martes, 22 de septiembre de 2015

Desde mi castillo

Me pasé de imaginación, lo reconozco. Me pasé de interpretaciones absurdas, me pasé de magia. Me pasé al perder el sentido en varias ocasiones, aun siendo plenamente consciente.

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Retrocedí y avancé al mismo tiempo en el que caía pero, por suerte, me sujetaba; en el que bajé a lo profundo de lo más alto. Apagué la música cuando el volumen era tan alto que no se escuchaba nada, cuando retumbaba el silencio.

Corrí lo más rápido que pude estando parada, y me escondí delante de ti por si no me veías, por si el escondite era demasiado difícil de encontrar. Me mojé con la lluvia que caía mientras hacía un sol radiante que casi abrasaba, que podía quemar las hojas de mi alrededor. Y te aseguro que nunca había sentido tanto frío y calor a la vez.

Me miré a un espejo sin reflejo, a una pared brillante, y me vi tan bonita como jamás me había visto. Recuerdo que miré al cielo, un precioso techo sin ninguna nube, todo blanco y liso. Y notaba todos y cada uno de los abrazos que nunca me habías dado, mientras pasaban las horas en un reloj que no se movía, que permanecía quieto, pero que escuchaba atentamente el viento que entraba por las ventanas cerradas y que revolvía todo lo que había en la mesa vacía. Seguía caminando mientras se oía de lejos las notas de la música puesta en aquella habitación insonorizada, mientras resbalaba aquella poesía falta de versos y estrofas. Noté que los cristales del camino rozaban mis pies desprotegidos por los fuertes zapatos, que incluso sangraba a pesar de que mis pies estuvieran limpios y guardados; pero los cristales sonaban en un camino de agua seca, donde no me mojé en absoluto. Y, de repente, explotó todo sin hacer ruido, como estaba acostumbrado a suceder. Y desde ahí arriba lo vi claro. 


Y te prometo que nunca me había sentido tan feliz. 


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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hay que aprender a poner límites

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Siempre existen límites, aunque cada persona tiene uno diferente. Cada cual decide hasta dónde aguantar, hasta dónde avanzar y hasta dónde es suficiente. Es asombrosa esa capacidad que tienen los humanos para seguir en determinados momentos en los que no es bueno ni necesario hacerlo, simplemente por el hecho de complicarse un poquito más la vida de lo normal.

Alguien me dijo una vez que lo más sencillo era siempre lo más bonito, que complicarse no llevaba a ningún sitio; bueno, sí, a un laberinto sin salida o a un camino con millones de salidas pero sin ninguna clara, sin saber cuál elegir. Muchas veces pensamos que alguien nos va a decir cuál es el camino correcto, o que va a aparecer por arte de magia un cartel luminoso que nos va a indicar el lugar exacto, las cosas que vamos a tener que hacer y también en qué nos vamos a equivocar, pero no es cierto. Nadie va a dejar miguitas de pan para nosotros, ni nos van a dar la mano para cruzar la calle, ni siquiera se van a asegurar por nosotros de que el semáforo está correcto y no viene ningún coche a toda velocidad.

La decisión es nuestra y siempre lo será, aunque suene muy épico. Los límites son siempre necesarios. Cuando nos hablan de límites, los solemos rechazar de inmediato. Creemos que ellos nos quitan nuestra ansiada e imprescindible libertad, pero no siempre es así. A veces son los propios límites los que nos la dan. Cuando algo nos cohíbe, nos frena, nos impide seguir, en ese momento debemos poner un límite y frenar todo eso nosotros. Solo de esa forma conseguiremos la libertad que nos merecemos. Nos viene siempre a la cabeza la típica frase de que “el límite es el cielo”, pero no nos damos cuenta de que vivimos en la tierra, y que aquí y solo aquí tenemos esa capacidad de decisión para vivir de la mejor manera posible, de esa que también nos merecemos. El cielo ahí arriba, lejos, increíblemente lejos de nosotros, y quizá allí no se necesiten límites, pero aquí sí. Tenemos que aprender a frenar de vez en cuando, se pensar en nosotros. No se trata de ponernos límites a nosotros mismos, si tampoco de ponérselos a los demás, sino de poner límites a las acciones que nos perjudiquen, nuestras o de los otros, aquellas que nos impidan ser felices, que nos impidan seguir y ser libres. A veces tan solo hay que poner ese límite, esa pared invisible, y dejar que todo caiga a un abismo. No es bueno que todo siempre cruce y aparezca en nuestro camino.

Yo ya he puesto mis límites. ¿Tú te atreves?


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