Siempre he pensado que
las cosas más bonitas son las que no se planean, las que surgen sin pensar, de
manera inesperada. Puedes tirarte días buscando un sitio bonito al que ir y,
sin darte cuenta, mientras paseas una tarde lluviosa o mientras vas a toda prisa
porque has quedado y se te ha echado el tiempo encima, vas y lo encuentras. Y lo
miras de reojo, como si no te lo creyeras, como diciendo « ¿y este sitio? Si he
pasado mil veces por aquí y no lo había visto nunca…» o quizá nunca hayas
pasado por ahí, pero lo has visto de repente. Y no lo has planeado, has ido sin
más allí o ha venido a ti sin darte cuenta.
Nunca he creído en las casualidades, o a veces sí, pero lo
bonito es pensar que todo pasa por algo. Un día, alguien vino a decirnos que
las cosas materiales no dan la felicidad,
lo espiritual sí. Está bien que, de vez en cuando, alguien venga a
recordártelo, sin importar que lo demás que cuente no tenga relación con lo que
estamos viendo, estudiando y aprendiendo. Está bien que de vez en cuando nos
abran los ojos, nos frenen y nos hagan darnos cuenta de las cosas que pasan por
nuestra vida, esa que va a toda prisa y no nos deja ver la realidad, ver las
cosas realmente importantes.
Puede que por casualidad
también, aunque creo que también pasó por algo, llegó a mis manos un precioso
discurso que formuló en la graduación de la Universidad de Kenyon el escritor y
novelista neoyorquino David Foster
Wallace. Aunque en su portada se define como Algunas ideas, expuestas en una ocasión especial, sobre cómo vivir con
compasión, el autor quiso expresar y dar respuesta a todo aquello que
siempre nos hemos preguntado o que alguna vez hemos pensado en determinadas
situaciones. En una de sus páginas vuelve a aparecer aquello que nos dijeron en
una clase, en una charla que ninguno de los que estábamos allí esperábamos: «Si adoras el dinero y las cosas materiales
–si es de ellas de donde extraes el sentido verdadero de la vida-, entonces
siempre querrás más. Siempre sentirás que quieres más. Y es verdad». En
este sentido, todo ello es una gran contradicción, porque si tienes todo ello y
quieres más, te sientes lleno, pero en verdad estás vacío de todo lo demás.
Las cosas materiales son
increíblemente fáciles de conseguir; realmente, todo es fácil de conseguir en la vida. Todo excepto lo que cuesta más.
Esta es otra gran contradicción, porque si todo es fácil de conseguir en la vida,
¿cómo algo va a costar más? A la gente que encuentra el verdadero sentido de la
vida en el dinero y en las cosas materiales, como dice Foster Wallace, les
resulta imposible vivir sin todo ello, así como conseguir encontrar la
felicidad en ellos mismos o en otras personas, en los días soleados, en los
sentimientos o en cualquier otra sensación que no sea un objeto que puedan
agarrar, tocar, colocar, manipular y controlar. ¿Por qué las personas no pueden
vivir sin objetos materiales y creen encontrar la felicidad en ellos? Los humanos somos inseguros por naturaleza
y necesitamos tener todo siempre bajo control. ¿Qué ocurre cuando no
podemos controlar las emociones y las sensaciones? Cuando no podemos evitar no
llorar en momentos tristes, reír en momentos felices o sentir miedo cuando
estamos ante una situación nueva y extraña para nosotros… Todo estalla en
nosotros de repente y no lo podemos controlar. Justamente eso es lo que separa
las emociones y sensaciones de las cosas materiales: lo primero es imposible de
controlar, mientras que lo segundo es fácil. Compramos un abrigo cuando nos
gusta y sabemos que nos va a hacer felices; tiramos cualquier otro objeto
cuando ya no nos agrada, nos produce desapego, tristeza o aburrimiento. Sabemos
que lo podemos ordenar, que lo podemos colocar en las estanterías para que
luzca bonito, que lo podemos guardar en cajas cuando ya nos hemos cansado de él
o no nos gusta, lo podemos tirar o se lo podemos regalar a otra persona porque
eso nos hace felices a nosotros y a quien lo va a recibir. Tenemos todo bajo un
absoluto control. Pero no ocurre lo mismo con lo que tenemos dentro, con las
emociones, con los sentimientos y sensaciones. No las podemos guardar en cajas
cuando ya no nos gusten ni tirarlas cuando nos aburramos de ellas; sabemos que
pueden salir de golpe en cualquier momento y no sabemos qué va a pasar. Y eso nos
produce desconcierto, tristeza y miedo. Pero la verdadera felicidad no se
encuentra en el abrigo ni en el regalo que le das a la otra persona: la verdadera felicidad está dentro de ti
mismo antes de comprarlo y en el interior de la otra persona antes de
recibir el regalo. La felicidad ya estaba ahí, solo que pensamos que únicamente
va a salir a la luz y con más fuerza cuando va seguida de un objeto. La dependencia, en cualquiera de sus
vertientes, siempre es la peor opción.
«Si adoras tu propio
cuerpo y tu belleza y tu atractivo sexual, siempre te sentirás feo, y cuando se
empiece a notar en ti el paso del tiempo y la edad, morirás un millón de veces
más antes de que por fin te metan bajo tierra. Si adoras el poder, te sentirás
débil, tendrás miedo y necesitarás más poder sobre los demás para mantener a
raya el miedo. Si adoras tu intelecto, el hecho de que te consideren listo,
acabarás sintiéndote tonto y un fraude y siempre estarás con miedo a que te
descubran.» David Foster Wallace
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