Dicen que somos la generación del
“vacío”. Tenemos miedo a ese vacío, a quedarnos solos, a no tener novio/a
mientras todos nuestros amigos sí lo tienen, a que nadie nos quiera o no saber
querer a nadie, a tener una discusión
tan fuerte con alguien de nuestro alrededor que acabe con esa amistad y que sea
imposible arreglarlo, ese miedo a fracasar, ese miedo a no sentirnos valorados,
a hacer cosas por los demás y que no se den cuenta, miedo a no sonreír en las
fotos y que piensen que nuestra vida es una mierda, miedo a que sepan de
nosotros más de la cuenta y luego lo utilicen en nuestra contra, miedo a no
confiar o a confiar demasiado. Tenemos miedo a no ser mejores, a no superar
límites, a caer. A caer a ese vacío. Tenemos miedo al miedo.
Somos la generación de un vacío
que intentamos llenar con lo que sea, cuando sea y como sea. Necesitamos a
nuestro alrededor a miles de personas que nos demuestren su amor, su cariño y
su comprensión, novios/as, uno tras otro. Si no funciona con este, por
probabilidad tiene que funcionar con el siguiente, porque sí, porque lo
necesito. ¿Realmente se necesita? El amor es una cuestión de elección y no de
necesidad. Ahí está uno de los errores. El vacío con eso no se llena. ¿Qué más? Si me siento genial
conmigo mismo y muestro a los demás lo increíblemente fantástico que soy y todo
lo que tengo, ¿me voy a sentir mejor y más lleno? Error. Para sentirse bien con
uno mismo no hace falta mostrar, aparentar ni creerse el mejor. Sentirse bien
con uno mismo es una de las claves para llenar un vacío.
Somos la generación de los poemas
tristes y reflexivos, de los textos de auto-ayuda, de la llamada “Acción
Poética” y de los versos en las aceras de Madrid, de las canciones de rap de
amor, de los cantautores emocionales, de Pablo Alborán, de Dani Martín, Adele,
Amaia Montero etc. Aquellas que te pones cuando más triste estás. Somos la
generación melancólica por excelencia. Hablamos de que el amor está en el aire,
de la distancia como dolor máximo, de las citas en Starbucks, de las fotos
absurdas, de los “te echo de menos” cuando no has visto a esa persona en unas
horas y pareciera toda la vida, de los veranos que no son auténticos veranos si
no vas a la playa con esa persona y te haces mil fotos de besos, caricias y
postureo para inundar todo tu Instagram de “me gustas”. Pero, sin embargo, hay
vacío en todo ello. Y tenemos que aprender a llenarlo. Quizá la próxima
generación, con un poco de suerte, será la generación del” lleno a rebosar”.
No digo que generaciones
anteriores no hayan sentido ese vacío, pero han sabido guardarlo muy bien. Esta
es la “Generación del Vacío expuesto en escaparates”.
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