viernes, 29 de enero de 2021

Antón Chéjov: cuando la falta de empatía social permanece dos siglos después

Tal día como hoy, en 1860, nace el escritor ruso, Antón Chéjov, uno de los más grandes maestros del relato corto y, como dijo el crítico estadounidense, Harold Blood, «el más sutil psicólogo dramático que ha existido desde Shakespeare».

Médico, escritor y dramaturgo, Chéjov dominó como nadie el realismo psicológico, -un estilo narrativo que se caracteriza por la profundidad que hace el narrador en el interior de los personajes, sus pensamientos y los motivos que les llevan a realizar determinadas acciones-, al igual que los también escritores del realismo ruso Fiódor Dostoyevski y León Tolstói.

Comenzó escribiendo relatos cortos y humorísticos sobre la situación de su Rusia natal bajo el pseudónimo de “Ansha Chejonte” con el fin de ayudar económicamente a sus padres: una mujer cuentacuentos y un padre mercante de telas. Compaginó su carrera de Medicina con su otra gran pasión, la literatura, mediante la creación de relatos, igualándose con referentes de la talla de Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe y Jorge Luis Borges, entre otros.


Antón Chéjov


Aunque escribió una gran cantidad de obras, sin duda fue un auténtico maestro de los cuentos cortos, y en su inmensa colección se pueden encontrar cerca de 600 cuentos cortos, 240 sin editar en español, además de cuentos inéditos e inacabados. Escribió alrededor de catorce obras de teatro, aunque las más reconocidas son Tío Vania (1897), Las Tres Hermanas (1901) y El Jardín de los Cerezos (1904). Estrenó también la obra La Gaviota (1887), que no tuvo buena acogida por parte del público en un primer momento.

La vida cotidiana, los temas morales y la situación política que se vivía en la Rusia de finales del Siglo XIX son los temas predominantes, así como la libertad, la vida, la muerte, la infidelidad y el dinero. Chéjov no tiene un estilo definido, sino que presenta problemas reales (de ahí que pertenezca al Realismo). Tampoco deja claro en ningún momento sobre qué van sus relatos y los mismos no tienen un final sorpresivo, sino que cada lector interpreta a su manera lo que quiere decir la historia que cuenta. Las emociones no son inmediatas ni transparentes, sino que Chéjov hace que desborden a los personajes, sin distinción de clase social. Esperan con incertidumbre su destino y manifiestan sentimientos como decepción, fracaso, redención, ansia de libertad, pasiones y un sinfín de emociones propias de los seres humanos que se podrán percibir a simple vista en la lectura de cualquiera de sus cuentos.

Entre sus múltiples obras y cuentos, La tristeza siempre ha sido mi favorito, y me ha acompañado todos los días desde el primer instante en el que lo leí. Este relato refleja la realidad social por la que tanto se preocupa Chéjov, y la presenta como fría, despreocupada, que se mueve únicamente por su propio interés y que no es capaz de ponerse en la situación del otro, ni siquiera de escuchar sus problemas, hasta tal punto que el protagonista acaba contando sus penas a su caballo. En apenas un día- tiempo en el que se desarrolla toda la acción-, Chéjov nos transporta a la Rusia de finales del siglo XIX, más concretamente a las calles nevadas de San Petersburgo, -pues se hace mención a la ciudad de Viborgskaya-. Allí, se nos cuenta la historia de Yona, un viejo cochero encorvado que apenas tiene trabajo, y se adentra en la tristeza y soledad que padece tras la reciente pérdida de su hijo. Durante los distintos viajes que realiza, siente la dura indiferencia de todos los pasajeros que se suben en su carruaje mientras él trata de contar la pena por la muerte de su hijo. Ninguno está dispuesto a escucharle. Únicamente están preocupados por la lentitud del caballo y por llegar a tiempo a sus respectivos destinos. Tampoco ninguno de ellos se percata de la avanzada edad del cochero, de su lamentable estado físico ni de su cansancio y agotamiento, ya no físico, sino emocional. En vez de eso, Yona recibe insultos, gritos y burlas por parte de algunos de los pasajeros. Cuando el día acaba, la fría noche le espera en una sucia y vasta habitación compartida con docenas de cocheros más, que duermen hacinados en bancos e, incluso, en el propio suelo. Allí también se respira tristeza, pues ninguno de ellos escucha su pena. Chéjov hace una descripción absolutamente desgarradora del sentimiento de Yona, que es el fiel reflejo de la sociedad:

«Yona exhala un suspiro. Experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia. Casi ha transcurrido una semana desde la muerte de su hijo; pero no ha tenido aún ocasión de hablar de ella con una persona de corazón». 


Ilustración de La tristeza 

Este relato fue escrito en 1886, pero podría aplicarse a la actualidad sin perder ni un ápice de sentido, y sin que fuera necesario adaptarlo a nuestros días. ¿Cuántos minutos dedicamos a escuchar a otras personas? ¿Cuántas veces somos capaces de ponernos en su lugar? ¿Cuántas veces hemos antepuesto nuestros propios intereses a los problemas de los demás? ¿Cuántas veces nos hemos creído los únicos y absolutos protagonistas? O, ¿cuántas veces nos hemos sentido como Yona cuando, a ojos de los demás, nuestros asuntos no importaban? ¿Cuántas veces nos han interrumpido cuando hemos intentado contar algo importante para nosotros? ¿Cuántas veces nos hemos tenido que guardar esa pena y tristeza?

Escuchamos constantemente eso de que la sociedad se ha vuelto caótica, que la gente va de un sitio a otro sin parar, que no hay tiempo, que todo va muy rápido… Pero, al final, nos convertimos, -a veces sin querer-, en todos los pasajeros que se van subiendo al carruaje, pendientes de nuestros propios intereses y ajenos a los problemas de los demás. A veces, sacamos nuestro peor carácter, dedicamos nuestras peores palabras y terminamos añadiendo más dolor a la otra persona. Pero, también a veces, acabamos siendo Yona: «Su tristeza a cada momento es más intensa. Enorme, infinita, si pudiera salir de su pecho inundaría al mundo entero». Nos acabamos sintiendo incomprendidos, poco escuchados y decidimos guardarnos nuestra pena y tristeza. Nunca un relato ha tenido mejor título. Lamentablemente, dos siglos después, esa falta de empatía social es más protagonista que nunca.

La muerte del escritor ruso también fue dramática, y no estuvo libre de polémica ni de misterio. «Nació pobre y murió joven», se puede leer por ahí. Lo cierto es que sí. Murió con 44 años. Algunos dicen que estaba enfermo de tuberculosis y que esa fue la causa de su muerte. También se barajó la posibilidad de que hubiera sufrido un ataque al corazón pero, después de varios estudios, un equipo de científicos ha llegado a la conclusión de que el escritor pudo haber sufrido una hemorragia cerebral debido a la formación de un trombo a causa de las bacterias de la tuberculosis presentes en su cuerpo.

Dicen que, justo antes de morir, y acompañado por su esposa, la actriz alemana Olga Knipper, tomó una copa de champán y le dijo a su mujer: “Ich sterbe” (Me muero). Cuando la mujer intentó colocarte hielo en el pecho para que le bajase la fiebre, el escritor se lo impidió, diciendo: «No se pone hielo en un corazón vacío». Y así, dentro de una vida de contrastes y realismo, murió en una calurosa noche de julio de 1904.


Antón Chéjov y Olga Knipper


Sus restos descansan junto con los de su mujer en el cementerio de Novodéichi (Moscú), en una parte conocida como el 'Jardín de los Cerezos', pues en primavera comienzan a florecer alrededor del sepulcro. Lugar que, por cierto, tiene el mismo nombre que una de las obras del escritor. ¿Coincidencia


Tumba de Chéjov y Knipper en Moscú

«Las personas que viven solas siempre guardan en el alma alguna cosa que les gustaría contar»- A.Chéjo

sábado, 16 de enero de 2021

CRÍTICA | Por qué 'Anhelo' no es el nuevo 'Crepúsculo' (o sí)


Vuelven los vampiros. Si en septiembre de 2020 teníamos entre nuestras manos el tan esperado y ansiado Sol de medianoche-para cerrar el círculo de la historia entre Edward y Bella-, ahora tenemos nueva saga: la Serie Crave. ¿Más vampiros? Efectivamente. ¿Una historia diferente a las anteriores? No del todo. ¿Una copia de Crepúsculo? Sí, en cierto modo, pero con unas diferencias bastante claras que, a veces, no dejan de ser meras repeticiones tanto de la historia como de otras similares. Anhelo no es el nuevo Crepúsculo porque le faltaría mucho para llegar a ello. No obstante, podemos comparar ambas sagas para ver las similitudes, las diferencias y las carencias de cada una. 


Anhelo, de Tracy Wolff / imagen propia



Aparentemente, son iguales. Una portada similar, casi la misma trama, mismos personajes, mismo trasfondo, misma historia de amor… Hay detalles muy significativos que aparecen en ambas historias, pero que calan de distinta forma. La portada es, sin duda, el primer signo de similitud entre ambas. La portada de Anhelo es prácticamente la misma que la de Luna Nueva. En ambas, se representa una flor blanca sobre un fondo negro, y las dos tienen manchas de sangre. En el caso de Luna Nueva, el tulipán pierde uno de sus pétalos, lo que simboliza a Bella perdiendo una gota de sangre, en referencia al corte que se hace en el dedo en su visita a casa de los Cullen. En Anhelo podemos deducir que la flor blanca es Grace, y que las gotas de sangre son producto de su peligrosa historia de amor con Jaxon. Otra similitud entre ambas es el ajedrez. En la portada de Amanecer aparece la figura de la reina sobre un tablero de ajedrez en primer plano, y un peón al final, prácticamente a la sombra, simbolizando nuevamente el poderoso crecimiento de Bella durante toda la saga. 



Comparativa entre ambas portadas



En Anhelo, el ajedrez también tiene un pequeño hueco en la historia, concretamente cuando ambos protagonistas se conocen en uno de los salones del instituto Katmere. 

(…) Más para evitar dormirme que por un interés real, cojo una de las figuras del ajedrez y la levanto delante de mí. Está elaborada con piedra minuciosamente tallada, pero abro los ojos como platos al darme cuenta de lo que estoy contemplando: una representación perfecta de un vampiro, con capa negra incluida y una mueca aterradora en la que muestra los colmillos. (…) Ahora, con gran curiosidad, alcanzo una pieza del otro lado y casi me echo a reír en voz alta al ver que se trata de un dragón: feroz, majestuoso y con unas alas gigantes. Es absolutamente precioso. (…) Devuelvo la figura del dragón a su sitio y cojo a la reina vampiro del otro lado del otro lado del tablero. Es preciosa, con una melena larga y suelta, y una capa caprichosamente decorada. 

-Yo que tú tendría cuidado con esa. Su mordedura es muy dolorosa 

Las palabras, graves y susurradas, suenan tan cerca que casi me caigo de la butaca. En cambio, me levanto de un brinco y la pieza de ajedrez escapa de mis manos y se cae al suelo con gran estrépito. Después me vuelvo, al borde del infarto, y me encuentro frente a frente con el chico más intimidante que he visto en la vida. 

- ¿Quién tiene una mordedura dolorosa? 

Se agacha, recoge la figura que se me había caído y sostiene la reina para que la vea. 

- No es muy simpática 

Me quedo mirándolo perpleja. 

- Es una pieza de ajedrez 

Sus ojos de brillante obsidiana me devuelven la mirada 

- ¿Y…? 

- Pues que es una pieza de ajedrez. Está hecha de mármol. No puede morder a nadie 

Inclina la cabeza como queriendo decir: «Nunca se sabe». 


Es curioso (y nada casual) que ambas portadas utilicen el juego de colores blanco-negro-rojo. Tampoco es casual que lo blanco, puro e inocente sea ella, y que lo peligroso y tentador sea él. Todas las portadas de la Saga Crepúsculo tienen un significado relacionado con la historia, y parece ser que, de momento, la Serie Crave va por el mismo camino. Habrá que esperar a las siguientes novelas. 

En cuanto a las autoras, podemos encontrar diferencias entre ambas. Stephenie Meyer, la creadora de Crepúsculo, se ha declarado siempre abiertamente mormona en sus entrevistas y, aunque ha asegurado que intenta no meter la religión en sus historias, sí que podemos ver el reflejo de sus preceptos en los comportamientos de sus protagonistas. Esto no ocurre en Anhelo donde, a pesar de que se contienen en varias ocasiones, el deseo de ambos está claro desde el principio. En Crespúsculo, el momento del beso entre Edward y Bella tarda bastante en llegar, escudándose siempre en el peligro y el descontrol que podría suponer, algo que explica muy bien Edward en Sol de medianoche. En Anhelo, Grace y Jaxon tienen muchos más momentos juntos, aunque también se producen diversos acontecimientos que impiden que tengan lugar otras cosas. Quizá tenga que ver con el perfil de la autora, Tracy Wolff que, sin duda, es muy diferente al de Meyer. La escritora estadounidense, que cuenta con más de 60 publicaciones, ha llegado a ocupar la lista de libros más vendidos del New York Times y del USA Today. Aunque es apasionada de los vampiros, los dragones y todo “aquello que te despierte a medianoche”, como ella misma ha declarado, sus novelas se incluyen en diversos géneros, donde podemos encontrar novelas de aventuras, románticas e incluso eróticas. Sin duda, un perfil completamente diferente al de Meyer, a juzgar por las portadas de muchas de ellas. 

Algunos de los títulos de Tracy Wolff



Después de conocer las portadas y las autoras, es hora de saber sobre la historia. ¿Qué se cuenta en Anhelo? ¿Es una historia novedosa? Realmente, no. Es un mix de muchas otras historias de vampiros, hombres-lobo, dragones y brujas, y ya no solo Crepúsculo –que incluso se menciona en la historia, puesto que Jaxon le regala un ejemplar a Grace cuando le intenta decir que él también es un vampiro-, sino de muchas otras series millennials, como True Blood, Teen Wolf y, sobre todo, Legacies. Además, Jaxon me recuerda en exceso a Hardin de la Saga After, tanto por su personalidad como por su comportamiento y su resentimiento hacia la vida. Esa forma de hacer sentir mal a la otra persona, esas muestras de desprecio, esa visión de “héroe torturado”, esa necesidad de ser salvado, esa forma de quedar por encima de los otros, esa adicción a sentirse admirado y respetado, ese lado roto, esa parte peligrosa, ese “ni contigo ni sin ti”. Todo eso y más, al que igual que Hardin, lo tiene y lo muestra Jaxon. Y parece, de nuevo, que ese patrón de comportamiento es el que atrae y "enamora". 

Anhelo nos cuenta la historia de Grace, una joven de 17 años de San Diego (California) que recientemente ha perdido a sus padres en un accidente de tráfico, y que se ve “obligada” a trasladarse a Alaska con su tío, el único familiar que puede hacerse cargo de ella. Su tío, Finn Foster, es el director del instituto Katmere, un internado de élite a las afueras de Alaska que guarda toda clase de secretos, y que Grace va descubriendo poco a poco, como que ella es, aparentemente, la única humana en un instituto lleno de brujas, hombres-lobo, vampiros y dragones. Aquí ya vemos una similitud importante con Crepúsculo, puesto que Edward y Bella se conocen en un instituto, al que ella llega nueva procedente de Phoenix (Arizona). El contraste de temperaturas entre ambas historias es importante, puesto que las dos protagonistas proceden de sitios cálidos, y llegan a lugares fríos y húmedos. Grace llega a la fría y nevada Alaska, y Bella lo hace al húmedo y sombrío Forks. Además, no hay que olvidar que Alaska también aparece en Crepúsculo, puesto que es el lugar del que provienen los Cullen antes de instalarse en Forks. 

Al igual que en la saga de Meyer, donde Edward siente un inicial rechazo por Bella, Jaxon también lo hace con Grace. Pero, en ambas historias, tanto Bella como Grace están en continuo peligro, por lo que Edward y Jaxon siempre permanecen a la sombra, vigilando y esperando el momento oportuno para salvarlas. Ahora bien, ¿cómo son los personajes? Sinceramente, muy parecidos a Crepúsculo. También se forma el triángulo “amoroso” Edward-Bella-Jacob, pero esta vez entre Jaxon-Grace-Flint donde, por supuesto, no falta la rivalidad entre ambos chicos, con la salvedad de que Flint, en vez de ser hombre-lobo como Jacob, es dragón. Pero, al igual que los Black-Cullen, existe una fuerte enemistad histórica entre vampiros y dragones, por lo que no es posible la amistad con ambas especies. 

Entonces, ¿qué diferencia hay entre ambas? Muchas. Empezando por el lenguaje que utiliza la autora, que nada tiene que ver con el de Meyer. Es un lenguaje muy coloquial, demasiado adolescente, incluso en las partes más profundas. Jaxon Vega es un vampiro, y pertenece a una de las familias de vampiros más poderosas. Su madre es la reina, al igual que la figura del tablero de ajedrez que coge Grace. Además, arrastra un oscuro pasado, puesto que ser el sucesor a la corona en el mundo de los vampiros conlleva una responsabilidad que Jaxon no quiere asumir. En uno de los momentos, le confiesa a Grace que mató a su hermano, -quien era el verdadero heredero a la corona-, porque estaba cegado por la codicia y el poder, y su único propósito era acabar con los humanos para imponer la hegemonía de los vampiros. Como prueba de dicha batalla, Jaxon tiene una enorme cicatriz en la cara. Al contrario que en Crepúsculo, existen vampiros de nacimiento que provienen de familias poderosas. Edward, en cambio, fue convertido por Carlisle antes de morir, algo que recuerda constantemente como un hecho trágico. Futuro que no quiere, en absoluto, para Bella. 

La tragedia que acompaña a Grace hace que el dolor entre ambos sea compartido. Se podría decir que conectan porque los dos han vivido acontecimientos trágicos, o porque han tenido una vida similar. Pero, al contrario que en Crespúsculo, toda la intensidad se camufla con cosas superficiales. Se echa en falta la personalidad introspectiva de Bella y la sensibilidad de Edward. Mientras que el beso entre ambos consigue transportarte a ese preciso instante, eso no ocurre con Jaxon y Grace. Aunque la autora intenta convertirlo en un momento mágico, puesto que es lo más esperado y deseado por los dos, no acaba de conseguirlo. 

- Grace. 

Pronuncia mi nombre en voz baja, a medio camino entre un susurro y un ruego, mientras espera con paciencia a que lo mire. Pero no puedo. Ahora no. Aún no. 

- ¿Alguna vez…?- Mi voz se quiebra. Inspiro hondo y suelto el aire muy despacio. Vuelvo a inspirar y vuelvo a espirar. Entonces lo intento de nuevo-: ¿Alguna vez has querido algo tanto que te daba miedo tenerlo? 

- Sí 

- ¿Cómo si lo tuvieras ahí, justo delante de ti, esperando a que alargues el brazo para cogerlo, pero sientes tanto miedo de lo que pasará cuando lo pierdas que nunca llegas a tomarlo? 

- Sí- repite con voz grave, profunda y reconfortante. 

Levanto la cabeza hasta que nuestras miradas se encuentran y, entonces, susurro: 

- ¿Y qué hiciste? 

Durante un largo instante no responde. No hace nada. Solo me devuelve una mirada tan herida y tan rota como el resto de su ser. Entonces dice: 

- He decidido cogerlo de todas formas 

Y se inclina y pega sus labios a los míos. No es un beso apasionado, ni un beso intenso. Y, desde luego, no es un beso salvaje. Es solo el roce de una boca contra otra, tan suave como un copo de nieve, tan delicado como el permafrost que se extiende por todas partes. Pero el efecto que tiene, al menos para mí, es igual de potente. Tal vez más. Y, entonces, de repente, me agarra de los antebrazos, Sus dedos me aprietan con fuerza y me estrechan contra él mientras su boca se vuelve loca en la mía. 


La visión de Grace en cuanto a Jaxon tampoco se parece a la de Bella respecto a Edward. La superficialidad aparece de nuevo aquí, y lo único importante es que Jaxon es muy guapo y está muy bueno, algo que se repite en numerosas ocasiones. Es innegable que Edward también lo es, puesto que todos los vampiros son atractivos para sus presas, pero es obvio que eso no es lo que a Bella le atrae de él. Wolff hace una descripción muy particular de Jaxon que, por cierto, coincide en el mismo número de página que Crespúsculo, cuando Bella se fija en Edward (la página 31): 

(…) Me encuentro frente a frente con el chico más intimidante que he visto en la vida. Y no solo porque esté bueno….que lo está. Y, sin embargo, hay algo más en él, algo diferente, poderosos y abrumador, pero no tengo ni idea de qué es. A ver, sí. Tiene uno de esos rostros que tanto les gustaba describir a los poetas del siglo XIX: demasiado intenso para ser hermoso y demasiado imponente como para ser ninguna otra cosa. 

Los pómulos, muy marcados. 

Los labios, rojos y carnosos. 

La mandíbula, tan afilada que podría cortar la piedra. 

La piel, lisa y alabastrina. 

Sus ojos… dos obsidianas profundas que todo lo ven y que nada revelan, rodeadas de las pestañas más sexis que haya visto jamás. Y, lo que es peor, esos ojos omniscientes están fijos en mí ahora mismo, y de repente me aterra que pueda ver todo lo que con tanta intensidad y durante tanto tiempo me he esforzado en ocultar. Intento agachar la cabeza, arrancar mi mirada de la suya, pero soy incapaz. Me tiene atrapada, hipnotizada por las olas de puro magnetismo que emanan de él. 

Que la autora haya decidido utilizar la obsidiana como metáfora para hacer referencia al color negro de los ojos de Jaxon puede que no sea casualidad. La obsidiana es un cristal natural de origen volcánico que se forma por el rápido enfriamiento de la lava, sin que los minerales tuvieran tiempo de cristalizar. Además, se considera un potente cristal de transformación personal, usado para la protección, limpieza y purificación. Es conocido por su fuerza y propiedades curativas, y representa un espejo en el que se refleja la totalidad del ser, con sus sombras y sus luces, mostrando de forma directa aquellos aspectos oscuros de uno mismo con el propósito de sacarlos a la luz y liberar los traumas y recuerdos del pasado. Justo todo lo que esconde y necesita hacer Jaxon, y la luz que le proporciona Grace para hacerlo. 



Fragmento y obsidiana / imagen propia


Al igual que el cristal, Jaxon se convierte en el protector de Grace y, al igual que Edward, tiene que morderla para salvarla, puesto que es el único vampiro capaz de controlar sus instintos con los humanos y el único que sabe cuándo parar. Sin embargo, el acto de morder conscientemente se convierte en un juego casi erótico para ambos, lo que desvirtúa bastante el género vampírico y le añade otro punto más de superficialidad a la historia. 

Es una sensación increíble. (…) No sé cuánto permanecemos así, tocándonos, besándonos y acariciándonos. El tiempo suficiente como para que ardan todas las células de mi cuerpo. El tiempo suficiente como para que me enamore todavía más de Jaxon Vega. Huele tan bien, sabe tan bien y su tacto es tan agradable que no puedo pensar en otra cosa que no sea él. Solo lo quiero a él. Y cuando arrastra sus colmillos por la delicada piel de mi garganta, todo se detiene anticipando lo que está por venir. 

- ¿Puedo?- murmura, y siento su aliento en la piel 

- Por favor- respondo, y arqueo el cuello para proporcionarle mejor acceso 

- ¿Estás segura?- pregunta de nuevo, y su reticencia, su cuidado, solo hace que lo desee aún más. 

- Sí- logro exhalar mientras deslizo las manos alrededor de su cintura para sostenerlo más cerca de mí. 

Debe de sonar convincente porque, segundos más tarde, ataca y me clava los colmillos profundamente. Me invade al instante el mismo placer de esta mañana. Caliente, lento, dulce. Me entrego a él porque sé que puedo hacerlo. Porque sé que Jaxon sería incapaz de arrebatarme demasiada sangre. Deslizo las manos por su espalda hasta hundirlas en la sedosidad de su cabello mientras ladeo la cabeza al máximo. Gruñe ligeramente ante mi invitación, pero entonces noto que sus colmillos se clavan más hondo y que la presión de su succión se torna más tensa. 

Al igual que en Crespúsculo, tampoco faltan las referencias cinematográficas y musicales (aunque no literarias) pero, por supuesto, más superficiales que las de Edward y Bella. Star Wars es la saga favorita de Jaxon, y en cuanto a música: Save Garden, Childish Gambino, Van Morrison y Beethoven (en un intento, quizá, de parecerse a Edward con Dubussy y su Claro de luna). Las de Grace, mucho más millennial: Niall Horan, Maggie Rogers, Hozier y Rihanna. 

En definitiva, Anhelo no cuenta nada nuevo, ni siquiera una historia interesante y profunda. Podría hacerse una crítica individual, sin compararse con Crepúsculo, pero no tendría sentido. Hace un intento de establecer una relación intensa entre ambos, fruto del dolor que sufren los dos por distintos aspectos de su vida, pero queda tan superficial que no acaba de conquistar al lector. Intenta vender una historia de amor casi imposible, que al final no lo es tanto. Un supuesto amor profundo que nace del desprecio y la prepotencia, y un enamoramiento que ocurre en apenas unos días. No obstante, es interesante analizar a los personajes, sus pensamientos y comportamientos, e intentar ir más allá de los que se nos cuenta. El frío de Alaska, las guerras de bolas de nieve, el estilo presuntamente adolescente que se respira en el instituto, la preocupación por los estilismos, las redes sociales y Netflix, no tienen nada que ver con la melancolía de un Forks nublado y lluvioso, ni con las novelas de Bella, ni con el comportamiento de principios del siglo XX de Edward ni, por supuesto, con la magia de su piano, que pone sonido a todos los sentimientos que esconde. Pero da la casualidad de que Jaxon guarda en su habitación prácticamente un arsenal de guitarras y otros instrumentos. 

Realmente, no sé si esta nueva saga pretende ser la sustituta de Crepúsculo para las nuevas generaciones, pero está bastante lejos de conseguirlo. Y, por supuesto, muchísimo más alejada de conseguir entrar en el género clásico de los vampiros,-si es la intención de la autora-, por mucho que intente incluir ese romanticismo gótico en la descripción del castillo Katmere (gárgolas, tapices, fuego, antorchas, alfombras, penumbra, biblioteca inmensa llena de libros antiguos...)

Esta primera parte, al igual que Crepúsculo, está narrada en primera persona, ya que es Grace la que lo cuenta. Sin embargo, ya se ha anunciado que la segunda parte, Furia, verá la luz en marzo de este año, y estará contada esta vez desde la perspectiva de Jaxon. ¿La nueva competencia de Sol de medianoche? Eso parece. 

Furia, segunda parte de Anhelo


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jueves, 7 de enero de 2021

Cuando Lord Byron fue un vampiro


Está nevando, lo que significa que hoy es un buen día para contar esta historia. Lord Byron fue un vampiro, al menos a ojos de John William Polidori, su médico de confianza, quien fue, a su vez, el creador del primer vampiro literario. Después vino Carmilla, de la mano de Sheridan Le Fanu en 1872, y posteriormente el Drácula de Bram Stoker en 1897. Así hasta nuestros días, donde el vampiro romántico clásico ha dado paso a multitud de historias diferentes, desde Louis y Lestat de la magistral Anne Rice, hasta los vampiros más adolescentes que podemos encontrar en casi cualquier novela o serie millennial

Dicen que el año 1816 ha pasado a la historia como «el año sin verano» en el hemisferio Norte, debido a las bajas temperaturas registradas en Europa y en la región nororiental de América, lo que supuso la fuerte presencia de nieblas, heladas, tormentas, ventiscas y lluvias torrenciales. Tiempo después, se comprobó que dichas alteraciones climáticas de debieron al efecto de la prolongada erupción del monte Tambora en la isla de Sumbawa, en Indonesia, cuyas explosiones el año anterior se escucharon a 2.000 kilómetros y causó más de 100.000 muertos en la región. 

Pero también ha pasado a la historia de la literatura la estancia en Suiza ese mismo verano de un pequeño grupo de escritores y poetas: Percy W. Shelley, Mary Wollstonecraft Godwin (más conocida como Mary Shelley) y su hermanastra, Claire Clairmont; Lord Byron y su médico personal, John William Polidori. El tiempo lluvioso y desapacible les llevó a refugiarse en Villa Diodari, una mansión que Byron había alquilado a orillas del Lago Leman. Durante las veladas, los escritores se dedicaron a leer una antología de cuentos sobre fantasmas alemanes traducidos al francés, lo que propició que Lord Byron propusiera a sus compañeros que cada uno escribiera un cuento de terror durante su estancia en la Villa. Todos aceptaron la propuesta, pero no todas las historias llegaron hasta nuestros días. Nada se sabe sobre el relato de Shelley, quien era pareja en esos momentos de Mary Wollstonecraft, ni tampoco sobre el cuento de su hermanastra, Claire Clairmont, quien en ese momento tenía 18 años y estaba esperando un hijo de Lord Byron. Había decidido acompañar en este viaje a su hermanastra y a Shelley, puesto que sabía que Byron también iba a estar allí. El poeta había decidido dar por finalizada la relación con Claire, aunque se había comprometido a hacerse cargo del hijo que iban a tener, pero la joven seguía manteniendo la esperanza de retomar la relación. 


Villa Diodari en la actualidad 



En cambio, sí que han llegado hasta nuestros días los relatos de los otros tres escritores. Mary Wollstonecraft Godwin, que había cumplido los 19 años en agosto, comenzó a escribir Frankestein o El moderno Prometeo tras la visión que tuvo una noche, después haber mantenido una larga conversación filosófica con Lord Byron, donde se le “presentó” la imagen de un pálido estudiante de artes sacrílegas arrodillado al lado de un horrendo fantasma de hombre animado provisto de unos ojos amarillentos y acuosos que no dejaban de mirar a su creador. Wollstonecraft trabajó en aquella obra hasta 1817, y la primera edición de publicó un año después de forma anónima. 

Lord Byron, que entonces tenía 28 años y era reconocido como el poeta más célebre del momento, escribió un pequeño fragmento titulado Augustus Darvell. En él, narrado en primera persona, contaba el viaje que había emprendido con un amigo, Augustus Darvell, por países poco frecuentados por viajeros. Pero la repentina enfermedad de Darvell precipita el fin del viaje, y con él el abrupto cierre del fragmento, dejando las puertas abiertas a diversos acontecimientos posteriores. 



Retrato de Lord Byron


El destino o la casualidad hicieron que esos acontecimientos fueran desarrollados por John William Polidori, quien escribió un relato muy similar al del poeta. Polidori, quien había terminado sus estudios de medicina dos años antes, se había cruzado en el camino de Byron, quien precisaba de un médico personal para emprender un viaje por Europa. El poeta acabó contratando a Polidori, pues ambos habían congeniado a la perfección, pero esa relación idílica no tardaría mucho en desvanecerse. Byron comenzó a sentir desprecio por Polidori, como amigo y como escritor, y no dudaba en humillarle y burlarse de él en reuniones sociales. Polidori, por su parte, acabó desencantado con el poeta, a quien tenía en gran estima y a quien siempre había querido impresionar. Pronto se dio cuenta de la clase de persona que tenía delante.  Byron era un asiduo a las fiestas, a los escándalos sexuales, a las críticas y a las malas relaciones con el resto de escritores, pero todo ello no hacía más que incrementar su fama. Por eso llegó a decir de él que era un "corruptor de la inocencia y un depredador insaciable" que se alimentaba del miedo ajeno. Y, en base a su persona, escribió su relato: El Vampiro. 


Retrato de J.W.Polidori 



El Vampiro presenta a Lord Ruthven, un destacado caballero de rostro mortecino,-aunque de rasgos y formas bellas-, asiduo a las diversas fiestas de la buena sociedad londinense, y conocido por levantar pasiones entre las mujeres (y hacer caso únicamente a las de su interés, despreciando a todas las demás). En mitad de aquella fiesta, Aubrey, un joven apuesto, sincero y acaudalado, fija su mirada en Ruthven, cautivado por su fama y fascinado por su figura. Pronto se entera de que Lord Ruthven, quien tiene problemas económicos, está planeando emprender un viaje, y Aubrey comienza a familiarizarse con él hasta tal punto que decide acompañarle en aquella travesía. Poco conocía del carácter de Ruthven, más allá de lo que había podido observar en la fiesta, pero le extrañó que las acciones que el mismo llevaba a cabo: daba dinero de más a los vagabundos y holgazanes, mientras que aquellos que pasaban necesidades reales no recibían nada de su parte, solo gestos despectivos y humillaciones. Más tarde comprobó que aquellos que recibían la caridad de Ruthven, también se llevaban consigo una maldición, ya que acababan muertos o se hundían más aún en la miseria. 

Viajaron por diversos países, y Aubrey comenzaba a conocer más a Lord Ruthven. A su compañero solo le interesaban los garitos de moda y era un adicto al juego. Pero, más que al juego, al placer que le provocaba la ruina y desesperación de los demás. Los tutores de Aubrey previnieron por carta al joven sobre el «carácter depravado en sumo grado» de su compañero, y le pedían que le dejara de inmediato y regresase a Londres. Durante su estancia en Roma, Aubrey descubre que Ruthven tiene la intención de concertar una cita con la hija de la señora cuya residencia frecuentaba, intentando así aprovecharse de la inocencia de la joven. Sabiendo de sus intenciones, Aubrey visita la casa de la mujer, advirtiéndole de la cita secreta que iba a tener lugar esa mismo día y acabando así con los oscuros planes de Ruthven. Aubrey decide continuar su viaje en solitario, y prescindir de su hasta ahora compañero. Abandona Roma y se dirige a Grecia, donde se instala en casa de un griego. Allí se queda fascinado con la belleza de la joven Ianthe, quien le cuenta la historia sobre un vampiro viviente que había pasado los años entre sus amigos y se había visto obligado todos los años a alimentarse de la vida de una mujer hermosa para prolongar su existencia los meses siguientes. Al detallarle el aspecto tradicional de los vampiros, Aubrey comienza a sentir temor, pues la descripción es muy parecida a la de Lord Ruthven. 

El joven decide realizar una excursión, no sin antes ser prevenido por Ianthe y sus padres acerca del lugar al que decide ir. Le rogaron que no volviera de noche, pues tendría que pasar por un bosque en el que ningún griego se quedaría por nada del mundo después de oscurecer, describiéndolo como el centro de reunión de los vampiros. A pesar de prometerle a Ianthe que volvería antes de oscurecer, no pudo cumplir su promesa, pues una tormenta le sorprendió cuando había emprendido el viaje de regreso a casa. Entre los relámpagos y la lluvia torrencial, vislumbró una cabaña, de la que provenían gritos y risas. Una vez dentro, se encontró con la más absoluta oscuridad pero, de pronto, tropezó con alguien: 

«Aubrey notó que le agarraba alguien cuya fuerza parecía sobrehumana. Forcejeó, decidido a vender su vida lo más cara posible; pero todo fue en vano. Se vio alzado al aire y lanzado contra el suelo con fuerza descomunal. Su enemigo saltó sobre él, le hincó las rodillas en el pecho y le había puesto las manos en la garganta cuando le interrumpió el resplandor de numerosas antorchas que se filtraba por el tragaluz: se levantó al momento, abandonando a su presa, y salió corriendo por la puerta. (…) La luz de las antorchas iluminó las paredes de barro y el techo de bálago cubierto de gruesas capas de hollín. Aubrey les pidió que buscaran a la mujer cuyos gritos le habían atraído; se quedó a oscuras otra vez, pero cuál no sería su espanto cuando la luz de las antorchas cayó de nuevo sobre él y vio la figura ligera de su hermosa guía en un cuerpo sin vida. Cerró los ojos, confiando en que fuese una visión de su imaginación perturbada. Pero cuando los abrió, vio ala misma figura tendida a su lado. No tenía el menor rastro de color en las mejillas; ni siquiera en los labios. Tenía sangre en el cuello y en el pecho, y en la garganta, las marcas de dientes que le habían abierto la vena. Los hombres las señalaron, gritando horrorizados al unísono: “¡Un vampiro! ¡Un vampiro!! (…). 

El resto de la historia forma parte de la leyenda, y tendrás que adentrarte en los escritos que salieron de la cabeza de Polidori durante aquel verano tormentoso de 1816 en Villa Diodari. 


Relato El vampiro de J.W. Polidori / imagen propia 

No es difícil darse cuenta de que la figura fría y calculadora de Lord Ruthvet está inspirada en Lord Byron, y que Polidori se camufló en la historia a través de Aubrey. Asimismo, algunos autores aclaran que Polidori reutilizó el nombre de Lord Ruthvet, que también había utilizado Lady Caroline Lamb en algunos de sus escritos, quien había sido amante de Byron. 

No obstante, la autoría de este relato quedaría en el aire durante un tiempo. El Vampiro se publicó el 1 de abril de 1816 en The New Monthly Magazine y se dice que el editor atribuyó la obra a Byron no solo por el nombre del vampiro, que era el mismo que había utilizado una de las amantes del poeta, sino también porque Ianthe era el apodo con el que el poeta de refería a la hija de la condesa de Oxford, cuando le dedicó parte del poema Las peregrinaciones de Child Harold 

Pese a todo ello, Byron negó la autoría de la obra, y también aprovechó para criticarla. Algunos dicen que fue el propio Polidori quien creó la polémica sobre la autoría para aumentar las ventas. Este incidente fue el desencadenante de una fuerte discusión entre ambos, tras la cual Polidori intentó suicidarse y Byron decidió prescindir de sus servicios como médico personal. La vida de Polidori lejos de Byron no fue mucho mejor, y tras diversos viajes y alguna que otra detención, en 1821 decidió suicidarse ingiriendo dosis de ácido prúsico, el veneno que fue creado por el científico y alquimista Konrad Dippel, en quien se inspiró Mary Shalley para crear al doctor Frankestein. Tenia 26 años.

El destino o la casualidad, nuevamente, hicieron que Byron muriese de forma repentina 3 años después en Grecia, escenario donde tuvo lugar la historia escrita por Polidori. Pero Byron no era inmortal. O sí. 

En cuanto a recomendaciones literarias, La noche de los monstruos recoge los relatos de Mary Wollstonecraft, Lord Byron y Polidori en una única antología, y también incluye las cartas que los escritores enviaron a familiares y conocidos, así como las anotaciones que hicieron en sus diarios durante su estancia en Ginebra. 


La noche de los monstruos / imagen propia


Y en cuanto a recomendaciones cinéfilas, la película española Remando al viento (1988) recoge el viaje de huida de Inglaterra que emprenden Mary Shelley y Lord Byron, donde rememoran aspectos importantes de la vida de cada uno y la noche de 1816 donde todos comenzaron a escribir sus relatos de terror. 


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