domingo, 20 de junio de 2021

Kennedy Toole y el falso sentimiento de fracaso


John Keats murió con 25 años creyendo que había fracasado en la poesía, a pesar de haber escrito Endymion, y varios poemas y poemarios. Sus múltiples deudas, su enfermedad y las pocas ventas de sus poemas,-llegando a lamentarse de que solo los leyeran sus amigos y familiares-, le llevaron a la frustración. «Si muriese ahora, desaparecería sin dejar ninguna obra inmortal de la que mis amigos puedan sentirse orgulloso, que garantice algunos años la pervivencia de mi memoria», llegó a escribir en una carta dirigida a su amor, Fanny Brawn. Murió sin saber que, a pesar de sentirse un fracasado y alguien «cuyo nombre fue escrito en agua», se había convertido para siempre en uno de los poetas y escritores más importantes del Romanticismo inglés.

Casi con toda seguridad, Keats, en lo más profundo de su ser, sentía que había fracasado, que nadie querría leer jamás sus poemas. Pero, realmente, era un genio y, sin saberlo, había escrito obras inmortales. ¿Por qué Keats había llegado a esa conclusión? Posiblemente, lo que le hizo dudar de su capacidad literaria fue la escasa venta de su poemario, ya que había llegado a endeudarse para autoeditar los ejemplares. Entonces, esto nos lleva a pensar que la idea del fracaso no es por uno mismo, sino por los resultados de los actos; o, más bien, por la falta de ellos. Si algo no va bien, automáticamente pensamos que la culpa es nuestra porque no somos lo suficientemente buenos para hacer algo. Si no hay resultados (o no son buenos) es porque nos lo merecemos. Pero, si nosotros llegamos a pensar o creer eso, es porque la sociedad se ha encargado de que sea así. No es casualidad. Nos han inculcado el ser los mejores, el poder siempre y, sobre todo, el miedo al fracaso. Eso lo hemos interiorizado tremendamente bien. No queremos, no podemos y no debemos fracasar, por eso tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano y más para conseguir lo que sea. Y si no, es que no vales. Has fracasado.

John Kennedy Toole se suicidó con 32 años al no conseguir publicar su novela más famosa, La conjura de los necios. Toole estaba convencido de que era una obra maestra, pero fue rechazada por diversas editoriales al considerar que la historia “no trataba realmente de nada”. A pesar de haber sido un magnífico estudiante, haberse graduado en la Universidad de Columbia y haber sido profesor de inglés, no veía su sueño cumplido. Toole comenzó a verse y a sentirse como un fracasado porque nadie quería su novela. No era suficientemente bueno como para que alguien se tomase la molestia en editarla. ¿Quién iba a leerla después? Nadie. Toole se hundió en una auténtica depresión, dejó de dar clases y recurrió al alcohol con demasiada frecuencia.


J. Kennedy Toole


El 26 de marzo de 1969, tras haber desaparecido misteriosamente de Nueva Orleans- ciudad que le vio nacer y que es escenario de su novela-, aparcado en un solitario lugar próximo al Golfo de México, se suicidó en su coche, poniendo el extremo de una manguera en el tubo de escape y el otro en la ventanilla del conductor. Toole dejó una nota de suicidio, pero su madre, Thelma Toole, la destruyó, posiblemente por vergüenza. Tampoco comunicó su muerte hasta pasados unos días, y al funeral tan solo acudieron unas pocas personas. Su hijo había entrado automáticamente en la lista de los malditos, la de los escritores suicidas como Larra, Sylvia Plath, Anne Sexton, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Foster Wallace…


J. Kennedy Toole



Quizá, para enmendar su error (o no), Thelma, quien había sido excesivamente sobreprotectora con su hijo (casi al nivel de la madre de H.P. Lovecraft), se propuso cumplir el sueño de su hijo y, creyendo en el talento de Toole, recorrió diversas editoriales con el fin de que publicaran la novela. Once años después de la muerte del escritor, y cuando la mujer ya tenía 79 años, consiguió que alguien publicara la novela. Acudió, prácticamente desesperada, al novelista Walker Percy quien, gracias a su apoyo, logró que una editorial universitaria de Luisiana editase y publicase el libro.


Thelma Toole con el ejemplar del libro

«En 1976, yo daba clases en Loyola y, un buen día, empecé a recibir llamadas telefónicas de una señora desconocida. Lo que me proponía esa señora era absurdo. No se trataba de que ella hubiera escrito un par de capítulos y quisiera asistir a mis clases. Quería que yo leyera una novela que había escrito su hijo (ya muerto) a principios de la década de 1960. ¿Y por qué iba a querer hacer yo tal cosa?, le pregunté. Porque es una gran novela, me contestó ella. (…) Algo que, evidentemente no deseaba, era tratar con la madre de un novelista muerto. (…) Pero la señora fue tenaz y un buen día se presentó en mi despacho y me entregó el voluminoso manuscrito. (…) Mi único temor era que esta novela concreta no fuera lo suficientemente mala o fuera lo bastante buena y tuviera que seguir leyendo. En este caso, seguí leyendo. Y seguí, y seguí. Primero, con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarla; luego, con un prurito de interés; después con una emoción creciente y, por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena. Resistiré la tentación de explicar al lector qué fue lo primero que me dejó boquiabierto, qué me hizo sonreír, reír a carcajadas, mover la cabeza asombrado. Es mejor que el lector lo descubra por sí mismo.

No sé si utilizar el término comedia (aunque comedia es), pues el hacerlo implica que se trata simplemente de un libro divertido, y esta novela es muchísimo más. (…) También es triste. Y uno nunca sabe exactamente de dónde viene la tristeza, si de la tragedia que hay en el corazón de las lunáticas aventuras de Ignatius, o de la tragedia que rodea al propio libro. La tragedia del libro es la tragedia del autor: su suicidio en 1969 con 32 años. Y otra tragedia es la posible gran obra que con su muerte se nos ha negado. Es una verdadera lástima que John Kennedy Toole ya no esté entre nosotros, escribiendo. Pero nada poder hacer, salvo procurar que al fin esta tragicomedia humana, tumultuosa y gargantuesca, pueda llegar a un mundo de lectores».

Walker Percy, además de contribuir a la publicación de la novela, escribió este prólogo.

En 1981, Toole recibió el Premio Pullitzer de Ficción, pero ya no estaba para recogerlo. Ese mismo año, también obtuvo el premio a la mejor novela de lengua extranjera en Francia.

La conjura de los necios / imagen propia 


Pero Toole no solo había escrito esa, sino que guardaba prácticamente en el cajón el manuscrito de La Biblia de neón, una novela que escribió a los 16 años, y que nunca intentó publicar porque él mismo consideraba demasiado juvenil. Tras el grandísimo éxito de La conjura de los necios y el Pullitzer, La Biblia de neón se publicó 8 años después. Thelma no llegó a ver esta segunda novela publicada, pues murió en 1984.

La Biblia de Neón


Hay quienes dicen que esta sensación de fracaso y frustración no vino sola, sino que la gran culpable fue su madre, Thelma. La sobreprotección, el clima de exigencia y las fuertes presiones a las que sometió a John fueron tan grandes que el escritor no supo gestionar la negativa de la editorial, lo que le llevó a perder la serenidad e, incluso, la salud mental. Antes de su suicidio, John comenzó a desarrollar una especie de manía persecutoria, llegando a creer que iban a robarle la novela para publicarla bajo otro nombre. También el abuso de alcohol le provocó alucinaciones y paranoias. Su madre se refirió a la nota de suicidio de Toole como «desvaríos de un loco».

John Kennedy Toole es reconocido actualmente como uno de los novelistas americanos más importantes del Siglo XX, y La conjura de los necios es considerada, posiblemente, como una de las mejores novelas americanas de todos los tiempos.

A pesar de los numerosos intentos por llevar la obra a la gran pantalla, la historia de Ignatius aún no ha visto la luz. De hecho, prácticamente y al igual que su autor, ha sido incluida en la lista de películas malditas. Una serie de catastróficas desdichas, como la muerte de los tres actores que habían sido elegidos como protagonistas en los diversos intentos, el huracán Katrina, -que en 2005 arrasó con Nueva Orleans-, y el asesinato de la principal responsable de la productora y encargada de realización, imposibilitaron que el proyecto pudiese hacerse realidad. No fueron pocos los que creyeron que el proyecto estaba maldito.

Escultura de Ignatius en Nueva Orleans 

Un poco más de suerte han tenido los que han intentado aproximarse a la figura del novelista. El más reciente de ellos, el escritor Cory MaCLauchlin quien, a través de Una mariposa en la máquina de escribir (Angrama), ha intentado crear una biografía honesta y nada estereotipada de Toole. 

Cory MaCLauchlin y Una mariposa en la máquina de escribir



En el Siglo XIX, Keats murió creyendo que había fracasado. Un siglo después, Toole también lo hacía. Ambos son actualmente unos referentes de la literatura universal y sus obras, además de magníficas, son inmortales. Al final, los necios eran todos los demás 

Leámosles. Se lo merecen.


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