ver las circunstancias en las que salía al escenario. Y,
por supuesto, los medios de comunicación alimentaron todo esto. Se dedicaron a
criticar su cuerpo, su pelo, sus uñas, su maquillaje, sus parejas y sus
adicciones, sin reparar en la verdadera enfermedad que padecía. O sí que lo
hacían, pero la enfermedad también es un
negocio rentable.
Muchos
dicen que la muerte de Amy era inevitable. Yo no lo creo. Al contrario que
Chester, Amy sabía dónde estaba la
salida, pero no tenía a nadie que le ayudara a llegar hasta ella. “No quiero beber nunca más, sólo necesito un
amigo”, es una de las frases de Rehab.
Amy usaba las canciones como terapia y en ellas siempre reflejaba su vida. Pero
nadie se había parado a conocerla realmente, a saber sobre ella, a sentarse un
rato a escucharla. En cierto modo, me recuerda a Marilyn Monroe. No habían sabido quererla y comprenderla
realmente.
Amy
no se suicidó, no quiso acabar con su vida de forma consciente. Cuando su guardaespaldas
la encontró, se había bebido dos botellas de vodka. Ella estaba acostumbrada a
beber y eso no la habría matado. El verdadero problema estaba en eso que nadie había querido ver. Amy
sufría una desnutrición severa como consecuencia de su bulimia, y ni su
organismo ni su corazón podrían soportarlo más.
“Si muriera mañana,
me gustaría ser una chica feliz”,
llegó a decir. Pero nadie le ayudó a serlo. Nadie apagó por un instante la
infinita tristeza que sentía en su interior.
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