domingo, 27 de abril de 2014

Menos veinticinco hasta cero

- ¿Decepcionada?- me preguntó con una leve sonrisa, como si aquello que me había contado le hiciese gracia.

- ¿Decepcionada? ¿Y me preguntas eso?- pero preferí no contestar. Pensé que sería mejor no hacerlo, después de todo. No todo se puede expresar. Libertad de expresión la mínima. No- añadí.

- ¿Estás segura? Te noto diferente. ¿Te ha afectado algo de lo que te he dicho?- seguía con esa maldita sonrisita producto de una mezcla entre felicidad permanente y chulería, y me ponía nerviosa. Más bien, me cabreaba hasta el infinito. ¿Pero la gente qué se creía?

Cerré la conversación. No podía hacer otra cosa mejor. Que si estaba decepcionada, dice. Me iba a tener toda la tarde pensando en aquello, y no quería. Por supuesto que lo estaba, y él lo sabía. Quizá yo también lo había hecho notar y por eso se había dado cuenta. ¡Como para no! Estaba acostumbrada a que la gente decepcionase, pero esto estaba alcanzando ya límites insospechados. ¿Qué necesidad tenía yo de saber eso? ¿No me podría haber dejado en mi completa y absoluta ignorancia? Apuesto lo que quieras a que ahora sigue con esa sonrisita. Puede que a él le parezca divertido ahora porque antes lo hubiera pasado mal. ¿Y yo? ¿Ahora qué iba a pasar conmigo? El móvil seguía vibrando. Estaba interesado en mí, en qué me pasaba y en por qué me había así, tan de repente. Pero no iba a contestar, no quería. ¿Dónde están las personas normales en este mundo? ¿Quedan? ¿Alguna vez han existido? Me tenía donde quería, pensando en lo que me había dicho. Sabía que después de todo no iba a poder mirarlo igual que antes. Poco a poco me iría alejando de él, despacito, sin que se diera cuenta. Estaba segura al 100% de que no me iba a traer ningún bien, y eso era justo lo que no quería, no lo necesitaba. Seguía vibrando. ¿Tanto se me había notado? Cogí el teléfono y lo miré. Sus mensajes se multiplicaban. Los leí con desprecio. Unos cuantos de preocupación, otros de disculpas y bla bla bla. No tenía ganas de seguir leyendo. Incansable y agotador. Esta situación no tenía sentido. No quería seguir con esto que habíamos creado, no tenía fuerzas para más. Quizá estábamos de acuerdo en ciertas cosas, parecidos puntos de vista, mismas aficiones, sueños, etc. Pero no. Hasta ahí. Era mejor no querer saber más sobre su vida. Volvió a vibrar el teléfono. ¿Es que no se iba a cansar nunca? Después de disculpas y preocupaciones tendría que venir una explicación a todo esto. Efectivamente, ahí estaba. Lo cogí y lo volví a mirar.

- Es pasado, ¿entiendes? Pasado. Y allí se va a quedar. Ni siquiera voy a dejar que afecte a mi presente, y mucho a menos al futuro que quiero contigo, porque lo quiero contigo, y eso quiero que lo sepas hoy, mañana, pasado, al otro, al otro y al otro. Porque yo te quiero.

Cerré la conversación otra vez. No quería seguir leyendo eso. ¿Para qué? No sabía qué estaba diciendo. No se daba cuenta de lo que estaba pasando. Él ya no sabía querer, aunque lo intentase con todas sus fuerzas. Había querido demasiado en ese pasado del que hablaba, de ese que decía que no iba a afectar a su presente ni mucho menos a su futuro, pero lo estaba haciendo, y siempre lo iba a hacer. No iba a ser igual, no iba a poder dejar de pensar en su maldito pasado, no iba a poder querer de la misma forma, como se quiere la primera vez, no iba a poder quererme a mí, y los dos lo sabíamos. Pero esta vez yo no iba a ser estupidamente sincera.

sábado, 19 de abril de 2014

Dulce sonrisa

- ¿Y qué pasó? ¿Acabasteis mal?- me pregunta. Y yo sin saber qué contestar, intentando aparentar normalidad.
-No. Todo bien, todo bien- volví a mentir. Me había acostumbrado a eso, a no decir nunca más la verdad. ¿Para qué? Total, no me iba a servir de mucho decir lo que realmente había ocurrido. No merecía la pena volver a recordarlo y hablar de ello. Me limité a lanzar una suave y leve sonrisa vacía. Todo iba bien. O no. Pero nadie debía enterarse. Alguien me había enseñado realmente bien a mentir, a esconder la verdad y a aparentar tras una sonrisa que todo iba estupendamente. Una dulce sonrisa, eso era la clave de todo.

-Es extraño. ¿Estás segura de que no ocurrió nada entre los dos?- insiste.
-Ya te he dicho que no pasó nada, nada de nada. Todo va genial, ¿no se me nota? Hay alegría, desbordo felicidad, la derrocho allá por donde piso. Tú tranquila, no importa. Todo va genial. Volví a notar que mentía, y lo hacía con una pasividad sorprendente. No me alteraba ni me ponía nerviosa, tan solo soltaba por mi boca lo que se me ocurría en ese momento. Tampoco quería dar demasiadas explicaciones. No merecía la pena. Pero en cierto modo me preocupaba mentir. Sinceramente me podría pasar toda la vida mintiendo, escondiéndome detrás de esa dulce sonrisa. Cuando sonríes es cuando menos se preocupa la gente por ti. Ven una felicidad aparente en tu rostro, brillas de una bonita forma. Pero solo es eso, apariencia. ¿Y si mentía, mentía, mentía y mentía, y luego no sabía cómo parar? ¿Y si llegaba el momento en el que no supiera si estoy realmente feliz o solo lo aparento? Es complicado eso de mentir. Todos los buenos mentirosos han tenido un buen maestro, alguien en sus vidas que solo se dedicó a mentirles, mentira tras mentira. Dicen que los mentirosos son también los mejores en descubrir otras mentiras, detectar al momento cuándo alguien les está mintiendo u ocultando información. Pero ese no parecía ser el caso. Se lo había creído. O yo era muy buena mentirosa (he tenido en mi vida un maestro, pero de los buenos buenos) o ella era muy ingenua, se había tragado mi dulce sonrisa y no era una mentirosa. El caso es que se limitó a reír y no volvió a preguntar. No lo hizo, pero con esa pregunta había hecho algo peor: hacerme recordar. Había traído de vuelta a mi memoria todo aquello. La única persona que podía salvarme después de todo, la "buena persona" que pensé que me merecía, la casualidad, el destino, todo lo bonito que podía ocurrir sin planificarlo y sin pensarlo un bonito día de sol caminando con prisa por una calle cercana a un campo de fútbol. ¿Qué había ocurrido entre los dos? ¿Habíamos acabado mal? Habíamos acabado, pero no sabíamos cómo.




Tan atrás, tan distante, con la mirada congelada que antes me quemaba, pasando al lado sin ni siquiera hacerse notar, tan suyo, tan tremendamente invadido por el orgullo, tan solo, con tantas ganas de olvidar, de olvidarme, con el rostro pálido, jugando con los cordones de la chaqueta, y de vez en cuando con los brazos cruzados, esos que me habían abrazado durante largos minutos en lo que no me dejaba escapar, esos en los que me había apoyado demasiadas veces. Con esa sonrisa entreabierta, con esos labios que tanto me habían besado y que ahora apenas pronunciaban palabras. Tan solo se limitaba a mirar, a mirar a su alrededor, menos a mí, cuando antes podía desgastarme con la mirada de tanto hacerlo. A escuchar todo lo que decían, todo lo que ocurría, menos cuando yo hablaba. Podría gritar hasta reventar los decibelios que él seguiría sin prestarme atención. Quizá ese maldito beso no debió darse nunca. Ojalá se lo hubiera guardado para sí, para siempre, bajo llave y con cinco vueltas. Ojalá se hubiera guardado también los abrazos, las tonterías y las palabras. Ojalá ese día soleado hubiera sido lluvioso y yo hubiera corrido sin mirar atrás, sin esperar nada, sin que él se acercara. Pero lo bonito de esta vida es no poder volver atrás. Ojalá me dure para siempre esta dulce sonrisa.

domingo, 6 de abril de 2014

"Si todos los caminos llevan a Roma, ¿cómo se sale de Roma?

Hoy quería compartir un audio que me han enviado por Whatsapp y que me ha parecido una auténtica preciosidad de mensaje. Para reflexionar un poquito, que buena falta hace.

"Si todos los caminos llevan a Roma, ¿cómo se sale de Roma? A veces pensamos demasiado y sentimos muy poco. Mi abuelo siempre decía que si alguien quiere seriamente formar parte de tu vida, hará lo imposible por estar en ella, aunque en cierto modo perdamos entre pantallas el valor de las miradas, olvidando que cuando alguien nos dedica su tiempo, nos está regalando lo único que no recuperará jamás, y es que la vida son momentos, ¿sabes? Yo ahora estoy aquí y mañana, mañana no lo sé. Así que quería decirte que si alguna vez quieres algo, si quieres algo de verdad, ve por ello sin mirar atrás, mirando al miedo de frente y a lo ojos, entregándolo todo y dando el alma, sacando al niño que llevas dentro, ese que cree en los imposibles y que daría la luna por tocar una estrella.

Así que no sé que será de mí mañana, pero este sol siempre va a ser el mismo que el tuyo, que los amigos son la familia que elegimos, y yo te elijo a ti, te elijo a ti por ser dueño de las arrugas que tendré en los labios de vieja, y apuesto fuerte por todos estos años a tu lado, por las noches en vela, las fiestas, las risas, los secretos y los amores del pasado, tus abrazos, así porque sí, sin venir a cuento ni tener por qué celebrar algo. Y es que en este tiempo me he dado cuenta de que los pequeños detalles son los que hacen las grandes cosas y que tú has hecho infinito mi límite, así que te doy las gracias por ser la única persona capaz de hacerme llorar riendo, por aparecer en mi vida con esa sonrisa loca, con ese brillo en los ojos capaz de pelear contra un millón de tsunami. Así que no, no sé dónde estaremos dentro de diez años ni sé cómo se sale de Roma. No te puedo asegurar nada, pero te prometo que pase lo que pase, estés donde estés, voy a acordarme de ti toda la vida; y por eso mi luna va a estar siempre contigo porque tú me enseñaste a vivir cada día como el primer día del resto de mi vida, y eso, eso no lo voy a olvidar nunca".


Todos los derechos reservados ©
/