*Contiene
spoilers*
El domingo pasado vi por primera vez,
desde que se estrenó en 2018, Ha nacido una
estrella. He tenido una semana entera para intentar digerirla, para
reflexionar acerca de la historia, de lo que nos venden, con lo que se queda la
gente y de lo que en realidad es.
Intentaré dejar a un lado la cierta
animadversión que me produce Bradly Cooper como
actor en todas sus películas, -algo que me ocurre de igual modo con Ryan Gosling-, para
centrarme en la trama, en la historia que se cuenta. Aunque destacaré, como
buena fan de Lady
Gaga que soy, el tremendo papelón que hace, ya no solo como actriz,
sino como cantante. Sinceramente, creo que a Lady Gaga no se la ha valorado
como se merece, más allá de sus críticas por sus estilismos psicodélicos y
estrambóticos. El Oscar por Shallow fue más que
merecido, sus numerosos Grammys y
premios, también. Pero, insisto, la gente no es consciente de la gran artista
que tiene delante, probablemente una de las mejores del siglo XXI musicalmente
hablando. De hecho, ella y las canciones son lo único bueno de los 135 minutos
que dura el film.
Sin más, vayamos a la trama. Cuando veía
la película, en mi cabeza rondaban otras historias similares. La primera
versión de Ha
nacido una estrella es de 1954, así que, o el resto de películas (y
libros) se han “inspirado” en esa versión, o es que se trata de la mentalidad
de guionistas y productores basada en el devenir de la sociedad. Cuando ves la
película puedes hacer dos cosas: pensar que es una historia de amor y llorar
con el final porque te ha dado pena; o pensar en todo lo que hay detrás, en el
fondo, en lo que no flota y no se ve. Yo opté por la segunda,
obviamente, porque me pareció de todo menos una historia de amor. ¿Qué hay
detrás de la aparente historia “de amor” entre una joven talentosa que lucha
por su sueño de convertirse en cantante, y una estrella de indie-rock cuya vida
es un fracaso y su carrera está prácticamente hundida? Spoiler: nada bonito,
sin duda.
Las vidas destruidas atraen. La gente
rota atrae. Porque lo que atrae es la idea de ser “el salvador de alguien”, de
sacarle de un túnel oscuro y mostrarle la luz, de hacerle ver que otro tipo de
vida es posible, de que la felicidad existe y de que puede cambiar. La idea de
ser el salvado también atrae y engancha. Se convierte en una adicción peligrosa
el querer que te salven continuamente, el esperar a que exista una persona que
aguante tu vida, que vea el desorden y el caos y que, aun con eso, decida
quedarse. Que te comprenda, que sienta lástima por ti y quiera ayudarte, que se
ponga en tu situación y que entienda el motivo por el que estás así, que lo
viva con la misma intensidad que tú.
Dos años después de su estreno, sigo
escuchando: “qué bonita la película, ¿verdad?”. No, no es bonita. Nos hemos
acostumbrado a romantizar las adicciones, la destrucción, las salvaciones, los
desprecios, los insultos, las envidias, los celos, las comparaciones y a hacer
de las relaciones una competición para ver a quién de los dos le va mejor.
Cuando veía la película, vino a mi cabeza La la land. Cuando se
estrenó, también escuché a un montón de gente decir que vaya historia de amor
más bonita. En realidad, es la misma trama, los mismos sentimientos y las
mismas situaciones, solo que un final distinto.
En La la land, Mia y Sebastian se
conocen por casualidad mientras ella va a una audición y tienen un pequeño
percance en un atasco. Sus caminos se vuelven a unir por casualidad, por el
destino o por cualquier motivo típico y repetitivo en películas de ese estilo-
no es una novedad- aunque sus caminos ya estaban próximos, al menos en sus
carreras profesionales. Mia, aunque es camarera en una cafetería, quiere ser
actriz y hace mil castings que resultan poco fructíferos. Sebastian
es un pianista de jazz frustrado que trabaja tocando en un bar para clientes
que no le prestan atención y siempre bajo las órdenes del dueño, quien no le
deja salirse del estricto guion de piezas que tiene que tocar para un público
ajeno a la música y a los villancicos que acompañan su cena.
Escena de La la land / elperiodico.com |
En Ha nacido una estrella, Ally trabaja
casi explotada en un restaurante, con turnos incansables y un encargado
controlador. Su vida fuera del trabajo tampoco es una maravilla, ya que vive en
una casa compartida con su padre y los compañeros de trabajo de este. Algunas
noches actúa en un club de Drags Queens, lo más cercano que está de cumplir su
sueño como cantante. Allí conoce, también por casualidad, a Jackson Maine, un
consagrado cantante de indie-rock adicto al alcohol y a las drogas, cuya vida
es un auténtico desastre, y quien arrastra el trauma de una triste infancia,
donde su madre murió en el parto y su padre era también un borracho.
En La la land, Sebastian
consigue un trabajo que no le hace feliz, tocando el piano en un grupo de jazz
tirando a pop, fuera completamente de su idea del jazz clásico, del bueno, del
creado en el siglo XIX en los suburbios americanos. Tocar en el grupo supone
hacerse fotos, grabar discos e irse de gira unos cuantos meses, quizás años,
algo que no soporta Mia. Hablemos claro: Mia
está frustrada porque no consigue que la cojan en ninguna audición y quiere
acabar con la incipiente fama que está consiguiendo Sebastian, por lo que rompe
la relación, el típico “si yo no, tú tampoco”. Pero Sebastian no puede
dejar de pensar en ella y le insta a presentarse a una audición para una
película importante, audición a la que ella ni siquiera quiere ir, pero a la
que acaba yendo y a la que debe el resto de la película. Mia cumple su
sueño de ser actriz y de ser famosa.
En Ha nacido una
estrella ocurre algo similar. Ally le muestra a Jackson su increíble
talento en el aparcamiento de un supermercado, tras haberse metido en una pelea
en un bar de policías. Interpreta una canción que ella misma ha compuesto y que
fascina a Jackson al instante. Él, sin dudarlo un instante y cegado por una
aparente atracción y adoración, le pide que le acompañe a sus giras y que cante
con él esa canción. Ella es una verdadera estrella y todo el mundo tiene que
conocerla. Ally acaba accediendo, después de abandonar su trabajo, y canta, por
primera vez en un gran escenario y ante un enorme público, la canción que ella
misma escribió, aunque con ciertos retoques que había añadido Jackson. Al
final, la actuación acaba volviéndose viral y ella con un contrato de una
discográfica importante. A partir de ahí, comienza el declive. ¿O ya estaba
desde el principio?
Escena de la película / imagen propia |
Deciden formalizar su
relación, incluso se casan de un momento a otro, todo improvisado. Las
adicciones de Jackson pasan factura más de una vez, y de dos, y de tres. Acaba
borracho y drogado en el suelo, en los conciertos, en la calle… Y ella no lo
acepta ni lo comparte, pero eso a él le da igual. Lo que no le da igual que es
que Ally comience a ser famosa, a sacar disco, a tener éxito, a llenar
conciertos, a tener una gira… Y aquí empieza lo tóxico (más aún) de la
relación. Jackson
no soporta el éxito de Ally. ¿Y qué más da? Él ya es conocido, sigue
llenando conciertos aun saliendo a cantar hasta arriba de cocaína y alcohol,
aun quedándose sordo, y sus canciones siguen sonando en pubs y locales. Pero
no, ella no puede grabar un disco, no puede llenar conciertos, no puede ser
imagen de un cartel gigante en medio de la ciudad ni puede estar nominada a
tres Grammys. Eres
una estrella, sí, pero no brilles mucho. Y eso se lo hace notar de la peor
manera posible. Eso sí, amparado por sus adicciones. Como estaba borracho y
enfermo, eso no cuenta. Aprovecha que ella está dándose un baño, feliz porque
le acaban de anunciar que está nominada a, ni más ni menos, que tres Grammys, para
humillarla diciéndole:
“Me alegro de tus
nominaciones. Solo estoy intentando entenderlo, eso es todo. ¿Cómo tienes ese
culazo? Sí, ya sé que es de tu canción. Estoy hasta la polla de escuchar tu
canción. A lo mejor te he fallado, no sé. Eres patética, y me sabe fatal. Tenía
que decírtelo, tenía que ser sincero. Te preocupa ser fea y no lo eres, siempre
te lo digo y por eso necesitas la aprobación de toda esa gente. (…) Tú no
podrías ser mi padre ni en tus putos sueños, él tenía más talento en un puto
dedo que tú en todo tu cuerpo, así que no te hagas la gilipollas. (…) Eres fea
de cojones”.
Ella, que ha aguantado sus
casi comas etílicos, que ha soportado su carácter, y que encima aún le quedará
por aguantar la vergüenza y el bochorno de que su marido suba borracho y
drogado al escenario donde ella va a recoger sus Grammys. Pero, pobrecito, es
que tiene una vida de mierda, llena de adicciones, y la quiere. No, no la
quiere. No, no es una historia de amor bonita. Es una historia
basada en la competición, en los celos, en la envidia, en la humillación, en la
rabia y en el egoísmo. Es la competición de una carrera artística camuflada en
una historia de amor, donde la única forma
de ganar es echando la rabia de uno mismo contra la otra persona, hacerla
pequeñita y atacar a sus inseguridades, o crearlas.
Se supone que el amor nos
tiene que hacer libres. ¿Qué competición tiene que existir en una relación?
¿Decirle a la otra persona que es fea, que es patética, gilipollas, que no
tiene talento y que solo está ahí por el culazo que le hacen los vaqueros en el
videoclip de la canción es amor?
Cuando Jackson está,
supuestamente, rehabilitado, recibe la visita del manager de Ally, quien,
prácticamente le obliga a abandonarla y alejarse de ella en cuanto vuelva a
recaer- porque está convecido de que va a recaer-. ¿Y cuál es su mejor idea
para alejarse de ella? Suicidarse.
Suicidarse, sí, porque la quiere, porque no quiere acabar con su carrera,
porque él va a ser un estorbo para su gira y porque ya ha dado suficiente mala
imagen para empañar momentáneamente la carrera de Ally, como para volver a
hacerlo. Pero él la quiere, por supuesto. Pero no, no la quiere. Efectivamente,
lo mejor que podría hacer es dejarla. Una vida de mierda
así no se la merece nadie, ni el desprecio, ni la humillación ni el estar
constantemente pendiente de que la otra persona no recaiga y aparezca tirada en
mitad de la calle. Pero Jackson no lo hace, sino que manifiesta su
egoísmo y su maltrato psicológico de una forma peor. Lo fácil sería dejarla,
acabar la relación, dejar que cumpla y viva su sueño, que haga giras,
conciertos, que viva sin preocuparse de tener un marido borracho y drogadicto
dispuesto a no cambiar jamás. Pero no, decide suicidarse, para que ella no
olvide nunca eso, para que tenga siempre en la cabeza que él lo hizo por ella,
para no ser un estorbo, para que fuera consciente de que no iba a cambiar ni
por ella ni por nadie, para que no fuera nunca plenamente feliz. Para que se
quedara siempre con una parte de su infelicidad.
Eso no es amor. El éxito de
Ally ya nunca más iba a ser propio, sino que iba a depender de la trágica
muerte de su marido. Ya no cantaría pop en grandes escenarios, sino que su
carrera se iba a reducir a cantar canciones inéditas de su marido, a presentar
la canción de amor que él escribió para ella. Estar y ser parte del dolor de
alguien es la manera más egoísta de estar siempre presente.
Efectivamente, había nacido
una estrella, pero había brillado hasta un cierto punto. Hasta donde él había
permitido. Y querer basar una relación es una historia así, es de todo menos
amor.
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