Sentía sus
dedos acariciando mi pelo y su lenta y suave respiración, pero con cierto
ritmo, sobre mí. Más bien estaba yo sobre él, sobre su pecho, demasiado cerca
de su corazón, aunque en parte también era mío. Notaba cómo se me cerraban los
ojos, tan despacio, y yo no tenía el control. Ni siquiera tenía la voluntad de abrirlos, ni
mucho menos de impedir que no se cerraran. Sabía que no había marcha atrás.
mucho menos de impedir que no se cerraran. Sabía que no había marcha atrás.
Quizá había
dormido poco, pero a mí me había parecido mil horas. Y allí seguía, con esa
tranquilidad y ese amor. Abrí los ojos con dificultad, y ahí estaba, con sus
preciosos ojos también abiertos y sus dedos todavía perdidos por mi pelo. Quizá
él también estaba perdido. El silencio que había era tan precioso que me daba
pena romperlo.
—¿He
estado mucho tiempo durmiendo?- dije con miedo a que pensara que era una
dormilona.
— No
lo sé. Yo también me he dormido. Creo que por un momento he estado en el cielo.
Se estaba tan bien…
—¿También
te has dormido? Pensaba que solo lo había hecho yo, pero de verdad que ha sido
sin querer. Ha sido de forma involuntaria. ¿Llevabas mucho tiempo despierto? Al menos me
podrías haber despertado…
— ¿Pero
cómo te iba a despertar? ¿Tú sabes lo preciosa que estabas así?
—¿Solo
así? ¿Dormida?
— Siempre.
Pero dormida lo estás el doble. Estás feliz, tranquila, libre, tú. Con tu
respiración tan lenta y tan caliente, con tu olor a champú, con tu piel tan
suave, contigo en mis brazos me siento seguro, porque te tengo aquí y así no
tengo que pensar dónde estarás, con quién, si estarás bien… Tan solo mirarte y
ver que respiras a mi lado. Eso es suficiente para ser feliz. Y eso es mejor
que todos los sueños del mundo.
Todos los derechos reservados ©
Todos los derechos reservados ©