viernes, 11 de febrero de 2022

Sylvia Plath: ¿quién traicionó a la poeta?

Bajo una casi inocente y bonita colección de cartas entre una madre y su hija (realmente, las cartas que Plath que escribió a su madre, porque de las respuestas de ella no hay ni rastro), se esconde una historia de traición familiar.

Por todos los lectores y seguidores de Plath es sabido que la relación entre Sylvia y su padre no fue excesivamente buena, y que aparecía en sus escritos y poemas con frecuencia. A pesar de ello, su muerte afectó enormemente a la poeta, y la tristeza de su ausencia de mezcló, en muchas ocasiones, con la rabia, el rencor y el reproche hacia su desaparecido progenitor, a quien acusaba de haberla abandonado.

Sylvia Plath en 1950
Aunque desde el círculo cercano de la escritora siempre se intentó vender que la relación con su madre, Aurelia Schober Plath, era muchísimo mejor, la realidad es que eso no era del todo cierto. En diversas ocasiones, Plath manifestó que no se sentía comprendida por su madre, y la imagen que dio de ella en La campana de cristal, -bajo el personaje de la madre de Esther Greenwood-, como una persona con falta de piedad hacia una hija psicológicamente enferma, así lo corrobora.

La campana de cristal, una crónica literaria y biográfica de la escritora en torno a la depresión, sus ingresos psiquiátricos y su intento de suicidio, supuso un gran revuelo, sobre todo para los que se dieron por aludidos y se vieron reflejados en los personajes de la novela. Uno de ellos, su madre. Aurelia Plath quiso que la novela no se publicase y llegó a enviar una carta a la editorial manifestando su malestar, dejando claro que Sylvia había hecho una caricatura de personas reales que se sentían profundamente dolidas por lo que se decía de ellas en la historia, y que su publicación podría dañar no solo la imagen de ellas, sino también de su propia hija, defendiendo en todo momento que no era una autobiografía de Sylvia, sino un “yo” inventado. La realidad es bien distinta, muy a su pesar.



Sylvia Plath, su madre y sus hijos

¿Cómo iba a permitir y soportar que la sociedad viese a su hija prácticamente como una “loca” y una “suicida”, y se mostrase esa imagen de una familia que ella se había empeñado en esconder? Unos meses después de la publicación de La campana de cristal -que Plath entregó a la editorial bajo el pseudónimo de Victoria Lucas para preservar lo máximo posible el anonimato de cuantos aparecían en la misma-, el 11 de febrero de 1963, Sylvia se quitó la vida a los 30 años de edad.

Para blanquear la imagen de suicida de Plath –su pretensión inicial-, y para mostrarla como una hija simpática, cercana, cariñosa y obediente, -algo totalmente alejado y opuesto de la persona desequilibrada, cambiante e inestable de su alter ego, Esther Greenwood-, Aurelia Plath solicitó el permiso de Ted Hughes, -marido y albacea literario de Plath- para publicar un libro de cartas que su hija le había escrito y enviado entre 1950 y 1963, donde Sylvia se abría a su madre, -creyendo que solo lo leería ella-,  y le contaba, de forma íntima, su día a día en el Smith College (Massachusetts), sus miedos e inquietudes hacia el futuro, su primer amor universitario, sus fiestas en las hermandades, el primer contacto con Ted Hughes…

Pero, lejos de la pretensión de Aurelia, la publicación de Cartas a mi madre tuvo un efecto contrario al esperado. En lugar de mostrar la imagen que su progenitora quería vender de su hija, los lectores consideraron por primera vez la posibilidad de que Sylvia fuese así (como su madre detestaba) precisamente por la relación enfermiza que existía entre ambas. La publicación de estas cartas no solo supuso una traición a su hija, ya muerta en ese momento, sino también una violación a su intimidad. De esta forma, Aurelia había puesto en manos de los lectores la vida privada de Sylvia, concediéndoles el poder de creerse sabedores de cuanto rodeaba a la escritora, de sus miedos, sus problemas, sus inquietudes y de, incluso, su relación con Ted Hughes.


Cartas a mi madre / imagen propia 
Para que el epistolario viese la luz, Aurelia obtuvo el permiso de Ted Hughes quien, separado de Sylvia y en una relación con Assia Wevill, se convirtió en albacea literario de todas las obras de Plath. Bajo su filtro, permiso y criterio, se publicaron antologías escritas por Sylvia, así como cualquier otra publicación que tuviera relación con la poeta o con su vida. Así pues, también hizo desaparecer diversos diarios y cartas que Sylvia había escrito a lo largo de su vida, especialmente aquellos en los que aparecieran pasajes que pudieran comprometerle o dieran una imagen de él que perjudicase a su reputación como escritor. En esta colección de Cartas a mi madre, por supuesto no están todas las cartas que Sylvia escribió y su madre se encargó de publicar y airear, sino que Hughes también pasó su filtro y obligó a Aurelia a eliminar aquellas cartas que hablasen de él en tono negativo, y dejar aquellas en las que Sylvia le manifestase a su progenitora la felicidad que sentía al conocer y estar con Hughes. Los inicios bonitos, sí; todo lo demás, no.



Recuperada de su primer intento de suicido, Plath finalizó brillantemente sus estudios, con unas notas tan perfectas que le valieron una beca Fulbright para continuar su formación en la Universidad de Cambridge. Allí conoció al ya reconocido poeta Ted Hughes, con quien se casó y tuvo dos hijos tiempo después. Los seis años de convivencia llegaron a su fin tras el nacimiento de su segundo hijo, Nicholas, y ambos se separaron, pues Ted llevaba una relación paralela con la también escritora Assia Wevill.


Sylvia Plath en el Smith College / smith.edu


La mañana del 11 de febrero de 1963, -según dicen, un día frío en Londres y en plena huelga de electricidad-, con una casa a medio montar a la que Sylvia se había mudado recientemente, dos niños pequeños, poco dinero, depresión y abandonada por un marido que la engañaba con otra mujer, se dirigió a la cocina, tapó los huecos de las puertas y ventanas, encendió el gas e introdujo la cabeza en el horno. Antes, había dejado una bandeja con el desayuno preparado para sus hijos y una nota para la baby sitter donde estaba apuntado el teléfono del médico. Cuando la mujer llegó, Sylvia ya estaba muerta.

La realidad es que sí, la escritora se quitó la vida. Ya lo había intentado en otra ocasión, también había estado ingresada en hospitales y psiquiátricos en los que la habían sometido a electroshocks, la habían medicado con pastillas y ella misma creía que estaba loca. También los demás.

En La campana de cristal, ella, a través de la voz de Esther Greenwood, manifestaba sus problemas, su depresión y su casi obligación de ser perfecta, de aparentar ser perfecta; y su ansiedad por no llegar a serlo del todo; o no a ojos de su madre. Ana Moix habla del comportamiento de Sylvia en base a la teoría de Alice Mille sobre el “drama del niño dotado”, ese reconocimiento que hacen los niños con cierta inteligencia superior y a temprana edad de las necesidades de sus padres y el esfuerzo por satisfacerlas. Plath siempre quiso ser perfecta en todo lo que llevó a cabo. De hecho, se refería a sí misma como “la chica que quería ser Dios", pero quizá no por ella misma, sino por complacer a los demás. Especialmente a su madre, quien aportaba la sensatez, el orden y la excelencia que a ella le faltaban. O quizá no. Quizá siempre lo tuvo ahí.

Esa autoexigencia y esa especie se obsesión por la excelencia aparece en muchas de las cartas que le envió a su madre, como en esta, del 7 de julio de 1951: 

Mamá querida: 
Siento mucho no escribirte más a menudo, mamá, porque tus cartas son un gran soporte para mí. Te echo de menos y también echo de menos mi vida en casa y a Warren. No me importaría demasiado si tuviera la impresión de estar aprendiendo algo, o escribiendo o dibujando algo que valga la pena--- Resulta fácil convencerse de la propia inutilidad cuando no tienes cerca a nadie que te haga sentirte deseada y querida. En realidad, no he pensado en nada desde que llegué aquí. Mis reacciones han sido sobre todo ciegas y emocionales: miedo, inseguridad, incertidumbre y enfado conmigo misma por sentirme tan estúpida y hundida. 

Seventeen ha enviado dos breves copias mimeografiadas de cartas encomiásticas sobre mi relato. Las saco para leerlas, riendo con cierto sadismo, da vez que me siento una chapucera inútil y sin talento; existe una chica llamada Sylvia Plath que sí tiene algo pero, ¿quién es esa?


Después de saber el verdadero origen de esta traición convertida en libro, ¿habría publicado Sylvia sus cartas en vida? Teniendo en cuenta que en La campana de cristal evitó que se descubriera quién estaba detrás de cada personaje, ¿habría permitido que todo aquello viese la luz de esa forma? ¿Cómo habría reaccionado al enterarse de que su madre iba a publicar toda su correspondencia (con excepciones) con el beneplácito de Ted Hughes? Y lo más importante de todo: ¿cómo se puede vivir con la conciencia tranquila después de aprovechar la muerte (en esas circunstancias delicadas) de tu hija y tu exmujer solo para vender una imagen idealizada de ella?

Leer Cartas a mi madre es útil para conocer más íntimamente a Sylvia pero, cuando lo hagáis, sed conscientes de que ella, cuando las escribió, no se imaginaba que en un futuro verían la luz. Plath no las escribía para ningún público, no esperaba una aprobación por parte de los lectores ni tampoco ningún juicio de valor sobre su persona o sobre sus acciones. Sed conscientes también, y en todo momento, del motivo que llevó a su madre a reunir toda esta colección de cartas y a publicarlas, pues no fue otro que blanquear la imagen de su hija y quitar todo rastro de depresión, tristeza, rabia y pensamientos suicidas que rodearon a la escritora; hacer ver y creer al público, a los lectores, a la sociedad y a sus amigos y conocidos, que Sylvia no era una "loca" ni una desequilibrada, sino una buena y excelente hija, cariñosa y brillante en sus estudios. El "no, mi hijo/a no es así" hecho novela. El vender lo que interesa y el ocultar lo que ocurre. 

Sed conscientes también de que a su muerte, Ted Hughes, ese brillante y famosísimo poeta que engañaba a Sylvia con otra mujer y que la hizo pasar por loca en numerosas ocasiones, se convirtió en albacea literario de todas las obras de Plath; que publicó lo que quiso e hizo desaparecer todo aquello que no le interesaba que viese la luz. Que nos privó de sus poemas y diarios. Que silenció a la poeta en vida, y muchísimo más una vez muerta y que, según se publicó hace unos años, habían salido a la luz una serie cartas inéditas que Sylvia había mandado a su psiquiatra entre 1960-1963 en las que confesaba que Hughes la había maltratado físicamente durante varios días antes de que sufriera el aborto de su segundo hijo, y que le había dicho que deseaba que estuviera muerta. 

Que este hombre destruyó numerosas cartas que la escritora mandaba a sus familiares y amigos, así como el cuaderno-diario que contenía los escritos personales que Sylvia redactó tres días antes de morir, (supuestamente, para proteger a sus hijos) y fue quien dio permiso a Aurelia para publicar la correspondencia privada de su hija, como así consta en los agradecimientos que ella misma escribió y firmó. Que estas dos personas, que se supone que quisieron a Sylvia Plath en algún momento de sus vidas, la vendieron con el beneplácito de ambos. Y los dos pudieron continuar viviendo con tranquilidad, a pesar de que la razón y la verdadera protagonista de ese libro había metido la cabeza en un horno para quitarse la vida unos años antes. Y no había pasado nada. 

En el 59º aniversario de su muerte, os recomiendo leer muchas otras obras de Plath o sobre su figura como una de las poetas más importantes del siglo XX: 

En prosa: 
Diarios completos
La caja de los deseos (colección de cuentos, ensayos y fragmentos de sus diarios) 
La campana de cristal
Mary Ventura y el noveno reino

En verso: 
Ariel 
El Coloso y otros poemas
Tres mujeres
Árboles en inverno

Algunos biografías y títulos sobre la escritora: 

Sylvia Plath - Linda W. Wagner-Martin
La mujer en silencio - Janet Malcolm
Los últimos días de Sylvia Plath - Jillian Becker 
Sylvia Plath y Ted Hughes: ¿Genio y musa? ¿Genia y muso? ¿Genia y genio? - Laura Freixas 

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