
Te vuelves a acercar, otra vez la ambición se refleja en tus ojos, y doy un paso atrás. Creo parecerme a esa oveja asustada que es consciente de la realidad y su destino, que de un momento a otro va a ser comida por el lobo. Dices que eres así, que en verdad no te conozco, que tengo una idea equivocada de ti, pero que tú lo sabes todo, o casi todo; que no es suficiente esa habitación repleta de sillas y mesas, que quieres salir, que quieres que vaya contigo, de tarde o de noche, pero que vaya. Ahí no pude ver tus ojos, pero podría asegurar que estaban incendiados, que las llamas ocupaban el 100% de tu iris, que tiene una tonalidad más clara de como me la imaginaba. Aunque ni siquiera seas del signo fuego, a veces quemas, o intentas quemar, y quemarme.
Ambición, qué bonita
palabra. Equiparable para mí a la libertad, una razón de poesía,
de versos, de párrafos, pero en tus ojos queda verdaderamente
extraña. Ese deseo ardiente de poseer. Tengo razón entonces cuando
aseguro ver fuego en ti y en tu mirada, es ese deseo ardiente de
poder, de amor, de obtener casi cualquier cosa a casi cualquier
precio. Y, posiblemente, ahí entre yo, en “casi cualquier cosa”,
pero no a casi cualquier precio. Eso no. Eso nunca. Sigues sigiloso
como el buen lobo que eres, pero la oveja se ha dado cuenta. La oveja
se ha vuelto ignífuga, y ni siquiera tu ambición va a poder con
ella.
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