martes, 26 de mayo de 2020

Juliette Drouet. De la dependencia emocional


“En el amor y en la guerra todo vale”. ¿Cuánto de cierto hay en ese dicho que se ha utilizado tantas veces a la ligera? ¿De verdad todo vale? ¿De verdad es amor?

Si el amor genera guerra, no es amor. Y si genera dependencia emocional, tampoco. El amor ha estado distorsionado siempre, no es algo de ahora, ni de estos tiempos, ni siquiera de esta generación. No hay más que echar la vista atrás y contemplar una historia llena de malos tratos, traiciones, decepciones y mentiras camuflados en amor y romanticismo. Entrar en un mundo así es destruir al otro y hacerlo a sí mismo, y aun así intentar sacar la parte buena y bonita de todo eso. Verlo como una salvación. Al final, es un reto, un “intentarlo una vez más”. Pero, ¿sabemos cuándo parar? ¿Cuándo dejar de insistir? ¿Cuándo decir basta? Si tu respuesta no es clara y te inclinas más hacia el no, tienes dependencia emocional.

 

Juliette Drouet
Juliette Drouet (1806-1883) también la tuvo, y le costó la vida entera. Le costó su cuerpo, su juventud, su estado de ánimo, su mente, su inteligencia emocional, su pasado, su presente y su futuro. 50 años llenos de maltrato psicológico camuflado en amor, y convertido en dependencia emocional. Pero, ¿quién se acuerda de ella? En cambio, el culpable de todo eso sigue siendo ampliamente conocido y reconocido: Victor Hugo.

 

Juliette Drouet conoció a Victor Hugo cuando ella tenía 26 años y él 32. Arrastraba una infancia dura y difícil, pues se había quedado huérfana y había sido criada en un monasterio. Su futuro estaba destinado a ser monja, pues no tenía a nadie que pudiera criarla fuera ni forma de mantenerse por sí misma. Sin embargo, no fue elegida para dicho propósito, y acabó fuera del monasterio sin nada más que ella misma. Pero el destino no le tenía preparado algo mejor, y su infancia dura y difícil iba a continuar en su juventud. Acabó conociendo al escultor James Pradier, y se convirtió no solamente en su modelo, sino también su amante. Tuvo una hija con él, pero el escultor no quiso comprometerse con ella ni reconocer al bebé.

Con su hija y sin nada más, Drouet intentó devolvérsela a ese destino que tan cruel había sido con ella. Trabajó como actriz y consiguió ser cortesana de renombre, llegando a ser mantenida por hombres adinerados y que poseían grandes títulos. Pero el destino no estaba dispuesto a darse por vencido tan rápido y dejarla ganar. Conoció a Victor Hugo en una de sus lecturas, en las que ella interpretó un pequeño papel apenas sin importancia. El escritor se quedó fascinado con ella, aunque sabía que esa mujer no encajaba en la sociedad del momento y que, incluso, estaba mal vista. Pero Juliette malvivía, y apenas no tenía dinero para mantenerse a sí misma y a su hija, por lo que Victor Hugo era, aparentemente, su salvación. Y nada más lejos de la realidad. Cuando la relación entre ambos comenzó, la vida de Juliette empezó descontar días. A pesar de que él era influyente, rico, conocido, y conocía de primera mano la situación de Drouet, jamás la ayudó, ni económicamente ni personalmente. Además, la tenía totalmente incomunicada y recluida en casa, pues no le permitía comunicarse con conocidos ni salir de casa sin su consentimiento. ¿Por qué? Porque él ya estaba casado con otra mujer y tenía una familia, además de una gran cantidad de amantes, pero no estaba dispuesto a soltar a Juliette. 

Victor Hugo sabía de la necesidad económica de su pareja y, camuflado en un aparente amor y preocupación, le ofreció una pequeña cantidad de dinero a cambio de que ella reescribiera todos sus manuscritos. Sin salir de casa, recluida, trabajando todo el día, sola… Total, ¿qué más tenía que perder, si ya lo había perdido todo? ¿Quién iba a quererla así? Prefería seguir siendo propiedad del escritor, como una pluma o un folio que estaba ahí, esperando a ser usado y reducida a un mero objeto de decoración. Fuera, las cosas no estaban mucho mejor. Toda la sociedad conocía a Victor Hugo, sabían de su colección de amantes y de la relación con Juliette, que no estaba bien vista. “Nadie tiene derecho a tirarte una piedra. Nadie excepto yo”, llegó a decirle en una ocasión.

Pero ella seguía enamorada, o acostumbrada a la situación. Guardaba hasta la última moneda que le daba por su trabajo, y vendía todo lo que tenía para poder mantenerse a sí misma y a su hija. El dinero que ganaba ni siquiera era suyo, pues el escritor supervisaba todos sus gastos. No le permitía comprarse ropa nueva ni cualquier otra cosa que ella necesitase. Nada que fuera dedicado única y exclusivamente a él.

Pero él no se dedicaba única y exclusivamente a ella, sino que mandaba cartas también a su esposa en las que, entre otras cosas, incluía un “te amo” y en las que decía: “eres la alegría y el honor de mi vida”.  ¿Y Juliette? En casa, encerrada, mientras él se iba a encuentros literarios, puesto que tampoco había abandonado su vida social. Así durante 10 años en un retiro aparentemente voluntario. Los siguientes tampoco fueron mejores. Juliette había envejecido de tal manera que 30 años de vida se habían convertido en 70. Estaba llena de tristeza, soledad y dolor, un dolor producido por haber tenido constancia de las cartas que Victor Hugo enviaba a una de sus amantes. Su felicidad había dejado de existir desde hacía mucho tiempo. Se había limitado a existir, a contemplar cómo el escritor traía a diversas amantes a su casa a través de un pasadizo secreto, y a escuchar después de su boca que solo la amaba a ella. El escritor tenía más amantes, y en 1845 fue descubierto por el marido de Léonie Biard,  una joven bella y de buenos estudios con quien mantenía una relación. Como el adulterio está penado en Francia, la joven tuvo que ir a prisión durante 5 meses, mientras que el escritor se libró. De tal infidelidad se enteró su mujer "oficial", Adèle Foucher, pero no la pobre Juliette, que vivía ajena a lo que ocurría fuera. Adèle, al conocer que su marido tenía una amante, decidió hacerse amiga de ella con el objetivo de acabar con Juliette, la tercera en discordia. Léonie, con el objetivo de causar el máximo daño posible a Drouet, le envió todas las cartas de amor que se intercambiaba con el escritor, consiguiendo que Juliette acabase desesperada al saber que que Victor Hugo seguía manteniendo relaciones con otras mujeres. Aunque era no sería ni la primera ni, mucho menos, la última. Vendrían muchas más: bellas y y jóvenes, admiradoras de sus obras, etc. 

A pesar de toda esa vida, ambos se escribían cartas: una por la mañana y otra por la noche. Parte de esas cartas están recogidas en un libro que lleva por título Correspondance o Je ne veux qu'une chose, être aimée (Solo quiero una cosa, ser amado), en los que se incluyen 50 de esas cartas “de amor”. Porque sí. Después de todo eso, hay gente que las sigue llamando “cartas de amor”, y se siguen refiriendo a un “amor inmortalizado”. De Drouet podemos leer sus Souvenirs, que escribió entre 1843-1854, y Las cartas a Victor Hugo, un epistolario de las cartas de "amor" que se enviaban entre 1833-1882

Entre las más de mil cartas que se conservan en el Museo de Victor Hugo en París, esta es una de las que Juliette le escribió en enero de 1831, con intención de desearse un buen año nuevo.

Buenos días, buen año, buena salud, buen amor, todo lo bueno para ti, mi amado, mi alegría, mi gloria, mi apoyo, mi vida, buenos días. ¿Cómo has pasado la noche, mi pobre adorado? Temo que la tormenta no te haya dejado dormir, y me preocupo con el recuerdo de mi amada y preciada carta que no he tenido la paciencia ni la valentía de esperar hasta esta mañana.

Primero atormentada por la duda de si habías podido acordarte y escribirla. Me informé a través de Suzanne ayer por la tarde y, luego, ya segura de mi felicidad,  quise disfrutar de mi gozo en seguida y qué bien hice porque gracias a ello he pasado una noche de felicidad y contento inexplicable, en lugar de pasar una noche abominable escuchando las quejas del viento y las divagaciones de la noche. Gracias, mi estimado y adorado amado, gracias por haber permanecido aun cuando te estaban esperando en casa con impaciencia, gracias por tu adorable carta que leo y releo con los ojos del alma y que beso una y otra vez. Gracias en el nombre de nuestros dos ángeles, gracias en el nombre de mi amor, gracias en el nombre de nuestros veintiocho años de felicidad, gracias en el nombre de lo que tú significas para mí corazón, te adoro.

Te ruego que me perdones por mi malicia de ayer, por no haberte hecho partícipe de mi pobre y vergonzoso día, quería ver si te acordarías por ti mismo, como si pudieras estar en todo, y me puse tan triste al ver que te olvidabas, que no osé recordártelo. Fui bien castigada por los remordimientos que me reconcomían y, sobre todo, por el arrepentimiento de no haber aprovechado la ocasión de acercarme a ti por las buenas o por las malas. Perdóname, mi adorado, porque eso también es amor; amor celoso, malicioso, enfermo, pero al fin y al cabo, amor.

Esta mañana soy tan buena como tu estimada carta, y podría morir en este estado de gracia de amor porque nunca te he amado tanto y tan ardientemente como en este momento”.

 

"Porque eso también es amor; amor celoso, malicioso, enfermo, pero al fin y al cabo, amor". No era amor, era dependencia emocional. Aunque la dependencia de cada uno era distinta, claro está. Ella no tenía vida más allá que la que pudieran ofrecerle, y se agarraba a un amor ficticio y a una supuesta fascinación que él parecía sentir hacia ella. Se entregaba a algo que no era real porque, probablemente, era incapaz de sentir otra cosa y porque así creía que le podría mantener cerca, alejado de todas su amantes y de su esposa. Victor Hugo, en cambio, dependía de ella para alimentar su ego, para unir otra más a su colección de amantes, para reforzar su superioridad y autoestima.

¿Es posible el amor teniendo una mujer y familia? ¿Es posible encontrar el amor en una vida entera de maltrato? No es posible, porque no es amor. Intentar retener, pensar en lo que podría haber sido, aguantar a toda costa, soportar el daño y creer después en los "te amo", no es amor. 

Juliette murió a los 77 años después de una vida tremendamente larga y dura. Dicen que Victor Hugo quedó tan afectado con la noticia que ni siquiera fue a su funeral, y falleció dos años después al no poder soportar su pérdida. En vida no la apreció, pero muerta sí.

Igual es que Victor Hugo era tan miserable como la obra a la que dio ese nombre. 


 

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