martes, 22 de marzo de 2022

Lorca: Cante Jondo, sintetizadores y luces de neón

'Tengo tres estrellas y veinte cruces' - FIAS 2022


El Cante Jondo se constituye, quizás, como una de las obras más pasionales del poeta granadino. Siempre fiel a sus raíces y a su estilo reivindicativo, a su niñez y a sus recuerdos, la guitarra y el cante estuvieron muy presentes en la vida del escritor, como sus gentes, su cultura y su tierra.

Con su Cante Jondo, Lorca buscaba sorprender. Era consciente, —como también lo era su círculo más cercano—, de que aquel era un proyecto ambicioso a la par que difícil. Volver a los orígenes, recuperar la esencia, sacar al Sur de España de ese letargo racional al que la Ilustración había sometido a los ciudadanos, a quienes había alejado de las pasiones y los sentimientos; romper con la degradación que sufría la cultura flamenca en los tablaos de la ciudad, apartada de sus raíces primitivas, de la naturaleza y del pueblo. Regenerar toda una cultura y cambiar todo un pensamiento. Ir un poco más allá de lo establecido.

Lorca, al contrario que sus coetáneos y paisanos Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti, —quienes apostaban por lo popular, y por la imagen de Andalucía como un remanso de paz y felicidad frente al ajetreo de la vida urbana—, quiso hacer de su tierra un desgarro pasional y convertirse en el portavoz y protagonista de aquello, en el vividor y sufridor de las causas y sus gentes. Quiso ser el gitano, el cantaor, la guitarra y el jinete, algo que repetiría en Poeta en Nueva York, dando voz a los esclavos, a los negros, a los cubanos y a sus gentes.

Quiso expresar el dolor y contar la historia de un pueblo y una cultura huyendo siempre del folckore popular ya existente, utilizando el costumbrismo únicamente como un instrumento y no como un fin, que no era otro que mostrar una realidad oculta, a través de los principios más primarios del Romanticismo. Todos los versos reunidos en este poema largo giran en torno a la naturaleza, al amor, al destino, a la pena, a la fatalidad y a la muerte, una muerte que constituye el fin de una vida y, a la vez, la respuesta a todas las preguntas del hombre. Una muerte pasional y dramática en la que tienen cabida los cuchillos, las espadas y los puñales; una muerte que da título a muchos de los poemas; una muerte que atraviesa pechos y corazones; una muerte acompañada por el llanto de una guitarra.

Cartel original
Manuel de Falla fue quien dio alas al poeta, quien ya llevaba un tiempo emocionado con la idea de escribir y publicar unos poemas que rompieran con la estampa casi única de la Castilla de Machado, Unamuno y Azorín, y recuperasen la esencia de un Sur olvidado y de una Andalucía inundada por los tópicos y la tradición más simple. El compositor, quien hablaba de la “degeneración, del olvido y del desprestigio que estaban envolviendo las viejas canciones”, y con el afán de renovar las mismas, reivindicar y dar visibilidad a una parte importante de la cultura, puso en marcha el Concurso del Cante Jondo, que se celebró en 1922 coincidiendo con la festividad del Corpus Christi y que atrajo a una multitud de jóvenes intelectuales, convirtiéndose además en un evento con alcance nacional. Manuel de Falla fue muy estricto en cuanto a las normas de participación: "evitar el floreo abusivo de los cantos y cualquier imitación del estilo teatral o de concierto", así como la exclusión de los profesionales mayores de 21 años. 

Para entonces, Lorca ya tenía los poemas escritos con la intención de que se publicasen en un único libro, aunque eso no llegó hasta 1931. Su obra, que él mismo definió como “un puzzle americano”, se estructuró en siriguiya, soleá, saeta y petenera, e incluyó dos diálogos finales. Una prosa cantada —aunque en realidad son tercetos o cuartetos asonantados— que recupera la pureza del cante jondo, que se configura como una proyección de la naturaleza a través de los distintos estados de ánimo. Como una ruptura de lo “tradicional”, que aparece reflejado en uno de los diálogos finales,—La escena del teniente coronel de la guardia civil—, en la que se presenta la identidad tradicional y cerrada del Guardia Civil, mediante la repetición de: “Yo soy el teniente. Yo soy el teniente. Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil”, frente a la identidad abierta del gitano que, como afirma Luis García Montero: “puede ser cualquier cosa. Tiene una identidad abierta, vive en el deseo, en el viento, en la tensión de los contrarios, en los paisajes configurados por García Lorca para dibujar el mito de una Andalucía trágica”. Diálogo que también da título a este proyecto: “Tengo tres estrellas y veinte cruces”.

Dos meses les han bastado a Ángeles, Víctor, Gloria y Javier (@angelesvictorgloriayjavier) para poner música y trasladar los poemas del Cante Jondo de Lorca a esta nueva tesitura sonora, interpretando Nana de Sevilla, Suspiro tierno, Puñal, Paisaje, Muerte de la petenera, El paso de la siriguiya, Clamor, Y después, Balcón, Las tres morillas, Guitarra, Madrugada y Baile. Un trabajo intenso, sin más objetivo que experimentar, divertirse, crear belleza, y mostrarlo (en principio) una única vez. El espectáculo, enmarcado dentro del Festival Internacional de Arte Sacro 2022 (FIAS), cristalizó el trabajo de los cuatro jóvenes músicos en la Sala Roja de los Teatros del Canal el pasado 15 de marzo, logrando empastar elementos a priori completamente dispares.



Cartel FIAS 2022 - Teatros del Canal


La espectacular voz de la cantaora Ángeles Toledano dio vida a los poemas, pero con un acompañamiento poco frecuente: los sintetizadores de Víctor Cabezuelo, habituales para los seguidores de su banda, Rufus T. Firefly, envolviendo el producto en texturas psicodélicas; la rotunda electrónica de Javier Martín Balsa, conocido recientemente por su nuevo grupo, The Low Flying Panic Attack; y los ritmos de la batería especializada en jazz Gloria Maurel, percusionista de artistas como Ana Tijoux, Alfred García o Maren. Esta peculiar miscelánea se completó con una llamativa y poderosa puesta en escena, dispuestos los cuatro artistas de forma paralela —en los extremos voz y batería, en el centro teclados y mesa de mezclas—, y arropados por un set de luz formado por barras de neón,—algunas cruzadas, quizás por puro azar o utilidad técnica, aunque podemos pensar también que es una alusión a las cruces protagonistas de los poemas, signo que Lorca utilizó de forma emblemática en los caminos para recordar una muerte accidentada, un final trágico o una aventura que no ha llegado a cumplirse—, que transformaban el conjunto en una experiencia totalmente fuera de lo común.

La contundencia de la electrónica de Javier, influenciada por artistas como Moderat o Thom Yorke, combinada con el juego de luces, convertía en ocasiones el espectáculo en una suerte de rave; aunque también dejaba espacio a momentos más íntimos e introspectivos, donde las luces se mantenían estáticas y la voz de Ángeles cobraba más protagonismo, acompañada por los pasajes ambientales trabajados por Víctor. El reto era mayúsculo, ya que se debía integrar una batería orgánica con un set electrónico que ya contaba con alguna sección rítmica sintética, y combinar esos dos elementos tan potentes con sonidos ambient pop y un repertorio tradicional tan alejado de esas fórmulas como es el cante jondo.


Cante jondo, sintetizadores y luces de neón"- @deepblackday

El resultado final, aunque desconcertante en algunos momentos, fue impresionante, y novedoso pese a tener ejemplos de fusión de flamenco y géneros afines con electrónica en nuestro país tales como Fuel Fandango o María José Llergo. En este caso, la sensación de estar viendo un concierto y a la vez varios era constante, y tener a los protagonistas dispuestos de forma regular sobre el escenario permitía fijar la atención en cada uno de ellos y ser plenamente conscientes de la parte que aportaba cada uno al conjunto. El poder que ya de por sí atesoran los versos del poeta granadino puestos en boca de una voz tremenda proporcionaba lo necesario para elevar el resultado y encoger corazones varios; y el factor sorpresa de tan genuina forma de acompañarlos, como mínimo, consiguió poner los ojos de más de uno como platos. Una sala entera de pie como epitafio puso de manifiesto que, quizá, no fue tan mala idea.

Solo queda preguntarse qué pensarían Manuel de Falla y Federico si contemplasen lo que, a día de hoy, se sigue haciendo con su legado. “No hay ni una sola guitarra”, apuntaría posiblemente uno; “pero sigue habiendo alma y corazón” respondería, con toda probabilidad, el otro.




Post escrito en colaboración con Dani Vega (@danidelparaiso)

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