- - Qué bonito suena, ¿verdad?- cerró los ojos
después de decir aquellas palabras e inhaló aire con fuerza, como si el oxígeno
se fuera a acabar de un momento a otro y él quisiera aprovechar hasta el último
microgramo.
En realidad no había sonido
bonito, porque no sonaba nada. Algunos pasos resonaban en la acera y el
chirrido de la puerta principal del portal que teníamos al lado molestaba de
vez en cuando. El aire ululaba a sus anchas, moviendo la puerta, colándose en
los pequeños agujeros que encontraba y silbando cuando le apetecía. Por lo
demás, todo estaba en silencio. ¿Qué había de bonito?
-
S - Sé que está pensado que no suena nada, pero el
silencio también es bonito, solo a
veces.
“Muchas cosas también son bonitas
solo a veces”- pensé, pero no me atreví a decirlo. No tenía miedo a expresar lo
que quería en cada momento, pero me habría pedido explicaciones de más que no
me apetecía dar. Me limité a callar y seguir caminando.
El paseo estaba siendo más
tranquilo de lo habitual. Quizá estábamos los dos ausentes, por distintas
situaciones, cada uno en un mundo. Solo
a veces coincidíamos en palabras, acciones o miradas, y dejábamos de lado
nuestro orgullo, nuestro mundo y nuestro amor propio para compartirlo con el
otro. Muchas otras veces lo hacíamos por obligación, por pensar que estábamos
demasiado tiempo alejados, aunque estuviéramos al lado, y alguna muestra de
atención y cariño era necesaria.
El viento soplaba más fuerte, nos
adelantaba y rellenaba los huecos que había entre nosotros. Estábamos
apartados, una o dos baldosas nos separaban, y solo a veces nos mirábamos un par de segundos a los ojos. Estábamos
entretenidos buscando no sé qué cosas en no sé qué mundos, pero sin prestar
atención a este. Ni siquiera prestábamos atención a las calles por las que pasábamos
ni sabíamos si alguien nos observaba desde lejos. Tampoco nos dábamos cuenta de
que faltaba la luz, puesto que dábamos por hecho que las farolas eran infinitas
en nuestro mundo. Ya no chirriaban puertas, y parecía que todas se habían
cerrado aquella noche. Tampoco se escuchaban pasos. Quizá todo el mundo se
había ido a dormir menos nosotros dos, porque el aire no nos dejaba y nos
envolvía de nuevo de vez en cuando. Solo
a veces alguna hoja se dejaba caer abandonada sobre las baldosas que
habíamos pisado, pero no nos quería seguir. No le gustaba nuestro camino.
No repitió más veces lo bonito
que sonaba, ni siquiera volvió a pronunciar una sola palabra en toda la noche.
Quizá se había dado cuenta de que no sonaba nada, que todo entre nosotros era
viento y silencio. Seguimos caminando por aquella calle de la que desconocíamos
su nombre, ni siquiera nos habíamos parado a mirarla, porque la poca luz no nos
lo permitía y porque esa calle no existía en nuestros respectivos mundos. No
escuchamos más puertas, ni más pisadas- ni siquiera las nuestras- que parecía
que estuviéramos andando sobre una colchoneta de espuma. Tampoco cayó ninguna
hoja más. Todas se agarraban fuertemente a las ramas, con miedo a caer al frío
suelo, con miedo a quedarse solas, con miedo a seguirnos, con miedo al viento
que, inevitablemente, estaba con nosotros.
A veces, solo a veces, para siempre es un segundo. Solo a veces, es ahora o nunca. Y en ese segundo te hubiera besado.
Todos los derechos reservados ©
Todos los derechos reservados ©
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aquí puedes dejar tu aportación. Seguro que es maravillosa