¿Nunca os habéis parado a pensar
en el tiempo en el que vivís? No las horas ni los días, sino el mundo, la
sociedad que forma tu marco, tu contexto.
Salvador Dalí decía: “El tiempo
es una de las pocas cosas importantes que nos quedan”. Y es cierto, solo
tenemos eso, y de nosotros depende hacerlo más o menos largo, aprovecharlo o
desperdiciarlo. Más allá de preguntarte si estás aprovechando tu tiempo, ¿te
has preguntado qué les vas a decir a las generaciones futuras? La Generación
del 98 heredó la decadente España tras la Guerra de Cuba e hizo todo lo posible
por devolverle la belleza a los áridos y devastados campos de Castilla. La
Generación del 14 heredó esta decepción y preocupación, pero a la vez la
esperanza de que todo puede volver a empezar de nuevo, la fuerza de seguir
adelante. La Generación del 27- la de los poetas y escritores, no los
cantantes- vivieron la sociedad que con tanto esfuerzo construyeron las
generaciones anteriores; vivieron las modernidades, el cine, el teléfono, el
transporte… Vivieron un mundo construido con distintos caminos a seguir, con la
novedad de las Vanguardias, pero que las ideologías se encargaron de derribar.
La Generación del 36 sufrió, fue el daño colateral, o el impacto directo. Hasta las cebollas lloraban con las nanas
que Miguel Hernández escribía desde una oscura y húmeda celda.
Todas esas generaciones
sufrieron, avanzaron, ayudaron, cayeron y se levantaron, pero lo más
importante: enseñaron.
¿Qué les vamos a decir nosotros a
las generaciones futuras? Podemos mirar alrededor y hacer una lista de todas
aquellas cosas con las que convivimos, escribirlas en un trozo de papel y
enterrarlas para que en un futuro las pudieran leer.
Podemos decirles que heredamos un
mundo caído a partir de la Generación del 36, y que en vez de renovarlo como
los del 98 y empezar de nuevo como los del 14, lo hemos destruido más.
Podemos decirles que, en vez de
escribir un poema como en el siglo XIX para expresar amor, ahora dedicamos
canciones y frases que encontramos en libros que ni siquiera conocemos, y que
cuando estamos tristes por cualquier motivo, hay carpetas, tazas, y camisetas
que nos animan el mundo.
Que escribimos la realidad como
queremos, sin fijarnos en lo importante, sino pasándolo por alto y decorándolo
con metáforas. Somos la generación de
sufrir con lo más mínimo y compartirlo a lo grande, de escribirlo, de cantarlo
y de llorarlo, incluso cuando detrás de nosotros hay un millón de
emoticonos sonrientes: la Generación del Consuelo.
Podemos decirles que rechazamos
el amor, pero que en el fondo está muy presente en las canciones, en los
conciertos y en las poesías de desamor, incluso en los prólogos de los libros
que ni siquiera son de amor.
La diseñadora Heidi Swapp dijo: “Las
generaciones pasan como caen las hojas de nuestro árbol genealógico. Cada nueva
flor crece y se beneficia de la fuerza y la experiencia de los que estuvieron
antes”.
Leí por ahí que “detrás de
nosotros quedará una estela, el rastro de lo que fuimos, de lo que hicimos, de
lo que sentimos. Nuestra huella. Nuestra herencia”.
¿Qué somos, hacemos y sentimos?
¿Qué huella queremos dejar a nuestra siguiente generación?
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