miércoles, 25 de mayo de 2022

'Selene y los cuatro elementos': diosas, mujeres, explotación sexual y Pizarnik como salvación



Selene y los cuatro elementos - Lucía Etxebarria / imagen propia


–Quizá le resultará rara esta pregunta, pero… ¿alguna de esas mujeres albergaba algún rencor hacia Selene? –le preguntó Sol a Gaia.
–¿Me está sugiriendo si alguna podía querer que Selene despareciera?

–Mujer, no era exactamente eso lo que intentaba…

–Sí. Todas –interrumpió Gaia tajante y seca

–¿Qué quiere decir con «todas»? –preguntó Estrella

–Que cualquier mujer que haya tenido una relación, de cualquier tipo, con Selene, querría verla muerta en algún momento, y se lo digo por experiencia.

 

Selene de Himmel, la joven, guapa, influencer y escritora de poesía en Instagram ha desaparecido. A pesar de que no era la primera vez que huía sin dar explicaciones, en esta ocasión todo parecía diferente. Selene había escrito una novela que estaba a punto de publicarse y en la que, a través de otros personajes, narraba los episodios más duros de su infancia y adolescencia, una relacionada con la trata de mujeres, la explotación, la extorsión y la prostitución de menores mediante la sumisión química en la Argentina de finales de los 80 y principios de los 90. Una historia real cuyos personajes seguían atormentándola en el presente, unos que seguían su rastro en sus redes sociales, -en las que contaba con miles de seguidores que apoyaban su poesía-, y que intentarían por todos los medios que esa novela no viese la luz.
Selene y su colgante de media luna



Pero no solo ellos querrían que Selene despareciese. A su alrededor, -y a pesar de ser la antagonista al Sol-, orbitaban diversas mujeres como pequeños planetas, representando a los cuatro elementos: el aire, la tierra, el fuego y el agua. Todas ellas se sentían atraídas por la luz de Selene, pero también por su oscuridad, como la luna misma que aparecía en su nombre y que siempre llevaba colgada al cuello a modo de protección. Cuatro elementos, cuatro mujeres cuya relación con Selene tenía también sus claroscuros.


«Yo cargaba una mochila de sombras

y la olvidé a la vera del camino.

Voy a tomar una bifurcación.

Voy a tomar la senda hacia las diosas».

 

El último vídeo que Selene había subido a su cuenta de Instagram era un vídeo en directo en el que hablaba a cámara y recitaba parte de ese poema. Pero ¿quiénes eran las mujeres en la vida de Selene? ¿Qué elementos influían? ¿Qué escondían? ¿Quién querría deshacerse de ella? ¿Quiénes eran las diosas a las que se llegaba por esa senda?


Gaia de Celis, su mujer. Su “mujer oficial”, puesto que Selene era mujeriega y le gustaban muchas mujeres, sobre todo las casadas con hombres importantes. La Tierra, la que no dejaba que Selene se saliese de su órbita, la que mantenía la atracción entre ambas. Como la diosa Vesta, la representación del hogar, de la protección y la prosperidad; el lugar al que volver siempre en busca de cobijo. Como Mawu, la diosa africana, la Madre Tierra; la que, montada en un elefante, crea, nutre y sostiene. La que es principio de todas las cosas, la que da luz y amor; la que protege y sana.

Gaia, la Tierra

Mar Canales, actriz y una de sus conquistas, quien estaba representando una obra de teatro que Selene había escrito y a quien había prestado una cantidad importante de dinero por un motivo que Mar desconocía. Atraída profundamente por Selene, como todas las demás, como las olas a la orilla, que desean llegan y romper allí, impulsadas por el aire. Con sus ojos azules, su melena esponjosa como la espuma y con sus dos caras: con la tranquilidad que proporciona el agua cuando fluye, y con el temor que provoca cuando está embravecida, cuando amenaza tormenta y choca ferozmente con las rocas. Con sus corales escondidos en el fondo del mar, sus nereidas, sus peces de colores y sus arrecifes, pero también con sus profundidades, sus tiburones y sus barcos hundidos. Como Sulis, la diosa celta de las aguas termales, de las profecías, de las curas y las sanaciones, la creadora de vida; pero también de las maldiciones y del Inframundo, al cual se creía que se podía acceder a través de una de sus grietas u ojos. También como Yemanya (o Iemanja), la divinidad africana del agua y de los peces, la protectora de los navegantes. Venerada también en diversos lugares de América, como en la ciudad argentina de Quilmes, donde sus habitantes, vestidos de blanco, acceden al río de La Plata, donde dejan ofrendas y deseos. Flores, perfumes y monedas que depositan en pequeñas barcas que construyen y lanzan al agua. Mar, como el agua nueva que se recicla y proporciona nuevas oportunidades.

Mar, Sulis y Yamanga, las diosas del Agua



Haizea Eizaguirre, la última y actual pareja de Selene. Fragante, bella, delicada como una pluma en el viento, y dueña de uno de los mejores restaurantes de Madrid: El Cielo. También, la encargada de lanzar al estrellato a Selene, a quien había conseguido convertir en la poeta de moda en redes sociales y había multiplicado por cien mil sus seguidores en Instagram, tal y como había hecho mucho antes con su exmarido. Haizea, el viento, el aire, la que aporta una pequeña brisa fresca en los momentos más calurosos, pero también la que es capaz de crear un vendaval. La que atrapa cual tornado, la que aviva el fuego, las mareas y la propia Tierra. Como Aine, la reina de las hadas en la mitología irlandesa y la diosa del aire en la mitología celta. Diosa del amor, de la suerte y la magia, pero también de la inteligencia y el poder. Se cuenta que la misma se vengó del Rey de Irlanda, quien intentó abusar de ella. Cargando con una enorme furia, Aine le mordió la oreja, mutilando al Rey, marcándolo de por vida. En la tradición celta, solo una persona perfecta podía llegar a ser el Gran Rey de Irlanda. Sin una oreja, ya no podría reinar, ya era imperfecto. Según la prensa, Haizea, en pleno juicio por su divorcio millonario, había pedido a su escolta que le diera una paliza a su exmarido, un prestigioso chef con estrellas Michelin a quien ella misma también había llevado a la fama.

Según la mitología, Aine tenía dos hermanas, Fenne y Grainne, con las que salía a cabalgar las noches de luna llena. La atracción por la luna y por la luz que aporta en las noches oscuras. La atracción por Selene.

Haizea y Aine, la diosa del Viento



Fulvia Serafino, la editora de Selene. También, y posiblemente, una de sus amantes, una de esas mujeres incapaces de resistirse al magnetismo de Selene. Joven, atractiva, con una atrayente melena rojo fuego, haciendo honor a su nombre, a pesar de mostrar una actitud fría, reservada y profesional. El fuego, que aviva, que da calor, que protege en los días más fríos, que derrite hasta lo más indestructible, que atrae, cuyas llamas hipnotizan. Llamas que invitan a tocar, a quemarse, que encienden, que avivan la llama interior, que dan energía. Pero también la destrucción, el fuego voraz que es incapaz de ser controlado, que reduce todo a cenizas, y que deja a su paso la más absoluta desolación. La llama que empieza con una chispa, como la ambición que siente Fulvia, quien anima a Selene a publicar la novela sobre su pasado, y que se acaba convirtiendo en incendio. El peligro del fuego. Como su homónima Fulvia Bambalia, nacida en el año 77 a.C, hija del senador Marco Fulvio y la mujer que movía los hilos en la antigua Roma, quien se casó en tres ocasiones con políticos influyentes, siendo el último de ellos Marco Antonio, lo que le valió, entre otras cosas, ser la primera mujer no mitológica en aparecer retratada en las monedas romanas.

Como Brigit, la diosa celta de la primavera, de la vida, del fuego, de las artes, de la música y la poesía. Representada con una túnica de luz solar y el pelo rojo fuego, conectada tanto al sol y al fuego, como a la luz y al calor que ambos aportan. Diosa venerada en la época de primavera y verano, cuando el sol está más presente, cuando las plantas comienzan a florecer y cuando los días tienen más horas de luz. Cuando comienza la vida y las cosechas están en su máximo esplendor. Pero Brigit no solo estaba relacionada con la vida, sino también con la muerte; las dos caras del fuego. Durante una batalla que enfrentó a dos pueblos, Brigit perdió a su padre y a su hijo, puesto que ambos lucharon en aquel combate. Según la tradición, cuando vio a su hijo morir, corrió al campo de batalla, lo abrazó y lloró tan fuerte que su llanto pudo oirse a kilómetros de distancia. Por ello también se relaciona a Brigit con la maternidad y la protección. En la novela, Fulvia también es madre y lucha por su hijo. 

Fulvia, Brigit y Pele, diosas del Fuego

Sol Aglaya, detective privada que Gaia contrata para localizar a Selene. Acostumbrada a trabajos sencillos, como a perseguir a maridos infieles cuyas mujeres han contratado sus servicios, se ve envuelta en el acertijo más difícil de resolver: encontrar a Selene. Como Diana, diosa de la caza, que apunta con sus flechas a su objetivo, y que también tiene encomendada la protección de la naturaleza y la Luna. 

Los cuatro elementos que orbitan a su alrededor llaman poderosamente la atención de Sol, pues pronto se da cuenta de que todas esconden algo. También ella, cuyo pasado empieza a recordar nuevamente, un pasado marcado por un duro acontecimiento ocurrido en su adolescencia. Como Amaterasu, la diosa del Sol, quien se escondió en una cueva y el mundo se vio sumido en la más absoluta oscuridad hasta que otros dioses llevaron a cabo una ceremonia para recuperar la luz solar. Como su pasado, escondido en lo más profundo. Como su inteligencia y presentimiento, capaces de aportar luz al caso de Selene, con quien comparte mucho más de lo cree.

Ambas, como la Doncella Mariposa o Butterfly Maiden,-la diosa de la primavera y de la naturaleza, venerada por una tribu de indios americanos llamada Hopi-, representan la transformación, el cambio, la transición a una nueva vida. El sol y la luna, hermanos en la mitología a través de Helio y Selene, imprescindibles uno en la vida del otro. Turnándose para dar luz, para guiar. El comienzo y el final del día, del mes, el cambio a través de las fases de la luna, su relación con las cosechas y las mareas.

Sol y la Doncella Mariposa, la transformación


Todas relacionadas entre sí, todas se complementan y todas existen gracias a las otras. Todas tejen una red gracias a y alrededor de Selene. Cada una cumple su función, su destino. La Tierra atrae y protege, vigila y sufre, soporta lo propio y lo de los demás. Aguanta su peso y el daño que los demás producen. El Sol ilumina, a sí mismo y al resto, aporta luz y calor. Convive con el resto de los elementos, da luz a la luna, que ilumina la oscura noche. El Aire renueva, aporta aire fresco, aviva el fuego y el agua, rompe la calma, y causa vendavales e incendios. El Agua aporta relajación y serenidad, frescor en los días calurosos, pero también corrientes y tsunamis si el viento la impulsa. De igual modo, es capaz de apagar cualquier incendio. Es el principal enemigo del fuego, su contrincante en la batalla por la destrucción. Todos los elementos se necesitan mutuamente para convivir, para emerger y para sobrevivir, pero a la vez saben que, cualquiera de ellos, sería capaz de acabar con el otro. Pero todos se atraen, y Sol lo nota.

Esta novela, igual que Sol y Selene, esconde mucho más. Algo que no es ficción, sino realidad. Una realidad a veces invisible, pero no porque lo sea realmente, sino porque no interesa que salga a la luz. La explotación de la mujer a través de la prostitución, la trata, la violación de menores, la sumisión química, el porno, el abuso sexual, el acoso sexual y por razón de sexo, el poder, la dominación del hombre sobre la mujer, la violencia de género…

En este camino de diosas, en el sendero que Selene había trazado en el poema, está Sedna, con quien también podríamos establecer un paralelismo con la historia. En la mitología Inuit, Sedna es un espíritu marino que vive en las profundidades marinas. Creadora de todos los seres marinos y hostil con los humanos, esconde una dura historia. Cuando Edna era una niña, perdió a su madre y se crio con su padre en una isla lejana. Cuando creció, se convirtió en una hermosa mujer, y todos los hombres del pueblo quisieron su mano, pero ella despreció a todos ellos. Un día, llegó un barco a la isla, cuyo capitán, joven y apuesto, la sedujo y la convenció para que huyeran juntos. La joven aceptó, y abandonó a su padre sin despedirse de él. Tiempo después, la joven Sedna descubrió que su apuesto hombre era, en realidad, un brujo que podía cambiar su forma humana y convertirse en un cuervo. Sedna, arrepentida y asustada, quiso huir, pero el brujo la retuvo. Su padre, incluso lejos de allí, pudo oír los gritos de su hija, y cogió su kayak para ir en su busca. Sedna, al ver que su padre había llegado a rescatarla, bajó al kayak. El cuervo, al comprobar que su presa intentaba huir, desencadenó una tormenta, donde el mar, enfurecido, obligó al padre a entregarle a la joven. En caso contrario, morirían los dos. El hombre, creyendo que era la voluntad divina del mar, accedió y arrojó a su hija por la borda. La chica, a pesar de hundirse, consiguió aferrarse a la pequeña embarcación, haciendo que ambos se tambaleasen. Su padre cogió un hacha y cortó los dedos de su hija para que la soltara. Los mismos, al caer, se convirtieron en peces, y de las heridas causadas salieron diversos animales marinos. El mar comenzó a calmar su furia, y Sedna se hundió en el fondo, donde reside como protectora del mar.

En la historia, una de las niñas es captada con el beneplácito de su familia, como recuerda ya de mayor:


- Yo vivía en un pueblo chiquito, pobre, en la loma del orto, y veía a un hombre que me miraba mucho, que me seguía. Entonces, un día, el hombre le habló a mi mamá, le dije que querían invitarme a una fiuesta en Buenos Aires, que le pagarían. Le enseñó los papeles para que confiara en él, que no era un desconocido, era un tipo del barrio. No sé cómo mi mamá confió, pero fue así. Mi mamá me decía muerta de miedo: «No sé a lo que vas, pero la necesidad es tan grande. Espero que sea algo de bien porque necesitamos la plata». Entonces me llevaron a un departamento, me vistieron, me maquillaron y me peinaron, y después me subieron a un auto con chofer. Me dieron algo de tomar y no me acuerdo de nada más. A la mañana siguiente, yo estaba en casa y a mi mamá le dieron mil dólares. Más tarde supe que pagaron por mi virginidad y que la plata se la quedaron ellos, a mi mamá le dieron solo una parte. Después de eso me siguieron invitando a más fiestas.


- ¿Tu madre sabía lo que pasaba?


- Yo sí que sabía a lo que iba y lo que iba a pasar, pero quería la plata. Y también tenía miedo. Conocían a toda mi familia, y me decían que, si no hacía lo que ellos me decían, los matarían. Creo que mi mamá también lo sabía, pero no preguntaba.


En parte, el mito de Sedna se había hecho realidad. Su madre, por miedo y necesidad, había arrojado a su hija a las profundidades, a lo oscuro, sabiendo que, en el caso del mito, la joven moriría y que, en este, sería víctima de trata. El temible cuervo, en un principio transformado en un apuesto capitán, también había traspasado el mito, y estaba (y está) presente en la novela.

En Argentina, país en el que transcurre gran parte de esta historia, desaparecen unas 1000 mujeres cada año, la gran mayoría adolescentes, y una inmensa parte de ellas acaban en redes de trata, que se encargan de distribuir la “mercancía” por Europa. Chicas jóvenes, menores de edad y muchas de ellas apenas niñas, que acaban en prostíbulos, que son explotadas sexualmente y machacadas tanto física como psicológicamente. Obligadas a drogarse, a vivir bajo amenaza, a saldar la deuda que han contraído con sus explotadores, a luchar por sobrevivir, incluso a costa de traicionar a compañeras; a ser absolutamente dependientes de ellos y rechazar la idea de escapar, sobre todo por el miedo a ser incapaces de valerse por sí mismas una vez fuera. A no tener futuro más allá de ese lugar. A esperar a ser sustituidas por las nuevas, por las más jóvenes y las más guapas, por la “carne fresca y nueva” que demandan los clientes.

El 80% de la trata mundial se realiza con fines de explotación sexual y, de ese porcentaje, más del 90% de las víctimas son mujeres y niñas. España es el país que más prostitución consume en Europa, y el tercero del mundo. En 2021, según el Balance de Criminalidad, se denunciaron al día seis violaciones, una cada cuatro horas, llegando a registrarse hasta 400.000 actos de violencia sexual, donde un 25% de los mismos fueron contra menores. En lo que va de año, las violaciones en grupo han aumentado respecto a años anteriores, y solo en este mes de mayo, se han denunciado seis violaciones grupales en un periodo de 15 días, algunas de ellas a menores de edad.

Una de cada tres violaciones en España se produce bajo sumisión química. De las 994 agresiones sexuales que analizó el Instituto Nacional de Toxicología en 2021, el resultado fue positivo en el 72% de los casos. Asimismo, la sumisión química está detrás de un 33% de las agresiones sexuales de los últimos cinco años. En dosis altas, este componente químico que se echa en la bebida y que se puede conseguir fácilmente por internet por unos 15€, es capaz de producir pérdida del conocimiento y amnesia, no dejando rastro en posteriores análisis toxicológicos.

España es uno de los países que más consume pornografía a través de internet. Este consumo se vio incrementado en más de un 60% durante la pandemia, convirtiéndose así en una de las industrias más rentables, que no deja de facturar ni un minuto. En estas webs, «se encuentran vídeos que pueden ser una clara prueba de un delito de agresión sexual. Se aprecia como tendencia de mercado creciente la violencia a todos los niveles: desde la creación y difusión de vídeos cuyo contenido versa sobre – en teoría, supuestos- abusos y agresiones sexuales (situaciones en las que la mujer está inconsciente, ebria, o en una evidente situación de inferioridad respecto del hombre, como puede ser por una clara diferencia de edad) hasta contenido más explícitamente violento aún -si cabe- como aquellos en los que se aprecia que la mujer que aparece en los vídeos está siendo víctima de humillaciones, insultos e incluso golpes», según declara la empresa de ciberseguridad y peritaje informático Quantika.

El número de menores que acceden a este tipo de contenidos también se ha visto incrementado. A esto se añade el auge de OnlyFans, la plataforma de la prostitución del siglo XXI, a través de la cual muchos proxenetas escogen a sus víctimas. Antes, y como se puede leer en la novela, captaban a las niñas por la calle o mediante las familias. Ahora se fijan en las niñas por redes sociales, y también por esta plataforma.

Pero todo esto son datos. Cifras, porcentajes, miles, millones, ceros que se añaden, dígitos que sirven para conseguir titulares impactantes. Cientos, y miles y millones de niñas, de jóvenes y de mujeres están siendo explotadas en clubes o pisos mientras lees esto. Otras tantas, serán secuestradas o vendidas por sus familias. Otras, drogadas en bares y discotecas, y posteriormente violadas por desconocidos o, incluso, por amigos cercanos. Algunas lo denunciarán al momento, o al día siguiente, o dentro de un mes. Otras no se atreverán a contarlo por miedo o vergüenza. Y muchas otras ni siquiera llegarán a casa; y es posible que jamás encuentren sus cuerpos. Algunas vendidas, cambiando de club y de país. Otras, asesinadas.

No olvidemos que detrás de una cifra siempre hay un caso, y detrás de ese caso, siempre hay una persona. Y también lo que dice Lucía Etxebarria al final del libro:

«Puede que exista un mínimo de porcentaje de mujeres que intercambian sexo por dinero de forma libre y habitual. Pero, en lo que yo he visto, en lo que me cuentan las mediadoras de APRAMP (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida) y, según las cifras de la propia policía, más del 80%, quizá el 90%, de las chicas en clubes o pisos son víctimas de trata».

Y todos los mitos y todas las diosas en las que me he inspirado para escribir este post son muy bonitos, pero esta la realidad. La dura, la verdadera y la que cuenta. La realidad que sufren (y sufrimos) muchas mujeres en todo el mundo. Y que, como en el caso de Selene, no interesa que salga a la luz. Como una novela escondida, censurada, camuflada por la imagen de la exitosa poeta e influencer de moda. Como si no existiese nada más.

«Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y corazón guerrero»
Soy mujer - Alejandra Pizarnik





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