domingo, 5 de julio de 2020

CRÍTICA | "Ha nacido una estrella"- Tú brilla, pero no mucho. Spoiler: no es amor


*Contiene spoilers*


El domingo pasado vi por primera vez, desde que se estrenó en 2018, Ha nacido una estrella. He tenido una semana entera para intentar digerirla, para reflexionar acerca de la historia, de lo que nos venden, con lo que se queda la gente y de lo que en realidad es.

Intentaré dejar a un lado la cierta animadversión que me produce Bradly Cooper como actor en todas sus películas, -algo que me ocurre de igual modo con Ryan Gosling-, para centrarme en la trama, en la historia que se cuenta. Aunque destacaré, como buena fan de Lady Gaga que soy, el tremendo papelón que hace, ya no solo como actriz, sino como cantante. Sinceramente, creo que a Lady Gaga no se la ha valorado como se merece, más allá de sus críticas por sus estilismos psicodélicos y estrambóticos. El Oscar por Shallow fue más que merecido, sus numerosos Grammys y premios, también. Pero, insisto, la gente no es consciente de la gran artista que tiene delante, probablemente una de las mejores del siglo XXI musicalmente hablando. De hecho, ella y las canciones son lo único bueno de los 135 minutos que dura el film.

Sin más, vayamos a la trama. Cuando veía la película, en mi cabeza rondaban otras historias similares. La primera versión de Ha nacido una estrella es de 1954, así que, o el resto de películas (y libros) se han “inspirado” en esa versión, o es que se trata de la mentalidad de guionistas y productores basada en el devenir de la sociedad. Cuando ves la película puedes hacer dos cosas: pensar que es una historia de amor y llorar con el final porque te ha dado pena; o pensar en todo lo que hay detrás, en el fondo, en lo que no flota y no se ve. Yo opté por la segunda, obviamente, porque me pareció de todo menos una historia de amor. ¿Qué hay detrás de la aparente historia “de amor” entre una joven talentosa que lucha por su sueño de convertirse en cantante, y una estrella de indie-rock cuya vida es un fracaso y su carrera está prácticamente hundida? Spoiler: nada bonito, sin duda.

Las vidas destruidas atraen. La gente rota atrae. Porque lo que atrae es la idea de ser “el salvador de alguien”, de sacarle de un túnel oscuro y mostrarle la luz, de hacerle ver que otro tipo de vida es posible, de que la felicidad existe y de que puede cambiar. La idea de ser el salvado también atrae y engancha. Se convierte en una adicción peligrosa el querer que te salven continuamente, el esperar a que exista una persona que aguante tu vida, que vea el desorden y el caos y que, aun con eso, decida quedarse. Que te comprenda, que sienta lástima por ti y quiera ayudarte, que se ponga en tu situación y que entienda el motivo por el que estás así, que lo viva con la misma intensidad que tú.

Dos años después de su estreno, sigo escuchando: “qué bonita la película, ¿verdad?”. No, no es bonita. Nos hemos acostumbrado a romantizar las adicciones, la destrucción, las salvaciones, los desprecios, los insultos, las envidias, los celos, las comparaciones y a hacer de las relaciones una competición para ver a quién de los dos le va mejor. Cuando veía la película, vino a mi cabeza La la land. Cuando se estrenó, también escuché a un montón de gente decir que vaya historia de amor más bonita. En realidad, es la misma trama, los mismos sentimientos y las mismas situaciones, solo que un final distinto.

En La la land, Mia y Sebastian se conocen por casualidad mientras ella va a una audición y tienen un pequeño percance en un atasco. Sus caminos se vuelven a unir por casualidad, por el destino o por cualquier motivo típico y repetitivo en películas de ese estilo- no es una novedad- aunque sus caminos ya estaban próximos, al menos en sus carreras profesionales. Mia, aunque es camarera en una cafetería, quiere ser actriz y hace mil castings que resultan poco fructíferos. Sebastian es un pianista de jazz frustrado que trabaja tocando en un bar para clientes que no le prestan atención y siempre bajo las órdenes del dueño, quien no le deja salirse del estricto guion de piezas que tiene que tocar para un público ajeno a la música y a los villancicos que acompañan su cena.

Escena de La la land / elperiodico.com

En Ha nacido una estrella, Ally trabaja casi explotada en un restaurante, con turnos incansables y un encargado controlador. Su vida fuera del trabajo tampoco es una maravilla, ya que vive en una casa compartida con su padre y los compañeros de trabajo de este. Algunas noches actúa en un club de Drags Queens, lo más cercano que está de cumplir su sueño como cantante. Allí conoce, también por casualidad, a Jackson Maine, un consagrado cantante de indie-rock adicto al alcohol y a las drogas, cuya vida es un auténtico desastre, y quien arrastra el trauma de una triste infancia, donde su madre murió en el parto y su padre era también un borracho. 

En La la land, Sebastian consigue un trabajo que no le hace feliz, tocando el piano en un grupo de jazz tirando a pop, fuera completamente de su idea del jazz clásico, del bueno, del creado en el siglo XIX en los suburbios americanos. Tocar en el grupo supone hacerse fotos, grabar discos e irse de gira unos cuantos meses, quizás años, algo que no soporta Mia. Hablemos claro: Mia está frustrada porque no consigue que la cojan en ninguna audición y quiere acabar con la incipiente fama que está consiguiendo Sebastian, por lo que rompe la relación, el típico “si yo no, tú tampoco”. Pero Sebastian no puede dejar de pensar en ella y le insta a presentarse a una audición para una película importante, audición a la que ella ni siquiera quiere ir, pero a la que acaba yendo y a la que debe el resto de la película. Mia cumple su sueño de ser actriz y de ser famosa. 

En Ha nacido una estrella ocurre algo similar. Ally le muestra a Jackson su increíble talento en el aparcamiento de un supermercado, tras haberse metido en una pelea en un bar de policías. Interpreta una canción que ella misma ha compuesto y que fascina a Jackson al instante. Él, sin dudarlo un instante y cegado por una aparente atracción y adoración, le pide que le acompañe a sus giras y que cante con él esa canción. Ella es una verdadera estrella y todo el mundo tiene que conocerla. Ally acaba accediendo, después de abandonar su trabajo, y canta, por primera vez en un gran escenario y ante un enorme público, la canción que ella misma escribió, aunque con ciertos retoques que había añadido Jackson. Al final, la actuación acaba volviéndose viral y ella con un contrato de una discográfica importante. A partir de ahí, comienza el declive. ¿O ya estaba desde el principio?


Escena de la película / imagen propia


Deciden formalizar su relación, incluso se casan de un momento a otro, todo improvisado. Las adicciones de Jackson pasan factura más de una vez, y de dos, y de tres. Acaba borracho y drogado en el suelo, en los conciertos, en la calle… Y ella no lo acepta ni lo comparte, pero eso a él le da igual. Lo que no le da igual que es que Ally comience a ser famosa, a sacar disco, a tener éxito, a llenar conciertos, a tener una gira… Y aquí empieza lo tóxico (más aún) de la relación. Jackson no soporta el éxito de Ally. ¿Y qué más da? Él ya es conocido, sigue llenando conciertos aun saliendo a cantar hasta arriba de cocaína y alcohol, aun quedándose sordo, y sus canciones siguen sonando en pubs y locales. Pero no, ella no puede grabar un disco, no puede llenar conciertos, no puede ser imagen de un cartel gigante en medio de la ciudad ni puede estar nominada a tres Grammys. Eres una estrella, sí, pero no brilles mucho. Y eso se lo hace notar de la peor manera posible. Eso sí, amparado por sus adicciones. Como estaba borracho y enfermo, eso no cuenta. Aprovecha que ella está dándose un baño, feliz porque le acaban de anunciar que está nominada a, ni más ni menos, que tres Grammys, para humillarla diciéndole:  

“Me alegro de tus nominaciones. Solo estoy intentando entenderlo, eso es todo. ¿Cómo tienes ese culazo? Sí, ya sé que es de tu canción. Estoy hasta la polla de escuchar tu canción. A lo mejor te he fallado, no sé. Eres patética, y me sabe fatal. Tenía que decírtelo, tenía que ser sincero. Te preocupa ser fea y no lo eres, siempre te lo digo y por eso necesitas la aprobación de toda esa gente. (…) Tú no podrías ser mi padre ni en tus putos sueños, él tenía más talento en un puto dedo que tú en todo tu cuerpo, así que no te hagas la gilipollas. (…) Eres fea de cojones”.

Ella, que ha aguantado sus casi comas etílicos, que ha soportado su carácter, y que encima aún le quedará por aguantar la vergüenza y el bochorno de que su marido suba borracho y drogado al escenario donde ella va a recoger sus Grammys. Pero, pobrecito, es que tiene una vida de mierda, llena de adicciones, y la quiere. No, no la quiere. No, no es una historia de amor bonita. Es una historia basada en la competición, en los celos, en la envidia, en la humillación, en la rabia y en el egoísmo. Es la competición de una carrera artística camuflada en una historia de amordonde la única forma de ganar es echando la rabia de uno mismo contra la otra persona, hacerla pequeñita y atacar a sus inseguridades, o crearlas.

Se supone que el amor nos tiene que hacer libres. ¿Qué competición tiene que existir en una relación? ¿Decirle a la otra persona que es fea, que es patética, gilipollas, que no tiene talento y que solo está ahí por el culazo que le hacen los vaqueros en el videoclip de la canción es amor?

Cuando Jackson está, supuestamente, rehabilitado, recibe la visita del manager de Ally, quien, prácticamente le obliga a abandonarla y alejarse de ella en cuanto vuelva a recaer- porque está convecido de que va a recaer-. ¿Y cuál es su mejor idea para alejarse de ella? Suicidarse. Suicidarse, sí, porque la quiere, porque no quiere acabar con su carrera, porque él va a ser un estorbo para su gira y porque ya ha dado suficiente mala imagen para empañar momentáneamente la carrera de Ally, como para volver a hacerlo. Pero él la quiere, por supuesto. Pero no, no la quiere. Efectivamente, lo mejor que podría hacer es dejarla. Una vida de mierda así no se la merece nadie, ni el desprecio, ni la humillación ni el estar constantemente pendiente de que la otra persona no recaiga y aparezca tirada en mitad de la calle. Pero Jackson no lo hace, sino que manifiesta su egoísmo y su maltrato psicológico de una forma peor. Lo fácil sería dejarla, acabar la relación, dejar que cumpla y viva su sueño, que haga giras, conciertos, que viva sin preocuparse de tener un marido borracho y drogadicto dispuesto a no cambiar jamás. Pero no, decide suicidarse, para que ella no olvide nunca eso, para que tenga siempre en la cabeza que él lo hizo por ella, para no ser un estorbo, para que fuera consciente de que no iba a cambiar ni por ella ni por nadie, para que no fuera nunca plenamente feliz. Para que se quedara siempre con una parte de su infelicidad.

Eso no es amor. El éxito de Ally ya nunca más iba a ser propio, sino que iba a depender de la trágica muerte de su marido. Ya no cantaría pop en grandes escenarios, sino que su carrera se iba a reducir a cantar canciones inéditas de su marido, a presentar la canción de amor que él escribió para ella. Estar y ser parte del dolor de alguien es la manera más egoísta de estar siempre presente.

  



Efectivamente, había nacido una estrella, pero había brillado hasta un cierto punto. Hasta donde él había permitido. Y querer basar una relación es una historia así, es de todo menos amor.


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