sábado, 19 de abril de 2014

Dulce sonrisa

- ¿Y qué pasó? ¿Acabasteis mal?- me pregunta. Y yo sin saber qué contestar, intentando aparentar normalidad.
-No. Todo bien, todo bien- volví a mentir. Me había acostumbrado a eso, a no decir nunca más la verdad. ¿Para qué? Total, no me iba a servir de mucho decir lo que realmente había ocurrido. No merecía la pena volver a recordarlo y hablar de ello. Me limité a lanzar una suave y leve sonrisa vacía. Todo iba bien. O no. Pero nadie debía enterarse. Alguien me había enseñado realmente bien a mentir, a esconder la verdad y a aparentar tras una sonrisa que todo iba estupendamente. Una dulce sonrisa, eso era la clave de todo.

-Es extraño. ¿Estás segura de que no ocurrió nada entre los dos?- insiste.
-Ya te he dicho que no pasó nada, nada de nada. Todo va genial, ¿no se me nota? Hay alegría, desbordo felicidad, la derrocho allá por donde piso. Tú tranquila, no importa. Todo va genial. Volví a notar que mentía, y lo hacía con una pasividad sorprendente. No me alteraba ni me ponía nerviosa, tan solo soltaba por mi boca lo que se me ocurría en ese momento. Tampoco quería dar demasiadas explicaciones. No merecía la pena. Pero en cierto modo me preocupaba mentir. Sinceramente me podría pasar toda la vida mintiendo, escondiéndome detrás de esa dulce sonrisa. Cuando sonríes es cuando menos se preocupa la gente por ti. Ven una felicidad aparente en tu rostro, brillas de una bonita forma. Pero solo es eso, apariencia. ¿Y si mentía, mentía, mentía y mentía, y luego no sabía cómo parar? ¿Y si llegaba el momento en el que no supiera si estoy realmente feliz o solo lo aparento? Es complicado eso de mentir. Todos los buenos mentirosos han tenido un buen maestro, alguien en sus vidas que solo se dedicó a mentirles, mentira tras mentira. Dicen que los mentirosos son también los mejores en descubrir otras mentiras, detectar al momento cuándo alguien les está mintiendo u ocultando información. Pero ese no parecía ser el caso. Se lo había creído. O yo era muy buena mentirosa (he tenido en mi vida un maestro, pero de los buenos buenos) o ella era muy ingenua, se había tragado mi dulce sonrisa y no era una mentirosa. El caso es que se limitó a reír y no volvió a preguntar. No lo hizo, pero con esa pregunta había hecho algo peor: hacerme recordar. Había traído de vuelta a mi memoria todo aquello. La única persona que podía salvarme después de todo, la "buena persona" que pensé que me merecía, la casualidad, el destino, todo lo bonito que podía ocurrir sin planificarlo y sin pensarlo un bonito día de sol caminando con prisa por una calle cercana a un campo de fútbol. ¿Qué había ocurrido entre los dos? ¿Habíamos acabado mal? Habíamos acabado, pero no sabíamos cómo.




Tan atrás, tan distante, con la mirada congelada que antes me quemaba, pasando al lado sin ni siquiera hacerse notar, tan suyo, tan tremendamente invadido por el orgullo, tan solo, con tantas ganas de olvidar, de olvidarme, con el rostro pálido, jugando con los cordones de la chaqueta, y de vez en cuando con los brazos cruzados, esos que me habían abrazado durante largos minutos en lo que no me dejaba escapar, esos en los que me había apoyado demasiadas veces. Con esa sonrisa entreabierta, con esos labios que tanto me habían besado y que ahora apenas pronunciaban palabras. Tan solo se limitaba a mirar, a mirar a su alrededor, menos a mí, cuando antes podía desgastarme con la mirada de tanto hacerlo. A escuchar todo lo que decían, todo lo que ocurría, menos cuando yo hablaba. Podría gritar hasta reventar los decibelios que él seguiría sin prestarme atención. Quizá ese maldito beso no debió darse nunca. Ojalá se lo hubiera guardado para sí, para siempre, bajo llave y con cinco vueltas. Ojalá se hubiera guardado también los abrazos, las tonterías y las palabras. Ojalá ese día soleado hubiera sido lluvioso y yo hubiera corrido sin mirar atrás, sin esperar nada, sin que él se acercara. Pero lo bonito de esta vida es no poder volver atrás. Ojalá me dure para siempre esta dulce sonrisa.

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