jueves, 23 de abril de 2020

Cuando nos conocimos

Me acuerdo del día en el que lo conocí. No era uno, sino varios; millones para ser exactos. Me dijo que tenía cientos de historias que contarme: de amor, de misterio, de magia, de reflexión, y algunas más tristes que otras. Me dijo que no me asustara si por su aspecto era muy grande, o si pesaba mucho para mí, pues desde el principio me iba a gustar. Y si no me gustaba, no tenía de qué preocuparme. Como me había dicho, tenía cientos de historias más para mí, multitud de temáticas donde elegir. Y que podría estar tranquila si lo cerraba y no lo volvía a coger nunca más, porque ese "nunca más" no sería cierto ni sería para siempre. Me confesó que las segundas oportunidades también se daban a los libros, no solo a las personas.

Imagen propia


Me advirtió también de dos cosas: la primera, que debía permanecer expectante, que tuviera paciencia para escuchar todo lo que tenía que contarme de principio a fin, que no hiciera trampas yéndome precipitadamente al final y que tampoco le desvelara su secreto a nadie más. Con la otra advertencia me hizo prometer que dejaría en ese mundo a todos los protagonistas de sus historias, que no me enamoraría de ninguno y que tampoco intentaría cambiar sus destinos, pues todo estaba hecho para que sucediera así. Me hizo repetir en alto que tampoco intentaría sacar a ningún personaje de la historia y que no buscaría a los personajes en la realidad, porque algunos estaban encerrados para siempre en la historia y otros vendrían por sorpresa. Que, quizá, cuando menos me lo esperase, me encontraría de frente con alguno de ellos, o con alguien muy similar, porque "todos estamos destinados en cualquiera de los mundos existentes y por existir". Esas fueron sus palabras exactas, y todavía las recuerdo, como si me las estuviera susurrando al oído. Además, me sugirió que, cuando viera a alguien con uno como él en la mano, mirase atentamente, porque podría ser una pista de cómo era esa persona.

Me dijo también que me podía meter de tal manera en la historia que luego me sería casi imposible salir, pero que disfrutara de la experiencia que él me ofrecía. Ah, recuerdo que también me dijo (y me lo dijo varias veces, para que se me quedara grabado) que tampoco intentara imitar las historias en la realidad. "Sobre todo las de amor", me dijo. Porque, según él, "todo el mundo intentaba imitarlas y el resultado era, cuanto menos, desastroso". Creo que se lo prometí, pero me da que no le hice mucho caso. Aunque sé que me está observando para que no lo haga más.

Y, desde ese momento en el que nos conocimos hasta hoy, ha conseguido que siga perdiéndome en todas las páginas que me ofrece, en todas las historias que me cuenta y en todas las vidas que me hace vivir. No solo tiene un tesoro quien tiene un amigo, sino también quien tiene un libro(o varios).

Me dijo también que no me olvidara nunca de cuándo era su cumpleaños y que lo celebrara constantemente, aunque no fuera 23 de abril. Y que, si podía, hiciera de él el regalo perfecto en todas las ocasiones. Y eso lo he cumplido.

¡Feliz Día del Libro!

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lunes, 13 de abril de 2020

Besos prohibidos en la literatura


No son pocas las novelas y escritos que han incluido besos entre sus páginas. Besos más fríos, más cálidos, más reales, más tempranos, más tardíos, prohibidos y secretos pero, al fin y al cabo, besos. Un buen momento para celebrar el Día Internacional del Beso. 

Los besos entre los personajes son una de las escenas más deseadas por los lectores y, probablemente, por los escritores. Es una de las cosas más mágicas que se pueden escribir. Basta con cerrar los ojos e imaginar por un momento a tus personajes, y sentirlo. La literatura está llena de mejores besos, de los más bonitos y más clásicos, pero en esta pequeña recopilación no saldrán. ¿Sabías que el espectacular beso bajo la lluvia entre Elisabeth Bennet y el señor Darcy en Orgullo y prejuicio no sale realmente en la novela de Jane Austen? En la novela no se besan ni una sola vez, pero todos tenemos en la cabeza la escena de la película. Por eso, vamos a dejar todos los besos “típicos”, y vamos a centrarnos en la descripción de los mismos.

Esta pequeña selección de besos no quiere decir que sean los mejores de la literatura ni mucho menos, pero son besos que he querido elegir por distintos motivos. Uno de ellos, porque los mismos se describen de diferentes formas, y todo ello depende del autor y de su intensidad. Siempre es bonito que un beso no sea igual a otro, y que al leerlo te produzca sentimientos distintos. Y otro de los motivos, el que da sentido al post, es porque estos besos son prohibidos. Besos mal vistos en la historia, relaciones secretas, amor no correspondido… Historias de distinta temática, autor y época.

Empiezo por uno de mis libros de culto: Entrevista con el vampiro de Anne Rice (1973), pero sin centrarnos en la historia ni en contar nada más. Aquí lo realmente importante es el beso entre Claudia y Louis. Simplemente a destacar, para tenerlo en cuenta: se trata de una relación prohibida y, por tanto, también de un beso prohibido, pero igualmente deseado. Este es un pequeño fragmento, pero en el libro hay algún beso más:

«Y entonces inclinó su cabeza, y era tal su actitud, la de un vampiro apunto de morder que me aparté de ella, pero sus labios solo apretaron suavemente contra los míos, encontraron una parte donde aspirar el aliento y dejar luego que pasara a mí cuando mis brazos la abrazaran».



Escena de la película 


Siguiendo con vampiros, otra de las sagas más famosas: Crepúsculo, de Stephenie Meyer (2005). La historia entre ambos también está “prohibida” y, cuanto menos, mal vista. Un vampiro con una humana, que están en peligro constante, no solo por los enemigos, sino por sus propios instintos. El primer beso entre Edward Cullen y Bella Swan tiene lugar en la pradera de un bosque, cuando Edward le muestra su piel iridiscente a consecuencia del sol:

«La sangre me hervía bajo la piel quemándome los labios. Mi respiración se convirtió en un violento jadeo. Aferré su pelo con los dedos, atrayéndolo hacia mí, con los labios entreabiertos para respirar su aliento embriagador. Inmediatamente, sentí que sus labios se convertían en piedra. Sus manos gentilmente pero con fuerza, apartaron mi cara».


Edward y Bella / Telecinco



Retrocedemos en el tiempo y dejamos a los vampiros para centrarnos en el llamado “suicido romántico” o “suicidio por amor”. Dos de las historias más famosas de la literatura por utilizar este tipo de suicidio romántico en sus finales. Amores no correspondidos o complicados que aguardan un trágico desenlace.

La primera, Las penas del joven Werther, del escritor alemán Goethe. La publicación de este libro en 1774 vino aparejada de una oleada de suicidios de jóvenes por amores no correspondidos, siguiendo el ejemplo del protagonista, el joven Werther. Goethe se inspiró en su propia experiencia al escribir la historia, ya que había vivido algo similar a lo que narra. Werther, un joven de 23 años, vive de cerca el suicidio por amor de su gran amigo Wilhem, quien estaba enamorado de una mujer casada y totalmente inaccesible para él. Werther se encuentra en la misma situación, ya que él también está enamorado de Charlotte, quien está comprometida con Albert, un hombre 11 años mayor que ella. No solamente es triste toda su historia de amor no correspondido, sino también el único beso que consigue de ella, que no acaba de la mejor manera.

Portada del libro 
«Se arrojó a los pies de Charlotte con una desesperación completa y espantosa, y tomándole las manos las oprimió contra sus ojos, contra la frente. Charlotte sintió el vago presentimiento de un siniestro propósito. Trastornado su juicio, tomó también las manos de Werther y las colocó sobre su corazón. Se inclinó con ternura hacia él y sus mejillas se tocaron.

El mundo desapareció para los dos. La estrechó entre sus brazos, la apretó contra el pecho y cubrió con besos los temblorosos labios de su amada, de los que salían palabras entrecortadas.

-¡Werther! -murmuraba con voz ahogada y desviándose-. ¡Werther!, insistía, y con suave movimiento trataba de retirarse. -¡Werther! -dijo por tercera vez-, ahora con acento digno e imponente.

Él se sintió dominado. La soltó y se tiró al suelo como un loco. Charlotte se levantó y en un trastorno total, confundida entre el amor y la ira, dijo:

-Es la última vez, Werther; no volverás a verme».

Tras este abandono por parte de Charlotte y ante la imposibilidad de estar con ella por su inminente boda con otro, conducido por el amor romántico y la pena, Wherter se suicida a medianoche.

Siguiendo atrás en el tiempo, la segunda historia trágica más universal es, sin duda, Romeo y Julieta, de W. Shakespeare (1597). El enfrentamiento entre dos familias rivales conlleva no solo que el beso entre los dos sea prohibido, sino que su propia historia de amor también lo sea, llevando a ambos a la muerte. Al igual que la novela anterior, su romance está condenado al fracaso desde el principio, y aguarda el peor de los desenlaces para los dos. El beso prohibido se produce durante un diálogo entre ambos:

Romeo: Si con mi mano he profanado tan celestial altar, perdóneme. Mi boca borrará la mancha, cual peregrino ruboroso, con un beso.
Julieta: El peregrino ha equivocado el sendero pese a que parece devoto. El palmero únicamente ha de besar manos de santo.
Romeo: ¿Y no tiene labios el santo lo mismo que el romero?
Julieta: Los labios del peregrino son para orar.
Romeo: ¡Oh, es una santa! Cambien pues de oficio mis manos y mis labios. Ore el labio y otórgueme lo que le pido.
Julieta: El santo escucha con tranquilidad los ruegos.
Romeo: Entonces, escúcheme tranquila mientras mis labios oran, y los suyos se purifican
Julieta: En mis labios queda la huella de su pecado.
Romeo: ¿Del pecado de mis labios? Ellos se retractarán con otro beso
Julieta: Besas muy virtuosamente.


Película Romeo + Julieta

Ahora estamos viviendo un momento que podríamos denominar como "prohibido". No podemos tocarnos, vernos, besarnos... Celebramos el Día del Beso sin beso, alejados de los que más queremos, mandando besos a través de una pantalla, diciendo "te quiero" a través de un micrófono. ¿Te imaginas que esto durase para siempre? ¿Te imaginas que estuviera prohibido, y que te tuvieras que esconder? ¿Te imaginas que nunca más pudieras dar ese beso? Algunas historias duraron para siempre. 


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Omnipontete amor 


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martes, 7 de abril de 2020

Dos libros para reflexionar durante esta cuarentena


Sin duda, son días para reflexionar. La cabeza tiene más tiempo que nunca para pensar, para darle vueltas a distintos asuntos que nos tienen preocupados, y estar las 24 horas del día en casa tampoco ayuda demasiado a despejar la mente por mucho que intentes hacer otras actividades.

Así que, si pensar te sigue pareciendo una buena idea para rellenar los días o simplemente prefieres reflexionar sobre otros asuntos un poco más alejados de la realidad, te propongo dos libros que, a mi parecer, son perfectos para ello. También te pueden ayudar si eres de las personas que prefiere evitar los huecos diarios para la reflexión. Puede ser un buen comienzo.

Aunque son infinitos los libros “reflexivos”, yo escojo dos. Ambos me llamaron mucho la atención en su momento y crearon un gran impacto en mí cuando acabé de leerlos. El lenguaje es sencillo, cercano, son fáciles de comprender y los autores son conocidos. Si conoces un poco a los autores, verás reflejada su vida en los escritos. Y si no los conoces, puede ser un buen momento para adentrarte en ellos y en el resto de sus obras.

La primera recomendación es Esto es agua, del escritor estadounidense David Foster Wallace (1962-2008). No es un libro al uso, ni siquiera una novela, sino que se trata de la conferencia que impartió en la ceremonia de graduación de la Universidad de Kenyon ante un auditorio lleno de estudiantes. Fue el único discurso que dio en su vida. En relato comienza con un breve párrafo introductorio a modo de parábola: “había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por causalidad con un pez mayor que nada en dirección contraria; el pez mayor les saludó con la cabeza y les dijo: «Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?». Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho. Por fin, uno de ellos miró al otro y le dijo: «¿Qué demonios es el agua?».

Ejemplar de Esto es agua / imagen propia
A través del discurso, Wallace intenta explicar que existen diferentes visiones sobre las cosas dependiendo de la experiencia y creencia de la persona. De este modo, afirma que “la misma experiencia exacta puede querer decir cosas completamente distintas para dos personas distintas, dependiendo de los patrones de creencias de cada uno y de las formas distintas que tengan de construir el sentido a partir de la experiencia”. El principio de la tolerancia es importante para Wallace, ya que los humanos tendemos a dar por verdadera nuestra propia creencia y por falsa la de la otra persona, simplemente por el hecho de no estar de acuerdo, algo a lo que se suma la arrogancia, que aporta una falsa mayor seguridad a las interpretaciones.

Wallace afirma que la verdad tiene que ver “con el verdadero valor de una verdadera educación, que no pasa por las notas ni los títulos y sí en gran medida por la simple conciencia: la conciencia de algo que es tan real y tan esencial, y que está tan oculto delante mismo de nuestras narices y por todas partes, que nos vemos obligados a recordarnos a nosotros mismos una y otra vez: esto es agua”.

Aunque fue escrito en 2005 y enfocado a un ámbito más académico, bien podría aplicarse a este momento que estamos viviendo. Estos días, sin duda, son difíciles, pero debemos entender que no todos los ven de la misma forma ni tampoco lo sienten de la misma manera. Unos lo pueden sufrir más y otros menos; unos pueden estar acostumbrados a estar en casa y otros no; unos pueden llevar mejor la soledad y otros no. Ninguno tiene la verdad absoluta, sino que cada uno tiene la suya propia, que no está por encima de ninguna. Todo lo vemos y lo construimos a partir de nuestra experiencia de vida y seguimos nuestro patrón de creencias.
 
Ejemplar de El mundo azul. Ama tu caos /
imagen propia 


La segunda recomendación es un poco más cercana, tanto por el autor como por la fecha de publicación aunque, eso sí, mucho más dura de leer. Se trata de El mundo azul. Ama tu caos (2015) del escritor catalán Albert Espinosa (1973). Quien conoce al autor, conoce su obra. Está impregnada de su vida, su enfermedad, sus pérdidas y sus ganancias. Todo ello adornado con numerosos consejos, pensamientos, reflexiones, anécdotas, recuerdos, citas célebres y personajes que te van guiando por el camino de la vida. Espinosa siempre trata la muerte en sus historias, quizá porque la tuvo muy cerca, y porque perdió a muchas personas a lo largo de su vida. En este libro, la muerte también está muy presente, pero no como un tema negativo, sino como una forma de afrontar la vida, algo natural y humano por lo que todos pasaremos.

A través de sus páginas y de la música de Elvis Presley, nos enseña un mundo especial, una isla misteriosa y apartada en la que se encuentran los personajes, que desconocen el motivo por el que están allí, y a donde va a parar el protagonista, al que le han dado pocos días de vida. Poco a poco van descubriendo por qué están allí, cuál es la misión de cada uno y el destino al que se enfrentan.  

La muerte es un tema difícil de tratar. Siempre suele ser un tema tabú, algo de lo que nadie quiere hablar y que se suele evitar en todas las conversaciones, incluso cuando se dan las circunstancias. Estos días son difíciles no solo por estar en casa, por la incertidumbre del presente y del futuro, sino por la enfermedad y la muerte. Grandes cifras de muertos diarios, que casi dejan de ser personas y son solo números, el enfrentarse a las pérdidas, a las posibles pérdidas y a todo lo que vendrá después. Espinosa, al igual que algunas de sus anteriores obras, ofrece en sus páginas un momento de reflexión ante la muerte, ante la pérdida de seres queridos y ante el miedo a morir.



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Cuando Virginia Woolf y David Foster Wallace predijeron su muerte

Del "amor como asignatura" a "amar tu caos pero lejos"



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miércoles, 1 de abril de 2020

La pandemia que acabó con la vida de tres hermanas


La epidemia de tuberculosis en Europa fue tan letal que se dice que ha sido y sigue siendo una de las principales causas de muerte a lo largo de la historia de la humanidad. Se suele señalar el siglo XVII como el comienzo, pero continuó durante 200 años hasta la actualidad. Conocida, entre otros nombres, como Gran Plaga Blanca, la muerte por esta enfermedad era inevitable.

En el siglo XIX, la tuberculosis se consideró una enfermedad “romántica”, refieiéndose a ella incluso como "la enfermedad elegante". Las mujeres consumían grandes cantidades de vinagre y agua con el objetivo padecer anemias hemolíticas, que destruyeran los glóbulos rojos de la sangre y volvieran la piel blanca y pálida. También se mitificó a la tuberculosis y se dijo de ella que provocaba altos picos de imaginación y agudizaba la creatividad, sobre todo en las últimas fases de la enfermedad y cuando más próxima estaba la muerte. Muchos escritores murieron  a causa de la plaga blanca, como Chéjov, Kafka o Bécquer, y compositores como Chopin. Y también acabó con la vida de tres hermanas, tres promesas de la literatura inglesa que, aunque vivieron poco tiempo, dejaron una huella imborrable en la historia.


Charlotte Brontë (1816-1855), Emily Brontë (1818-1848) y Anne Brontë (1820-1849)  no eran de su época. Aunque habían nacido a principios del siglo XIX, ni su mentalidad ni su comportamiento se correspondían con lo establecido en ese momento. Eran inteligentes, cultas, educadas, rebeldes, inconformistas y un modelo de mujer nada convencional a lo esperado. Aunque tuvieron que hacer frente a una vida de desgracias, incluidas las suyas propias.


Hermanas Brontë


Emily Bronté
Hijas de Patrick Brontë, un reverendo anglicano intelectual pero modesto, tenían otros tres hermanos más. Siendo ellas pequeñas, su madre falleció de tuberculosis, y poco tiempo después también lo hicieron las otras dos hermanas mayores a causa de la misma enfermedad, por lo que el padre se tuvo que hacer cargo de ellas tres y de la gran promesa de la familia, el pequeño Branwell. Los cuatro niños crecieron libres, leyendo y escribiendo durante todas las horas del día. Se dejaban llevar por los poemas de Walter Scott y Lord Byron, escritores nada convencionales para esa época, y mucho menos para muchachas de su edad. Sin duda, era una familia atípica para la época victoriana, ya que las mujeres se casaban muy jóvenes y se dedicaban al hogar y al cuidado de los hijos, muy pocas escribían, leían o trabajaban en otros oficios, y muchas menos eran las que estudiaban. Se dice que las tres hermanas no eran muy agraciadas físicamente y tampoco contaban con una gran dote que ofrecer a sus futuros maridos, ya que solamente vivían del poco dinero que recibía su padre como párroco de la iglesia. Ante la escasez económica y las pocas posibilidades de poder estudiar fuera, las hermanas Brontë se dedicaron a la enseñanza, trabajando como profesoras en diversos internados e institutrices de los hijos de familias adineradas. Pero solamente dos de ellas, Charlotte y Anne, ya que Emily tenía una salud más delicada que le impedía alejarse de casa, además de tener un carácter más sensible y solitario que sus hermanas.

Branwell Bronté
Sin duda, los ojos estaban puestos en la aparente gran promesa de la familia, el único hijo varón. Branwell, al igual que sus hermanas, era inteligente, buen estudiante y tenía talento para la música, la pintura y la poesía. Sin embargo, según iba pasando el tiempo, la esperanza también se  iba agotando, ya que la vida del muchacho comenzó a fracasar, lo que le llevó a refugiarse en el alcohol y en la drogas. Se volvió un consumidor frecuente de opio y comenzó a tener conductas violentas con sus hermanas, por lo que Charlotte tuvo que descartar la idea de montar una escuela en casa.


Charlotte y Anne no se sentían valoradas como institutrices, ya que eran consideradas de clase inferior entre las familias ricas para las que trabajaban. Emily, en cambio, había preferido quedarse en casa cuidando de su padre, y ocupando su tiempo con lo que mejor sabía hacer: tocar el piano, escribir poesía y estudiar idiomas.

Ante toda esta situación caótica, las tres hermanas decidieron publicar todos los escritos que tenían, no solo para cumplir su sueño de convertirse en escritoras, sino también ante la necesidad económica que estaban padeciendo. En 1846, y bajo los pseudónimos masculinos de Currer, Ellis y Acton Bell, publicaron una selección de poemas. Aunque en un primer momento tuvo buena crítica, solamente consiguieron vender un ejemplar. Sin cesar en su intento de adentrarse en el mundo literario, Charlotte animó a sus hermanas a probar suerte con la novela, un género mucho más atractivo, tanto intelectual como económicamente.



Agnes Grey (Anne Bronté)
Durante el año 1846, las tres hermanas permanecieron encerradas en el hogar familiar, donde dedicaban todas las tardes a escribir en secreto. En el pequeño comedor de la vivienda se fraguaron tres de las historias más importantes de la literatura: Jane Eyre, de Charlotte Brontë; Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; y Agnes Grey, de Anne Brontë. Siempre utilizando los pseudónimos de los supuestos hermanos Bell, publicaron sus novelas. Relatos plagados de elementos autobiográficos, amores frustrados, experiencias, miedos, sueños y deseos, que recibieron duras críticas por los sectores más conservadores de la literatura, al hablarse de la mujer como un ser activo y no pasivo, como la sociedad hacía creer, surgiendo incluso ideas políticas y de feminismo. 




Las críticas recibidas pudieron con Emily, que decidió no volver a publicar, pero no con las otras dos hermanas, que encontraron en ese tiempo el momento ideal para cumplir sus sueños. Charlotte publicó Shirley, y Anne se aventuró como La inquilina de Wildfell Hall, en la que relataba la vida de una mujer que conseguía superar los límites impuestos por la sociedad.

La desdicha volvería a la familia Brontë y esta vez para quedarse por mucho tiempo. Uno años después, Branwell moriría con 31 años a causa de su adicción al alcohol y a las drogas. Este hecho afectó en gran medida a Emily, que había dedicado parte su vida a velar por hermano, y que se encontraba debilitada por una tuberculosis que no pudo soportar, falleciendo meses después con 30 años. 

Cumbres borrascosas (Emily Bronté)

Pero la tragedia continuaba en la familia, ya que solo 5 meses después, Anne también 
moriría con 28 años a causa de la tuberculosis, la enfermedad que ya había acabado con cuatro miembros de su familia. Charlotte se quedó sola, pero la vida intentó recompensarle por tanto dolor y sufrimiento, aunque solo en parte. Siguió escribiendo, llegando a publicar hasta cuatro novelas más, y reveló la verdadera identidad de los ficticios hermanos Bell en honor a ella y a sus hermanas. Con 37 años, se casó con el ayudante de la iglesia de su padre, a pesar de la oposición de éste, pero unos meses después, en marzo de 1855, Charlotte también moriría a consecuencia de las complicaciones de un embarazo, aunque también se comenta todo se agravó porque estaba enferma de tuberculosis, al igual que sus hermanas.


Charlotte Bronté
Aunque su padre, Patrick Brontë, vivió seis años más después de la muerte de Charlotte, la familia acabó extinguiéndose por completo a su muerte, ya que no quedaba con vida ninguno de sus miembros. Pero las hermanas Brontë ya se habían convertido en un mito de la literatura inglesa para el resto de los siglos, no solo por sus novelas, sino por su historia, su pasión, sus deseos, sus sueños, sus malogradas vidas y sus trágicas y tempranas muertes.





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