domingo, 2 de mayo de 2021

Madres frías y sobreprotectoras. Hijos condenados


El Día de la Madre, ese día especial que se lleva celebrando desde la Antigua Grecia en honor a Rea, que también adoptó la Antigua Roma en homenaje a la Diosa Hilaria y que, posteriormente, acogió la religión cristiana como veneración a la Virgen María. Ese día en el que se felicita a las madres, las creadoras de vida, las protectoras, las comprensibles mujeres que llenan de atención y amor a sus hijos. Aunque no todas lo hacen por igual, claro está.

Al igual que con sus padres, una gran cantidad de escritores tuvieron una mala relación con sus progenitoras, y, en algunas ocasiones, con ambos. Tanto fue así que la convivencia entre ellos se hizo insoportable y el único camino que vieron los escritores para librarse de ellas fue marcharse del hogar familiar. De igual modo que ocurría en el caso de los padres, la mala relación con sus progenitoras derivó en una difícil infancia y posterior adolescencia, y les produjo un vacío existencial a lo largo de su vida. Muchos de ellos se vieron abocados a la depresión, a la tristeza, a la soledad y a la incomprensión, pues sintieron que la relación con sus madres, lejos de ser idílica, les asfixiaba sobremanera.

Arthur Rimbaud tuvo una relación difícil con su madre, Vitalie Cuif, quien jamás entendió el talento de su hijo para la poesía y quien tampoco aceptó la homosexualidad del poeta, a pesar de que puso de su parte y mandó unas afectuosas palabras a quien fuese su yerno, Paul Verlaine: «Yo también he sido desdichada. Mucho he sufrido, mucho he llorado pero he sabido que todas las aflicciones se volverían en mi provecho». El carácter frío, duro e intransigente de Vitalie se había forjado casi a modo de supervivencia. Una mujer sola y con hijos en el Siglo XIX, una madre que tenía que sacar adelante a su familia de la mejor manera posible. Rimbaud no soportó el ambiente asfixiante que se vivía en su casa, motivo por el cual se fugó en varias ocasiones a París. 

Cuando Rimbaud enfermó en Adén, su hermana Isabelle, conocedora de la gravedad del estado del poeta, intentó convencer a su madre de que retomara la relación con su hijo y de que, al menos, se despidiese de él ante un posible, y más que previsible, desenlace fatal. A pesar de que los tres se comunicaban por carta, la madre no se despidió de su hijo y, una vez muerto, ni siquiera fue a su entierro. La escritora y poeta, François Lalande, ha recuperado la figura de Vitalie a través de La madre de Rimbaud, donde pretende arrojar luz sobre la verdadera relación entre madre e hijo, una relación llena de luces y sombras, y sobre el carácter de Vitalie. 


Arthur Rimbaud y su madre, Vitalie


El escritor americano F. Scott Fitzgerald no tuvo buena relación con su madre, Mollie McQuillan, a quien, dicen, llegó a poner como un personaje de uno de sus relatos, una mujer que moría asesinada. Creció en una familia de clase media-alta, y sus padres (ambos católicos), que habían perdido a una hija antes de que él naciera, le enviaron a dos internados católicos, donde recibió una educación acorde a la clase social a la que pertenecía. Durante su época de estudiante, ya destacó por su brillante talento para la literatura, y su reconocimiento le llegó a los 23 años con la publicación de su primera novela, A este lado del paraíso. La publicación de cuatro novelas y diversas colecciones de cuentos le colmaron de éxito y fortuna, pero temporalmente. Recibió el elogio de la crítica y el público después de su temprana muerte, a los 44 años. Al igual que muchos otros escritores,-entre ellos, John Keats,- Scott Fitzgerald murió pensando que había sido un fracasado y que sus obras estaban ya en el olvido. Actualmente, es considerado como uno de los mejores escritores estadounidenses del Siglo XX.


Scott Fitzgerald y su madre


Al margen de la literatura, su vida familiar tampoco fue mucho mejor. Su matrimonio idílico con Zelda terminó con el peor de finales. Zelda Fitzgerald, mujer libre en un siglo marcado por el machismo y la desigualdad entre mujeres y hombres, también fue escritora y una gran fuente de inspiración para El Gran Gatsby, una de las obras cumbres de su marido, quien utilizaba sus diarios para recrear algunos de los diálogos de la novela. Es por ello que ha determinado que Zelda fue una escritora plagiada y censurada por su propio marido.

Ambos eran asiduos a las fiestas y al alcohol, sobre todo él, quien dependió de la bebida hasta el fin de sus días. El matrimonio entre ambos fue cuesta abajo, y Zelda llegó a plantearle el divorcio en alguna ocasión, cuando conoció a otro hombre y pensó en comenzar una relación con él. Aunque recuperaron la estabilidad, los celos, las continuas peleas y el alcoholismo se sumaron a las dificultades económicas que atravesaban en ese momento. Contra todo pronóstico, y lejos de los que se piensa en la actualidad, El Gran Gatsby no tuvo una gran acogida entre el público y tampoco el éxito de las anteriores obras del escritor, por lo que no le reportó el dinero que necesitaban para sanear su economía. Ante tal situación, Zelda contempló la posibilidad de retomar su carrera como bailarina profesional para traer dinero a casa, pero una pruebas médicas determinaron que sufría esquizofrenia.

El declive definitivo para ambos fue cuando Zelda estuvo ingresada en diversos centros psiquiátricos. La enfermedad de su mujer (y su posterior muerte trágica) y su gran adicción al alcohol acabaron con la vida de Scott Fitzgerald. Pasó sus últimos días bebiendo y sumido casi en la pobreza, viviendo en un apartamento en Hollywood que no podía pagar. Murió a los 44 años de un infarto y, aunque Zelda y él estaban separados, los restos de ambos fueron enterrados juntos. En su lápida está inscrito, a modo de epitafio, el final de El gran Gatsby: «Y así seguimos empujando, botes que reman contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado»


Scott Fitzgerald y Zelda



Truman Capote tampoco tuvo buena relación con su madre. Lilly Mae Fulk, a quien describen como una "belleza sureña" que tuvo dos únicos propósitos en la vida: uno, renegar de su hijo. Y dos, buscar un marido rico que la llevase a vivir a la mejor zona de Nueva York. Lilly se casó con Arch Persons, un convicto dueño de numerosos negocios que jamás quiso ni a su esposa ni a su hijo. El matrimonio duró apenas cuatro años, y de él nació Truman, pero también degeneró en numerosas peleas y en la adicción al alcohol de su madre. En sus biografías, Capote recuerda diversos episodios traumáticos con sus padres y, especialmente, con su madre, quien le encerraba con llave en las habitaciones de los hoteles que frecuentaban para irse de fiesta y seguir bebiendo. Así lo recordó en su obra, Conversaciones íntimas: «Mi madre me encerraba horas y horas, y salía de juerga. Desde entonces no soporto los cuartos pequeños y cerrados, asfixiantes y con olor a muerte». En una ocasión, el escritor llegó a emborracharse con el perfume de su madre que, por cierto, odiaba, y así lo recordó también: «Lo odiaba porque se mezclaba con el aliento a alcohol de mi madre, fanática consumidora del cóctel Old Fashioned. Una tarde, como venganza, me tomé todo el frasco».


Pero Lilly continuó con los dos propósitos. El primero: renegar de su hijo. Jamás aceptó su homosexualidad y llegó a odiar el personaje en el que se estaba convirtiendo, llegando a declarar que prefería que dejase de ser un genio y fuese heterosexual. El segundo propósito le llevó a conocer a Joseph Capote, un empresario de origen cubano, con quien se casó y se fue a vivir, adoptando Truman el apellido de su "nuevo padre", después de haber estado una larga temporada viviendo con sus abuelos y otros familiares alejado de su madre. Según se puede leer en diversos sitios, Joseph Capote acabó en prisión y Lilly, alcohólica, sola y depresiva, se suicidó cuando Truman tenía 30 años.

Capote también era adicto al alcohol, a las pastillas para dormir y a diversas sustancias, y dependiente de una infancia traumática que aparecía en sus escritos y que jamás le dejó avanzar en su vida. Murió a los 59 años como consecuencia de una insuficiencia hepática, aunque se encontraron pastillas en su mesilla de noche. En ese momento, estaba pasando un fin de semana con su íntima amiga Joanne Carson, quien descubrió su cadáver la mañana siguiente. Como nadie de su entorno quiso hacerse cargo del cuerpo del escritor, fue incinerado y sus cenizas se subastaron en Los Ángeles por 45.000 dólares.


Truman Capote y su madre, Lilly



Por muchos es conocida la figura de Charles Dickens, así como su obra, pero muy pocos saben cómo era el escritor realmente: moralista, infiel, racista y misógino. Dickens odiaba profundamente a las mujeres. A la primera de ellas, a su madre, Elisabeth. ¿El motivo? Según una nueva biografía que ahonda en el lado más personal del escritor, este odio se debía al carácter frío de su madre, a quien reprochó que no le hubiese dado el mismo afecto y cariño que sí recibieron sus hermanos. Tampoco le perdonó jamás que ella le enviase a los 12 años a trabajar 10 horas diarias en una fábrica de betún, mientras su padre, un oficinista de la Armada, cumplía condena en prisión por impago de unas deudas. Ante la falta de dinero en la familia, la madre se vio obligada a trasladarse junto con sus hijos a vivir a la prisión en la que cumplía condena su marido. Este hecho le acompañó a lo largo de su vida, y el odio hacia su madre lo aplicó a los personajes de sus novelas, que eran el reflejo de su propia infancia. En especial, a los personajes femeninos, a quienes presentaba como prostitutas y se recreaba en sus muertes trágicas.

En Oliver Twist, se narran las desventuras de un muchacho huérfano, que se ve obligado a vivir en la calle, con frío y sometido a un maltrato continuo, hasta que da con personas buenas que le ayudan a enderezar su vida. Twist se hace amigo de una prostituta de nombre Nancy, que es asesinada a manos de su amante, hecho que contempla el pequeño huérfano. Dickens, aficionado a interpretar sus propio relatos a modo de teatro, se recreaba en las escenificaciones, y uno de sus hijos presenció cómo su padre apuñalaba con gran violencia el césped de su casa mientras ensayaba el asesinato de Nancy. En otra de sus obras, La pequeña Dorrit, plasmó ese suceso que le atormentó a lo largo de su vida. La novela cuenta la historia de una muchacha que nace y crece en prisión debido a las deudas que había contraído su padre, que cumplía condena en esa cárcel. Aunque la niña puede salir de allí cuando quiera, se da cuenta de que no tiene nada fuera. Él seguía siendo la pequeña Dorrit. 


Charles Dickens y su madre, Elisabeth

El odio también lo extendió al resto de mujeres con las que estuvo. Se casó con Catherine Thompson, con quien tuvo diez hijos y a quien hizo la vida imposible durante los 22 años que duró su matrimonio. Mientras tenía diversas relaciones extramatrimoniales, Dickens se dedicó a maltratar a su mujer e intentó encerrarla en un psiquiátrico en numerosas ocasiones con ayuda de un conocido suyo, que era médico, y que no creía que la mujer estuviese loca como Dickens aseguraba. Las pruebas determinaron que Catherine no tenía ningún tipo de enfermedad mental, por lo que el escritor no consiguió su propósito, y rompió cualquier relación con su amigo, que no había estado de su lado y no le había ayudado a encerrar a Catherine.

Dickens murió a los 58 años de una apoplejía que le causó una hemorragia cerebral. Tiempo después, una de sus hijas, Katey, reveló el odio que llegó a sentir por su padre, asegurando que su padre sentía desprecio por las mujeres y, en especial, por su madre, con quien había sido extremadamente cruel toda la vida.

Charles Dickens y sus hijas 


Alejandra Pizarnik no soportó jamás a su madre, Rejzla Bromiker quien, desde que Alejandra era pequeña, se empeñó en que supiera que su hija favorita era su hermana Myriam, «delgada y bonita, rubia y perfecta según el ideal materno, que todo lo hacía bien y no tartamudeaba ni tenía asma ni montaba líos en el colegio». La mala relación con su madre aumentó tras la muerte de su padre, y así escribió Alejandra sobre su madre: «Mi madre, celosa de mi soledad poblada, agota todos los medios para molestarme y ofenderme. En verdad, vivir con ella es una maldición. Si hay pecados y, por consiguiente un castigo de ellos, el mío es vivir a solas, a los treinta años, con mi madre». 

Siempre reprochó a su madre el no haber tenido una infancia feliz e, incluso, dejó entrever que había sufrido algún tipo de abuso sexual, y que nadie había hecho nada para evitarlo. Que la escritora era adicta a las pastillas no era ninguna novedad. Desde pequeña ya estuvo medicada y, en la adolescencia, siguieron recetándole pastillas altamente adictivas que le provocaban alucinaciones. Pizarnik se volvió totalmente dependiente de dichas sustancias, usándolas incluso para escribir, sumado a la bulimia que padecía, lo que acabó derivando en una fuerte depresión.  Tras un permiso de fin de semana del centro psiquiátrico en el que estaba internada, Pizarnik regresó a su casa e ingirió 50 pastillas de Seconal. Los diarios que encontraron en su casa, y que vieron la luz tiempo después, fueron censurados por un supuesto deseo expreso de su familia, quien no quería que se supiese la homosexualidad o bisexualidad de la escritora ni tampoco ciertos hechos traumáticos de su infancia, en lo que no dejaba en buen lugar a sus parientes. 


Alejandra Pizarnik y su madre, Rejzla


Una relación extremadamente peculiar fue la que tuvo el escritor americano H.P. Lovecraft con su madre, Sarah Susan Phillips. Lovecraft perdió a su padre cuando era muy pequeño, por lo que quedó al cuidado de su madre, quien le inculcó un odio profundo hacia su padre y también hacia el ser humano en general, lo que le llevó a relacionarse únicamente con un círculo muy pequeño de gente conocida ante el temor que le provocaba el resto de personas. Además, desde pequeño, Sarah se encargó de minar la autoestima de su hijo, a quien llamaban feo constantemente, diciéndole incluso que no fuese solo por la calle para que la gente no viese lo espantoso que era. 

A pesar de ello, Sarah fue extremadamente sobreprotectora con Howard, a quien no dejaba que durmiera nunca fuera de casa, puesto que consideraba que su hijo era una especie de inválido que no era capaz de valerse por sí mismo y sobrevivir solo en un mundo que consideraba cruel y malvado. Por ello, su madre comenzó a crear un ambiente asfixiante y claustrofóbico, provocando incluso una crisis nerviosa en un Howard de 18 años. Lovecraft relató su particular infierno a uno de los pocos amigos que tenía: «Solo estoy viviendo a medias- una gran parte de mi fuerza se consume en estar sentado o andando. Mi sistema nervioso es un desastre y estoy completamente aburrido y sin vida, salvo cuando me encuentro con algo que me interesa completamente. Entonces, me di cuenta con horror que me estoy haciendo viejo para el placer. La edad adulta es un infierno». 


H.P. Lovecraft junto con sus padres



Cuando Lovecraft tenía 28 años, su madre fue internada por problemas mentales en un hospital psiquiátrico y, dos años después, el desenlace fatal se cumplió. Sarah murió cuando el escritor tenía 30 años y, a pesar de la relación tóxica y asfixiante que había entre los dos, la pérdida de su madre le supuso un gran pesar. «Mi madre era, con toda probabilidad, la única persona que me entendió completamente. No es probable que me vuelva a encontrar con una mente tan admirable».

Lovecraft, profundamente influenciado por el terror gótico de Allan Poe, se convirtió en uno de los escritores de terror sobrenatural más importantes de su siglo, y también de la actualidad. Muchos de sus historias están, posiblemente, condicionadas por su infancia y adolescencia, como también el resto de su vida, tal y como determinó una de sus psiquiatras, que aseguraba que sus escritos estaban llenos de contradicciones, como «su amor y horror al pasado». Según los amigos y escritores del círculo literario que frecuentaba, Lovecraft era solitario e introvertido, además de profundamente racista, probablemente debido a que su madre le hizo odiar al género humano y, especialmente, a los que no eran americanos. Pero también le definieron como creativo, generoso y muy inteligente. 

A pesar de ese racismo, Lovecraft se casó con Sonia H. Greene, hija de inmigrantes judíos procedentes de Ucrania, que era viuda y siete años mayor que él. Greene, una mujer de fuerte carácter, independiente, escritora y con un negocio propio, no fue bien vista por la familia de Lovecrft, especialmente por sus tradicionales tías. El matrimonio atravesó numerosas crisis, tanto sentimentales como económicas. El negocio de Sonia tuvo que cerrar y Lovecraft tampoco podía ganarse la vida como escritor, puesto que consideraba que Nueva York estaba lleno de inmigrantes que le quitaban el trabajo, hecho que incrementó su racismo y su animadversión a la ciudad. Años después, ambos se divorciaron de mutuo acuerdo, alegando desavenencias en su matrimonio. Algunos biógrafos han planteado la posibilidad de que Lovecraft fuera asexual, o incluso homosexual, puesto que se ha mencionado alguna vez su "falta de masculinidad", como así se puede ver en el documental  Lovecraft: Fear of the Unknow, dirigido por Guillermo del Toro y basado en la vida del escritor. 


Lovecraft y Sonia H. Greene


Sus últimos años de vida los pasó sin dinero, enfermo y desnutrido, siendo especialmente sensible a cualquier temperatura que fuese inferior a los 20º. Un mes antes de su muerte, se le diagnosticó un cáncer intestinal y una grave insuficiencia renal, lo que provocó su fallecimiento. Aunque está enterrado en un panteón familiar junto con su abuelo, ninguna losa señala su tumba. Un grupo de seguidores del escritor recreó una lápida conmemorativa con su nombre y una frase que utilizaba en sus cartas: I'am Providence 

Lápida conmemorativa en el Cementerio de Swan Point



En en lado opuesto de estas relaciones, se encontraban otros escritores como Marcel Proust o Borges, quienes tuvieron una relación de total dependencia con sus madres. Proust fue un niño enfermo toda su vida, por lo que creció bajo el afecto, cuidado y protección de su progenitora. Tal era su dependencia que era incapaz de hacer cualquier cosa simple sin el respaldo de su madre, a quien preguntaba incluso,-siendo adulto-, cuánto dinero tenía que dar como propina, cuánto alcohol podía tomar o cuántos cigarros podía fumar al día. La muerte de Jeanne-Clémance le marcó profundamente, puesto que no contemplaba la vida sin su madre a su lado. Pero este hecho fue el motivo por el cual Proust comenzó una de sus obras infinitas, En busca del tiempo perdido. Con la imagen de su madre en la cabeza, rememoró todos los episodios de su vida, y escribió una obra basada en sus recuerdos. Según los estudiosos de la figura de Proust, escribir En busca del tiempo perdido fue prácticamente la única cosa que hizo por su cuenta, precisamente porque se sentía libre tras la muerte de su madre. 


Proust y su familia


Algo similar le ocurrió al escritor argentino Jorge Luis Borges, quienes muchos aseguran que mantuvo una relación con su madre, Leonor Acevedo, como si fuesen un matrimonio, donde compartían todo como si se tratase de una auténtica pareja, «a excepción del sexo», como recalca el autor de una de sus biografías. Tal era la devoción que sentía por su madre que, siendo agnóstico confeso, seguía rezando todas las noches el Ave María que le había enseñado Leonor desde que era pequeño. 

Leonor fue la sombra de su hijo, y cuando Borges comenzó a perder la visión, ella era sus ojos. Se convirtió en su secretaria personal, le leía lo que Borges le pedía, le escribía sus cartas y los escritos que él mismo le dictaba. Ante su cercana muerte y con el temor de que su hijo se quedase solo y desamparado, le incitó a que se casase con Elsa Astete, quien había sido un amor de juventud. Según el círculo cercano al escritor, Borges se aburría profundamente con Elsa y el hijo de ésta. Un día, Borges salió del domicilio en el que vivían los tres alegando que iba a trabajar, pero nunca más volvió. Regresó junto a su madre. 

Borges y su madre, Leonor Acevedo



Aunque la relación entre los escritores con sus madres fue igual de mala que en el caso de sus padres, el motivo no siempre fue el mismo. Mientras que en el caso de los progenitores la violencia y el abandono cobraban más importancia, en el caso de las madres, se les reprochaba la frialdad y el poco tiempo de cuidado que habían dedicado a su hijos, así como la sobreprotección, que en muchos casos era excesiva. 



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