sábado, 13 de febrero de 2021

Larra o la fuerza del sino

 

Por todos es sabido la tormentosa vida y el trágico final de Mariano José de Larra, uno de los escritores más importantes del siglo XIX. El abandono, la soledad, la depresión, las críticas y el desamor le acompañaron durante sus 27 años de existencia. Y también el destino, -al más puro estilo del Don Álvaro del Duque de Rivas, en cuya historia también cobra importancia la pistola-, contra el que intentó jugar en numerosas ocasiones, y cuyas partidas no salieron bien.

 

 



Por todo es sabido también que casi lo más importante en la vida de Larra fueron sus amoríos, con la salvedad, por su puesto, de su creación literaria. Pero, ¿a quién le interesan sus artículos periodísticos, sabiendo que uno de sus primeros amores y desengaños fue a los 16 años con una mujer que le doblaba la edad y que, además, era la amante de su padre?

 

Retrato de Mariano José de Larra 

Después de ese fracaso casi anunciado, se casó a los 20 años con una señorita a la que definen como “aniñada, superficial, celosa y ridícula”, y como el “gran error sentimental de Larra”. Esa señorita fue Josefina Wetoret, una joven madrileña de clase media con la que tuvo tres hijos, una de ella –Baldomera- no reconocida por su padre. Tras la separación de Josefina, Larra le quitó a sus dos hijos mayores y los envió a vivir con sus padres, dejándole a la pequeña no reconocida


Josefina Wetoret



Pero Larra, presuntuoso, introvertido, controvertido, necesitado de atención y afecto, era infiel. ¿A quién le importa la sátira de sus escritos, sabiendo que, mientras estaba casado con Josefina, mantenía una relación paralela con Dolores Armijo, una joven sevillana, guapa y culta que escribía versos, y que también estaba casada? La Isla de las Tentaciones, ese programa que muestra las deslealtades e infidelidades de parejas aparentemente estables y con el que nos escandalizamos, no descubre nada nuevo. En el programa, les muestran imágenes de las infidelidades con otras parejas, algo que les es ajeno hasta que lo ven en una pantalla.

En ese momento, era de sobra conocido que Larra engañaba a su mujer con Dolores Armijo y si no, ya se encargaban el escritor de hacerlo, pues no tardaba en comentar entre su círculo la pasión que existía entre ambos, algo que a Dolores no le hacía ninguna gracia. A ella le dedicó este poema:


¿No te bastan los rayos de tus ojos;

de tu mejilla la purpúrea rosa;

la planta breve, la cintura airosa,

ni el dulce encanto de tus labios rojos?

 

¿Ni el seno que a Ciprina diera enojos;

ni esa tu esquiva condición de esposa,

que también nuestras armas victoriosa

coges para rendir nuevos despojos?

 

¿O a celebrar de tantos amadores,

ingrata, el fin acerbo te previenes,

que a mano morirán tus rigores?

 

Ya que a tus plantas nuestras almas tienes,

déjanos, lira, celestial… [Dolores]

para cantar siquiera tus desdenes 


Aunque también le dedicó algunos escritos más, que no llegaron a ver la luz porque estaban directamente dirigidos a Dolores:

 

«La más bella entre las bellas, Dolores, la estrella de Sevilla, de negros cabellos, trenzados al desgaire por los dedos del Amor; la andaluza de piececitos hechiceros, de tímidos andares, de senos alabastrinos, de talle esbelto, balanceándose como la flor sobre el tallo ondulante, de miradas de fuego surgió ante mis ojos con todos los encantos de la belleza española; esa belleza morena, imagen y compendio del fuego de su alma»


Pero no todo iba a ser siempre tan secreto, al menos para Josefina, ya que la joven encontraría una carta escrita por Dolores y dirigida a su marido. Primer movimiento del destino, y preludio del trágico final que no estaría excesivamente lejos. Josefina, lejos de guardar silencio ante lo que había visto, procedió a mandársela al marido de Dolores Armijo quien, al enterarse de tal acontecimiento, decidió romper el matrimonio con la joven sevillana. Josefina hizo lo mismo con Larra. El destino le daba una nueva oportunidad, y ambos eran libres para empezar una relación, pero Dolores Armijo, al sentirse abandonada por su marido y al ver que la vida con el escritor no tenía futuro, decidió dar por terminada también esa idílica relación.

 



Retrato de Dolores Armijo

Pero Larra, incansable, infatigable, romántico y completamente obsesionado con Dolores, quiso jugar de nuevo con el destino y, al enterarse de dónde estaba su amada, decidió ir a buscarla. Dolores había tomado la decisión de marcharse de Madrid pues, a ojos de la sociedad, había sido infiel y había recibido el castigo de que su marido la abandonase por haber mantenido una relación paralela con el escritor. Se marchó de la capital y puso rumbo a Badajoz, donde residían algunos familiares. Casualmente, Extremadura, de donde también era la madre de Larra.
A su madre le dedicó unas palabras quien, casualmente también, se llama María de los Dolores: «Querida mamá: A pesar de que no me ha faltado a quien dar los días en Badajoz, mucho me hubiera alegrado de haberla dado a usted un abrazo. Otro año será». Este hecho, probablemente, le hubiese importado poco a su madre, ya que ambos apenas tenían relación, llegándose a decir incluso que María de los Dolores de Castro no quiso jamás a su marido, ni tampoco a su hijo. La intención de Larra era, por supuesto, ver a su amada Dolores y no a su madre, pero Dolores tampoco quiso verle, y continuó su viaje a Portugal. El destino había movido ficha de nuevo, pero Larra también. Al volver de su viaje por Europa, decidió buscar de nuevo a Dolores, y se enteró de que había abandonado Badajoz y se había trasladado a Ávila con su tío. Aunque Larra intentó por todos los medios tener contacto con Dolores, la joven mostró una completa indiferencia hacia el escritor. Dolores Armijo detestaba por completo a Larra, pues había sido el causante de todos sus males. Y, por supuesto, ni se le pasó por la cabeza volver con él, a pesar de la persecución a la que se vio sometida por su parte.

Por todo es sabido también el trágico desenlace de Larra. Nervioso, enamorado e ilusionado recibió a Dolores en su casa el 13 de febrero de 1837, con la esperanza de que ella quisiera retomar la relación tras un año tormentoso. Ella, acompañada de su cuñada, había tomado la decisión de volver con su marido, a quien habían destinado a Manila. ¿Qué iba a hacer en Madrid, en Ávila o en Badajoz? Manila era el lugar perfecto para huir del escritor y para refugiarse de nuevo con su marido. La reunión, lejos de ser idílica, se tornó en violenta, y desembocó en una fuerte discusión entre ambos, motivada quizá por la petición de Dolores a Larra de que le entregase todas las cartas de amor que se habían enviado, con el propósito de borrar todas las pruebas de esa relación adúltera y poder marcharse a Manila lo más libre posible. De aquella reunión queda esta crónica:


«A cosa de las siete y media de la misma (noche) según consta de la declaración de los criados, se presentaron en ella (la casa) dos señoras, una más anciana que otra. La voz pública25 designa a la segunda por doña Dolores Armijo de Cambronero, quienes, después de una conversación acalorada, según los gritos que se percibieron, a cosa de las ocho, a consecuencia de un campanillazo, dio orden Mariano a su criado para que las acompañase; marcharon, cerrando él en seguida con un gran golpe las dos puertas intermedias a su despacho; a pocos momentos, y antes de que regresara aquél (a quien despidieron ellas cerca de Santiago), oyó la criada un ruido confuso, que atribuyó a haber derribado su amo el velador con el juego de café, por ir acompañado del que produce la caída como de vidrios; así se lo manifestó al criado, añadiéndole: «¡Jesús, que de mal humor ha dejado al amo esa visita!» Pero no atreviéndose a entrar sin ser llamados, según sus órdenes, aguardaron a que acabase de cenar la niña, y entró el criado con ella a dar las buenas noches a papá, según costumbre, a quien encontraron cadáver tendido en medio de su despacho. El criado asustado y la niña llorando, salieron despavoridos y se lo dijeron a la criada, avisando en seguida al Ministro de Gracia y justicia, que vivía debajo.»


Larra, tras la marcha de las dos mujeres, y después de ver cómo se desvanecían las pocas ilusiones que le mantenían con vida, se había pegado un tiro en la sien. Fue su hija Adela de 7 años quien vio el cadáver de su padre. Dicen que Larra acariciaba con frecuencia la pistola porque el frío del metal le aliviaba la fiebre.

 


Pistola con la que se suicidó 

 

Su muerte conmovió a toda la sociedad madrileña, y también a numerosos escritores, siendo su entierro uno de los más multitudinarios junto con el de Lope de Vega. El padre de Larra culpó a la madre de su suicidio, acusándola de no haberse ocupado nunca del joven y de no haberle inculcado valores religiosos para que no cometiese tal acto. A la misma le dedicó unas duras palabras: “Tu castigo está en que el día que yo muera te quedarás sin nada”. Y así fue, ya que, tras la muerte del médico, a María Dolores de Castro únicamente le quedaron como herencia algunos enseres de la casa y apenas dos reales de todo el capital que poseía todo su marido.

De entre todos los asistentes, destacó un joven y delgado vallisoletano, José Zorrilla, que dedicó un poema a su ídolo trágicamente fallecido y a quien, de nuevo el destino, le llevaría a convertirse en el máximo exponente y presentante de la poesía romántica.

Ese vago clamor que rasga el viento

Es la voz funeral de una campana:

Vano remedo del postrer lamento

De un cadáver sombrío y macilento

Que en sucio polvo dormirá mañana.

Acabó su misión sobre la tierra,

Y dejó su existencia carcomida,

Como una virgen al placer perdida

Cuelga el profano velo en el altar.

Miró en el tiempo el porvenir vacío,

Vacío ya de ensueños y de gloria,

¡Y se entregó a ese sueño sin memoria,

Que nos lleva a otro mundo a despertar!

Era una flor que marchitó el estío,

Era una fuente que agotó el verano;

Ya no se siente su murmullo vano,

Ya está quemado el tallo de la flor.

Todavía su aroma se percibe,

Y ese verde color de la llanura,

Ese manto de yerba y de frescura,

Hijos son del arroyo creador.

Que el poeta en su misión,

Sobre la tierra que habita

Es una planta maldita

Con frutos de bendición.

Duerme en paz en la tumba solitaria

Donde no llegue a tu cegado oído

Más que la triste y funeral plegaria

Que otro poeta cantará por ti.

Ésta será una ofrenda de cariño

Más grata, sí, que la oración de un hombre,

Para como la lágrima de un niño,

¡Memoria del poeta que perdí!

Si existe un remoto cielo

De los poetas mansión,

Y sólo le queda al suelo

Ese retrato de hielo,

Fetidez y corrupción,

¡Digno presente, por cierto,

Se deja a la amarga vida!

¡Abandonar un desierto

Y darlo a la despedida

La fea prenda de un muerto!

Poeta, si en el no ser

Hay un recuerdo de ayer,

Una vida como aquí

Detrás de ese firmamento...

Conságrame un pensamiento

Como el que tengo de ti.





Placa situada en la calle Fernández de los Ríos



Pero el destino volvería a mover ficha, y esta vez la decisiva para ganar la partida. Tras la muerte del escritor, Dolores Armijo decidió marcharse a Manila con su marido, tal y como había planeado, sin saber lo que le depararía ese viaje. El barco mercante en el que viajaba no llegó nunca a su destino, pues acabó hundiéndose en la costa de Buena Esperanza. No hubo supervivientes.

Había sido el final de Larra, pero también el de Dolores. ¿Realmente era el destino de ambos estar juntos? ¿Los dos tenían que morir para poner fin a la relación? ¿Larra murió verdaderamente por el dolor de ese amor no correspondido? ¿Qué hubiera pasado si ella no se hubiese marchado? ¿Era amor lo que Larra sentía por Dolores Armijo? ¿Y ella amaba al escritor?

Hay diversas opiniones respecto a ello. Algunos dicen que Dolores Armijo nunca estuvo enamorada del escritor y que, debido al aburrimiento que le producía su matrimonio, encontraba la diversión en Larra, a quien veía únicamente como un capricho. Otros dicen que Larra estaba realmente obsesionado con Dolores, a quien veía como su salvación y el único amor que había sido correspondido, pues no hay que olvidar que había tenido dos desengaños amorosos siendo muy joven, y que se había casado con Josefina sin amor de por medio.

En cuanto a si murió por amor, ese pensamiento también es discutible. Los estudiosos de la figura de Larra aseguran que el escritor siempre tuvo un carácter atormentado, depresivo, reflexivo e introvertido, quizá a causa de su difícil infancia y esa carencia afectiva por parte de sus padres y, en especial, de su madre. Su búsqueda del amor a cualquier precio, las numerosas críticas que recibía por parte de una sociedad a la que sentía no pertenecer, el sentimiento de incomprendido incluso dentro de la literatura y su continua lucha contra el destino se convirtió en una mezcla explosiva dentro de una cabeza llena de inteligencia, rebeldía y frustración, que acabó derivando en una enorme depresión que le hacía deambular por las frías calles de Madrid en los meses previos a su suicidio. Ni Larra comprendía el mundo, ni el mundo le comprendía a él. El abandono por parte de Dolores solamente fue un aliciente más que sumar a la lista de motivos por los que no se sentía con fuerzas de seguir en esta vida. Y, de hecho, no lo hizo.

Dicen que, por presiones del gobierno liberal, la Iglesia aceptó que Larra fuese enterrado en un lugar sagrado, pues los suicidas, ateos y excomulgados eran enterrados fuera de los recintos cristianos. Sus restos descansan en un desconocido, romántico y monumental cementerio madrileño: el Cementerio de San Justo, junto con otras importantes figuras de la literatura como el también romántico José de Espronceda, el filólogo Menéndez Pidal, el músico Federico Chueca, o actores de la talla de José Luis Ozores o Sara Montiel


Tumba de Larra en el Cementerio de San Justo


«Cuando en un día de esos en que un insomnio prolongado o un contratiempo de la víspera preparan al hombre a la meditación, me paro a considerar el destino del mundo; cuando me veo rodando dentro de él con mis semejantes por los espacios imaginarios, sin que sepa nadie para qué, ni adónde; cuando veo nacer a todos para morir, y morir sólo por haber nacido», escribió su artículo, La vida de Madrid.


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