sábado, 24 de enero de 2015

La Generación del Vacío

Dicen que somos la generación del “vacío”. Tenemos miedo a ese vacío, a quedarnos solos, a no tener novio/a mientras todos nuestros amigos sí lo tienen, a que nadie nos quiera o no saber querer a nadie,  a tener una discusión tan fuerte con alguien de nuestro alrededor que acabe con esa amistad y que sea imposible arreglarlo, ese miedo a fracasar, ese miedo a no sentirnos valorados, a hacer cosas por los demás y que no se den cuenta, miedo a no sonreír en las fotos y que piensen que nuestra vida es una mierda, miedo a que sepan de nosotros más de la cuenta y luego lo utilicen en nuestra contra, miedo a no confiar o a confiar demasiado. Tenemos miedo a no ser mejores, a no superar límites, a caer. A caer a ese vacío. Tenemos miedo al miedo.

Somos la generación de un vacío que intentamos llenar con lo que sea, cuando sea y como sea. Necesitamos a nuestro alrededor a miles de personas que nos demuestren su amor, su cariño y su comprensión, novios/as, uno tras otro. Si no funciona con este, por probabilidad tiene que funcionar con el siguiente, porque sí, porque lo necesito. ¿Realmente se necesita? El amor es una cuestión de elección y no de necesidad. Ahí está uno de los errores. El vacío con eso no  se llena. ¿Qué más? Si me siento genial conmigo mismo y muestro a los demás lo increíblemente fantástico que soy y todo lo que tengo, ¿me voy a sentir mejor y más lleno? Error. Para sentirse bien con uno mismo no hace falta mostrar, aparentar ni creerse el mejor. Sentirse bien con uno mismo es una de las claves para llenar un vacío.

Somos la generación de los poemas tristes y reflexivos, de los textos de auto-ayuda, de la llamada “Acción Poética” y de los versos en las aceras de Madrid, de las canciones de rap de amor, de los cantautores emocionales, de Pablo Alborán, de Dani Martín, Adele, Amaia Montero etc. Aquellas que te pones cuando más triste estás. Somos la generación melancólica por excelencia. Hablamos de que el amor está en el aire, de la distancia como dolor máximo, de las citas en Starbucks, de las fotos absurdas, de los “te echo de menos” cuando no has visto a esa persona en unas horas y pareciera toda la vida, de los veranos que no son auténticos veranos si no vas a la playa con esa persona y te haces mil fotos de besos, caricias y postureo para inundar todo tu Instagram de “me gustas”. Pero, sin embargo, hay vacío en todo ello. Y tenemos que aprender a llenarlo. Quizá la próxima generación, con un poco de suerte, será la generación del” lleno a rebosar”.

No digo que generaciones anteriores no hayan sentido ese vacío, pero han sabido guardarlo muy bien. Esta es la “Generación del Vacío expuesto en escaparates”.


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viernes, 9 de enero de 2015

Miradas

Dicen que mirar detenidamente a algo o alguien es increíble, y es cierto. En un momento se pueden aprender mil cosas y se pueden sentir otras tantas. Ayer, como cada día después de clase, cogí el metro para volver a casa. Bajando las escaleras hacia el andén me encontré de frente con la típica pareja de súper enamorados a los que les cuesta la vida despedirse, aunque lleven juntos todo el día y se vayan a ver mañana otra vez. Besos y mil besos después, se separaron. Cada uno iba por un camino distinto, y volverían a estar el uno frente al otro pero en andenes distintos y en direcciones opuestas.
Me fijé especialmente en las últimas miradas que se echaron. Ya estaban separados y cada uno por su camino, pero aún se daban la vuelta para comprobar que el otro iba bien por su lado. Él ya se había girado para bajar por las escaleras, pero ella volvió a mirar.

Era una mirada tan tierna que mostraba perfectamente el amor que sentía por el chico que se acababa de ir. Incluso se podía leer el pensamiento de esa chica simplemente en sus ojos, era como una especie de: “No te vayas, que ya te echo de menos”. Se había ido una parte de su vida, o su vida entera; una parte de su corazón, o su corazón entero. Una leve sonrisa y giró la cabeza para continuar hacia su destino. Me quedé realmente fascinada con eso. Para mi sorpresa, justo antes de bajar por las escaleras, el chico giró la cabeza como buscando a la chica que se acababa de ir, quizá fue un acto involuntario, pero lo hizo. No me fijé en si ambas miradas se encontraron de nuevo, pero fue una verdadera conexión. Probablemente en la mirada de aquel chico también se podía leer a la perfección lo que significaba esa chica, una especie de: “¡Cuantísimo la quiero! ¿Cómo es posible estar tan enamorado? Ya quiero que sea mañana para poder estar otra vez con ella, ¡malditos andenes contrarios!” Me pareció tan sumamente bonita aquella escena que en mi cabeza pensé que eso podría tratarse de un corto al que llamaría “miradas”, pero como a mí no se me da bien dirigir, al menos lo podría escribir, o describir, y podría quedar una preciosa historia de conexión visual.


Es verdad que con eso de mirar se pueden aprender cosas, muchas cosas. Cuando estés perdido, mira dentro; cuando sepas el camino, mira de frente; cuando no sepas qué hacer, solo mira. A lo mejor encuentras la respuesta a eso que buscas. Y si no, siempre te quedará escribirlo. Solo mira.

Y qué mejor que acabar con unas palabras del gran Paulo Coelho: “Podemos tener todos los medios de comunicación, pero nada, absolutamente nada, sustituye la mirada del ser humano”.

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viernes, 2 de enero de 2015

Destino selectivo

"Destino selectivo". Me parece un buen concepto. Es de esas cosas que se te ocurren por la noche mientras estás en la cama mirando al techo pensativo, recordando tiempos pasados, buenas anécdotas, finales alternativos, nuevas historias, etc. En fin, esos momentos tan típicos de por la noche. Y aparece el destino. Esa palabra que está presente en todos los momentos de la vida, y que, quizá, deberíamos dejar de lado en tantos otros.


Me dio por pensar en un "destino selectivo". El destino es el que elige por nosotros, o eso piensa la mayoría (equivocados). Pero el destino también se puede salir de su camino (porque el destino, que nunca se equivoca, tiene que tener un buen camino lleno de señales para siempre hacer lo correcto, ¿no?) y puede hacer otras cosas. Puedes pensar y estar casi seguro de que una persona no es tu destino, pero, pasado el tiempo, puede que ese pensamiento cambie cuando vuelva a aparecer en tu vida; o sin irse, ver miles de millones de señales que te sigan llevando a ella aunque pienses que no.

Luego está esa típica reflexión, la cual no tiene respuesta y te sigue llevando a más preguntas. ¿Te imaginas que tú eres el destino de una persona pero esa persona no es tu destino? Eso es el destino selectivo del que hablo. El destino no es únicamente que ambas personas estén "predestinadas"; también se puede dar esa "selectividad". Sería realmente curioso ser el destino de alguien, ¿nunca lo has pensado? ¿Se nota? ¿Se siente? ¿Te pasa algo fuera de común cuando conoces a alguien y piensas que es tu destino? [Aquí iría la respuesta de alguien que verdaderamente haya encontrado a su querido destino]. ¿Y cómo sería al contrario? Saber que esa persona no lo es. Da miedo pensarlo. A lo mejor, muchos de nosotros nos encontramos en ese "destino selectivo".

Somos el destino de alguien que no lo es para nosotros. ¿Qué se hace en esos casos? Yo me pararía a pensar: si es lo que realmente quiero en mi vida, es lo que me hace feliz, es mi luz, ¿para qué quiero destino? Quizá ese tren con dirección "Destino" pueda esperar.

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