Podría escribir mil cosas de ti,
describirte con adjetivos, numerar tus infinitas cualidades, valorarte por tus
actos, recordarte por tus palabras… Pero creo que prefiero no hacerlo. A fin de
cuentas, todavía estás llegando.
Dicen que las prisas no son buenas,
que todo lleva su tiempo y que el mundo no se creó en dos días; tampoco espero
crearte a ti en dos días. Por eso prefiero que sigas el camino a tu ritmo,
haciendo todas las paradas que te sean necesarias, disfrutando de todas las
cosas de tu alrededor, aprendiendo minuto a minuto sin perderte nada. Sé que tu
naturaleza curiosa te hará querer descubrir todo lo que hay a tu paso, que
querrás saber hasta el secreto más oculto, aunque no lo haya. Que tu carácter
soñador y optimista te hará avanzar hasta el final del camino sin rendirte, y
yo confío en eso.
Podría haber empezado con una
descripción sobre ti, pero yo no creo en los ideales de nada. Simplemente me
quedo con tu mirada, sincera y protectora; me quedo con todos los segundos a tu
lado, y con todo el reloj, para poder contemplar, uno a uno, todos los que nos
quedan. Me quedo con esa sencillez, esa que te hace único, y con esas ganas de
comerte el mundo, que entre los dos nos acabamos el plato. Me quedo con tus
canciones, esas a las que les pones tú la letra; con tu fuerza ante la vida y
con esa sonrisa que ilumina hasta los días más nublados. Pero también me quedo
conmigo, con esa sonrisa que me provocan tus palabras, con esa libertad que me
concedes siempre, con esas ganas de ser mejor persona, con esas nuevas ganas
que me das de querer. Me quedo con todo eso y más, y confío en que no se te
olvide por el camino, aunque sea muy largo y quieras abandonar.
A ti, que todavía estás llegando,
que haces los días más bonitos “aunque ni siquiera existas y no sepas cuánto
vales”.