jueves, 23 de febrero de 2017

"Tres veces tú" no era necesaria; ya tuvimos suficiente con dos

El 17 de enero salió a la venta la esperadísima tercera y última parte de la trilogía de A tres metros sobre el cielo (Editorial Planeta) titulada Tres veces tú, que pretendía poner fin a la «historia de amor más bonita de todos los tiempos», como así reza en su contraportada. Este desenlace de la historia era más que esperado por todos los lectores y seguidores de Babi, Step y Gin, tanto que incluso su autor la escribió debido al clamor popular y a las ansias de los lectores por volver a leer sobre el amor de Babi y Step y saber por fin si volvían a unirse sus caminos, llegando a reservar el libro meses antes de la publicación. 

*CONTIENE SPOILERS*



Tres veces tú, (Federico Moccia) / Noelia Blanco

Pues bien, una vez que me he sumergido en las 804 páginas que componen la novela – sin contar los anexos de las canciones que aparecen a lo largo de la historia- y he llegado hasta la última- con lágrimas incluidas-, aquí he querido plasmar mis impresiones.
Para empezar, me gustaría hacer una valoración de la historia en sí, en general, desde sus comienzos, cuya publicación original fue en 1992 pero llegó a nosotros reeditada en 2004. La historia cumple todos los estereotipos machistas desde la primera novela hasta esta última: Babi, la chica dulce, sumisa, que busca y espera el amor verdadero, dominada por su autoritarios padres- en especial su madre, ya que su padre le permite todo, incluso su posterior relación con un delincuente sin futuro-, y más tarde dominada por Step, un muchacho que va por el mal camino, involucrado en las peleas, en la ilegalidad de las carreras de motos y cuyos amigos dejan mucho que desear. Él es fuerte, valiente, seguro de sí mismo y de la vida, no le tiene miedo a nada. Ella es sensible, frágil, temerosa, enamoradiza, insegura, una chica que necesita estar protegida por alguien como Step. Por otra parte aparece Gin, quien se deja notar con fuerza en la segunda parte- Tengo ganas de ti- una chica fuera de lo común, en nada parecida a Babi. Gin boxea, se encara con Step y con sus amigos, es fuerte, valiente, segura de sí misma… Es Step en versión femenina. Por diversas circunstancias, la relación de Babi y Step se acaba, y él conoce a Gin, su media naranja. Tengo ganas de ti acaba con una relación más o menos consolidada entre Gin y Step, pero que se ve trastocada por la vuelta de Babi a la vida de Step. Este final era el gancho perfecto para la tan esperada tercera parte, pues los seguidores querían que el amor volviera a surgir entre ambos- eso en el caso de hubiera desaparecido en algún momento- y así continuar con la tan preciosa y romántica historia de amor entre los dos italianos.



Y así aparece Tres veces tú, una historia más que enrevesada, con mucha paja y totalmente innecesaria bajo mi punto de vista. Federico Moccia ha querido dejar cerrada una historia que no tenía más vueltas de tuerca y encima con el ansiado final que todos esperaban: Babi y Step vuelven a estar juntos después de seis años. Una vez más se ha contentado al público de la manera más sencilla posible, dándoles justamente lo que ellos imploraban una y otra vez. Pero esta historia va más allá, únicamente hay que poner una visión crítica y tener un poco de lógica y amor por uno mismo. Para hacer la historia mucho más complicada, lo más fácil es recurrir a las infidelidades una y otra vez, donde se pueden contar unas cuantas, desde Step con Babi, a la de su jefe y compañero de trabajo Renzi, quien lleva con su novia cuatro años de relación y están pensando en boda mientras que él se acuesta con una de las actrices del programa que dirigen, una jovencita que únicamente va por interés y con el único objetivo de hacerse famosa y conseguir el mejor puesto en el programa o como actriz en una serie de prestigio; Babi con Step, puesto que ella también está casada pero descubre que su marido también la engaña con otra compañera del trabajo e incluso Simone Civinini, un joven de 18 años apasionado del cine y de la televisión que decide enviar su idea de un programa a la empresa que Step y Renzi dirigen, y al que acaban contratando. Civinini tiene novia en el pueblo en el que reside, pero no ve ningún reparo en acostarse con alguna que otra actriz del programa debido a su incipiente fama, ya que en Roma todo vale.







Step y Babi en Tres metros sobre el cielo / zeleb.es 


Hasta aquí podríamos pensar que nada de esto importa puesto que es una historia de ficción y ninguno de los personajes existe, pero no es así. Aquí es donde entra en juego nuestra visión crítica, o eso debería. Recuerdo que cuando esta película se estrenó, allá por 2010, la edad media de la gente que asistía- chicas en su mayoría- no superaba los 12-13 años. No voy a criticar algo que yo también hice, porque he de confesar que me he leído los dos libros, además de todos los demás de Federico Moccia- asistiendo incluso a algunas de sus firmas de libros en Madrid- y he visto las dos películas en el cine el mismo día de su estreno, con lo que conlleva esperar unas colas inmensas para conseguir la entrada. En ese momento tenía 12 años, pero no la misma experiencia, conocimientos, aprendizaje y visión crítica de ahora, por supuesto. Estos libros, como muchos otros que tratan sobre amor, no son para niños y niñas de 12-13 años, ni siquiera para 15 años. A esa edad todavía se es un niño, por mucho que quieran hacerse los mayores yendo a los botellones de su barrio y ayudando así a que la tasa de consumo de alcohol en menores siga incrementado exponencialmente, donde «uno de cada diez jóvenes de entre 12 y 18 años consume alcohol cada semana», según datos publicados en el estudio Juventud y Alcohol realizado por la Fundación Pfizer en 2013.


Yo, con casi 22 años, entiendo todas y cada una de las cosas que ocurren en esa historia, yo sé cómo actuaría en cada caso y por qué. Pero, ¿qué ocurre con esos lectores cada vez más jóvenes de este tipo de novelas? Ellos ven algo bonito, algo que les gustaría que les sucediera en sus vidas, donde ellas quieren ser Babi y ellos quieren ser Step. Step es el dueño y señor de toda la historia y las personas cambian de carácter y de forma de ser dependiendo de si están cerca de él o no. Si bien Babi en la primera y segunda parte era buena, dulce y romántica estando con Step, y Gin era una especie de Step en femenino, libre, independiente, que no quería saber nada de los hombres, en Tres veces tú, Babi aparece como la mala, la que hace que Step se vuelva infiel y engañe a Gin, apareciendo y desapareciendo a su antojo, haciendo caer en la tentación al chico, como si él no tuviera capacidad de decisión. Gin ya no es la que era, ahora está bajo la suma protección de Step- como en su momento lo estuvo Babi- y ahora es dulce, romántica y sensible. Atrás quedó la imagen de chica independiente y segura, ahora se ha casado con Step e incluso esperan una hija. Finalmente, Gin tiene un trágico final y es la oportunidad perfecta para que Babi y Step están juntos por fin y para siempre.







Step y Gin en Tengo ganas de ti / Zeleb.es

¿Qué ocurre con este tipo de historias? Los más jóvenes se sienten identificados con los protagonistas y entienden un concepto totalmente equivocado del amor, pensando que eso es el amor y que así se construye. Piensan que las infidelidades son normales, puesto que en esta historia como en muchas otras, esto aparece así. Luego nos sorprendemos de las que las relaciones “amorosas” comiencen cada vez más pronto, que con 12-13 años ya se tenga novio/a y que a las dos semanas de dos o tres besos- en el mejor de los casos- la novia o novio decida también darse besos con el amigo o la amiga del otro, finalizando así la relación “amorosa” de la peor manera posible. ¿Qué consecuencias trae eso? Que muchos jóvenes llegan a los 20 años con una visión del amor que no es: ellas cansadas de los chicos porque son unos cabrones y unos infieles, y ellos cansados de las chicas porque son unas “frescas” y se acuestan con cualquiera, y haciendo daño a la primera persona que aparece de nuevo en sus vidas, porque han perdido la magia, la ilusión y la capacidad de amar y querer, si es que alguna vez lo han experimentado. El amor no es eso, el amor no es ni una sola de las palabras o acciones que aparecen en esta historia.
Para que Babi y Step pudieran ser felices, ambos se han tenido que casar con otros a los que no querían tanto como se querían entre ellos y ese amor lo han tenido que demostrar y manifestar siendo infieles a sus parejas. Tenemos en la cabeza una idea equivocada de todo esto. Si realmente quieres a alguien y esa persona te quiere a ti, ¿por qué estar con otra persona? Todos somos libres de decidir a quién querer, con quién casarnos y formar una familia, con quién irnos de viaje, con quién vivir… pero también con quién no vivir y a quién no querer. Igual que te casas con alguien, te puedes divorciar, y por suerte, esto es una realidad que no existía hace 40 años. ¿Por qué no disfrutarla? Tu vida no se acaba cuando decides empezarla con alguien, puesto que eres libre de acabar con ello e ir a por lo que de verdad te hace feliz.


Tres veces tú: tres veces engaños, tres veces mentiras, tres veces fracasos amorosos, tres veces falta de libertad, tres veces incapacidad para elegir, tres veces sumisión…. Aquí se deja clara otra cosa: una persona no se puede volver a enamorar de otra porque ya pertenece a la anterior pareja con la que ha estado. Gin deja constancia de ello al recalcar que su historia de amor con Step no ha salido bien porque él siempre ha pertenecido a Babi y que su corazón siempre le va a querer a ella. Eso es falso, otra idea preconcebida que las personas tenemos en la cabeza, algo que no es real. Las personas no pertenecemos a nadie y somos libres y capaces de volver a enamorarnos de otras personas. Nuestro corazón es nuestro, y es una excusa apelar a ese “razonamiento” para justificar que realmente no quieres a alguien.

No, señores/as, esta no es la historia más bonita de todos los tiempos. Salid a la calle y mirad, en el metro, en clase, en el trabajo, en un hospital, en un aeropuerto, en una parada de autobús, a vuestros padres, abuelos, tíos… en millones de sitios hay historias de amor más bonitas que esta, y son reales.

Todo ello es mi opinión, lo que me ha producido la historia después de analizarla. Por supuesto, cada autor es libre de escribir sobre lo que quiera y los lectores libres de leerlo. Con ello no estoy criticando al autor, ni a la historia, ni estoy diciendo que no se lea, sino que la gente lo haga con una visión crítica, no llevando a la práctica aquello que se menciona, porque el amor no tiene nada que ver con eso.



Candados del amor / Cadenaser.com

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viernes, 17 de febrero de 2017

Cuando Virginia Woolf y David Foster Wallace predijeron su muerte

¿Nunca te ha ocurrido algo premonitorio? Es decir, que te haya pasado algo que ya habías soñado antes, o que te encuentres por la calle a una persona que ya habías visto en otra parte. Puede que sí. También ocurre aquello donde una idea se te pasa por la cabeza, una idea loca, rara, curiosa, peligrosa… Una idea que en un momento dado manifiestas en alto o por escrito, y resulta que acabas haciendo eso que nadie se imagina, que nadie se espera.


Fragmento de Esto es agua
Muy pocas veces las personas son por dentro lo mismo que proyectan por fuera. Alguien puede estar dando un discurso que habla sobre la suerte, las oportunidades, la libertad, el optimismo, la vida… y al año siguiente pegarse un tiro en la cabeza. Tú, como lector o espectador de ese discurso, ¿habrías sido capaz de pensar que ese hombre o esa mujer que está allí arriba, en el escenario, lanzando mediante palabras ideas positivas, animándote a continuar en la vida, un camino lleno de oportunidades, todo ello por descubrir… sería capaz de abandonar esa misma vida de la que tanto habla a través de ejemplos, reflexiones y vivencias propias? En ese caso, ¿cómo te tomarías ese discurso? No nos engañemos: la vida no sería tan maravillosa ni el camino que nos queda por recorrer sería tan prometedor si esa persona decide abandonarlo en un período breve de tiempo. Nuestra visión cambiaría radicalmente, no creeríamos ni una sola palabra de lo que nos está contando, y en nuestra cabeza solo tendríamos la idea de: «¿Y por qué no se aplica el cuento también?».



David Foster Wallace


David Foster Wallace lo hizo. En 2008 escribió un magnífico discurso para la ceremonia de graduación de la Universidad de Keynon, donde reflejaba la realidad próxima que les esperaba a los graduados, pero que seguía ajena para los estudiantes allí presentes. Mencionaba las numerosas actividades tediosas a las que las personas nos teníamos que enfrentar a lo largo de nuestra vida como hacer la compra, tragarnos atascos diarios y aguantar a ciertas personas que fastidian en gran medida nuestro día a día. A pesar de ello, Wallace mantenía cierto optimismo que trataba de impregnar en los alumnos, a través de la libertad y la capacidad de decisión propia de cada uno, que repercutiría en gran medida en su felicidad. A pesar de ello, de ese falso optimismo, Wallace sacaba a relucir su más que de sobra pesimismo sobre la vida: «La verdad con V mayúscula tiene que ver con la vida antes de la muerte. Tiene que ver con llegar a los treinta años, o incluso a los cincuenta, sin querer pegarte un tiro en la cabeza». Parecía algo premonitorio, o quizá más bien algo premeditado, algo que haría tarde o temprano; y fue más temprano que tarde, puesto que, tres años después de este discurso, Wallace se suicidó con 46 años. Ni siquiera había sido capaz de seguir nadando en la vida, a la que se refería como «agua».



Virginia Woolf

También cuesta creer que una persona feliz acabara quitándose la vida. Virginia Woolf lo hizo, a pesar de que describía su perfecta vida con su marido con estas palabras: «no creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros». Pero algo era premeditado y así lo había hecho saber en Fin de viaje, su novela autobiográfica y de carácter ensayista a través de la protagonista, Rachel. Mediante Rachel, Virginia Woolf retrató su vida, sus miedos, sus dudas e incertidumbres, su infancia y juventud, su inexperiencia en ciertos temas y la desigualdad social de su época. La novela se publicó en 1915 y me pregunto, ¿los lectores serían conscientes de que Woolf estaba escribiendo su fin en esas páginas a través de la protagonista? Rachel se enferma y acaba muriendo, y 26 años después, Virginia Woolf decidió que su enfermedad mental era tan avanzada que sobraba en esta vida, por lo que se sumergió en el río Ouse y nunca más salió a flote.



Carta de despedida de V. Woolf a su marido (1941)
¿Alguien habría llegado a la conclusión de que David Foster Wallace, después de ese discurso, iba a suicidarse? ¿Alguien se habría dado cuenta de que Rachel en verdad era Virginia Woolf, que se estaba despidiendo del mundo y estaba dejando constancia de lo que iba a hacer en el río Ouse tiempo después? ¿Alguien podría haber impedido cualquiera de las dos historias? ¿Sus protagonistas habrían querido ser salvados?

«Porque nadie sabe quién somos por dentro hasta que duele en el interior», canta Beret en su canción Bala perdida. Y a ellos les dolía la vida, algo difícil de averiguar en el exterior, y decidieron guardarse para sí mismos su propia salvación, sin dar detalles precisos en sus palabras, haciéndolas pasar por ficción, aunque luego acabaran convirtiéndolas en realidad.  









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jueves, 2 de febrero de 2017

Sobre las emociones y las cosas materiales

Siempre he pensado que las cosas más bonitas son las que no se planean, las que surgen sin pensar, de manera inesperada. Puedes tirarte días buscando un sitio bonito al que ir y, sin darte cuenta, mientras paseas una tarde lluviosa o mientras vas a toda prisa porque has quedado y se te ha echado el tiempo encima, vas y lo encuentras. Y lo miras de reojo, como si no te lo creyeras, como diciendo « ¿y este sitio? Si he pasado mil veces por aquí y no lo había visto nunca…» o quizá nunca hayas pasado por ahí, pero lo has visto de repente. Y no lo has planeado, has ido sin más allí o ha venido a ti sin darte cuenta.


Nunca he creído en las casualidades, o a veces sí, pero lo bonito es pensar que todo pasa por algo. Un día, alguien vino a decirnos que las cosas materiales no dan la felicidad,  lo espiritual sí. Está bien que, de vez en cuando, alguien venga a recordártelo, sin importar que lo demás que cuente no tenga relación con lo que estamos viendo, estudiando y aprendiendo. Está bien que de vez en cuando nos abran los ojos, nos frenen y nos hagan darnos cuenta de las cosas que pasan por nuestra vida, esa que va a toda prisa y no nos deja ver la realidad, ver las cosas realmente importantes. 

Puede que por casualidad también, aunque creo que también pasó por algo, llegó a mis manos un precioso discurso que formuló en la graduación de la Universidad de Kenyon el escritor y novelista neoyorquino David Foster Wallace. Aunque en su portada se define como Algunas ideas, expuestas en una ocasión especial, sobre cómo vivir con compasión, el autor quiso expresar y dar respuesta a todo aquello que siempre nos hemos preguntado o que alguna vez hemos pensado en determinadas situaciones. En una de sus páginas vuelve a aparecer aquello que nos dijeron en una clase, en una charla que ninguno de los que estábamos allí esperábamos: «Si adoras el dinero y las cosas materiales –si es de ellas de donde extraes el sentido verdadero de la vida-, entonces siempre querrás más. Siempre sentirás que quieres más. Y es verdad». En este sentido, todo ello es una gran contradicción, porque si tienes todo ello y quieres más, te sientes lleno, pero en verdad estás vacío de todo lo demás.

Las cosas materiales son increíblemente fáciles de conseguir; realmente, todo es fácil de conseguir en la vida. Todo excepto lo que cuesta más. Esta es otra gran contradicción, porque si todo es fácil de conseguir en la vida, ¿cómo algo va a costar más? A la gente que encuentra el verdadero sentido de la vida en el dinero y en las cosas materiales, como dice Foster Wallace, les resulta imposible vivir sin todo ello, así como conseguir encontrar la felicidad en ellos mismos o en otras personas, en los días soleados, en los sentimientos o en cualquier otra sensación que no sea un objeto que puedan agarrar, tocar, colocar, manipular y controlar. ¿Por qué las personas no pueden vivir sin objetos materiales y creen encontrar la felicidad en ellos? Los humanos somos inseguros por naturaleza y necesitamos tener todo siempre bajo control. ¿Qué ocurre cuando no podemos controlar las emociones y las sensaciones? Cuando no podemos evitar no llorar en momentos tristes, reír en momentos felices o sentir miedo cuando estamos ante una situación nueva y extraña para nosotros… Todo estalla en nosotros de repente y no lo podemos controlar. Justamente eso es lo que separa las emociones y sensaciones de las cosas materiales: lo primero es imposible de controlar, mientras que lo segundo es fácil. Compramos un abrigo cuando nos gusta y sabemos que nos va a hacer felices; tiramos cualquier otro objeto cuando ya no nos agrada, nos produce desapego, tristeza o aburrimiento. Sabemos que lo podemos ordenar, que lo podemos colocar en las estanterías para que luzca bonito, que lo podemos guardar en cajas cuando ya nos hemos cansado de él o no nos gusta, lo podemos tirar o se lo podemos regalar a otra persona porque eso nos hace felices a nosotros y a quien lo va a recibir. Tenemos todo bajo un absoluto control. Pero no ocurre lo mismo con lo que tenemos dentro, con las emociones, con los sentimientos y sensaciones. No las podemos guardar en cajas cuando ya no nos gusten ni tirarlas cuando nos aburramos de ellas; sabemos que pueden salir de golpe en cualquier momento y no sabemos qué va a pasar. Y eso nos produce desconcierto, tristeza y miedo. Pero la verdadera felicidad no se encuentra en el abrigo ni en el regalo que le das a la otra persona: la verdadera felicidad está dentro de ti mismo antes de comprarlo y en el interior de la otra persona antes de recibir el regalo. La felicidad ya estaba ahí, solo que pensamos que únicamente va a salir a la luz y con más fuerza cuando va seguida de un objeto. La dependencia, en cualquiera de sus vertientes, siempre es la peor opción









«Si adoras tu propio cuerpo y tu belleza y tu atractivo sexual, siempre te sentirás feo, y cuando se empiece a notar en ti el paso del tiempo y la edad, morirás un millón de veces más antes de que por fin te metan bajo tierra. Si adoras el poder, te sentirás débil, tendrás miedo y necesitarás más poder sobre los demás para mantener a raya el miedo. Si adoras tu intelecto, el hecho de que te consideren listo, acabarás sintiéndote tonto y un fraude y siempre estarás con miedo a que te descubran.» David Foster Wallace

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